TEMA X: LA TRADICIÓN ILUSTRADA Y ROMÁNTICA. APARICIÓN DEL PENSAMIENTO MODERNO: LA CRÍTICA LITERARIA
En la segunda mitad del siglo XIII se gesta la importante transformación cultural que dará origen al conjunto de discursos denominados genéricamente estudios literarios. Si los capítulos anteriores han consistido fundamentalmente en una búsqueda de la identidad por debajo de las diferencias, a partir de ahora nuestro esfuerzo será el de buscar las diferencias a partir de la identidad.
Entramos en el horizonte histórico que nos ha tocado vivir y es estrictamente necesario que intentemos comprender nuestra propia situación histórica, lo cual es bastante complejo ya que, como decía Gadamer, es imposible conseguir un conocimiento objetivo de la misma puesto que estamos inmersos en ella.
Se debe asumir, por tanto, la provisionalidad de la interpretación de nuestro propio horizonte histórico, y conviene intentar comprenderlo estableciendo una distancia que, en el caso de los temas anteriores, nos venía dada sin ningún esfuerzo por la distancia temporal que nos separa de esas sociedades y épocas estudiadas.
De manera que, si en los temas de la tradición histórica, nuestro esfuerzo más importante tenía que ser el de la comprensión, en el sentido más genuinamente gadameriano, es decir, aceptando la pretensión de verdad de los textos e intentar ponernos de acuerdo con ellos. A partir de ahora, sin embargo, nuestro esfuerzo se centrará en un ejercicio de autorreflexión crítica que será tanto mayor cuanto más próximos estemos a la contemporaneidad.
Para hacer este ejercicio de autorreflexión aplicada a nuestro ámbito de conocimiento, un inevitable primer paso será subrayar el **historicismo** del concepto de **crítica literaria** y el concepto de **literatura**. En relación con el primero, en su origen la crítica literaria no era un discurso definido por su oposición a una teoría o a una historia, sino un discurso definido por su oposición a las poéticas clasicistas como subgénero o como parte del discurso general conocido con el nombre de Crítica, y cuya máxima expresión es la filosofía kantiana: la crítica literaria era el discurso que sometía a examen racional las tradiciones contenidas en la poética.
De este examen surgiría precisamente el concepto de literatura pues, una vez que la poética se examina libre y racionalmente, se concluye que el viejo concepto de poesía es insuficiente para describir las nuevas variedades discursivas que, como la novela y la tragicomedia, empezaban a generalizarse. Con la creación de este nuevo concepto de literatura, podemos decir que el espíritu de Pinziano vence definitivamente al de Cascales, ya que se concede valor poético a unos discursos que no habían contado con modelos en la tradición.
Generalmente, se data en el año 1800, fecha en que Mme. De Staël publica *De la Littérature considérée dans ses rapports avec les institutions sociales*. El momento de la consolidación de uso de la palabra literatura con el sentido de “conjunto de textos de una época o de un país”, y también con el sentido de “arte de escribir opuesta a otras artes”. No obstante, el significado del término es todavía a principios del siglo XIX, ambiguo y vacilante ya que, como el problema era conceder el “valor poético” a textos no incluidos tradicionalmente en el concepto de poesía, durante algún tiempo no estuvo claramente delimitado qué tipo de textos se comprenderían bajo el nuevo concepto de literatura con el significado de “productos de la expresión intelectual”.
Podemos decir que aquí radica la principal dificultad que tuvo que superar la crítica literaria, a la que se deben no solo la implantación de determinados valores estéticos, sino la implantación del valor literario mismo, es decir, la determinación de que los discursos serán calificados de literarios en base a unas determinadas características.
Así pues, antes de que se produjera la institucionalización de los estudios literarios, la crítica literaria no se definía por ser un discurso encargado del análisis de textos particulares o concretos, por oposición a una teoría que se encargaría de estudiar los principios generales de la literatura como oposición a la historia que se encargaría del devenir de los objetos literarios.
