CAPÍTULO I:
La novela se inicia con un cuadro que nos sitúa en una aldea perdida en el Amazonas, El Idilio. Un dentista hace su trabajo subido a una diminuta tarima sobre la que ha colocado un sillón de barbero. Trabaja en vivo, sin más anestesia que el aguardiente; mientras, despotrica del Gobierno e insulta a los clientes para que dejen de quejarse. Entre los espectadores de la escena encontramos por primera vez en la novela a los mal llamados «jíbaros», nombre con que los españoles bautizaron a los shuar y que se mantiene para designar a aquellos que, degradados y envilecidos por las costumbres de los blancos, han sido rechazados por su propio pueblo: «Había una enorme diferencia entre un shuar altivo y orgulloso, conocedor de las secretas regiones amazónicas, y un jíbaro.
Acabado su trabajo, el dentista, Rubicundo Loachamín, se ve obligado a esperar hasta la salida del barco: unos indígenas llegan con el cadáver de un hombre blanco. Para hacer tiempo se sienta junto a un viejo, Antonio José Bolívar Proaño. El hecho nos traslada en la memoria de los personajes hasta el día que extrajo todos los dientes a un buscador de oro borracho por una apuesta. El relato regresa al presente con un «Sí, aquellos eran buenos tiempos».
CAPÍTULO II:
El alcalde, apodado la Babosa por los lugareños a causa de su intensa sudoración, es presentado en el relato. Con tranquilidad, hace reflexionar al alcalde sobre la herida, de cuatro cortes, y sobre el fuerte olor a orín. Concluye que ha sido una tigrilla.
El alcalde los deja ir y se marcha.
Después del episodio, el dentista entrega al viejo dos libros que le ha traído. Este se emociona al recibirlos, son libros de amor. El narrador nos lleva ahora hasta el momento en que el viejo pidió al dentista que le trajera novelas, en cómo el dentista consiguió el encargo gracias a Josefina, una prostituta negra a la que frecuentaba en un burdel, aficionada a estas lecturas. El viejo queda pensativo y manifiesta al dentista su preocupación por el asunto de la tigrilla.
El capítulo finaliza con la partida de El Sucre y el viejo regresando a su cabaña con sus libros .
CAPÍTULO III:
El viejo estuvo casado con Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otavalo. De la fotografía, el narrador nos lleva hacia atrás, hacia el relato de su boda. Los casaron cuando tenían 15 años, una boda concertada para que cuidaran de su suegro. Vivían en San Luis. Cuando éste fallecíó, los gastos del entierro se llevan los animales y el trozo de tierra que heredan no basta. La presión social llega al extremo de proponerle el que consienta en que la mujer, borracha, aprovechando la verbena, sea tomada por otros hombres para así descartar que el responsable sea el propio marido. Pasaron por pueblos con costumbres extrañas, como Zamora o Loja donde los hombres vestían todos de negro como señal de duelo por Atahualpa. Los shuar les enseñan a convivir con la selva, también les advierten que todo su esfuerzo es en vano.
Comienza a convivir con los shuar, a hablar y a cazar con ellos. Consigue cortarle la cabeza y llegar hasta un poblado shuar donde un hechicero le salva la vida. Conoce al que será su mejor amigo, Nushiño, un shuar que llega a la tribu herido de bala.
Nos enteramos de cómo los viejos saben que ha llegado su momento, cómo les organizan la gran fiesta de despedida, cómo se drogan con chicha y anatema para ser depositados en su choza, y mientras suenan los anents –canciones- son cubiertos de miel para ser devorados por las hormigas, y así liberar su espíritu y vagar libres al fin por la selva. Entonces, el viejo no necesitaba novelas de amor. El amor era una ceremonia sin posesión, sin besos, entre caricias y canciones que festejaban la belleza de los cuerpos que se unían. «Era el amor puro sin más fin que el amor mismo, sin posesión, sin celos».
Decide que debe regresar porque «aunque es como ellos, no es uno de ellos» y se siente incapaz de dejarse morir como un shuar llegado el momento. Unos aventureros que trataban de abrir una represa del río con dinamita, asustados, disparan a Nushiño y lo hieren de muerte. Nushiño le pide al viejo que acabe con su asesino para que su alma no vague errante por la selva. Los shuar, entre lamentos, lo destierran, nunca más sería recibido como uno de ellos.
CAPÍTULO IV:
El Idilio ha cambiado durante sus años de ausencia, ahora hay 20 casas y un muelle. Al principio, los habitantes le rehúyen como a un salvaje, pero pronto comprenden el valor de tenerlo cerca. Empezamos a analizar la conducta de los habitantes desde la nueva perspectiva del viejo: «…los colonos destrozaban la selva construyendo la obra maestra del hombre civilizado: el desierto».
Es entonces cuando descubre el aburrimiento, que sabe leer y que tiene los dientes podridos. Traban conversación y el cura le cuenta que ha leído muchos libros y el viejo siente la envidia por primera vez. Por el cura descubre que existían novelas de amor y decide ir a buscarlas.
