Se conoce como Novecentismo o Generación del 14 el movimiento cultural que, en España, en la segunda década del s. XX, utilizando como nombre y bandera el nuevo siglo, se opone a cuanto se considera propio del s. XIX. Las inmensas transformaciones socio-políticas acaecidas en Europa durante la primera década del s. XX, que conducirán sin remedio al estallido de la I Guerra Mundial en 1914, trastocarán de manera muy significativa el sistema de creencias y valores de los intelectuales europeos, así como su forma de concebir la estética y el arte.
Después de la Gran Guerra, Europa, arrasada, pone en cuestión la validez del sistema de valores heredado de su tradición e historia. En la esfera de las artes, esta búsqueda de renovación cristalizará en la aparición de las primeras vanguardias europeas, tendencias artísticas que expresaron sus postulados a través de manifiestos, marcando una línea ascendente de rechazo de la realidad objetiva. Estos ismos de principios de siglo fueron, por tanto, diferentes aproximaciones a este intento común de suprimir lo establecido y evidente por otra realidad nueva, e influirán notoriamente en la producción de los escritores novecentistas españoles.
Los principales movimientos de vanguardia europeos en estas primeras décadas del s. XX, que afectaron no solamente a la literatura, sino también a otras artes y muy especialmente a la pintura, fueron el Expresionismo (que supone la deformación de la realidad a partir de la visión subjetiva del artista), el Cubismo (que presupone la deformación y dislocación de realidades objetivas para formar otras nuevas), el Futurismo (movimiento que exaltaba los valores del nuevo siglo, como la velocidad, la técnica y el militarismo) y, más tardíamente, el Surrealismo (que superpone a la realidad cotidiana la realidad oculta que yace en los sueños y que representa el final de este camino ascendente hacia el ilogicismo). Otros movimientos de vanguardia, considerados más netamente literarios, serán el Dadaísmo (que presupone el rechazo manifiesto de la lógica racional) y el Creacionismo (movimiento que hace del poeta, no un servidor de la Naturaleza, sino un creador de realidades nuevas, a través de atrevidas y sorprendentes metáforas, sin asideros reales, desligando así la imagen literaria de la realidad objetiva).
Centrándonos ya en el panorama literario español, el Novecentismo supone un tipo de intelectual diferente. Ya no se trata de los bohemios modernistas, que se ganan la vida con sus artículos periodísticos, sino de profesionales (científicos, filósofos, filólogos, médicos, juristas…) sólidamente formados, titulados universitarios y de clara vocación europeísta, que, a través de numerosas publicaciones periódicas creadas por ellos mismos (Prometeo, Revista de Occidente, el diario El Sol, etc.), proponen la renovación y modernización de la vida política, social y artística en nuestro país. El primer rasgo que caracteriza a los intelectuales novecentistas es un marcado Racionalismo y antirromanticismo. Estos autores se vuelcan en el rigor intelectual, el análisis frío y objetivo de las circunstancias y la claridad expositiva; se busca, además, la expresión intelectualizada de las emociones, lejos del patetismo y los excesos sentimentalistas ROMánticos. En consecuencia, se defenderá lo que se denominó el arte puro, es decir, la idea de que el arte ha de tener entidad por sí mismo y, según los ideales de pulcritud mental, depuración y especialización, debe estar bien diferenciado de disciplinas como la sociología o la psicología. El arte tiene que limitarse a proporcionar placer estético y no ha de ser, por tanto, vehículo de preocupaciones religiosas o políticas ni de emociones privadas. El arte se convierte, por tanto, en un mero juego intelectual, que raya a veces en la frivolidad; un arte, en suma, deshumanizado. Es Ortega y Gasset quien mejor define y defiende esta nueva concepción del arte, próxima a la preconizada por los movimientos de vanguardia, en dos célebres ensayos: Ideas sobre la novela y La deshumanización del arte, ambos de 1925. La extrema preocupación por la concepción y estructura de las obras y por su lenguaje, es decir, el estilo cuidado y a menudo opaco, conduce a otro de los rasgos más carácterísticos de esta generación de escritores: el aristocratismo intelectual. Se trata de un arte elitista, un arte concebido, en palabras de Juan Ramón Jiménez, para la inmensa minoría. Por último, debemos destacar que el papel de los escritores novecentistas no se circunscribe a la actividad intelectual o artística, sino que pretendieron también influir en la realidad española de su tiempo, participando activamente en ella y colaborando con instituciones como la célebre Residencia de Estudiantes o la Junta para la Ampliación de Estudios.
