NOVELA REALISTA
El realismo literario, tendencia predominante en la narrativa española de la 2ª mitad del XIX, es consecuencia de las doctrinas políticas (liberalismo) y filosóficas (marxismo) que se imponen en Europa y producen un cambio radical con respecto a la 1ª mitad del siglo, en que predominó el romanticismo (en España este tuvo sus mejores ejemplos en Bécquer y Rosalía de Castro, románticos tardíos). Principal consecuencia de esta evolución política, económica, social y artística es el encumbramiento de la burguesía como clase social predominante, y el reflejo en la literatura de la lucha de clases, en que la visión estática del mundo está siendo cuestionada por el empuje de las clases inferiores por evitar su explotación (socialismo, comunismo y anarquismo). En España, la toma del poder por la clase media “ilustrada”, expresada en el vergonzante bipartidismo de liberales y conservadores que se turnan sin rebozo en el poder con la aquiescencia del Ejército y la Corona, cuestionada brevemente esta última por la fallida “Revolución Gloriosa” (1868) y el “Sexenio Revolucionario” (1868-1874, con la efímera proclamación de la I República) se refleja fielmente en la “Restauración” monárquica. Los escritores realistas, miembros de una elite cultural, aunque no siempre económica, observan con ojos críticos este mundo en descomposición, que anticipa los horrores (y errores) históricos del XX, intuyen que la novela es el género más adecuado para representar la compleja realidad que los rodea, y trabajan con un enfoque panorámico, que intenta reflejarla con el mayor grado de verosimilitud y lo más fielmente posible. Así, sus novelas (como lo son las de sus coetáneos europeos: Balzac, Stendhal, Flaubert, Dickens, Tolstoi, Dostoyevski) son extensas y profundas, y tratan de pintar un fresco que abarque tanto el complejo entramado social (personajes de todas las clases sociales, desde la Monarquía a la mendicidad) como la complejidad psicológica a que se ven sometidos todos sus personajes principales. Por todo ello, los escritores realistas se valieron de la observación y la documentación para reflejar la realidad: descripciones detalladas de lugares, seres y objetos caracterizan y justifican las conductas de los personajes. Con respecto al lenguaje, son frecuentes los usos característicos de las variedades geográficas, sociales y contextuales para reflejar el mundo narrado. Además, el lenguaje les resulta esencial para la caracterización tanto de ambientes como de personajes. Un tema predominante en la novela realista es el conflicto entre el individuo y la sociedad, que se relaciona con el conflicto entre sociedad y naturaleza. El individuo, sometido a un sinfín de presiones sociales y económicas, se siente inadaptado y suele ser derrotado por el entorno. Por eso mismo, en la novela realista se produce la conjunción entre la historia y la vida privada. En ocasiones, lugares urbanos y rurales adquieren gran importancia como representaciones de distintas formas de poder y calidad de vida, reflejando una serie de contrastes donde se oponen situaciones, personajes y visiones del mundo. El narrador realista cuenta la historia en 1ª o 3ª persona y, a veces, combina ambas. Es frecuente el narrador omnisciente, que relata desde una perspectiva externa y superior a la historia, aunque en ocasiones introduce una perspectiva interna para expresar el mundo interior de los personajes. Junto con la narración tradicional y el estilo directo, se utilizan el diálogo (para caracterizar a los personajes), el estilo indirecto libre e incluso el monólogo interior (para expresar la subjetividad). La generación narrativa del realismo español produjo una plétora de autores y de obras que constituyen al mismo tiempo una fuente inagotable de textos en los que podemos estudiar la historia, la política y la sociedad de la segunda mitad del siglo XIX junto con los documentos históricos, y una fuente inagotable de temas y recursos lingüísticos y estilísticos para los escritores del siglo XX, que fueron grandes lectores de aquellos y bebieron en sus fuentes. No se debe concluir este resumen sin mencionar a los más importantes: José María de Pereda, Juan Valera, Emilia Pardo Bazán, Leopoldo Alas (“Clarín”) y Benito Pérez Galdós.
POESÍA ROMÁNTICA
Desde el punto de vista literario, el siglo XIX comprende dos grandes movimientos de gran influencia en la constitución y el desarrollo de la sociedad moderna: el romanticismo y el realismo (con su derivación naturalista). El romanticismo, que abarca en Europa la primera mitad del siglo (y tiene sus mejores manifestaciones en España en la obra tardía de Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro), se caracteriza por el ansia de libertad, el subjetivismo extremado y el dilema del hombre atrapado en un mundo burgués que lo rechaza y que él mismo aborrece, por lo que busca la evasión en el espacio (exotismo) y en el tiempo (la edad dorada primitiva). El romanticismo se manifiesta preferentemente en la poesía y en el teatro.
La poesía romántica puede clasificarse en tres grandes ámbitos: histórico, filosófico y propiamente lírico e intimista.
La poesía histórica trata temas caballerescos y muestra interés por el pasado medieval y los siglos XVI y XVII, mediante leyendas, tradiciones, cuentos populares y romances (que incluyen elementos maravillosos o fantásticos). Ejemplos más importantes son El moro expósito y Romances Históricos, de Ángel de Saavedra, duque de Rivas; las sutiles leyendas de José Zorrilla; y dos obras extensas y fundamentales, El estudiante de Salamanca [sobre el mito del seductor que será inmortalizado por el Tenorio de Zorrilla] y El diablo mundo [que incluye el famoso “Canto a Teresa”, de inspiración autobiográfica], de José de Espronceda.
También destaca la poesía filosófica, cuyo propósito es denunciar los defectos de la sociedad de la época y luchar contra la injusticia, mediante la utilización de temas como el misterio de la existencia humana y divina y la angustia vital (como en la última obra mencionada).
