Vida, amor y muerte en la poesía de Miguel Hernández
El amor antes de *El rayo que no cesa*
Su poesía es radicalmente amorosa: amor a la mujer, al hijo, al pueblo, a la amistad, a la vida. A los veinte años publica sus primeros versos, vacilantes e impersonales. Ha frecuentado a los poetas románticos y postrománticos del siglo XIX y ha leído mucho a Rubén Darío. Sus primeros años de juventud estuvieron dominados por una visión religiosa de la vida y la literatura, que sanciona todo lo relacionado con el cuerpo y el placer como algo pecaminoso.
Con *Perito en lunas* se inicia su etapa gongorina, que supone la adscripción a la poesía pura del momento. Las lecturas de los poetas clásicos (Garcilaso y Góngora) y del 27 le proporcionan tanto un léxico culto como imágenes muy complejas, algunas vanguardistas y herméticas. Recoge expresiones del amor como sensualidad. Hay algunos poemas de una sensualidad encendida que revelan el vitalismo natural, siempre como reflejo de su sensibilidad y de sus pasiones. Lo más importante es el deseo sexual imperfectamente insatisfecho.
En *El silvo vulnerado* el amor aparece unido al dolor contenido e intenso, sin grandes exclamaciones; es un amor trágico. Su fe católica también influye en la concepción del amor. Puede verse también la influencia de la literatura mística, el pensamiento ascético que oprime la carne y sus impulsos, y los tópicos del amor-dolor de la poesía petrarquista y la poesía pastoril de Garcilaso de la Vega.
El amor en *El rayo que no cesa*
Es un poemario de amor. El sentido del pecado y de la culpa va desapareciendo. El deseo erótico aparece como una fuerza terrenal a la que el hombre debe someterse, un hombre que también es tierra, barro. La violencia sugerida, en un plano de alto simbolismo, por objetos como el cuchillo, nos sitúa en un plano apasionado y metafísico. El destino es el tema central del libro. Destino inseparable como el rayo, destino que se ve fatalmente conducido al mundo del amor de malos presagios, que culminará en la imagen del toro. El poeta se ve arrastrado hacia el presagio de la muerte que preside con tanta fuerza *El rayo* como gran parte de toda la poesía hernandiana. Ni siquiera la anécdota del limón tirado con gracia, símbolo del ardiente deseo de la posesión sexual nunca conseguida, puede ocultar esta pena. O como en el *Soneto final*, donde el poeta se ve arrojado a la acción corrosiva de la muerte, rayo encendido que hiere y transforma en dolor la pasión de su amor.
Pasa desde una poesía pegada a la tradición literaria a una poesía desgarrada, humanizada. Avanza desde un amor místico hasta lo erótico, carnal. La raíz de este cambio está en el amor real como experiencia personal, que choca con los convencionalismos morales, provincianos. La ausencia de la amada hace que el tema del amor esté continuamente asociado a la pena, y en la obra se deja ver también la influencia de, por un lado, Garcilaso de la Vega y Quevedo, en los que la pena y el amor se unen de forma insoluble y se expresan a través del soneto. Por otro lado, al orientarse hacia una metáfora más violenta y apasionada, se puede notar la influencia de Pablo Neruda y Vicente Aleixandre, en los que el amor es pasión de la tierra y el cosmos, potencial elemental, erotismo más allá de las convenciones morales.
Aparecen una serie de símbolos: el rayo y el cuchillo son la pena amorosa y vital, la contradicción quevedesca del amor como fuente de dolor y de placer. Un ejemplo es el símbolo del toro: el enamorado es como un toro que embiste ciegamente contra la amada que huye de él, convirtiéndolo en un ser nacido para la muerte y el dolor. Por otro lado, encontramos una dualidad entre la pureza de la amada y la suciedad del yo poético, herencia de su catolicismo.
El amor en *Cancionero y romancero de ausencias*
La visión del amor es ahora totalmente física y corporal. Nada queda de este catolicismo del pecado y la culpa asociados al cuerpo y al deseo. El amor se convierte en fuerza motriz del mundo, y en un acontecimiento de raíces telúricas y trascendencia cósmica: sombra, luna, noche, astros.
El amor se centra en las figuras de la esposa, del vientre y del hijo. Ahora él es simplemente un elemento más, una parte dentro del elemento amoroso. El enamorado se convierte en el poeta que canta al vientre de su esposa, que canta al acto amoroso entendido como origen del universo. La amada es la esposa, una criatura carnal; cuando se convierte en madre, se agiganta su figura hasta cobrar dimensiones cósmicas. El hijo es otro de los elementos del amor, como garantía de perpetuación y eternidad. Se convierte en sinónimo de amor, lo que enlaza al esposo y a la esposa.
El vientre es entendido como sexo y matriz, concentración de la pasión y punto de fusión de dos seres en uno.