El ensayo fue la vía predilecta que los intelectuales novecentistas utilizaron para exponer sus renovadoras ideas. Además de los ya mencionados ensayos estéticos, el filósofo madrileño Ortega y Gasset, figura fundamental del movimiento, abordó en El espectador (colección de ensayos recopilados en ocho volúMenes) otros muchos temas: culturales (Meditaciones del Quijote), políticos (España invertebrada) y sociales y filosóficos (La rebelión de las masas). Otros ensayistas destacados de este periodo fueron, junto a Ortega, Eugenio DOrs (quien acuñó el término novecentismo en un ensayo de 1906), el médico Gregorio Marañón, los historiadores Américo Castro y Sánchez Albornoz, Ramón Menéndez Pidal (padre de la moderna filología española) o Manuel Azaña, quien, años después, presidiría la II República española.
El intelectualismo de esta generación alcanza también a la novela, que continúa el camino de innovación iniciado por los autores del 98 (especialmente por Unamuno con sus nivolas). La ironía y el intelectualismo se unen al lirismo y al humor en esta nueva novela novecentista, donde, en consonancia con los aires de vanguardia, la importancia de la acción como guía de la narración queda relegada a un plano secundario. En esta línea escriben sus obras dos novelistas fundamentales del grupo: Ramón Pérez de Ayala (Troteras y danzaderas, Belarmino y Apolonio) y Gabriel Miró (Nuestro padre San Daniel, El obispo leproso). Más vanguardista si cabe resulta aún la prosa de una de las figuras más originales y controvertidas de la época: Ramón Gómez de la Serna, el gran difusor de las vanguardias en España. Además de sus célebres greguerías, género inventado por él, que definía como metáforas más humor, y que suponen una serie de imágenes sorprendentes e inusitadas de diferentes conceptos y piezas léxicas, fue autor también de novelas como El doctor inverosímil o El incongruente, donde el absurdo y el humor cobran gran importancia.
En lo referente a la lírica, la idea de poesía pura vendrá representada por uno de los poetas más importantes e influyentes del siglo: Juan Ramón Jiménez, quien, tras una primera etapa de influencias modernistas, explora a partir de 1916 nuevas vías creativas en busca de una depuración formal de la palabra poética y de la negación del ornamento vacío, que lo acerca a los presupuestos estéticos novecentistas. En esta denominada etapa intelectual, que se extiende hasta el inicio de la Guerra Civil, Juan Ramón Jiménez compuso poemarios como Diario de un poeta recién casado, Eternidades o Belleza. En cuanto a la penetración de las vanguardias en la lírica española, hay que destacar la importancia del Ultraísmo, movimiento netamente hispánico que recoge ingredientes de las diferentes vanguardias con la intención de encontrar caminos diferentes a los del Modernismo epigonal. Este movimiento, que utilizó como cauce de expresión las revistas literarias, abandona los moldes formales tradicionales, buscando una interpretación insólita de los objetos cotidianos. En línea con el Creacionismo, la poesía se convierte en una actividad inmanente y autónoma: la belleza no se encuentra en la realidad exterior, sino en el propio poema. Como poetas más representativos de este movimiento de vanguardia poético debemos citar a Guillermo de Torre, a Pedro Garfias y al escritor argentino Jorge Luis Borges, que llevó a América este ismo español.
En lo que concierne al teatro, al ser un espectáculo sometido más directamente a la aceptación del público general y a las presiones empresariales que lo ponen en marcha, se mantuvo en una esfera más conservadora y tradicional durante estas primeras décadas del s. XX. No obstante, sí hubo intentos de renovación por parte de figuras como el ya mencionado Ramón Gómez de la Serna o el barcelonés Jacinto Grau, cuya farsa El señor de Pigmalión (1921) supone formalmente un compendio de los procedimientos de la vanguardia teatral. También hay que mencionar, aunque no se circunscriba por completo a los preceptos novecentistas ni vanguardistas, la obra teatral de Valle-Inclán, quien, con Luces de Bohemia, inaugura el denominado esperpento teatral, técnica deformadora de la realidad que guarda estrechas relaciones con el expresionismo alemán.
