Teatro Español de Posguerra: Evolución y Tendencias (1940-1990)

Teatro Español de Posguerra (1940-1990)

La Guerra Civil y sus Consecuencias

Como en los demás géneros literarios, la Guerra Civil (1936-1939) marca un antes y un después en la evolución del género dramático. El teatro, por sus especiales circunstancias (texto y representación), se vio condicionado por la nueva situación socio-política. Se estableció una rígida censura en todas las representaciones, que se fue suavizando con el paso del tiempo.

  • Durante los años 40 y parte de los 50 prevalece la continuación de las tendencias más tradicionales, pero se advierte la búsqueda de otros caminos, entre los que destaca el teatro existencial.
  • Mediada la década de los 50, apunta un teatro realista y social, con propósitos de testimonio y denuncia hasta donde tolera la censura.
  • A medida que avanzan los años 60 y entramos en los 70 se notará el cansancio del realismo social y se producirán intentos de experimentación, manteniendo la carga crítica.
  • Finalmente, la implantación de la democracia, desde 1975, elimina buena parte de los obstáculos mencionados, pero, paradójicamente, la literatura dramática no ha florecido tanto como se esperaba.

Corrientes Dramáticas de los 40 y 50

Dentro de la producción dramática de los años 40 y 50, se pueden distinguir varias corrientes:

  • Comedia burguesa: En línea con el teatro benaventino, predomina una construcción teatral muy elaborada, a veces con una amable crítica de costumbres, unida a una defensa de los valores tradicionales. Predominan las comedias de salón (Celos del aire de José López Rubio), pero también las obras de tesis (La muralla de Joaquín Calvo Sotelo), así como un teatro de humor (Margarita y los hombres de Edgar Neville). En esta misma línea se sitúan autores como José María Pemán, Torcuato Luca de Tena o Víctor Ruiz Iriarte.
  • Teatro vanguardista de humor: Encontrado con el teatro del absurdo, hunde sus raíces en la etapa anterior a 1936. Sus representantes son Enrique Jardiel Poncela y Miguel Mihura. Ambos acabaron sumándose al teatro comercial. Jardiel nos presenta un ritmo rápido de acción, con acumulación de elementos estrambóticos y absurdos. Su mejor obra es Eloísa está debajo de un almendro. Un caso diferente presenta Mihura con Tres sombreros de copa. Estrenada en 1952 por una compañía universitaria, había sido escrita 20 años antes. Sin embargo, sus innovaciones hicieron que Mihura la viera como irrepresentable. Supone uno de los mayores logros del teatro español.
  • Teatro en el exilio: Desarrollado en México y Argentina, fundamentalmente, presenta diferencias estéticas con el cultivado en España. Quizá el autor más destacado es Alejandro Casona: Prohibido suicidarse en primavera (México, 1944); La dama del alba (1944); Los árboles mueren de pie (1949). La obra de Casona tiene los rasgos de las obras teatrales anteriores a la Guerra Civil, como el lirismo, simbolismo, cierto carácter melodramático y el conflicto realidad-fantasía. También en el exilio, Max Aub publica su drama San Juan (1942), en el que acusa a las naciones libres que se negaron a dar asilo político a las víctimas del nazismo.

Década de los 50: Teatro Existencial

En una línea muy distinta hay que situar en la década de los 50 el nacimiento de un teatro serio, preocupado e inconformista, dentro de una corriente existencial. Dos fechas resultan claves: 1949 con el estreno de Historia de una escalera de Antonio Buero Vallejo y 1953 con la presentación de Escuadra hacia la muerte de Alfonso Sastre. Ambos iniciarán, hacia 1955, un teatro social, aunque desde dos posturas distintas.

