Temas Poéticos en la Obra de Miguel Hernández: Amor, Vida y Muerte

Temas Poéticos de Miguel Hernández

1. El amor en la poesía de Miguel Hernández (vida-vida, 1910-1935)

En la obra de Miguel Hernández tiene gran importancia la temática, breve pero rica. Llama la atención, en primer lugar, la presencia de los elementos de la naturaleza, sobre todo, la luna, alrededor de la que gira todo un mundo de elementos de la vida rural: el gallo, el espantapájaros, el azahar, la noria, las cabras, los labradores, las fraguas, el barro, el limón, etc. En segundo lugar, la utilización simbólica de cuanto ve. El toro es el símbolo por excelencia, que desde una evocación puramente descriptiva se torna en dolorosa tragedia. El toro se convierte en símbolo del amor, el gran enamorado, de la virilidad, de la grandeza, de la fuerza. De ahí la identificación de él mismo con el toro («Como el toro he nacido para el luto” /»y el dolor, como el toro estoy marcado por un hierro infernal en el costado / y por varón en la ingle con un fruto»). Pero el tema por excelencia es el del amor. Juan Cano Ballesta hace referencia a tres temas predominantes: el amor, la vida y la muerte. Pero el amor lo abarca todo: apasionado e inquieto, cuando piensa en su novia; fraternal y generoso, cuando recuerda a sus amigos (nótese el número de elegías que hay en sus libros: a Ramón Sijé, a García Lorca, a Neruda, a Aleixandre, a tantos otros); panteísta, cuando se dirige a la naturaleza; solidario, cuando a las gentes del pueblo, etc.

Las mujeres que lo inspiraron fueron su amor de toda la vida, Josefina Manresa, Maruja Mallo un amor breve pero intenso vivido en Madrid cuando terminó temporalmente su relación con Josefina y el amor no correspondido de María Cegarra. En Perito en lunas predomina una sensualidad adolescente “sin vértices de amor,/ holanda espuma” en que los frutos adoptan la forma de sexo. Ej. “abiertos, dulces sexos femeninos” dice de la higuera y del dátil “parábola del femenino sexo”. La presencia del juego sensorial del limón, en el primer poema, es visual y rápida, pero se proyecta en cierto modo a una sensualidad erótica. El erotismo es impulso vital hacia la mujer y hacia la tierra. Vemos, pues, la insistencia en los temas sexuales como alusiones llevadas a las metáforas. Por ejemplo, el toro como símbolo de virilidad.

Pero es en El rayo que no cesa donde se produce la maduración íntima de un concepto de amor como destino trágico, que lo aleja de las melancolías y de los vuelos místicos, por lo que se abre con un poema cortante y patético, donde el amor es “un cuchillo carnívoro”, símbolo de fantasma homicida hiriente y perseguidor; es el amor como agonía. Un amor doloroso “de andar de este cuchillo a aquella espada”. Motivos básicos de los sonetos del libro son su amor por Josefina, su incertidumbre y su alma en vilo. Un hálito amoroso recorre el libro, unido a la soledad y la pena que vibran de forma irreparable. La soledad y el amor lo invade todo: pasión carnal y fuego en la entrega. Este toro no es de muerte; es de fuerza, de brío, el que acomete a la hembra en celo. El amor es sexual, ardiente, de animal en celo, pero también es la llamada de manto, de protección que lo cobije y lo ampare. Se presenta en su obra amargura y alegría ante la amada; alegría por ella, amargura por la vida del poeta, por sus sentimientos. Sólo la amada puede consolar, aplacar la pena del poeta. Entre el amor y la muerte va el hombre. En el amor busca el refugio para su muerte vulnerada, para sus ansias tremendas, para calmar sus tempestades. Pero también se rebela contra el amor que lo esclaviza y lo hace girar sobre su centro y se rebela contra el amor que lo enmarca y lo somete: “Sal de mi corazón del que me has hecho/ un girasol sumiso y amarillo”.

En El rayo que no cesa el denominador común es la hondura. El dolor se impone. El amor sobrecarga por su intensidad y fuerza. Una tristeza equipara muerte-vida. Pero la muerte gana al amor. Por último, en el Cancionero y romancero de ausencias vemos cómo la mujer amada e idealizada, en estos poemas, está, como la tristeza, vestida de negro. Ya no es el vivir que se transparenta por la hermosura y los ojos. Ahora es el dolor y las desgracias vistas a través de los ojos, de la cara, del andar de su esposa: “Ausencia de todo veo:/ tus ojos la reflejan,… Ausencia de todo toco:/ tu cuerpo se despuebla”. Hasta la pasión sexual, tan definida y clara en el autor, se ha atenuado. El dolor puede a la carne, la tristeza al cuerpo, la amargura al deseo: “Tanto río que va al mar…Tantos cuerpos que se secan./ Tantos cuerpos que se abrazan”.

Mención especial merece el poema “Llegó con tres heridas:/ la del amor,/ la de la muerte,/ la de la vida”. Si podemos decir que el Cancionero nace de tres ausencias (la del hijo muerto, la de los seres queridos alejados por la guerra y la ausencia impuesta por la cárcel), también podemos decir que nace de estas tres heridas que el poeta y el hombre sufren. El poeta ha sentido la herida del amor; ha comprobado que esa herida es, también, la de la vida misma. Ahora intuye que se trata de la misma de la muerte.

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