CAPÍTULO 1:
El marinero Luis Alejandro Velasco, se encontraba, al igual que sus compañeros del destructor Caldas, en Mobile, Alabama, debido a que el barco debía someterse a ocho meses de reparación. Un día, tras ver “El motín del Caine”, una película en la que había una gran tormenta, Luis Alejandro decidió que, en cuanto regresara a Cartagena, abandonaría la Marina. El barco zarpó en al madrugada del veinticuatro de febrero, y el marinero, no conseguía dormirse debido al miedo que sentía.
CAPÍTULO 2:
Durante los primeros días, el marinero había sentido miedo por el tiempo en el Golfo de México, pero el barco se deslizaba con suavidad. Más tarde, el barco empezó a tambalearse cada vez más, y dieron la orden a todo el personal de ir a babor. Allí se acomodaron los marineros, y Luis Alejandro se puso entre la carga para no ser arrastrado por ninguna ola, pero antes de darse cuenta ya estaba en el agua.
CAPÍTULO 3:
Al caer al mar, se agarró a una de las cajas de mercancía que había en el mar. Pensó que el destructor se había hundido, pero luego se dio cuenta de que estaba equivocado. De repente vio en el mar dos balsas, pero una se la llevó una ola y la perdió de vista. Decidió ponerse a nadar para alcanzar la otra y, cuando se subió a la misma vio a cuatro de sus compañeros en el mar, pero desafortunadamente ninguno de ellos logró alcanzar la balsa y se ahogaron. Luis Alejandro pensó que no pasaría mucho tiempo hasta que le fueran a rescatar.
CAPÍTULO 4:
Luis Alejandro pensó que, no tardarían en llegar aviones en su busca y planeó que, cuando llegaran, se pondría de pié y agitaría su camisa. Pero pasó la tarde y por allí no pasó ni una mosca. A las siete anocheció, y se puso a contemplar la Osa Menor y a mirar la hora en su reloj desesperadamente. Se dio cuenta de que la balsa había estado avanzando en línea recta pero creía que lo más probable era que estuviera yendo en dirección contraria a Cartagena. Pasó la larga noche sin dormir y pendiente de su reloj, pero, al amanecer, vio que un avión se dirigía, desde lo lejos, hacia la balsa.
CAPITULO 5
Luis Alejandro Velasco agitó su camisa al pasar el avión, pero se dio cuenta de que había pasado demasiado lejos como para verle. El avión pasó , dio la vuelta y se fue por donde había venido. Luego pasó otro, y sucedió lo mismo. Creyó que el tercero sí que le había visto, puesto que pasó cerca y por encima de la balsa dos o tres veces, pero se fue y no volvió. A las cinco llegaron los tiburones, que merodeaban alrededor de la balsa y devoraban peces menores. Entonces él ya tenía sed y hambre. Por la noche, se le apareció un amigo suyo, que le señalaba el puerto y hablaron. El remó hacia donde le señalaba, cuando vio las luces del puerto , su amigo ya no estaba allí y las luces del puerto eran los primeros rayos de sol.
CAPITULO 6
Al tercer día no ocurrió nada en particular. Más tarde perdió la noción del tiempo, ya que, se dio cuenta de que era febrero, que es más corto. Todas las noches veía a su amigo, Jaime Manjares, hablaba un rato con él y se volvía a ir. Una noche vio de lejos un barco, pero desapareció y Luis Alejandro no pudo remar contra la brisa para alcanzarlo. Se encontraba tan agotado, que sentía deseos de morir, pero entonces pensaba en peligros y volvía a tener fuerzas. Una vez pensó en caníbales y ya no tenía tnato miedo al mar como a la tierra.
Era su quinto día en el mar cuando vió siete gaviota volando sobre la balsa, lo que le dio nuevas fuerzas. Más tarde se fueron, pero se quedo una pequeña y Luis Alejandro se quedó inmóvil hasta que se acercó a su mano, entonces, la empezó a deslizar.
CAPITULO 7
Capturó la gaviota y, cuando la despedazó, se comió (aunque con asco) lo que pudo y luego echó el resto a los tiburones. Esa noche salió la luna y le dio renovadas fuerzas para continuar debido a que su reflejo en el mar parecían luces de barcos. A las 5 de su séptimo día se le ocurrió mascar las tarjetas que le habían dado en un almacén de Mobile y la garganta se le alivió y la boca se le lleno de saliva. Esa noche durmió fenomenal. Se despertó pensando que no sería su último día en el mar, pero de repente vio siete gaviotas; ya era la tercera vez que veía siete y pensó que se habrían perdido y que en lugar de ir acercándose a la costa, se estaba alejando y las siete gaviotas eran siempre las mismas.
