Realismo y Naturalismo
El realismo es un movimiento artístico que aparece en la segunda mitad del siglo XIX, cuando la burguesía se establece como clase dominante y su separación del proletariado provoca problemas sociales, en un contexto de Revolución Industrial. Este desequilibrio lleva al despertar del movimiento obrero y se refleja en la literatura realista, que busca representar la realidad de forma fiel, observando y analizando la vida diaria. Así, la literatura realista se aleja del romanticismo, que se centraba en la fantasía y la intimidad, y se enfoca más en los problemas de la clase burguesa, aunque también muestra la pobreza de las clases más bajas.
Los escritores realistas, que son principalmente burgueses, escriben sobre su propia clase social y se dirigen a un público de clase media. Sin embargo, muchos de ellos también se interesan por mostrar la vida difícil de los sectores más desfavorecidos. El realismo se extiende por Europa y América, con Francia como su origen, donde destacan autores como Stendhal, Balzac y Flaubert. En Inglaterra, Charles Dickens describe la vida de los más pobres durante la industrialización, mientras que en Rusia, Tolstói y Dostoievski exploran profundamente la psicología humana. En España, aunque la inestabilidad política retrasó el realismo, este se afianza después de la Revolución de 1868.
El naturalismo, un estilo relacionado con el realismo, surge en el último cuarto del siglo XIX con el escritor francés Émile Zola. Este movimiento se basa en ideas científicas de Darwin y Mendel, así como en el positivismo, que afirma que todo conocimiento debe venir de la observación y experimentación. La novela naturalista ve al comportamiento humano como algo determinado por la herencia biológica y las circunstancias sociales, no como algo libre. Los escritores naturalistas se centran en las realidades más duras y marginales, como la violencia y las enfermedades. Aunque en España el naturalismo no tuvo mucha aceptación, algunos autores usaron sus ideas y recursos en sus obras.
Características de la Narrativa Realista y Naturalista
Tanto el realismo como el naturalismo se basan en observar la realidad de manera objetiva, y aunque tienen características comunes, se distinguen principalmente por el enfoque más extremo del naturalismo. El objetivo principal de ambos movimientos es mostrar historias creíbles, para lo cual los escritores investigan y analizan minuciosamente. Esto se refleja en descripciones detalladas de lugares y personajes. Además, las novelas de esta época se centran en la realidad que los rodea, por lo que a menudo incluyen hechos de las últimas décadas del siglo XIX.
Los temas que más interesan a los autores realistas son aquellos que permiten explorar la psicología humana o las relaciones sociales, como los problemas amorosos (adulterio, matrimonios sin amor, diferencias de edad o clase) y las tensiones ideológicas. Los protagonistas suelen ser personajes complejos que enfrentan problemas cotidianos y cuyo carácter se forma a medida que interactúan con su entorno o, como en el naturalismo, se ven fuertemente influenciados por él. El lenguaje que usan los personajes refleja su estatus social y sus características personales.
En este tipo de narrativa, el narrador omnisciente es muy común, ya que conoce todos los detalles de la historia. En las novelas realistas, el narrador suele intervenir y expresar sus opiniones sobre los eventos. En cambio, el naturalismo tiende a usar una narración más impersonal, donde el narrador casi desaparece. Para dar más realismo, se usan técnicas como el estilo indirecto libre y el monólogo interior, que permiten mostrar los pensamientos de los personajes sin necesidad de que el narrador los explique directamente.
Autores Destacados del Realismo y Naturalismo
José María de Pereda
José María de Pereda es conocido por sus novelas regionalistas, que se desarrollan en su tierra natal, Cantabria. En sus obras, destaca la exaltación de los valores de la vida rural frente a la vida urbana. Pereda presenta un paisaje que suele tener más protagonismo que los propios personajes, ya sea en ambientes marineros, como en Sotileza, o en paisajes de montaña, como en Peñas arriba. A través de estos escenarios, Pereda transmite una visión idealizada de la vida campestre, marcando una clara oposición con la vida industrial y urbana que comienza a ganar terreno en el siglo XIX.