Finalmente, la poesía lírica propiamente dicha trata asimismo de temas como el conflicto entre el individuo y el mundo (las canciones de Espronceda, y entre ellas la conocida “Canción del Pirata”, que comienza: “Con cien cañones por banda…” son un ejemplo paradigmático), el amor desenfrenado, la naturaleza lúgubre y la muerte omnipresente y enigmática. Numerosos autores ilustran este apartado intimista, entre los que merecen ser citados Enrique Gil y Carrasco, Nicomedes Pastor Díaz, Jacinto Salas y Quiroga y Carolina Coronado. El romanticismo español, como he mencionado anteriormente, llega a su apogeo en el último tercio del siglo con las dos figuras señeras de Bécquer (“Rimas” y “Leyendas”) y la autora gallega Rosalía de Castro, cuya obra está escrita en castellano (“En las orillas del Sar”) y en gallego (“Follas novas”), en consonancia con el renacimiento de las lenguas vernáculas que tuvo lugar en España durante la segunda mitad del siglo XIX.
Bécquer es, sin duda, el poeta más influyente del romanticismo español, pues su poesía intimista, breve, de sencillez aparente y desnuda de artificio, fue recogida y continuada por notables poetas españoles del siglo XX (entre ellos, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca y Luis Cernuda). Sus “Rimas” (79 poemas que constituyen un solo y único poema de amor) y sus “Leyendas” (El beso, La rosa de pasión, El rayo de luna, Los ojos verdes, de amor apasionado; La Cruz del Diablo, El Cristo de la calavera, El caudillo de las manos rojas, El Miserere, El Monte de las ánimas, de misterio y fantasía) son la mejor representación, en verso y en prosa, del romanticismo español.
TEATRO NEOCLÁSICO
El siglo XVIII se caracteriza en Europa (y, con cierto retraso, en España) por la aparición del espíritu científico moderno mediante los avances científicos y técnicos surgidos de la Revolución Industrial y por el definitivo declive del absolutismo monárquico, que desembocará en la Revolución Francesa (1789). El siglo XVIII, asimismo, es el siglo francés por antonomasia, en el que la influencia de los enciclopedistas será decisiva en la configuración del neoclasicismo, tanto en el arte como en la literatura, para el reconocimiento de la supremacía de ciencia, justicia y razón como baluartes de la modernidad, así como de las reglas de equilibrio, simetría y buen gusto que inundaron los ámbitos culturales europeos a lo largo del siglo. El siglo XVIII en España, influido por estas ideas nuevas, es también un período en que la prosa (los ensayos de Feijoo, Jovellanos y Cadalso), y sobre todo el teatro, se imponen en el entorno literario sobre la poesía predominantemente lírica y la expresión del sentimiento (y sobre la novela, que narra historias ficticias y por lo tanto inútiles desde el punto de vista práctico). El teatro neoclásico se apoya, en consecuencia, en la claridad, la sobriedad y la naturalidad, y tiene como objetivo primordial la imitación de acciones humanas con finalidad didáctica. Por el mismo motivo, existe en este teatro una clara separación entre lo trágico y lo cómico. Por lo tanto, podemos clasificarlo en dos apartados, la tragedia y la comedia. La tragedia estaba escrita generalmente en verso y sus personajes eran nobles o reyes de épocas pretéritas. Debía servir de ejemplo a las personas de mayor autoridad (o “ilustradas”). Su mensaje consistía en afirmar que la pasión debía someterse a la razón y la obligación (social y moral). Autores notables de este apartado son Vicente García de la Huerta (cuya obra Raquel trata de los amores del rey Alfonso VIII con una mujer judía del mismo nombre), Manuel José Quintana (El duque de Viseo) o Nicolás Fernández de Moratín (padre de Leandro), autor, entre otras, de la tragedia titulada Guzmán el Bueno (sobre el personaje histórico homónimo). La comedia estaba escrita en verso o en prosa y sus personajes eran burgueses a los que acompañaban indefectiblemente sus criados. A través de ellos se ridiculizaban los vicios y los defectos de la sociedad de la época. Destaca en este apartado Leandro Fernández de Moratín, cuyas obras son las más representativas del neoclasicismo español. Escribió tres obras en verso (El viejo y la niña, El barón, La mojigata) y dos en prosa (La comedia nueva y El sí de las niñas, las más importantes). Así, la primera es una sátira contra las obras que entonces aplaudía el público (anticuada continuación de las obras barrocas del siglo anterior o comedias costumbristas contemporáneas); la segunda es un moderno alegato a favor de la libertad de la mujer a la hora de elegir marido y una sátira feroz contra los matrimonios de conveniencia comunes en su época. El sí de las niñas se ajusta a las normas neoclásicas, ya que respeta las tres unidades dramáticas: un solo lugar (una posada de Alcalá de Henares) para el desarrollo de una única acción, que, como el mismo Moratín advierte «empieza a las siete de la tarde y acaba a las cinco de la mañana siguiente», así como la verosimilitud y el decoro en el lenguaje de los personajes, que concuerda con su situación en la escala social. No por casualidad esta combinación de norma neoclásica (estructura) y defensa de la mujer (tema) hizo afirmar a Azorín, escritor de la Generación del 98, que esta obra era la primera romántica de la literatura española.
Finalmente, no se debe dejar de mencionar la comedia sentimental, que se distingue por la exaltación de nuevas virtudes cívicas como la sensibilidad o la humanidad, ejemplo de la cual tenemos en El delincuente honrado, de Gaspar Melchor de Jovellanos, ya mencionado como excelso ensayista.