Rodrigo Díaz de Vivar: Epopeya del Cid Campeador

Poema del Mio Cid

El Cantar de mio Cid es un cantar de gesta anónimo que relata hazañas heroicas inspiradas libremente en los últimos años de la vida del caballero castellano Rodrigo Díaz el Campeador. Se trata de la primera obra narrativa extensa de la literatura española en una lengua romance, y destaca por el alto valor literario de su estilo. El poema consta de 3735 versos de extensión variable.

La partida de Vivar

Protagonista: Rodrigo Díaz de Vivar, espaldas anchas, hombros cuadrados, manos grandes y huesudas. Junto a él, un grupo de hombres montados, guerreros al igual que él. Su vida era montar y guerrear, a todo peligro sabían enfrentar. Su valentía fue probada en innumerables batallas, no precisaba esconder su llanto: «Loado sea Dios, esto se lo debo a la maldad de mis enemigos». Salió galopando, lo siguieron sus hombres, dejaban atrás Vivar camino del destierro. Rodrigo no era un joven inexperto, lo acompañaba el apodo Cid Campeador, «señor de los campos de batalla». Su casa en Vivar estaba en Castilla. España estaba dividida en muchos reinos. La mayor parte del territorio estaba en manos de los árabes. Hacia el norte: León, Aragón, Castilla, Navarra eran reinos cristianos. Los reyes, tanto moros como cristianos, vivían en luchas constantes. Todos los recuerdos del Cid hablaban de batallas. Llevaba una carta con la firma del rey Alfonso: una orden de destierro, tenía solo nueve días para abandonar por siempre las tierras, si no, sería atacado por el ejército del rey. Nunca había sufrido una ofensa semejante. El castigo destinado a los traidores. El rey Alfonso había oído consejos de los falsos traidores y principalmente al conde García Ordóñez. El Cid reunió a sus parientes y vasallos. Les contó sobre su destierro y les preguntó para que hicieran según su deseo. Entre todos ellos, se distinguía por su porte Minaya Álvar Fáñez, de voz y pensamientos claros: «Te seguiremos», dijo. Todos aprobaron las palabras de Álvar Fáñez, y el Cid les agradeció su lealtad.

El camino de los recuerdos

El Cid no solía rememorar por gusto. Aquella tarde precisaba repasarlos para comprender la actitud del rey. El Cid sabía que Alfonso no era de los que dan puntada sin hilo. Aquella acción no había sido fruto de un arrebato, fue lentamente meditada, llevaba la fuerza oscura de antiguos sentimientos. El Cid tuvo que remontarse a su adolescencia. Hijo de hidalgos, se había criado en la corte del rey Fernando, padre de Alfonso. Sus dotes de guerrero siempre lo habían destacado.

Fernando lo había elegido como amigo de Sancho, su hijo mayor, y lo había armado caballero en la batalla de Coímbra; con Sancho vencieron al rey moro de Granada. El Cid había tomado prisionero al conde García Ordóñez, ahora consejero del rey Alfonso, y cortó su barba. A su muerte, don Fernando había repartido el reino entre sus cuatro hijos: Sancho recibió Castilla; a Alfonso, León; a Elvira, Toro; y a Urraca, Zamora; no respetó la ley de mayorazgo. Todo quería Sancho, quien se enfrentó con Alfonso, y junto con el Cid obtuvo la victoria quebrantando un pacto, atacando el campamento por la madrugada. Seguramente allí nació el odio de Alfonso, porque le quitaron la victoria de las manos, lo sacaron de la iglesia donde se había asilado y lo llevaron prisionero a Burgos. Urraca imploró por la libertad de Alfonso. El Cid aconsejó a Sancho que lo liberara. La condición era: Alfonso debía hacerse monje tras entrar en un monasterio. Alfonso había entrado en el monasterio y se escapó, se alió con el rey moro de Toledo. Sancho ya era rey de León y Castilla, tomó la ciudad de Toro y puso cerco a Zamora, que duraba más de lo pensado, Zamora no se rendía. Entonces apareció un traidor: Alfonso Vellido, quien embaucó a todos. Ofrecía ayuda para vencer la ciudad, el Cid desconfió de la condición: debían ir él y Sancho solos a la madrugada. Sancho dio la orden de que nadie lo siguiera, pero Rodrigo lo siguió y cuando estuvo cerca fue tarde, Sancho caía asesinado y él no pudo alcanzar a Vellido. El cerco de Zamora se perdió, y entonces llegó el momento de la reorganización. El reino de León coronó a Alfonso, Zamora quedó en manos de Urraca. Las cortes se reunieron en Burgos para discutir quién reinaría en Castilla. El Cid propuso a Alfonso y dijo que le tomaría juramento. Tres veces juró Alfonso sobre los santos evangelios (Jura de Santa Gadea), fue proclamado rey y el Cid besó su mano en señal de vasallaje. Aquella jura la estaba pagando ahora.

