1. Tradición y vanguardia en la poesía de Miguel Hernández
Nuestro poeta suele ser incluido en la generación de 1936, entre autores como Luis Felipe Vivanco, Juan Panero, Leopoldo Panero, Luis Rosales o Rafael Gil-Albert. Aun así, fue partícipe de la poética de la generación del 27, cuyos autores crearon una poesía inspirada tanto en la tradición literaria española como en las vanguardias más innovadoras del primer tercio del siglo XX. Hernández aprendió y sintetizó esta doble influencia a lo largo de toda su trayectoria poética. Podemos observarlo estableciendo tres apartados:
- La tradición de los clásicos literarios españoles.
- La literatura contemporánea de tono vanguardista.
- El neopopularismo.
La tradición de los clásicos
En primer lugar, debemos recordar que el joven Hernández fue un ávido lector de los clásicos españoles. Consideraba que conocer a los grandes autores del Siglo de Oro o de la tradición inmediata era tanto un goce para la sensibilidad literaria como una obligación para cualquier escritor. En muchos de sus primeros poemas, orientados hacia la descripción y el elogio de la naturaleza, el mundo rural y sus gentes, es evidente la influencia del costumbrismo regionalista, que a veces muestra el habla popular (“En mi barraquica”). Aunque también la fusión emocional del yo poético con la naturaleza recuerda el bucolismo de los poetas ascético-místicos del Siglo de Oro (San Juan de la Cruz y Fray Luis de León).
Asimismo, el gongorismo es una influencia muy temprana. En Perito en lunas (1932), obra que se inserta en la corriente de la poesía pura, se aprecia el empleo de la octava real, el hipérbato, el léxico cultista y la complejidad metafórica. En El rayo que no cesa (1936), hay una veta surrealista que convive con la tradición, de la que toma la métrica clásica (domina el soneto quevedesco, pero también hay tres composiciones en silvas, así como redondillas y tercetos encadenados), la estructura y los componentes temáticos (que remiten al modelo del «cancionero» de la tradición del dolce stil nuovo petrarquista) y el sentido trágico de la vivencia amorosa, para el que toma como modelos el “doloroso sentir” del lamento garcilasiano y el “desgarro afectivo” de Quevedo.
En su obra dramática, también es evidente la estela de Calderón de la Barca en el auto sacramental Quien te ha visto y quien te ve y sombra de lo que eras, cuyo tema religioso dará paso a asuntos profanos y de carácter social en posteriores obras de teatro. Otros autores más cercanos en el tiempo e incluso coetáneos, a los que admira y que le sirven de modelo, son Bécquer, Rubén Darío, Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez, a quien incluso llegó a pedirle ayuda para abrirse camino en Madrid.
La literatura contemporánea de tono vanguardista
Por lo que respecta a la literatura de su momento, Hernández siguió los pasos de los autores del 27 en dos fases. En primer lugar, siguiendo la tendencia marcada por Ortega y Gasset en La deshumanización del arte. En los años 20, los poetas se movieron bajo la influencia de las vanguardias (especialmente el ultraísmo y el creacionismo), buscando una poesía depurada, carente de sentimentalismo, que pretende alejarse de lo personal y humano. La generación del 27 seguirá estos preceptos en un primer momento, en consonancia, por otra parte, con el estilo gongorino que tanto admiraban. Y Miguel Hernández también, aunque sin llegar a la completa “deshumanización”. Su libro Perito en lunas constituye un ejemplo de esta tendencia: metaforización exagerada, juego de adivinanzas, cubismo y cierto humor.
En los años 30, la poesía del 27 se “rehumaniza”. Llega una nueva vanguardia, liberadora y humanizadora, que supondrá una reivindicación de la “poesía impura”: el surrealismo. Este nuevo aire se nutre del irracionalismo y da cabida no solo a lo humano, sino también a lo social y lo político. Hernández, en 1935, experimenta ciertos cambios personales e ideológicos que encuentran en el uso de las imágenes surrealistas la mejor forma de expresión. Esto se aprecia en “Sonreídme”, poema que marca la ruptura definitiva con su anterior militancia católica, y en buena parte de El rayo que no cesa.
El neopopularismo
Finalmente, a partir de Viento del pueblo, nuestro poeta recurre a formas más populares, a veces de tradición oral, que faciliten la comunicación con el pueblo: rimas asonantadas, predominancia del romance o de las cuartetas asonantadas… Esta tendencia poética, el neopopularismo, asentada en la tradición, en el acervo popular (canciones populares, refranero, cante jondo, etc.), tendrá dos grandes representantes en la generación del 27: Rafael Alberti y Federico García Lorca.