Vida y muerte
En esta época su vida va por un camino y su obra por otro. Son muchos los poemas en los que se rinde homenaje a la naturaleza como una alegría casi exultante. Todavía no ha hecho su presencia la idea de muerte. A partir de *El rayo que no cesa* se inicia el planteamiento del gran problema existencial del poeta: su vida aparece trágicamente amenazada. Será uno de los temas centrales. La vida propia como problema existencial y la vida en general, en su conjunto, como un gran misterio universal. Desde que el poeta conoce a su futura esposa, el amor se hace poesía. Esa vida a la que se agarra frenéticamente por miedo a que se le escapara de las manos. El poeta siente dolor y rabia.
Vida y muerte se atraen y se repelen con impulsos iguales. Pero algo que es vida y un poco de muerte vence: el amor. Todo lo que nace del corazón está condenado a vivir. Todo lo que nace del vivir está condenado a morir. Si hay algo que caracteriza su poesía es su vitalismo. Este le lleva a la presencia de la otra cara de la vida: la muerte. Considera a la muerte como algo propio de la vida.
Su poesía experimenta un proceso: la vida pasa de ser una excusa para hacer una poesía elaborada a convertirse en el tema central, donde la vida y la muerte toman el protagonismo a través de una expresión breve, sencilla y directa. La relación entre vida y muerte la realiza a través del sentimiento de lo trágico. La vida desbordante y sensual del amante insatisfecho y solitario muestra todo su poder convirtiéndose en carnívoro cuchillo, en rayo que no cesa, en torrente de puñales. La plenitud vital que presenta el toro en su agonía procede de la inminencia de su muerte, y esa unión de vida y muerte.
En la *Elegía* la muerte aparece como algo completamente ajeno y brutal; el yo del poeta se centra también en sus sentimientos. Con *Viento del pueblo* la vida sigue siendo protagonista, y como su vida ahora es la defensa de la República, será una poesía de defensa de la República. Es un libro de guerra con el fin de animar a los soldados; la vida y la muerte están continuamente presentes. La guerra es planteada en un sentido épico, y la muerte se presenta de diversas maneras que coinciden todas ellas en la exaltación final de la vida y de la lucha por la libertad.
Lo más destacado es la integración del hombre en la naturaleza y en la vida entendida como algo más allá de la subjetividad individual. Pero no todos los hombres tienen ese vitalismo panteísta, solo los humildes y los que luchan por la libertad. En *El hombre acecha* se torna en un panteísmo oscuro de muerte, ya que la derrota se siente cerca. Ante este triunfo de la muerte, la plenitud heroica va a menos. En *Cancionero y romancero de ausencias* se encuentra encerrado en una cárcel, y usa la poesía como medio a través del cual la vida se transforma en palabra de una forma sencilla, sin retórica, expresando sus sentimientos vitales más íntimos.
La muerte le alcanza primero con el fallecimiento de su hijo con solo diez meses, pero está también presente en la cárcel. La cercanía de la muerte se expresa sin dramatismos, con cotidianeidad. En unas ocasiones la muerte se asocia al yo poético. El amor vuelve a unirse a todos los temas de la vida y la muerte; el amor supera la muerte, la fecunda en el hijo y en el ciclo carnal de la vida.
El amor y la muerte en *El amor en los tiempos del cólera*
Desde el título el amor aparece asociado al cólera. García Márquez quiere relacionarlos diciendo que los síntomas son parecidos y en ocasiones se confunden: «Tenga cuidado, don Floro, eso parece el cólera […] Pero era lo de siempre». El amor es un motivo recurrente en García Márquez, no solo en esta obra. Vargas Llosa escribirá: «Repetirá una y otra vez, creyendo bromear, que escribe solo para que sus amigos lo quieran más, y resulta que es cierto: decidió escribir el día que descubrió la soledad».
Utilizará su biografía para escribir la historia amorosa de Fermina y Florentino, principalmente sus primeros contactos con su mujer, Mercedes Barcha. Un ejemplo claro son las cartas que se mandaban los protagonistas, inspiradas en la que se mandaban el autor y su mujer. Además del componente autobiográfico, influye en esta obra la visión del amor en Occidente, y su expresión a través de la novela rosa o erótica, el melodrama, el culebrón y el bolero. La novela se abre con un epígrafe de una canción de Leandro Díaz: «En adelanto van estos lugares: ya tienen su diosa coronada», y se cierra con una frase de un bolero: «Toda la vida».
Para el autor el único amor que existe es el mortal, el que presenta obstáculos, y el mayor de estos es el matrimonio. Esto se opone al amor cortés; dicha oposición está presente en la visión juvenil del amor de Florentino hacia Fermina, su «diosa coronada»: «suponía que la mujer de su desventura dormía apoyada en el hombro del esposo saciado». Esa suposición lo desgarró, pero […] «se complació en el dolor». Otro ejemplo de esta oposición es que se repite en la novela la idea de que los suicidios han de ser provocados por el amor, lo que evoca al amor cortés, que será superado por la pareja, para quien la avanzada edad no es un problema.