CAPITULO 8
Los peces nadaban junto a la balsa en su séptimo día en el mar. Ya no tenía esperanza de llegar a ningún sitio. Decidió tratar de pescar con la mano, pero los peces se escabullían rápidamente de su mano. Notó que le daban pequeños mordisquitos pero al sacar la mano tenía los dedos en carne viva. Su balsa se llenó de tiburones que se daban un festín con los peces. De repente, un pez se metió en la balsa. Luis Alejandro, primero pensó que se trataba de un tiburón, pero era un pez. Le golpeó varias veces con el remo hasta que le dio muerte. Los tiburones golpeaban la balsa debido al olor de la sangre. Con dos mordiscos del pescado, el marinero se sintió satisfecho y cuando fue a lavarlo en el mar un tiburón se lo llevó de un mordisco. Luis Alejandro, enfadado, le propinó un golpe al tiburón con el remo y éste se llevó la mitad de un mordisco.
CAPITULO 9
La noche de su séptimo día en el mar, la balsa dio dos vueltas de campana, y en la segunda casi se ahogó, puesto que se había atado al enjaretado para no perder la balsa. Solo se quedó con el remo roto por el tiburón. Cuando amaneció se dio cuenta de que el mar había cambiado de color. Esa mañana vio una gaviota grande y vieja (que no se suelen alejar de tierra) y un montón de gaviotas le acompañaron ese día. Luis Alejandro se puso a examinar el horizonte, como en sus primeros días en el mar; se sentía con renovadas fuerzas.
CAPITULO 10
La noche de su octavo día en el mar no le costó dormirse, pero, al despertar, se volvió a hundir al comprobar el estado en el que se encontraba, y al palpar su cara demacrada. Sentía ganas de morir y además ya no sabía distinguir entre las alucinaciones y lo real. De repente, y sin saber como, vio una raíz en medio de la balsa y aunque no le calmó el hambre, el comérsela le dio un poco de esperanza pues se acordó de la historia de Noé, en la que una paloma le trajo una rama de olivo como anuncio de que la tierra estaba próxima.
CAPÍTULO 11
La novena noche fue, para él, la más larga de todas ya que se pasó toda la misma recordando, minuto a minuto, lo que le había pasado desde la caída del destructor. Al amanecer, casi sin fuerzas, miró el horizonte y tuvo un espejismo sobre la tierra. Como el ya lo sabía, tomó el remo roto y se estaban acomodando cuando vio el perfil de la tierra. La balsa avanzaba hacia unos acantilados y decidió tirarse al agua y nadar. A los quince minutos de estar nadando no veía la tierra y le entró miedo por si había sido otra vez un espejismo. Pero había nadado mucho como para regresar a la balsa.
CAPITULO 12
Tardó un tiempo en ver la tierra, pero cuando lo consiguió, no le cupo la menor duda de que no era un espejismo. Cuando vio que hacía pié, tuvo que clavar manos y rodillas en la arena para llegar a la arena, puesto que la corriente le empujaba hacia adentro. Esto le costó mucho, pero, al principio, pensó que podían ser arenas movedizas y eso le ayudó a continuar a pesar de sur heridas. Al llegar a tierra firme, buscó instintivamente el rastro de personas, cuando de repente oyó el ladrido de un perro y más tarde vio a una chica joven, negra. El marinero le pidió ayuda en inglés, pero la muchacha se marchó aterrorizada. Luego apareció un hombre pálido con un burro y un perro, y le dijo que volvería a por él. Luis Alejandro preguntó que en qué lugar estaban y le contestó que en Colombia.
CAPÍTULO 13
El señor de cara pálida no tardó en volver, pero esta vez acompañado por su mujer: la muchacha negra. Le subieron al burro y le llevaron a una choza al lado del camino. Le tumbaron en una cama y, cada poco, le traían agua con azúcar a pesar de sus súplicas para que le dieran comida, ya que eso le hubiera sentado fatal. Además, Luis Alejandro tenía muchas ganas de contar lo sucedido, pero tampoco le dejaron. En Mulatos nadie sabía lo del destructor, ya que sólo tenían una radio y no escuchaban las noticias. Le llevaron en una hamaca hasta Mulatos, y tras pasar una noche allí, le volvieron a trasladar, esta vez acompañado por todos sus habitantes, hasta el pueblo más cercano en el que había un médico. Éste le comunicó que había una avioneta esperándole que le llevaría a Bogotá, donde le esperaba su familia.
CAPÍTULO 14:
Luis Alejandro pronto se convirtió en un héroe al que todos le pedían que contara su historia. Una vez, cuando todavía estaba en el hospital y no se le permitía hablar con la prensa, un reportero se disfrazó de médico y de ese modo consiguió dos dibujos suyos, con los que realizó un reportaje en la portada de un periódico. Después de la tragedia, Luis Alejandro decía que según él nada había cambiado, que seguía siendo el mismo de siempre. Le pagaron mucho dinero por hacer anuncios: de los zapatos que llevó, los chicles que mascaba normalmente … Además, contó su historia por televisión y radio. Cuando le dicen que su historia es una invención fantástica él les pregunta: “Entonces, ¿qué hice durante mis diez días en el mar?”.