Juan Valera
Juan Valera representa un realismo más idealizado y preocupado por la belleza de la prosa. Su obra se inclina hacia el análisis psicológico de los personajes, explorando los conflictos internos entre los deseos humanos y las expectativas sociales o religiosas. En Pepita Jiménez, por ejemplo, narra la historia de un joven seminarista que se enamora de una viuda mucho mayor que él, quien está comprometida con su padre. La novela aborda los dilemas morales y sentimentales que surgen entre estos personajes, mostrando la lucha entre las pasiones humanas y las convenciones sociales.
Vicente Blasco Ibáñez
Vicente Blasco Ibáñez es el principal exponente del naturalismo en España, un movimiento que se caracteriza por un enfoque fatalista y una visión más sombría de la realidad. Sus novelas, como Arroz y tartana, La barraca y Entre naranjos, están marcadas por la influencia del determinismo, donde los personajes se ven condicionados por su entorno social y sus circunstancias personales. Blasco Ibáñez sitúa sus historias en su tierra natal, Valencia, y utiliza estos escenarios para hacer una fuerte crítica social, especialmente hacia las injusticias y desigualdades presentes en la sociedad de la época.
Emilia Pardo Bazán
Emilia Pardo Bazán fue una gran defensora del naturalismo en España, aunque modificó algunos aspectos de la corriente. En La Tribuna retrata el mundo de las cigarreras en la fábrica de tabacos de Coruña, mostrando un entorno duro y lleno de tensiones sociales. En Los pazos de Ulloa y La madre naturaleza describe la decadencia de la aristocracia gallega, marcada por la violencia y la corrupción. Posteriormente, su obra evolucionó hacia un enfoque psicológico y más introspectivo, como se ve en Insolación, donde profundiza en los sentimientos y conflictos de los personajes.
Leopoldo Alas, Clarín
Leopoldo Alas, conocido como Clarín, es célebre por La Regenta, una novela clave del realismo español. Ambientada en la ciudad ficticia de Vetusta (representación de Oviedo), la obra explora la hipocresía social y la represión de las pasiones a través de la protagonista, Ana Ozores. Su insatisfacción matrimonial y su amor prohibido con Álvaro Mesía la llevan a enfrentarse a un juicio social que la aísla. La Regenta es una crítica a las normas sociales de la época, especialmente sobre la doble moral y las pasiones reprimidas.
Benito Pérez Galdós
Benito Pérez Galdós, nacido en Canarias, es uno de los grandes novelistas del siglo XIX español, especialmente conocido por sus Episodios nacionales. Esta serie de 46 novelas recorre la historia de España desde la Guerra de Independencia hasta la Restauración borbónica, utilizando personajes ficticios en contextos históricos. Además de estos episodios, Galdós escribió novelas de crítica social y psicológica, como Fortunata y Jacinta, donde explora la vida en el Madrid de la época y las relaciones entre clases sociales. También profundiza en temas espirituales y morales en su última etapa, con novelas como Misericordia.
Poesía y Teatro en la Segunda Mitad del Siglo XIX
En la segunda mitad del siglo XIX, mientras que la narrativa se centra en el realismo, la poesía se caracteriza por el posromanticismo, con dos autores principales: Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro. Bécquer, en sus Rimas, escribe poemas breves y melancólicos sobre el amor, desde el comienzo de la ilusión hasta el fracaso. Sus poemas abordan temas sobre la poesía, el amor y la vida, siempre con un tono pesimista. Rosalía de Castro, por su parte, da voz a los sentimientos del pueblo gallego en su poesía, destacándose por su tristeza y soledad. Sus libros más importantes son Follas novas y Cantares galegos (en gallego) y En las orillas del Sar (en castellano). Además, durante este tiempo también aparece una poesía más realista, con un estilo sencillo y directo, como la de Ramón de Campoamor, que evita los exagerados sentimientos románticos.