Para conseguir libros, tiene que ir a El Dorado, pero no tiene dinero; y sale a la selva a cazar unos monos y unos loros para pagarse el viaje. Lo consigue con unos cocos huecos llenos de guijarros y una pasta fabricada con zumo y raíces de yahiasca. El viejo se emociona al ver la Biblioteca y comienza su investigación. Pronto descarta la Geometría por incomprensible, los principios resultaban galimatías indescifrables. Los textos de Historia le parecen una gran mentira. Los de amor lacrimógeno, Eduardo D’Amicis y Corazón, le resultaron inverosímiles porque tanto sufrimiento es imposible. Así llega hasta El rosario de Florece Barclay, donde encuentra la mezcla perfecta de dolor y dicha.
CAPÍTULO V:
El viejo trata de imaginar las ciudades que aparecen en las novelas –París, Londres, Ginebra…-, pero carece de referentes. La única ciudad que conocía, Ibarra, no tenía un nombre digno para ser escenario de amores inmensos. En cambio, le encantaba imaginar la nieve y no entendía que la gente la pisara sin preocuparse de que la ensuciaban.
-Regreso a la línea temporal- La estación de lluvias paralizaba el tiempo. El viejo solo abandonaba su cabaña para comer y orinar. Bastaba bajar hasta el río y coger algunos camarones. En ello estaba cuando llegó una canoa con el cadáver de un buscador de oro a bordo. Tenía la garganta destrozada. Se trataba de Napoleón Salinas a quien reconocen inmediatamente por sus empastes de oro en los dientes.
El alcalde ya no se atreve a expresar su opinión y el viejo sentencia que ha sido la misma tigrilla. El problema es que esto significa que la tigrilla está en esa orilla del río y que no está lejos, porque el cadáver no está aún rígido ni huele. Pero el alcalde desprecia esta observación y afirma que está lejos.
CAPÍTULO VI:
Es difícil comprender palabras y sensaciones cuando nos falta la experiencia. Eso le pasa al viejo al leer sobre los canales de Venecia, las góndolas, o aquello de «besar ardorosamente». El no creía haber besado así a su mujer, aunque quizás lo hizo sin saberlo. Las mujeres shuar no besaban. Una vez hubo una shuar que, degradada por el alcohol, vendía favores sexuales por una botella, pero que reacciónó como una bestia cuando un buscador de oro trató de besarla.
«Muchas veces escuchó decir que con los años llega la sabiduría, y él esperó, confiando en que tal sabiduría le entregara lo que más deseaba: ser capaz de guiar el rumbo de sus recuerdos».
-Nuevo salto atrás- Años atrás llegaron unos gringos a la aldea en una planeadora. Iban a fotografiar a los jíbaros. El alcalde los llevó hasta la choza del viejo pero llegaron como pisando terreno propio. Mataron a uno de ellos al que tuvieron que dejar abandonado. El viejo explica cómo en tierra de monos no se puede entrar con nada que brille. Los gringos entre cámaras, anillos, pendientes… eran una feria. La curiosidad de los monos los lleva a coger esos objetos y si tratas de evitarlo sus gritos atraen a los demás monos que caen sobre ti en masa. El alcalde culpa al viejo de la muerte del gringo por no haber aceptado la misión, pero el viejo le responde que tampoco a él le hubieran hecho caso.
CAPÍTULO VII:
Se preparan para la expedición. El viejo prefiere no comer, se caza mejor con el estómago vacío. Sigue lloviendo constantemente. El alcalde es un inútil, no sabe lo que hace ni conoce la selva. Se enfunda su impermeable y sus botas de agua. Sudaría como un cerdo y no podría caminar. A pesar de las advertencias, insiste y el resultado es que dificulta y ralentiza continuamente la marcha del grupo, da órdenes sin sentido que los hombres no obedecen –cartuchos en las escopetas, pólvora mojada-. Su ignorancia los pone una y otra vez en peligro. Pretende encender fuego sin darse cuenta de que así delata su posición.
-Salto atrás- El sonido que escucha durante su guardia atrae a sus recuerdos la primera vez que vio un verdadero pez de río, un «bagre guacamayo», tiene tal tamaño que te mata jugando a base de coletazos.
-Regreso a la línea temporal- El relevo llega justo en el momento en que un ruido nuevo delata la presencia de la tigrilla. Pero el alcalde enciende la linterna y se oye un intenso batir de alas: una lluvia de excrementos los baña. El viejo le explica que en la selva se pernocta bajo los murciélagos, su huida les sirve de alarma y, a la vez, delata la posición del depredador. Pasado el mediodía llegan al puesto de Miranda. El colono estaba junto a la entrada con la espalda abierta. Las hormigas ya estaban faenando el cadáver. Hay además otro cadáver con la garganta abierta. Este estaba con los pantalones bajados haciendo sus necesidades, junto a él el machete clavado en tierra. Así lo sorprendíó la tigrilla. El viejo reconstruye la escena.
CAPÍTULO VIII:
El alcalde les explica que Venecia es una ciudad construida sobre una laguna. El alcalde propone, entonces, a Antonio José Bolívar que continúe solo la caza mientras él regresa con los demás a El Idilio para proteger la aldea. El viejo entiende que el animal se mueve en una suerte de venganza justa. La caza es un acto de piedad bien entendida y ese animal se lo merece.