Una ciudad desierta

Sesenta hombres de a caballo atravesaron la muralla de piedra de la ciudad de Burgos y la encontraron desierta. Detrás de las ventanas de madera, hombres, mujeres y niños observaban el paso de los guerreros, sentían pena y también algo de temor. El Cid y sus hombres llegaron hasta la posada de la ciudad de Burgos, pero la encontraron cerrada. Un vasallo llamó, nadie respondió. El Cid se acercó con su caballo y dio una patada con todas sus fuerzas. Una chiquilla pidió perdón por no poder auxiliarlos, ya que el rey se los había prohibido, luego la niña se marchó. El Cid cabalgó hasta la iglesia de Santa María, oró, y luego levantó su campamento a las orillas del río Arlanzón. En esa noche, Martín Antolínez apareció para unirse a las fuerzas del Cid

y le otorgó provisiones. «Burgalés cumplido» lo llamó el Cid. Antolínez le propuso que fueran a ver a los judíos Raquel y Vidas (prestamistas) porque el Cid no contaba con dinero. Antolínez dijo a los prestamistas que el Cid necesitaba guardar dos arcas llenas de oro y plata, a cambio pedía 600 marcos en monedas. Había personas que decían que el Cid se había quedado con plata del rey y, al recordar eso, los prestamistas guardaron las arcas sin saber que estaban llenas de arena.

La separación

Esa misma noche el Cid quiso despedirse de su mujer y sus hijas, refugiadas en el monasterio de San Pedro de Cardeña. Doña Jimena (esposa del Cid), le pedía a la Virgen protección para su señor. Golpearon a la puerta, era el Cid quien entró con sus hombres más cercanos al monasterio, el abad don Sancho guiaba su camino. El Cid entregó al abad 150 marcos, 50 para el monasterio, 100 para su familia. Entró doña Jimena y las hijas, un abrazo fundió al guerrero y a sus tiernas mujeres. Mientras el Cid estaba en el monasterio, las campanas de San Pedro tañeron a todo vuelo, y todos los hombres de la región comprendieron su mensaje, el Cid se iba. Martín Antolínez reunió ciento quince jinetes que buscaban unirse a las mesnadas del Cid. Desde el monasterio el Cid vio a los jinetes, distinguió a Antolínez y cabalgó hasta su encuentro, lo saludó a él y recibió el saludo de cada uno de sus jinetes, sus nuevos vasallos. El Cid reunió a sus caballeros: Álvar Fáñez (primo hermano), Antolínez (leal y de rápidas decisiones), Pedro Bermúdez (su sobrino tartamudo). De los 9 días, quedaban tres. Detrás de ellos estaba el rey Alfonso, para encarcelarlo, pero el Cid no le daría la oportunidad: partirían del monasterio a la mañana siguiente. Oirían la misa de la Santa Trinidad y luego a cabalgar. Así lo hicieron, y así se marchó el Cid de Vivar.

En los bordes del mundo cristiano

Reposaron en Espinosa del Camino y esa misma noche mucha gente se unió a las mesnadas. Dejaron atrás San Esteban de Gormaz, para cruzar el río Duero, llegaron hasta Navapalos. En Figueruela alzaron las tiendas. El Cid se durmió y soñó con San Gabriel, quien le dijo que mientras viviera la fortuna le sonreiría, se despertó, se alegró por el sueño y se persignó.