En el teatro realista, aunque se adapta a los gustos de la sociedad burguesa, no tiene tanto protagonismo como la novela. Aparecen comedias morales (como las de Tamayo y Baus), dramas de estilo romántico (de José Echegaray) y obras sociales (de Joaquín Dicenta). Además, se desarrolla el «teatro menor», como la zarzuela, una forma de teatro musical y popular, representada en obras como La verbena de la Paloma, de Ricardo de la Vega.
El Espíritu Finisecular
A principios del siglo XX, Europa vivió un cambio de mentalidad marcado por el rechazo a la visión racionalista que predominó en el siglo XIX. Frente al positivismo que influyó en el realismo y el naturalismo, se impone el irracionalismo, defendido por filósofos como Kierkegaard, Schopenhauer, Nietzsche y Freud. Esta nueva filosofía se ajusta al espíritu del final de siglo, donde ya no existen certezas como antes.
En España, este clima de crisis cultural y espiritual se acompaña de una crisis política conocida como el «desastre del 98». En 1895, Cuba lucha por su independencia contra España, y con la intervención de Estados Unidos, la guerra termina en 1898 con la derrota española y la pérdida de sus últimas colonias: Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam. Esto genera pesimismo en la sociedad española, pero también un deseo de cambio y mejora. Surge entonces el regeneracionismo, un movimiento que busca modernizar y europeizar España, con figuras como Joaquín Costa, Ángel Ganivet y Ramiro de Maeztu, que proponen reformas para mejorar la política y economía del país.
En este contexto surgen dos movimientos literarios: el modernismo, de carácter más internacional, y la generación del 98, más vinculada a la situación española. Aunque tienen diferencias, ambos comparten un deseo de alejarse de los modelos anteriores y buscar nuevas formas de expresión. Ambos nacen del mismo clima de insatisfacción con la realidad y buscan renovar el lenguaje. Por eso, a veces se agrupan bajo el término de literatura finisecular o de fin de siglo, que abarca autores como Antonio Machado y Valle-Inclán, cuyas obras combinan características de ambos movimientos.
El Modernismo
A finales del siglo XIX, el modernismo surge en América Latina como un intento de los escritores latinoamericanos por crear un estilo literario propio, separado de las influencias españolas. Aunque el cubano José Martí es considerado el precursor de este movimiento, el poeta nicaragüense Rubén Darío es quien lo lleva a su máximo esplendor, fusionando influencias de la poesía francesa (simbolismo, parnasianismo y decadentismo) con las raíces culturales latinoamericanas, lo que da lugar a una literatura ecléctica y única.
En cuanto a los temas, el modernismo se puede dividir en dos enfoques. El primero es el escapista, que busca escapar de la realidad mediante la fantasía, la recreación de épocas pasadas o la exploración de civilizaciones exóticas. Los escritores modernistas a menudo adoptan una postura elitista y bohemia. La segunda línea es la intimista, en la que el poeta expresa su malestar y melancolía hacia el mundo, proyectando sus sentimientos en paisajes y ambientes sombríos.
El modernismo tiene como lema «el arte por el arte», lo que significa que su principal objetivo es embellecer el mundo a través del lenguaje. Se caracteriza por su sensorialidad, apelando a todos los sentidos del lector, y por la búsqueda de un estilo sonoro y refinado. También se renovaron las formas métricas, utilizando versos como el dodecasílabo y el verso libre, y su lenguaje se volvió más complejo, incorporando arcaísmos, galicismos y neologismos.
