Relaciones entre la televisión, el cine y la literatura
Cuando se aborda el tema de las relaciones entre la televisión, el cine y la literatura, se entrelazan diversos aspectos. Algunos se centran en la presencia de la **literatura infantil y juvenil** en la televisión; otros, en las **adaptaciones cinematográficas** de clásicos literarios infantiles; y, finalmente, se alude a la **influencia mutua** entre estas narrativas.
El primer aspecto ya se discutía en el libro coordinado por Pedro Cerrillo y Juan García (1995), mientras que el tema de las adaptaciones se analiza en profundidad en el trabajo coordinado por Gemma Pujals y Celia Romea (2001).
Como ejemplos, podemos mencionar las múltiples versiones de la novela de Robert L. Stevenson, La isla del tesoro, o la de Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer. También novelas más recientes, como la adaptación de The Outsiders de Hinton (1967), dirigida por Francis Ford Coppola y estrenada en 1983, cuyo éxito impulsó la publicación de la traducción Rebeldes en 1987.
En ocasiones, las adaptaciones cinematográficas no han tenido el mismo éxito, como en La historia interminable (Petersen, 1984) de Michael Ende, o la adaptación de Las brujas, estrenada como La maldición de las brujas (Roeg, 1989), donde el guionista modifica el desenlace original, alterando el sentido de la obra. No obstante, la **influencia recíproca** es innegable.
El tema es aún más amplio y trasciende la simple adaptación/traducción de un medio (el escrito) a otro (el audiovisual). Consideremos éxitos recientes como Shakespeare in love (Madden, 1998), que no adapta una obra, pero recrea la vida de un autor teatral reconocido, presentándolo como un personaje literario en un contexto histórico. O la película Pretty Woman (Marshall, 1990), que reinterpreta la historia de Cenicienta en Los Ángeles. O éxitos actuales como la saga Matrix (Wachowski, 1998, 2002, 2003), Desafío total (Verhoeven, 1990) o Dentro del laberinto (Henson, 1986), que incorporan características del barroco literario español, propias del postmodernismo, y se inspiran en el tópico literario de la percepción de la realidad, presente en obras como La vida es sueño (Lluch, 2001).
En cuanto a la influencia del relato audiovisual en la literatura infantil y juvenil actual, podemos observar que la literatura contemporánea presenta características influenciadas por la narrativa televisiva. Por ejemplo, la **omisión o el desplazamiento de la situación inicial** a la portada es común en muchas narraciones actuales, tanto comerciales como de calidad. La tradicional situación inicial de las narraciones orales o de las novelas del siglo XIX, que establecía el marco narrativo presentando personajes, escenario y tiempo, a menudo desaparece porque el lector ya la reconoce. Incluso la literatura más comercial plantea el inicio del conflicto en la primera página o en la contraportada para captar la atención del lector de inmediato. Las **relaciones intertextuales** se establecen principalmente con la cultura mediática, creada en el cine y la televisión, lo que se refleja en la presencia de iconos mediáticos en portadas e ilustraciones. Otra influencia importante se manifiesta en las **opciones estilísticas** del autor, que adoptan un lenguaje similar al de los textos expositivos y periodísticos.
La televisión transforma la manera de leer
Si aceptamos que la televisión (y, en menor medida, el cine) es el principal proveedor de relatos para niños y adolescentes, coincidiremos en que su percepción de la narrativa difiere significativamente de la de padres o profesores de lengua y literatura.
En el ámbito educativo, la televisión a menudo se aborda recomendando apagarla (o ignorarla y despreciarla). Sin embargo, esta actitud nos impide no solo verla, sino también, y más importante, analizarla y comprender aquello que nutre el universo de nuestros estudiantes.
Martín-Barbero y Rey (1999: 22) sostienen que, desde la perspectiva de algunos adultos, la televisión genera un «**desorden cultural**», es decir, una crisis de los mapas ideológicos y una erosión de los cognitivos. Este desorden se produce, por un lado, al desmitificar las tradiciones y costumbres sobre las que la escuela construía sus «contextos de confianza» y, por otro, al desdibujar el hábitat cultural, reformulando el sistema de valores, normas éticas y cívicas.
Las consecuencias son numerosas. Por ejemplo, Martín-Barbero y Rey (1999: 27) argumentan que la televisión desordena la idea y los límites del campo de la cultura en tres coordenadas esenciales:
- a) El **espacio**. La televisión provoca un desarraigo al lugar concreto, una desterritorialización de la percepción de lo próximo y lo lejano. Incluso, acerca lo que se vive en la distancia.
- b) La **nación**. Actúa como un conector con la globalidad, de modo que la cultura pierde la ligadura orgánica con el territorio y la lengua que eran la base del tejido propio, reestructurando la concepción anterior de nación.
- c) El **tiempo**. La percepción del tiempo en la televisión está marcada por la simultaneidad, la instantaneidad y el flujo. La televisión confunde los tiempos, fabricando un presente, descontextualizando el pasado (deshistorizándolo) y reduciéndolo a una mera cita.
El lector puede comprender fácilmente cómo estas características afectan, por ejemplo, a la enseñanza de la literatura. Una materia caracterizada por el arraigo a un territorio que percibe la realidad a partir del yo escritor, insertado e influido por una época determinada, cuyo estilo es consecuencia de los usos anteriores y que conformará los usos del futuro. Aunque tradicionalmente se ha asumido que la televisión no enseña, deberíamos investigar los aprendizajes relacionados con la competencia narrativa que generan los relatos televisivos y cinematográficos para la construcción lingüística, narrativa y literaria.