La primera batalla

A la mañana el Cid reunió sus fuerzas contra trescientas lanzas, organizó los jinetes por grupos y designó a un mozo diestro para que guiara el paso por las laderas de la sierra de Miedes, los caballos daban trancos inseguros. En un bosque el Cid ordenó el descanso, allí con Minaya decidieron la primera batalla: Castejón de Henares. A la madrugada lanzarían el ataque, el Cid con cien caballeros entraría por la retaguardia y Minaya con doscientos iría en algara. Ya Castejón estaba en manos del Cid.

La respuesta mora

Todo fue un suceder de batallas, toma de castillos, amotinamientos nocturnos, el entrar en granjas como salvajes. El primer castillo importante tomado por el Cid y sus hombres fue Alcocer, donde se instalaron y se hicieron servir por los moros, pero estos no se quedaron de brazos cruzados. El rey de Valencia declaraba que el Cid debía pagarle tributo a él. Ordenó a dos emires (Fáriz y Galve) que guiaran su ejército: tres mil jinetes bien armados. En tres días el ejército llegó a Calatayud, aquellos guerreros iban a defender lo que era suyo, cercaron Alcocer durante tres semanas. Los del Cid se reunieron para discutir, Minaya sugirió que atacaran, y al amanecer todos los caballeros estaban armados. Pedro Bermúdez llevaba la enseña, el Cid ordenó que las mesnadas estuviesen quietas, pero Bermúdez alzó la enseña y se metió en la fila más llena de moros, el Cid ordenó que se lo ayudara. Cuando los del Cid pudieron ver el campo de batalla, yacían muertos más de 1300 moros. El Cid asesinó a un general moro con un buen caballo y otorgó este a Minaya. El Cid venció a Fáriz y Antolínez a Galve. Los del Cid saquearon el campamento moro.

Un obsequio para el rey

Las batallas tenían una rutina: contar los muertos y enterrarlos, el recuento del botín, el reparto donde todos cobraban. El Cid de su parte seleccionó los 30 mejores caballos, las mejores espadas y una bota alta llena de oro y plata fina, y le encomendó a Minaya que se llevase todo como obsequio al rey Alfonso, quien lo aceptó, pero la ley de destierro seguía vigente.

Ida y vuelta de Castilla

Minaya y sus hombres partieron a Castilla. El Cid se quedó, pero fue en busca de nuevos territorios para conquistar, mandó emisarios a las ciudades vecinas para negociar con los moros, les vendió Alcocer por 3000 marcos de plata, y otra vez a cabalgar. De Alcocer pasaron a El Poyo de Monreal, desde donde asolarían una amplia región. Una madrugada volvió Minaya con 200 caballeros, su relato fue meticuloso: el rey lo había recibido amablemente, le preguntó quién enviaba el regalo, le conté sobre ti y sobre la batalla, le besé los pies y las manos para que le perdonara, el rey lo pensó, pero era muy pronto, aceptó el regalo y restituyó a Minaya.

El conde de Barcelona

Se dirigieron a Olocau y se acercaron a las tierras de Ramón Berenguer, el conde de Barcelona, quien sintió peligrar su poder y riquezas, él debía darle su

merecido al Cid. Para enfrentarle formó su ejército donde había moros y cristianos. Cuando se enteró el Cid, quiso evitar el combate, pero el conde no estaba dispuesto a retroceder. La batalla fue dura, pero el Cid venció y le quitó al conde la Colada (su espada). La deshonra embargaba al conde, quien hubiese preferido morir luchando, durante dos días se mantuvo obstinado, al tercer día el Cid le propuso que si comía le daría libertad a él y dos hombres más. Luego de comer, el conde dijo que nunca olvidaría el gusto que había tenido y pidió marcharse, y se marchó.

La toma de Valencia

Varios años transcurrieron. Tomaron el castillo de Murviedro para instalarse allí, lo que puso nerviosos a los valencianos, quienes se enfrentaron de nuevo con él con un ejército más grande. El Cid mandó a llamar a todos los pueblos que eran sus vasallos, esta vez el Cid atacaría por el frente y Minaya iría por un flanco, la victoria fue del Cid. Durante tres años asolaron Valencia, esta pidió ayuda al rey de Marruecos, pero este no los ayudó porque estaba en otra guerra. El Cid buscó refuerzos, cercó Valencia durante nueve meses y al décimo los valencianos se rindieron. Ahora el Cid dominaba una ciudad que miraba al mar.

