Contexto de la Posguerra
El panorama teatral español tras la Guerra Civil experimentó una transformación significativa. Con la muerte de figuras como Valle-Inclán, Unamuno y García Lorca, y el exilio de otras como Alberti y Max Aub, el teatro español perdió gran parte de su impulso innovador. Mientras Europa vivía una renovación del género, en España, la censura franquista promovió un teatro conservador, con un humor superficial enfocado en el entretenimiento.
Teatro de los 40: Tradicionalismo y Humor
En la década de 1940, el teatro español reflejaba el ambiente de la posguerra, marcado por el triunfalismo y el rencor. El público buscaba entretenimiento y evasión, y el teatro se utilizaba para difundir las ideas del régimen. Dentro de esta corriente, destaca el teatro burgués, con comedias y dramas de enredos que, si bien criticaban las costumbres burguesas, no las cuestionaban a fondo. Autores representativos de esta época son José María Pemán (La viudita naviera, 1960), Juan Ignacio Luca de Tena (¿Dónde vas, Alfonso XII?, 1957) y Edgar Neville (Adelita, 1955).
El humor también tuvo su espacio, con figuras como Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura. Jardiel Poncela rompió con el humor tradicional, caricaturizando la sociedad con un ingenio que a veces resultaba incomprendido por el público (Eloísa está debajo de un almendro, 1940). Miguel Mihura, por su parte, mostró una actitud inconformista ante las convenciones sociales, criticándolas con un lenguaje ingenioso. Su obra Tres sombreros de copa (escrita en 1932, pero estrenada en 1952), marcó un punto de inflexión en el teatro cómico, con su lenguaje irónico y situaciones inverosímiles.
La Renovación del Teatro: Realismo Social
La obra Historia de una escalera (1949), de Antonio Buero Vallejo, marcó el inicio de la renovación teatral. El realismo social, presente en la poesía y la novela de la época, llegó también al teatro, mostrando los problemas sociales: falta de libertad, desigualdades, etc. Esto provocó que muchas obras fueran censuradas. El teatro de Buero Vallejo, comprometido con la sociedad, buscaba conmover al espectador y llevarlo a la catarsis trágica. Sus obras se caracterizan por diálogos densos, personajes antagónicos y ambiguos, y una escenografía simbólica y minuciosamente descrita. Buero Vallejo planteaba interrogantes al final de sus obras, invitando al espectador a la reflexión (El tragaluz, 1967).
Los 60: Influencia Europea y Teatro Experimental
En la década de 1960, el teatro español se alejó del teatro comercial, buscando nuevas técnicas y formas. La influencia de autores europeos como Brecht, Ionesco y Beckett se hizo notar. Se buscaba romper con el realismo, utilizando el espectáculo, la escenografía y las técnicas audiovisuales. Francisco Nieva (La carroza de plomo candente, 1971), con su»teatro furios», llenó sus obras de símbolos y elementos oníricos. Fernando Arrabal, con su»teatro pánic», incorporó elementos vanguardistas y del teatro del absurdo, creando obras rebeldes e inconformistas, marcadas por el pesimismo existencial (Pic-Nic, 1952; El cementerio de automóviles, 1957).
A finales de los 60 surgieron grupos de teatro independiente, como Tábano, Els Joglars y el Teatro Experimental Independiente (TEI), que llevaron a cabo una importante labor de renovación, a pesar de las dificultades políticas y económicas.
Teatro Tras la Dictadura: Entre lo Tradicional y lo Renovador
El fin de la dictadura (1975) permitió la representación de autores y obras censuradas. Se impulsó un teatro en libertad, con ayudas institucionales. Sin embargo, el público no reaccionó favorablemente a todos los cambios, y se volvió en parte a las formas tradicionales, que convivieron con las propuestas de las compañías independientes.
Antonio Gala, que había comenzado en el realismo social (Los verdes campos del Edén, 1963), se convirtió en un autor de referencia en los 80 (La vieja señorita del paraíso, 1980). Sus obras, a menudo protagonizadas por personajes femeninos, exploraban temas como el amor y la soledad. Esta corriente de realismo renovado buscaba un equilibrio entre lo convencional y lo vanguardista, con un lenguaje coloquial y un compromiso social.
José Luis Alonso de Santos (La estanquera de Vallecas, 1981) criticó la sociedad con humor, creando personajes con conflictos existenciales. José Sanchis Sinisterra (¡Ay, Carmela!, 1986) combinó formas tradicionales y contemporáneas, reflexionando sobre el propio teatro. La comedia burguesa también se renovó, buscando entretener al público y, en ocasiones, abordando temas sociales. Ana Diosdado, con Olvida los tambores (1972), criticó la burguesía y la falta de libertad del tardofranquismo, para luego evolucionar hacia un teatro más comercial (Los ochenta son nuestros, 1988).