IMÁGENES Y SÍMBOLOS EN LA POESÍA DE MIGUEL HERNÁNDEZ:
La obra poética de Miguel Hernández se nos presenta como una de las más ricas en imágenes y símbolos del siglo XX, encontrando parangón únicamente en la de Lorca. Debido a la estrecha relación entre vida y obra del poeta, muchos de estos símbolos se irán repitiendo a lo largo de la trayectoria de Migue Hernández, a la vez que aparecen otros para satisfacer las necesidades expresivas de cada momento./Los poemas de Miguel Hernández, en sus años de aprendizaje presentan unas imágenes tomadas directamente de su entorno de Orihuela, “el limonero, el pozo, la higuera, las pitas o el patio”. En el poema “Recuerdo…”, por ejemplo, se nos ofrece por primera vez la imagen del poeta pastor, que siempre acompañará a Hernández. “En cuclillas ordeño / una cabrita y un sueño”./Perito en lunas (1933) supone, por su cultivo de la metáfora gongorina y por la disposición de los poemas a modo de “acertijos líricos”, un importante paso en el desarrollo de imaginario hernandiano. Entre los símbolos, aparece por primera vez el toro, con el significado de desafío, sacrificio y muerte (sus cuernos son “mi luna menos cuarto” y los toreros, “émulos imprudentes del lagarto”). La palmera, elemento paisajístico mediterráneo, es comparada con un chorro: “Anda, columna; ten un desenlace / de surtidor”. Por otra parte, hay en este primer libro de Miguel Hernández imágenes y símbolos muy de su tiempo, las veletas son “danzarinas en vértices cristianos / injertadas: bakeres más viudas”, en alusión a la bailarina Josefina Baker, también negra y viuda. Y un aire a Poeta en Nueva Cork, de Lorca, tiene “(Negros ahorcados por violación)”, donde abundan los símbolos referidos al sexo masculino: “su más confusa pierna”, “náufraga higuera fue de higos en pelo”, “remo exigente”. /En El rayo que no cesa (1936) el tema fundamental es el amor y sobre él van a girar todos los símbolos que aparecen. Así, el rayo, que es fuego y quemazón, representa el deseo, enlazando a su vez con nuestra tradición literaria La sangre es el deseo sexual; la camisa, el sexo masculino y el limón, el pecho femenino, según podemos observar en un soneto como “Me tiraste un limón, y tan amargo”. La frustración que produce en el poeta la esquivez de la amada se traduce en la pena, uno de los grandes asuntos de este libro (soneto “Umbrío por la pena, casi bruno”). Este tema queda también plasmado en “Como el toro he nacido para el luto”. Más que desafío, esta vez se establece un paralelismo simbólico entre el poeta y el toro de lidia, destacando en ambos su destino trágico al dolor y a la muerte, su virilidad, su corazón desmesurado, la fiereza, la burla y la pena./
Viento del pueblo (1937) ejemplifica lo que es poesía de guerra, poesía como arma de lucha. Viento es voz del pueblo encarnada en el poeta: “Vientos del pueblo me llevan, / vientos del pueblo me arrastran.”Al pueblo cobarde y resignado, que no lucha, se le identifica con el buey (“los bueyes doblan la frente, / impotentemente mansa / delante de los castigos”). El león y,de nuevo, el toro, son imagen de rebeldía e inconformismo. Además, en consonancia con la poesía bélica, sus imágenes se cargan de dureza, de elementos metálicos y armas. La muerte aparece representada como un guerrero “con herrumbrosas lanzas y en traje de cañón.” El amor también tiene presencia en Viento del pueblo, pero esta vez se pone acento en la maternidad de la amada. El símbolo, por tanto, va a ser el vientre
; de ahí que en el comienzo de la “Canción del esposo soldado” leamos: “he poblado tu vientre de amor y sementera”. El hijo futuro será la esperanza de una España mejor (“para el hijo será la paz que estoy forjando”)./El título El hombre acecha (1939) recuerda la máxima latina homo homini lupus. De este modo, nos vamos a encontrar el tema del hombre como fiera y, en consecuencia, colmillos y garras, símbolo de la animalización regresiva del hombre, a causa de la guerra y del odio. También la sangre, que en El rayo que no cesa significaba el deseo, es ahora lisa y llanamente dolor, tal como se nos recuerda en “18 de julio 1936- 18 de julio 1938”: “Son dos años de sangre: son dos inundaciones”. A su vez, en “El tren de los heridos” la muerte viene simbolizada por un tren que no se detiene más que en los hospitales: “El tren lluvioso de la sangre suelta, / el frágil tren de los que se desangran, / el silencioso, el doloroso, el pálido. Se cierra el poemario con la “Canción última”, un claro homenaje a Francisco de Quevedo (“Miré los muros de la patria mía”), porque tanto aquí como allí casa es España. /Cancionero y romancero de ausencias, obra póstuma, se abre con elegías a la muerte del primer hijo del escritor. Éste es evocado mediante imágenes intangibles: “Ropas con su olor, / paños con su aroma.” La esperanza, no obstante, renace con la venida de un nuevo hijo: renace la imagen del vientre de la amada como único asidero en un mundo que se derrumba (“Menos tu vientre”). Al recién nacido van dedicadas las “Nanas de la cebolla”, con estremecedores imágenes cargadas de expresividad: “con sangre de cebolla/ se amamantaba”. Finalmente es inevitable el tema de la muerte cercana, simbolizada aquí por el mar, como en Jorge Manrique, empieza a ser la única certeza para el poeta: “Esposa, sobre tu esposo / suenan los pasos del mar”.