Rubén Darío es el máximo exponente de este movimiento, con obras clave como Azul… (1888), donde establece los símbolos y temas del modernismo; Prosas profanas (1896), que presenta un lenguaje aún más sofisticado; y Cantos de vida y esperanza (1905), un libro más serio y existencial. Otros autores destacados del modernismo latinoamericano son José Martí, Leopoldo Lugones, Amado Nervo y Delmira Agustini. En España, el modernismo influye en poetas como Manuel Machado y Antonio Machado, quien comienza con un estilo modernista en Soledades. Galerías. Otros poemas, pero luego evoluciona hacia una poesía más sobria y vinculada a la Generación del 98, como se ve en Campos de Castilla.
La Generación del 98
El Desastre del 98 fue un evento clave en la historia de España, que originó una literatura crítica, con una actitud regeneracionista, que buscaba reflexionar sobre el atraso del país y tomar a Europa como modelo. La Generación del 98 surge como respuesta a esta crisis, con el Manifiesto de los Tres (1901), firmado por Pío Baroja, Ramiro de Maeztu y José Martínez Ruiz Azorín. A estos autores se les une Antonio Machado, Miguel de Unamuno y Ramón María del Valle-Inclán.
Aunque las mujeres vinculadas a esta generación fueron históricamente ignoradas, hoy se está rescatando su legado. Entre las escritoras destacadas se encuentran Carmen de Burgos (seudónimo Colombine), la novelista Concha Espina, la dramaturga María de la O Lejárraga y la pedagoga María de Maeztu, fundadora del Lyceum Club Femenino en 1926.
Los autores de la generación del 98 comparten intereses comunes: la preocupación por España y sus problemas, lo que les lleva a explorar la tradición y la historia como causas y soluciones a esos males; el paisaje castellano, que simboliza la identidad española; y una reflexión existencial influida por la filosofía alemana, que aborda temas como el sentido de la vida, la fe y la razón, o la muerte.
El ensayo y la novela fueron los géneros más utilizados por estos escritores, quienes buscaron un estilo sobrio y preciso. Se dedicaron a depurar el lenguaje y a recuperar el léxico arcaico. En la novela, realizaron una renovación, influenciada por las innovaciones literarias de Europa, en la que el argumento perdió importancia y la acción fue interrumpida por pasajes más reflexivos y argumentativos, acercando la novela al ensayo. También experimentaron con el punto de vista y el tiempo narrativo. En 1902, se publicaron cuatro novelas clave que marcaron esta transformación: Amor y pedagogía de Miguel de Unamuno, Camino de perfección de Pío Baroja, La voluntad de Azorín y Sonata de otoño de Valle-Inclán. Estos autores son los grandes novelistas de la época.
Autores de la Generación del 98
Miguel de Unamuno: Sus novelas exploran sus inquietudes filosóficas, como la identidad personal, el conflicto entre creador y personaje (Niebla, 1914), la envidia (Abel Sánchez, 1917), la maternidad frustrada (La tía Tula, 1921) y la fe (San Manuel Bueno, mártir, 1933). Sus obras, alejadas de la tradición, las llamó nivolas. También cultivó el ensayo, con obras como En torno al casticismo y Del sentimiento trágico de la vida, y acuñó el concepto de «intrahistoria», para referirse a la vida cotidiana de los pueblos.
Pío Baroja: Su obra se caracteriza por una visión pesimista de la vida, reflejada en personajes que enfrentan conflictos existenciales, como en Camino de perfección y El árbol de la ciencia. Su estilo es sobrio, con frases concisas y diálogos ágiles. Muchas de sus novelas forman trilogías, como La lucha por la vida (La busca, Mala hierba, Aurora roja).
José Martínez Ruiz “Azorín”: Su narrativa es impresionista, con ritmo pausado y lenguaje lírico. En sus obras, lo esencial son las descripciones de ambientes y sensaciones, con tramas mínimas. La voluntad (1902) es su obra más destacada, cargada de elementos autobiográficos. También reflexionó sobre España en ensayos como Los pueblos y Castilla.