También hay elementos de la novela erótica y del melodrama, utilizados a través de la parodia. El uso de la medianera frecuente en la Edad Media se manifiesta en la hermana Franca de la Luz, que acude a la casa de Fermina para ablandarle el corazón hacia Juvenal. Otra parodia sería escribir cartas en papel higiénico o cortarse la trenza con las tijeras de podar, las camelias (*La dama de las camelias* de Alejandro Dumas), o el hecho de que el lector nunca vea las cartas que se mandan.
García Márquez mezcla el amor occidental con lo folclórico, mezcla el amor en la literatura oral y escrita. Los personajes viven el amor de diferente manera:
- Florentino idealiza a Fermina, lo que le introduce en un subjetivismo amoroso que no abandona ya. «Poco a poco fue idealizándola […] y al cabo de 2 semanas ya no pensaba más que en ella». El mundo real se llena del objeto amado. Al imaginar Florentino un crimen pasional en el momento del casamiento de Fermina, se da cuenta de que no le era posible imaginarse el mundo sin ella. Para reconquistarla necesita enseñarle con sus cartas la gran verdad: «Tenía que enseñarle a pensar en el amor como un estado de gracia que no era un medio para nada, sino un origen y un fin en sí mismo». Vive el amor en silencio, salvo por su madre: «76 años […] y estaba convencido de haber amado en silencio mucho más que nadie en este mundo». Pasará del enamoramiento al desencanto, de este al espejismo, y por fin, al amor. «No se sentían ya como novios recientes […], y menos como amantes tardíos. Era como si se hubieran saltado el arduo calvario de la vida conyugal, y hubieran ido sin más vueltas al grano del amor».
- Juvenal no estaba enamorado de su esposa; Márquez con ironía lo mostró en el papel de marido perfecto, homenajeando a Óscar Wilde. En contraste aparece Florentino, con sus más de 600 amantes, que necesita contarle a Fermina su única infidelidad, hecho grosero que no tiene nada que ver con el amor. La conclusión es que el matrimonio no tiene nada que ver con el amor: «no era posible vivir juntos de otro modo, ni amarse de otro modo: nada en este mundo era más difícil que el amor», ya que ella esperaba que su marido «se lo negara todo como haría un enamorado».
Tres mujeres sirven para mostrar el *modus amandi*:
- Hildebranda, representación femenina de Florentino, que estaba enamorada de un hombre casado; sus únicas miradas consistían en un cruce de miradas y telegramas, amparados por Florentino. A diferencia de él, envejecerá en la soledad del amor no correspondido.
- Leona Cassiani, que pudo ser la mujer de Florentino, pero que al final su relación se convierte en amistad.
- Fermina, la protagonista, que adopta un papel pasivo, lo que le lleva a rechazar a su primer amor y a casarse con un hombre al que no quiere. Lo curioso es que toda una vida con Juvenal hace que se difumine la frontera entre lo que es y no es amor: «Es increíble cómo se puede ser feliz durante tantos años […] sin saber en realidad si eso es amor».
Hay una amplia manifestación del erotismo del amor sin amor y de pasiones terrenales. Esto no forma parte del amor vivido en su vejez por los protagonistas. El amor de estos discurre por un territorio inexplorado; se comprende al mirar a Florentino: «lo asustó la sospecha tardía de que es la vida, más que la muerte, la que no tiene límites».
Muerte
En las primeras páginas tienen lugar dos muertes, ninguna por amor. Y en las últimas ocurren otras dos muertes; estas son por amor. Los muertos del principio temen a la vejez y a la muerte; los del final, a la soledad. La muerte y su poder igualatorio hacen que un hombre no correspondido tenga una segunda oportunidad. La muerte aporta verdad a los sentimientos de una mujer. La muerte deja ver la parte buena de quien muere.
La muerte de Juvenal no respeta la creencia de que «Nada se parece tanto a una persona como la forma de su muerte». Teme a la muerte por su agnosticismo y porque su apellido desaparezca. El paso del tiempo construye y reconstruye, permite a Florentino enriquecerse como persona, ser el hombre que necesita ser con Fermina, siempre y cuando pueda mantener alejada a la muerte de ellos. También le permite otro modo de seducción. Serán las meditaciones acerca de la vida, el amor, la vejez y la muerte las que le permitan a su amor una segunda oportunidad sobre la tierra.
Por otro lado, la viudez se presentará como una liberación para las mujeres. La amante de Jeremiah no consentirá enterrarse en vida. La viuda Nazaret confiesa: «soy feliz». Sin embargo, doña Blanca, la suegra de Fermina, será una viuda amargada. Y Fermina se rebelará ante el intento de ser sometida.
Florentino y Fermina terminan por saber que «el amor era el amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más cerca de la muerte».