Tanto la “alta crítica”, a la que nosotros llamaríamos hoy teoría, como la crítica periodística era crítica solo porque no eran poéticas tradicionales, y porque se habían liberado (primero en el momento ilustrado en nombre de la razón, y después en el momento romántico en nombre del genio) de las coacciones impuestas por el concepto tradicional de poesía para crear de esa manera un nuevo objeto (concepto de literatura), cuya definición incluiría rasgos semánticos tales como “sin reglas, libre, autónomo, individual, genial”.
En torno al concepto de **genialidad** debemos señalar la importancia que cobra la figura del escritor durante el romanticismo. Será en el siglo XIX cuando el poeta, esa especie de loco como lo llamaba Diderot, arrebatase sus preeminencias como hombre iluminado al filósofo, es decir, cuando el poeta se hace con el trono, no ya del logos, sino también del conocimiento, de la Sophia, que durante siglos se había negado.
En esta revalorización de escritor, Pièrre Bénichou ha querido ver un intento de conciliación entre las tradicionalmente opuestas y antagónicas religión tradicional y fe filosófica en el hombre que ayudase a mantener el difícil equilibrio en una sociedad en la que había vencido la revolución, pero en la que era preciso mantener el nuevo orden. Según Bénichou, ‘la elaboración de este nuevo complejo de valores fue obra de la literatura investida por ello de una responsabilidad que no había tenido hasta entonces’. Sea como fuere, quedó inaugurada una nueva mitología del escritor como ser extraordinario, el único hecho verdaderamente a imagen y semejanza de Dios.
Otro de los aspectos fundamentales de la teoría romántica, más aún de toda la modernidad, es el **historicismo**. La distinción elaborada por Schiller entre poesía ingenua y poesía sentimental ofrece ya una primera formulación de ese nuevo sentido histórico aplicado a la poesía, pues la poesía sentimental se describe como una consecuencia necesaria del grado más elevado de la cultura de la sociedad moderna. A partir de aquí comenzó a ser habitual la presentación de la historia, y también de la historia literaria como una sucesión de etapas en dirección al progreso espiritual.
Es a F. Schelegel al que hay que considerar seguramente como el elaborador de muchas de las principales ideas críticas que proceden del Romanticismo, y no solo nos referimos a la teoría de los románticos propiamente dichas sino a fecundas ideas sobre la historia y la crítica literarias, que permite a René Weller a considerar a F. Schelegel como el padre de la hermenéutica o teoría de la interpretación.
Se suele decir que Alberto Lista, Quintana y Martínez de la Rosa fueron los críticos que allanaron el camino en nuestro país para dar recepción e implantación de las ideas románticas. Pero el texto decisivo fue, sin embargo, el *Discurso* (1828) de Agustín Durán, donde definía de “ridícula manía” querer medir las representaciones dramáticas propias del teatro nacional lopesco y calderoniano, con los mismos parámetros que utilizaron los griegos, los romanos, y los neoclásicos franceses.
Por lo que respecta a la práctica de la crítica literaria de nuestro país, la figura más destacada en nuestro país fue, sin duda, Mariano José de Larra, ya que en sus análisis y valoraciones de obras literarias, encontramos algunos de los conceptos más genuinamente modernos que proceden del romanticismo como, por ejemplo, la literatura como expresión del progreso espiritual de un pueblo, la relatividad del gusto y la necesidad de la crítica.
En el terreno universitario, la profunda transformación que supuso el romanticismo, acabó contaminando las actitudes e investigaciones de filólogos e investigadores de la literatura. En ese sentido, cabe recordar que las primeras obras de Manuel Milá y Fontanals contenían ya algunas de las ideas fundamentales que configurarían su posterior obra titulada *Estética y Teoría Literaria*, que debe ser considerada una de las obras fundamentales de la moderna teoría literaria en España.