La defensa de Valencia

El rey moro de Sevilla les presentó batalla, su ejército era de 30000 hombres. La batalla fue feroz, se prolongó hasta Játiva, cuando los moros comenzaron a retirarse. El rey de Sevilla logró escapar, pero perdió a su caballo Babieca en manos del Cid. El Cid llamó a Minaya para llevarle 100 caballos y que les permitiese venir a su familia, también le encargó que llevase mil francos para darle 500 al abad Sancho y con lo demás vistiera a su familia. Por último, pidió a Minaya que proclamase que erigiría un obispado en Valencia con un clérigo, don Jerónimo. La ciudad de Valencia era el paraíso, el Cid se juró defender las ciudades a las que los valencianos.

El perdón del rey

Minaya recorrió las tierras en paz, al llegar preguntó por el rey Alfonso, quien justo salía de misa. Minaya dijo: «Las manos le besa el Cid, que pide su merced, le envía 100 caballos como obsequio». Alfonso se santiguó, aceptó el obsequio. Junto al rey se encontraba García Ordóñez, el más enconado enemigo del Cid, quien debía empañar la imagen del Cid, pero esta vez no funcionó. El rey restituyó al Cid.

El regreso de las damas

En el momento de la partida, 75 hombres pidieron unirse a Minaya, quien envió mensajeros al Cid para avisarle que en cinco días llegarían. Doña Jimena y sus dos hijas, que ya eran mujeres, iban montadas, el mundo se les mostraba de golpe, solo Minaya hablaba con ellas de cerca

las escoltaba para que nadie les faltara el respeto. Los mensajeros llegaron, al oír las buenas noticias el Cid envió a cien caballeros para que se reunieran con Minaya, entre ellos iban los más cercanos al Cid: Minaya, Antolínez, Bermúdez, Muño Gustioz y don Jerónimo. Los caballeros pasaron por la casa del moro Abengalbón, quien se unió con 200 jinetes más. Cuando Minaya vio a todos esos caballeros, envió a dos de sus hombres para ver qué estaba pasando, «se tratan de los nuestros», dijeron, y todos partieron a Valencia.

El reencuentro

Mandó a sus servidores que guardaran Valencia, luego se preparó: eligió a Babieca como cabalgadura, se vistió con una larga túnica de seda con bordados de oro, se arregló la barba, tomó el escudo y la lanza y salió. Cuando Jimena vio venir al Cid se echó a sus pies, pero el Cid la levantó y la estrechó en sus brazos, abrazó a sus hijas y lloraron de alegría. Cruzaron la muralla tomados del brazo, cuando llegaron al lugar más alto su familia contempló su reino y el Cid las contempló a ellas, entonces los cuatro agradecieron a Dios por volverse a reunir y por sus riquezas.

Después de la toma de Valencia

El rey de Marruecos, Yúsuf, quiso recuperar Valencia, pero fue vencido por el Cid, quien envió 200 caballos al rey. Sus regalos asombraron a todos e hicieron crecer la codicia en los infantes de Carrión (parientes de García Ordóñez), quienes pidieron al rey las manos de las hijas del Cid. El rey se reunió con el Cid a orillas del Tajo después de tantos años, el Cid aceptó la propuesta de los infantes de Carrión. Luego de celebrar las bodas en Valencia, los infantes demostraron su cobardía en la batalla frente al rey marroquí, Búcar. Luego de vencer, el Cid se convirtió en la persona más respetada de España. Los infantes, ofendidos por las burlas, tramaron venganza: se fueron a Carrión con sus mujeres, pero en el robledo de Corpes, azotaron y abandonaron a sus mujeres. Al enterarse de su deshonra, el Cid envió a Minaya a recoger a sus hijas y a Gustioz a exigir al rey Alfonso justicia, este convocó a toda su corte en Toledo. El Cid hizo sus demandas y exigió a los infantes de Carrión la devolución de las espadas Colada y Tizona y la restitución de la dote de sus hijas, además exigió la reparación de su honor mediante un combate entre caballeros.

