La Evolución Simbólica en la Obra de Miguel Hernández
La poesía de Miguel Hernández, uno de los poetas más emblemáticos del siglo XX español, se caracteriza por un rico y evolutivo uso del simbolismo. A través de sus diferentes etapas, desde sus inicios hasta su obra póstuma, Hernández utiliza imágenes y metáforas para expresar sus vivencias, inquietudes y compromiso social.
Primeros Poemas y Perito en Lunas (1924-1933)
En sus primeros años (1924-1931), los poemas de Miguel Hernández reflejan su entorno de Orihuela. Imágenes como «el limonero, el pozo, la higuera, las pitas o el patio» son recurrentes, según José Luis Ferris.
Perito en lunas (1933) es un homenaje a Góngora, con 42 octavas reales al estilo del Polifemo. La influencia gongorina se aprecia en citas y en el verso final de «(Gallo)»: «a batallas de amor, campos de pluma» (de las Soledades). El toro aparece como símbolo de «sacrificio y de muerte». La palmera, elemento paisajístico mediterráneo, se compara con un chorro: «Anda, columna; ten un desenlace / de surtidor».
También hay imágenes y símbolos de su tiempo, como cuando describe a las veletas como «danzarinas en vértices cristianos / injertadas: bakeres más viudas», en referencia a Josefina Baker. Se percibe una influencia de Poeta en Nueva York (1929-1930) de Lorca, con símbolos referidos al sexo masculino: «su más confusa pierna», «remo exigente».
El Rayo que no Cesa (1936): Amor y Frustración
El tema central de El rayo que no cesa es el amor, y en torno a él giran los símbolos. El rayo, fuego y quemazón, representa el deseo, conectando con la tradición literaria. La sangre es el deseo sexual; la camisa, el sexo masculino; y el limón, el pecho femenino, como en «Me tiraste un limón, y tan amargo».
La frustración por la esquivez de la amada (Josefina Manresa) se traduce en la pena, tema central del libro. La ambivalencia de la amada, que «enciende el corazón y lo refrena» (como en Garcilaso), se ve en el soneto «Fuera menos penado si no fuera / nardo tu tez para mi vista, nardo», con metáforas suaves (nardo, tuera, miera) y otras más ásperas.
«Como el toro he nacido para el luto» resume estos temas, con un paralelismo simbólico entre el poeta y el toro de lidia: destino trágico, dolor, muerte, virilidad, corazón desmesurado, fiereza, burla y pena.
Algunos poemas, como «Me llamo barro aunque Miguel me llame» y «Por tu pie, tu blancura más bailable», sugieren una relación sexual más plena, posiblemente con Maruja Mallo. El pie es el símbolo clave, con influencia de Residencia en la tierra (1935) de Neruda.
Viento del Pueblo (1937): Compromiso Social
En Viento del pueblo, el yo del poeta se desplaza hacia los otros. Viento es la voz del pueblo encarnada en el poeta: «Vientos del pueblo me llevan». El pueblo cobarde y resignado es el buey. El león es la rebeldía y el inconformismo.
La mirada del poeta se vuelve hacia los que sufren, como en «El niño yuntero», «carne de yugo» desde su nacimiento. «Las manos» contrapone ricos y pobres, simbolizando las dos Españas.
Tras su matrimonio, el canto a la amada se centra en su maternidad. El vientre es el símbolo: «he poblado tu vientre de amor y sementera» («Canción del esposo soldado»). El hijo futuro es la prolongación de los esposos y la esperanza de una España mejor.
El Hombre Acecha (1939): La Guerra y la Deshumanización
El título El hombre acecha alude a la idea de que el hombre es un lobo para el hombre. El hombre es una fiera, como se ve en la «Canción primera».
Destacan los poemas sobre los desastres de la guerra. «El hambre» muestra las dos Españas enfrentadas: el poeta lucha «contra tantas barrigas satisfechas». La sangre, que en El rayo que no cesa era deseo, ahora es dolor. En «El tren de los heridos», la muerte se simboliza con un tren que solo se detiene en los hospitales.
El amor a la patria se manifiesta en «Madre España», a la que el poeta se siente unido «como el tronco a su tierra». El poemario se cierra con «Canción última», homenaje a Quevedo.
Cancionero y Romancero de Ausencias (póstumo): Dolor y Esperanza
Cancionero y romancero de ausencias se abre con elegías a la muerte de su primer hijo, Manuel Ramón, evocado con imágenes intangibles: «Ropas con su olor, / paños con su aroma»; «lecho sin calor, /sábana de sombra».
La esperanza renace con su segundo hijo, Manuel Miguel, destinatario de las «Nanas de la cebolla». En él se simboliza la pervivencia del poeta.
En la cárcel, la guerra es un mal sueño que ha llenado España de muertos y presos. Miguel Hernández sigue añorando a su amada. La muerte, simbolizada por el mar (como en Jorge Manrique), es la única certeza: «Esposa, sobre tu esposo».