Después de la Gran Guerra, Europa, arrasada, pone en cuestión la validez del sistema de valores heredado de su tradición e historia. En la esfera de las artes, esta búsqueda de renovación cristalizará en la aparición de las primeras vanguardias europeas, tendencias artísticas que expresaron sus postulados a través de manifiestos, marcando una línea ascendente de rechazo de la realidad objetiva. Estos ismos de principios de siglo fueron, por tanto, diferentes aproximaciones a este intento común de suprimir lo establecido y evidente por otra realidad nueva, e influirán notoriamente en la producción de los escritores novecentistas españoles.
Los principales movimientos de vanguardia europeos en estas primeras décadas del s. XX, que afectaron no solamente a la literatura, sino también a otras artes y muy especialmente a la pintura, fueron el Expresionismo (que supone la deformación de la realidad a partir de la visión subjetiva del artista), el Cubismo (que presupone la deformación y dislocación de realidades objetivas para formar otras nuevas), el Futurismo (movimiento que exaltaba los valores del nuevo siglo, como la velocidad, la técnica y el militarismo) y, más tardíamente, el Surrealismo (que superpone a la realidad cotidiana la realidad oculta que yace en los sueños y que representa el final de este camino ascendente hacia el ilogicismo). Otros movimientos de vanguardia, considerados más netamente literarios, serán el Dadaísmo (que presupone el rechazo manifiesto de la lógica racional) y el Creacionismo (movimiento que hace del poeta, no un servidor de la Naturaleza, sino un creador de realidades nuevas, a través de atrevidas y sorprendentes metáforas, sin asideros reales, desligando así la imagen literaria de la realidad objetiva).
Centrándonos ya en el panorama literario español, el Novecentismo supone un tipo de intelectual diferente. Ya no se trata de los bohemios modernistas, que se ganan la vida con sus artículos periodísticos, sino de profesionales (científicos, filósofos, filólogos, médicos, juristas…) sólidamente formados, titulados universitarios y de clara vocación europeísta, que, a través de numerosas publicaciones periódicas creadas por ellos mismos (Prometeo, Revista de Occidente, el diario El Sol, etc.), proponen la renovación y modernización de la vida política, social y artística en nuestro país. El primer rasgo que caracteriza a los intelectuales novecentistas es un marcado Racionalismo y antirromanticismo. Estos autores se vuelcan en el rigor intelectual, el análisis frío y objetivo de las circunstancias y la claridad expositiva; se busca, además, la expresión intelectualizada de las emociones, lejos del patetismo y los excesos sentimentalistas ROMánticos. En consecuencia, se defenderá lo que se denominó el arte puro, es decir, la idea de que el arte ha de tener entidad por sí mismo y, según los ideales de pulcritud mental, depuración y especialización, debe estar bien diferenciado de disciplinas como la sociología o la psicología. El arte tiene que limitarse a proporcionar placer estético y no ha de ser, por tanto, vehículo de preocupaciones religiosas o políticas ni de emociones privadas. El arte se convierte, por tanto, en un mero juego intelectual, que raya a veces en la frivolidad; un arte, en suma, deshumanizado. Es Ortega y Gasset quien mejor define y defiende esta nueva concepción del arte, próxima a la preconizada por los movimientos de vanguardia, en dos célebres ensayos: Ideas sobre la novela y La deshumanización del arte, ambos de 1925. La extrema preocupación por la concepción y estructura de las obras y por su lenguaje, es decir, el estilo cuidado y a menudo opaco, conduce a otro de los rasgos más carácterísticos de esta generación de escritores: el aristocratismo intelectual. Se trata de un arte elitista, un arte concebido, en palabras de Juan Ramón Jiménez, para la inmensa minoría. Por último, debemos destacar que el papel de los escritores novecentistas no se circunscribe a la actividad intelectual o artística, sino que pretendieron también influir en la realidad española de su tiempo, participando activamente en ella y colaborando con instituciones como la célebre Residencia de Estudiantes o la Junta para la Ampliación de Estudios.