Ramón María del Valle-Inclán: Conocido principalmente como dramaturgo, Valle-Inclán también innovó en narrativa. En su primera etapa, cultivó un estilo modernista, como en las Sonatas, donde recrea la decadencia de un marqués. Posteriormente, desarrolló el esperpento, un estilo crítico y distorsionado, visible en obras como Tirano Banderas (1926) y El ruedo ibérico, que critica la política española.
El Teatro Anterior a 1936
En las primeras décadas del siglo XX, el teatro español estaba en decadencia, desconectado de las tendencias europeas innovadoras. En él predominaban formas heredadas del siglo XIX, dirigidas a un público burgués. Dentro de este teatro continuista, destacaban varias tendencias: el teatro humorístico de los hermanos Álvarez Quintero y Carlos Arniches, que evolucionó hacia la tragedia grotesca; el drama poético de Eduardo Marquina, que fusionaba drama y lírica; y la crítica superficial de los convencionalismos burgueses en las obras de Jacinto Benavente, cuyo mayor éxito fue Los intereses creados.
A partir de 1920, comenzaron a surgir intentos de renovación. Federico García Lorca y Ramón María del Valle-Inclán fueron los máximos exponentes de esta renovación, cuyas obras fueron inicialmente relegadas a la lectura por su audacia. Valle-Inclán desarrolló una extensa producción dramática, organizada en tres ciclos principales:
Ciclo mítico: Ambientado en una Galicia arcaica, con personajes dominados por la violencia y la irracionalidad. Incluye la trilogía Comedias bárbaras y Divinas palabras, una tragicomedia rural con un enano como protagonista.
Ciclo de la farsa: Obras influenciadas por el guiñol y las formas carnavalescas, como La Farsa italiana de la enamorada del Rey y Farsa y licencia de la reina castiza, que critican la realidad española de manera paródica.
Ciclo del esperpento: El esperpento es la aportación más importante de Valle-Inclán, una distorsión sistemática de la realidad para ofrecer una visión deformada y crítica. Influenciado por el expresionismo y las pinturas de Goya, utiliza la caricaturización, la animalización de personajes y mezcla de comedia y tragedia. Su obra más destacada en este ciclo es Luces de bohemia, que narra la última noche de un escritor bohemio, y la trilogía Martes de Carnaval, que parodia el honor, el mito de don Juan y el golpe de Estado de Primo de Rivera.
El Novecentismo y la Generación del 14
A principios del siglo XX, España atravesaba una grave crisis económica y social, mientras que en Europa estallaba la Primera Guerra Mundial. En este contexto de gran inestabilidad, surge en España el novecentismo, un movimiento cultural que pretende modernizar la literatura y el arte del país, distanciándose de las tendencias anteriores como el modernismo y la generación del 98. Este movimiento se caracteriza por un intelectualismo marcado, en el que los autores priorizan la razón y la inteligencia sobre lo emocional y lo sentimental. Se propone un arte más depurado, racional y reflexivo, dirigido a una élite intelectual.
El novecentismo también se distingue por su europeísmo, ya que sus exponentes miran a Europa como modelo de progreso y renovación. Además, sus obras se influencian por el clasicismo, buscando un equilibrio y serenidad que recuerdan a la cultura clásica. Entre los principales representantes de este movimiento están José Ortega y Gasset, cuyo ensayo España invertebrada reflexiona sobre la crisis de España y la necesidad de una transformación cultural, y Juan Ramón Jiménez, cuya poesía evoluciona desde una etapa modernista hacia una poesía pura más introspectiva y depurada.
En el campo de la narrativa, autores como Gabriel Miró y Ramón Pérez de Ayala adoptan un estilo reflexivo y experimental, donde el ensayo y la digresión intelectual son elementos clave. La prosa novecentista busca la precisión y la claridad, alejándose de las excesivas ornamentaciones del modernismo. En resumen, el novecentismo es un movimiento que busca una renovación cultural basada en la racionalidad, el intelectualismo y el progreso, con una clara admiración por la cultura europea y el ideal clásico.