Teatro Español de Posguerra: Evolución y Tendencias (1940-1970)

El Teatro Español en la Posguerra (1940-1970): Un Panorama Complejo

Los efectos de la guerra civil se dejaron sentir muy especialmente en el teatro. Algunos dramaturgos habían muerto (Valle-Inclán, Lorca), otros se habían exiliado (Casona), y los que seguían viviendo en España estaban sometidos a un doble condicionamiento: por un lado, un condicionamiento comercial y económico, ya que los empresarios teatrales no se arriesgaban a llevar a escena una obra que no fuera a tener éxito. Como consecuencia, el teatro estaba sometido a las exigencias del público. Por otro lado, los condicionamientos económicos y sociales impuestos por la censura, que era especialmente severa con el teatro por ser el género que más directamente conectaba con el público en general. Hay dos líneas de teatro diferentes: el teatro público, que dominó en los escenarios comerciales, y, en segundo lugar, un teatro soterrado (oculto), perseguido por la censura y que solo se representaba en salas de ensayo y se dirigía a minorías.

La Década de los 40: Evasión y Continuidad

En la inmediata posguerra, el teatro busca, en general, la diversión y el entretenimiento del espectador. A este grupo pertenece el teatro de continuidad sin ruptura y el teatro cómico, pero ambos forman parte del teatro de diversión. Se llama teatro de continuidad sin ruptura porque continúa, sin romperse, la línea iniciada antes de la guerra por Jacinto Benavente. Es un teatro elegante en el que predomina el buen tono y la cuidada puesta en escena. La visión del hombre y de la vida humana que presenta este teatro es casi siempre la misma: la defensa de la moralidad, la honradez y la fidelidad, valores heredados del siglo XIX que había recogido Benavente. Representan esta línea de teatro José María Pemán, que escribe dramas históricos como El divino impaciente, pero se le recuerda por sus farsas como Los etcéteras de don Simón. José Ignacio Luca de Tena escribe piezas de enredo cómicas como El vampiro de la calle Claudio Coello o Don José, Pepe y Pepito; también escribe comedias históricas como ¿Dónde vas, Alfonso XII? ¿Dónde vas, triste de ti?. El último, José López Rubio, escribe Celos del aire. La otra vertiente es la del teatro cómico, una vertiente más renovadora representada por dos autores: Miguel Mihura y Enrique Jardiel Poncela. Miguel Mihura escribió un teatro cuya comicidad se basa en el absurdo: Tres sombreros de copa, Maribel y la extraña familia o El caso de la mujer asesinadita. Enrique Jardiel Poncela, que había empezado a estrenar obras teatrales antes de la guerra, después de la guerra es cuando obtiene sus mayores éxitos. Siempre estuvo atraído por lo inverosímil, por un teatro que no se ajusta a los mecanismos de la lógica, por ejemplo: Eloísa está debajo de un almendro, Los ladrones somos gente honrada y Los habitantes de la casa deshabitada.

Los Años 50: El Teatro Existencialista y Social

En los años 50, el teatro sigue siendo, en parte, el teatro de la década anterior, pero surge una nueva corriente que intenta inquietar la conciencia, centrándose en los problemas del momento. Es un teatro existencialista que, con los años, adoptaría un tono social. Este teatro tiene dos representantes: Antonio Buero Vallejo y Alfonso Sastre. Antonio, a pesar de la censura, atrae al público y estrena en locales comerciales. Es un dramaturgo inconformista y, ante todo, un trágico. Para él, la tragedia tiene una doble función: inquietar y curar, porque en esa reflexión se aprende a luchar contra aquellas fuerzas que se oponen a la dignidad del ser humano. El tema central de sus obras gira en torno a la búsqueda de la felicidad, la libertad, la verdad… Es característico el empleo de elementos escénicos nuevos, como el caso del escenario múltiple.

El Simbolismo en Buero Vallejo

También es característico de su teatro el carácter simbólico. Por ejemplo: la escalera en Historia de una escalera representa la inmovilidad social. Sus obras más importantes son En la ardiente oscuridad, donde la ceguera de todos los personajes simboliza las limitaciones humanas, y La fundación.

Alfonso Sastre destaca por esta corriente existencialista y solucionaria que considera el teatro un instrumento de acción revolucionaria para transformar la sociedad. Tuvo muchos enfrentamientos con la censura, y su obra más importante es Escuadra hacia la muerte, que fue retirada y prohibida después de la tercera representación. Tenía un solo escenario, los mismos intérpretes, un solo acto y un carácter vanguardista y onírico.

La Década de los 60: Evasión y Compromiso Social

En la década de los 60 se desarrollan de nuevo dos líneas teatrales: 1º la nueva comedia burguesa, que llega al más alto grado de evasión; 2º el teatro social, en el que se enfrentan los problemas del momento, se denuncia el capitalismo, el afán por poseer dinero y se emplea siempre un lenguaje sencillo, a veces popular. Los representantes son Alfonso Paso, entre cuyas obras destaca Vamos a contar mentiras, Cómo casarse en 7 días, Las que tienen que servir, y Antonio Gala, que escribe un teatro con toques poéticos, de humor y fantasía. Su primer drama se sitúa en Los verdes campos del Edén, luego le siguieron El sol en el hormiguero, Anillos para una dama y Perra regalada.

En la segunda vertiente destaca Martín Recuerda, que escribe Las salvajes en el puente de San Gil. Es una reflexión sobre la intolerancia y la hipocresía de la España de posguerra y trata de una compañía de revistas que llega a ese pueblo y se encuentra con el rechazo de los habitantes.

Los Años 70: Experimentación Teatral

En la década de los 70, el teatro entra en una nueva corriente: es un teatro de experimentación en el que destacan los grupos teatrales como Els Joglars y Els Comediants, y también autores como Francisco Nieva y Fernando Arrabal. De este último destacamos El arquitecto y el emperador de Asia, y José Luis Alonso de Santos, que trata problemas de actualidad como la droga en Bajarse al moro.

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