Antonio Buero Vallejo

El teatro de Buero Vallejo une lo social y lo existencial, con un mensaje ético, una reflexión sobre el individuo, la justicia y la verdad. Formalmente, no llega a romper del todo con las fórmulas del teatro comercial; más bien intenta aprovecharlas para darles una dimensión nueva. En su teatro podemos distinguir varias etapas:

  • Primera etapa: Enfoque existencial, con una técnica teatral realista: Historia de una escalera (1949), En la ardiente oscuridad (1950), Hoy es fiesta (1955).
  • Segunda etapa: Enfoque social y ético, con una técnica teatral más compleja (efectos de inmersión, escenarios múltiples y simbolistas, etc.). Escribe dramas simbólicos, en los que se vale del pasado para reflexionar sobre el presente: Un soñador para un pueblo (1958), Las Meninas (1960), El concierto de San Ovidio (1962), El tragaluz (1967), o El sueño de la razón (1970).
  • Tercera etapa: Contenidos sociales y políticos más explícitos, con incorporación de experimentos escénicos: La doble historia del doctor Valmy (1968), La Fundación (1974), o La detonación (1977), cuyo protagonista es Larra.

Alfonso Sastre

Junto con Alfonso Paso, firmó el artículo “Teatro de Agitación Social”, donde se defendía el teatro como elemento revolucionario más que estético, desde una concepción marxista de la literatura. En sus obras denuncia las injusticias y el poder tiránico: La mordaza, Guillermo Tell tiene los ojos tristes. Todas sus obras sufren grandes dificultades para poder ser estrenadas, hasta el punto de que uno de sus últimos éxitos, La taberna fantástica, escrita en 1966, no fue estrenada hasta 1985.

Durante años Alfonso Sastre sostuvo una notoria polémica con Antonio Buero Vallejo sobre el modo de luchar con el teatro para cambiar la sociedad durante la dictadura; mientras que Buero defendía el posibilismo, es decir, aprovechar cualquier resquicio que permitiera la censura franquista para intentar cambiarla desde dentro, Sastre consideraba más radicalmente que esta actitud era una claudicación y optó por un teatro extremista que apenas encontró forma de poderse representar.

Década de los 60: Consolidación del Teatro Social

Este teatro social se mantiene en los años 60, con diversas orientaciones, desde el realismo de Rodríguez Méndez (Los inocentes de la Moncloa) o el esperpento de Martín Recuerda (Las salvajes en Puente San Gil) hasta el sainete arnichesco de Lauro Olmo (La camisa). En este grupo estarían las primeras producciones de Antonio Gala, que se inclinó luego por un teatro más comercial (Petra regalada).

Década de los 70: El Teatro Experimental

A partir de los 70 hay una tendencia por la recuperación de las técnicas de vanguardia como lenguaje escénico. En este teatro experimental predominan los elementos simbólicos y vanguardistas, lo grotesco y lo imaginativo. Cobran también importancia los elementos extraverbales: sonoros, visuales, corporales, etc. Sin embargo, aunque alejado del realismo, sigue siendo un teatro de protesta y denuncia. Su temática gira en torno a la dictadura, la falta de libertad, la injusticia, la alienación. Lo novedoso es el tratamiento dramático, porque se da entrada a la farsa, la deformación esperpéntica, lo alucinante, lo onírico. Algunos críticos hablan de “teatro soterrado”, porque en pocas ocasiones subió a las tablas (Miguel Romero Esteo, Manuel Martínez Mediero).

Dos autores destacados son Francisco Nieva (La carroza de plomo candente) y Fernando Arrabal, cuyas obras están a medio camino entre el esperpento, el surrealismo y el teatro del absurdo: El cementerio de automóviles, El arquitecto y el emperador de Asiria, Pic-Nic, El cielo y la mierda. Creó el “teatro pánico”, presidido por la confusión, el humor, la búsqueda formal y la incorporación de elementos surrealistas en el lenguaje. Los temas más frecuentes en sus obras son la sexualidad, la religión, la política, el amor y la muerte.

Empiezan a surgir compañías de teatro independiente, que potencian el elemento coreográfico, plástico, mímico o musical, tanto como el literario. Así, TEI (Teatro Experimental Independiente), Tábano, Els Joglars, Els Comediants, La Fura dels Baus, etc.

Años 80 y 90: Apoyo Institucional y Nuevas Voces

En los años 80 y 90 el teatro recibe un notable apoyo institucional, con la creación del Centro Dramático Nacional, que después se irá desgajando en diversas compañías. Aparecen nuevos autores, cultivadores de un teatro realista, entre los que destacan José Luis Alonso de Santos (Bajarse al moro, La estanquera de Vallecas), José Sanchís Sinisterra (¡Ay, Carmela!) y Fermín Cabal (Caballito del diablo) entre muchos otros autores.

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