Era algo que ninguno de los demás podía ofrecer a la tigrilla. Duda si el animal habrá seguido al grupo o lo estará acechando a él. Ante esta actitud violenta e indiscriminada, los animales huyen selva adentro. Colocó unas nutrias como cebo y, machete en mano, cortó la cabeza a una de unos 11 o 12 metros.
La segunda fue un homenaje de gratitud a un brujo shuar, la mató con un dardo envenenado, sin odio. «Si el rastreo es demasiado fácil y te hace sentir confiado, quiere decir que el triguillo te está mirando la nuca», dicen los shuar. Aquella caza fue un duelo de paciencia. El animal trató de cazarlo a él acorralándolo, pero él se dio cuenta y ahí empezó el juego de paciencia e inteligencia.
Recuerda por qué los shuar cazan tzanzas, la historia de un shuar sanguinario que fue condenado por los suyos a muerte, pero que logró salvarse adentrándose en la selva y convirtiéndose en mono. El animal aparece en la distancia por primera vez. La tigrilla empieza a dejarse ver, pero el viejo conoce el truco. El animal y el hombre se estudian.
La tigrilla logra ganar la posición y el viejo corre desesperadamente buscando la protección del río, pero la gata se le ha anticipado, lo ataca, lo derriba por una pendiente. El viejo logra llegar hasta el puesto abandonado de los buscadores de oro y se acuesta extenuado debajo de una canoa. Sitúa el arma y el machete a los costados. El ruido de los pasos de la hembra sobre la canoa lo despierta.
El animal mea la barca, lo está marcando como presa, pero sin haberlo cazado. Se arma de paciencia y espera. La tigrilla acaba por intentar entrar cavando por un lateral. La tigrilla cae muerta con el pecho abierto.
«Era un animal soberbio, hermoso, una obra maestra de gallardía».
PERSONAJES PRINCIPALES:
El Alcalde:
Era un gran enemigo de todos, porque vino a Idilio, la ciudad de la regíón amazónica, para recaudar impuestos y vender permisos de pesca y muchas otras cosas solo para ganar dinero, ignoraba las «leyes» de la selva, se creía su amo y dueño de la verdad absoluta, único portador de la razón.
Antonio José Bolívar Proaño:
es un hombre mayor que ronda los 70 años, él está casado con Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento de Estupiñán Otavalo, vivieron de mala manera en la Sierra hasta que se propusieron mudarse a otro lugar lejano y es por eso que Antonio José Bolívar Proaño y su esposa llegan a la ciudad de El idilio. Pero algo sucede y debe terminar su relación con los Shuar para volverse un hombre solitario, entonces se dedica a leer novelas ROMánticas, incluso las memoriza y crea un grupo de de amantes de las novelas de romance, pero nunca pierde sus ganas de ser valiente y aventurero.
Los Shuar:
una de las tantas tribus de la selva que caminaba semidesnuda, compuesta por muy buenos cazadores que tienen como carácterística su propio idioma, son grandes bebedores de licor y fuman puros de hojas. No eran violentos con las personas o los animales, los perseguían sólo por el hecho de alimentarse y no como trofeos, respetaban mucho la vida.
Rubicundo Loachamín:
es el dentista de la zona, que venía de visita dos veces al año, el viejo Bolívar al darse cuenta de que el dentista era lector de novelas ROMánticas, habla con él y se ponen de acuerdo para que le traiga libros cuando sea posible. Con el tiempo resulta ser un gran amigo de Bolívar, su personalidad era grosera con los indígenas, pero con su amigo era diferente.
PERSONAJES PRINCIPALES:
La Tigrilla:
es una hembra que estaba deambulando en la jungla después de que un cazador estadounidense mató a sus cachorros e hirió al macho. Posteriormente, por su instinto animal, comete una serie de asesinatos por los cuales termina siendo perseguida por el alcalde. Fue asesinada por Antonio José Bolívar Proaño.
Dolores Encarnación del Santísimo Sacramento Estupiñán Otávalo:
era la esposa de Antonio José Bolívar Proaño.Una mujer muy religiosa, esto se se puede deducir por su nombre y las reacciones que tuvo ante los intentos de besar a su novio y luego esposo Antonio. Después de mudarse a El Idilio, el clima y la malaria terminaron con su vida.
Nushiño:
era nativo de la tribu Shuar, este personaje fue asesinado por un buscador de oro. Se había convertido en un gran amigo de Antonio.
Los Gringos:
son turistas y cazadores que aparecen en la trama, con una ignorancia de lo que es la defensa de la naturaleza, son los causantes directos de que la Tigrilla cometiera su matanza.
Napoleón Salinas:
la historia inicia relatando la muerte de este personaje.
La Mujer del Alcalde:
una indígena a la que el alcalde golpea y acusa de haberlo embrujado, todos pensaban que en cualquier momento ella mataría al alcalde.
Placencio Plunan:
Dueño de una tienda donde acampan y es hallado muerto.