El ensayo fue la vía predilecta que los intelectuales novecentistas utilizaron para exponer sus renovadoras ideas. Además de los ya mencionados ensayos estéticos, el filósofo madrileño Ortega y Gasset, figura fundamental del movimiento, abordó en El espectador (colección de ensayos recopilados en ocho volúMenes) otros muchos temas: culturales (Meditaciones del Quijote), políticos (España invertebrada) y sociales y filosóficos (La rebelión de las masas). Otros ensayistas destacados de este periodo fueron, junto a Ortega, Eugenio DOrs (quien acuñó el término novecentismo en un ensayo de 1906), el médico Gregorio Marañón, los historiadores Américo Castro y Sánchez Albornoz, Ramón Menéndez Pidal (padre de la moderna filología española) o Manuel Azaña, quien, años después, presidiría la II República española.
El intelectualismo de esta generación alcanza también a la novela, que continúa el camino de innovación iniciado por los autores del 98 (especialmente por Unamuno con sus nivolas). La ironía y el intelectualismo se unen al lirismo y al humor en esta nueva novela novecentista, donde, en consonancia con los aires de vanguardia, la importancia de la acción como guía de la narración queda relegada a un plano secundario. En esta línea escriben sus obras dos novelistas fundamentales del grupo: Ramón Pérez de Ayala (Troteras y danzaderas, Belarmino y Apolonio) y Gabriel Miró (Nuestro padre San Daniel, El obispo leproso). Más vanguardista si cabe resulta aún la prosa de una de las figuras más originales y controvertidas de la época: Ramón Gómez de la Serna, el gran difusor de las vanguardias en España. Además de sus célebres greguerías, género inventado por él, que definía como metáforas más humor, y que suponen una serie de imágenes sorprendentes e inusitadas de diferentes conceptos y piezas léxicas, fue autor también de novelas como El doctor inverosímil o El incongruente, donde el absurdo y el humor cobran gran importancia.
En lo referente a la lírica, la idea de poesía pura vendrá representada por uno de los poetas más importantes e influyentes del siglo: Juan Ramón Jiménez, quien, tras una primera etapa de influencias modernistas, explora a partir de 1916 nuevas vías creativas en busca de una depuración formal de la palabra poética y de la negación del ornamento vacío, que lo acerca a los presupuestos estéticos novecentistas. En esta denominada etapa intelectual, que se extiende hasta el inicio de la Guerra Civil, Juan Ramón Jiménez compuso poemarios como Diario de un poeta recién casado, Eternidades o Belleza. En cuanto a la penetración de las vanguardias en la lírica española, hay que destacar la importancia del Ultraísmo, movimiento netamente hispánico que recoge ingredientes de las diferentes vanguardias con la intención de encontrar caminos diferentes a los del Modernismo epigonal. Este movimiento, que utilizó como cauce de expresión las revistas literarias, abandona los moldes formales tradicionales, buscando una interpretación insólita de los objetos cotidianos. En línea con el Creacionismo, la poesía se convierte en una actividad inmanente y autónoma: la belleza no se encuentra en la realidad exterior, sino en el propio poema. Como poetas más representativos de este movimiento de vanguardia poético debemos citar a Guillermo de Torre, a Pedro Garfias y al escritor argentino Jorge Luis Borges, que llevó a América este ismo español.
En lo que concierne al teatro, al ser un espectáculo sometido más directamente a la aceptación del público general y a las presiones empresariales que lo ponen en marcha, se mantuvo en una esfera más conservadora y tradicional durante estas primeras décadas del s. XX. No obstante, sí hubo intentos de renovación por parte de figuras como el ya mencionado Ramón Gómez de la Serna o el barcelonés Jacinto Grau, cuya farsa El señor de Pigmalión (1921) supone formalmente un compendio de los procedimientos de la vanguardia teatral. También hay que mencionar, aunque no se circunscriba por completo a los preceptos novecentistas ni vanguardistas, la obra teatral de Valle-Inclán, quien, con Luces de Bohemia, inaugura el denominado esperpento teatral, técnica deformadora de la realidad que guarda estrechas relaciones con el expresionismo alemán.