El Cid como héroe nacional

Los infantes de Navarra y Aragón pedían la mano de las hijas del Cid, el rey accedió y ordenó que la lucha fuera en Carrión, donde los cobardes infantes fueron vencidos y humillados. Las hijas celebraron su segundo matrimonio, y así fue como la sangre del héroe de Vivar nutrió con su nobleza a España. El Cid, hombre honrado y leal vasallo, batalló hasta el final de sus días.

La poesía épica medieval

Tiene sus raíces en la épica germánica, floreció a fines del siglo XI en Francia y se extendió por Europa occidental. Características:

  • Está centrada en la figura del héroe, donde se exaltan las virtudes más apreciadas por una comunidad. El héroe épico otorga dignidad al humano, porque es la muestra de lo que es capaz de lograr el hombre, no posee poderes sobrenaturales, sino la capacidad de cualquier mortal pero en grado superlativo.
  • Es poesía de acción, porque el héroe manifiesta sus virtudes en la acción narrativa que atrae el interés hacia el héroe mostrando lo que hace: buscar el honor a través del riesgo. La poesía épica carece de comentarios e intromisiones del narrador.
  • Su narración es objetiva y realista, no hay introspecciones de los personajes y sus acciones transcurren en ambientes cotidianos.
  • Posee linealidad y unidad de acción, relata las hazañas del héroe continuamente sin distracciones.
  • Su unidad de composición es el verso, la versificación se organiza en tiradas de versos de extensión variada.
  • Son poesías de génesis oral, con una estructura simple. Remite a una edad heroica: los hechos se ubican en un tiempo pasado donde la comunidad habría alcanzado su máxima gloria. La referencia a una edad heroica está ligada a la función social que cumple la poesía épica, que consiste en la exaltación de los valores de un pueblo o de los valores de un grupo social.

Fenómenos orales y escritos

La oralidad y la escritura constituyen tecnologías culturales al servicio de la comunicación de los miembros de la sociedad, ahora nos centramos en la escritura en lenguas modernas.

La actuación juglaresca

Durante la Alta Edad Media y hasta fines del siglo XII, la figura más importante era el juglar y su actividad fue la principal práctica literaria. El juglar componía o repetía poemas líricos y épicos. Fueron una institución cultural que funcionaba como intermediarios entre la memoria colectiva y la comunidad, de custodios del patrimonio cultural comunitario, entretenían al público y constituía un acto de celebración de la identidad compartida.

El surgimiento del verso escrito

La iglesia comenzó a preocuparse por llegar a un público amplio, comenzaron a valorar a los juglares y a componer obras en lenguas vernáculas. La escritura comenzó a desplazar a la oralidad. A lo largo del siglo XIII, la escritura siguió desarrollándose y encarnando empresas literarias más ambiciosas en verso y en prosa. Todas estas obras fueron posibles por la difusión del papel. La oralidad y la escritura convivieron hasta el final de la Edad Media y aun después de la aparición de la imprenta.

La figura del héroe en el Cantar de mio Cid

El héroe épico reúne las virtudes más apreciadas por la comunidad en la que surge el cantar de gesta. Encarna los deseos de la humanidad de superar su fragilidad y ampliar los límites de su experiencia vital. Sus hazañas son la prueba de lo que el hombre es capaz porque el héroe épico no posee poderes sobrenaturales. No hay lugar para la ambigüedad y son extremadas las pasiones que mueven a los personajes. En el Cantar de mio Cid, esta particularidad aparece atenuada, el Cid es el último de los héroes épicos tardíos, ha influido en la condición heroica del personaje.

Un personaje virtuoso

El Cid aparece como un personaje virtuoso caracterizado por la mesura, es un héroe épico definido por que enfrenta las desgracias y se lanza al combate con prudencia y sensatez, asume con resignación las injusticias que sufre y evita responder con violencia, no desea nunca enfrentarse con su rey y sigue respetando el vínculo del vasallaje. Es un héroe que se preocupa por el bienestar de sus vasallos y es generoso con los vencidos. Además es extremadamente religioso y ama a su familia.

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