NARRATIVA DURANTE EL FRANQUISMO
Al igual que ocurríó en otros géneros, la Guerra Civil supuso un corte traumático para la novela española. Es cierto que la narrativa de anteguerra no había alcanzado la altura que lograra la poesía con los autores del 27. Quizás por ello, al concluir el conflicto la orfandad parecía más visible en poesía que en narrativa. Con todo, la quiebra de los tres años de la guerra fue enorme. Entre 1936 y 1939 murieron algunos de los maestros del «fin de siglo», como Unamuno, Valle-Inclán… Baroja o Azorín, tras un breve exilio francés, regresaron a España, pero eran ya «clásicos» que apenas contaban para una auténtica renovación de la novela, pese a la abundante producción azoriniana hasta los años sesenta, y a la también abundante de Baroja, especialmente sus memorias Desde la última vuelta del camino (1943-1949).
Antes de 1936, los narradores novecentistas o afines al 27 habían oscilado entre la «deshumanización» intelectualista y la exquisitez sensitiva. A veces se percibían inclinaciones a la experimentación: eran años en que resonaban ecos de las vanguardias. Sin embargo, entre 1927 y 1936 ya habían aparecido los primeros testimonios de literatura social, tanto en poesía (Alberti, Prados, León Felipe, Miguel Hernández…, y los hispanoamericanos Vallejo o Neruda) como en novela.La literatura había manifestado una creciente preocupación por los contenidos sociopolíticos durante la época de la República. La autarquía cultural de los primeros años de la postguerra se corresponde con el aislamiento político, muy intenso desde la finalización de la II Guerra Mundial. Hasta la década del cincuenta España no sería admitida como miembro de la ONU. Este aislamiento fue particularmente efectivo en el terreno de los influjos literarios: los autores que gozaban de mayor prestigio mundial tuvieron poca presencia en el interior del país, adonde sí llegaban, en cambio, novelistas de segunda fila. En ello tuvo mucho que ver la censura, vigente durante toda la época franquista, si bien con sustanciales modificaciones desde 1966, con la llamada «ley Fraga» de prensa. Novelas importantes fueron prohibidas o hubieron de publicarse mutiladas, y varias tuvieron que aparecer en el extranjero; es el caso de La colmena de Cela, cuya primera edición es Argentina.
NOVELA DE TESIS EN LA PRIMERA POSTGUERRA Los primeros años de la postguerra fueron especialmente pobres en manifestaciones artísticas. Los vencidos hubieron de salir al exilio, o permanecieron en un duro ostracismo interior. La línea de la deshumanización artística parecía inapropiada para la nueva situación en España (pero también en una Europa que se debatía en la II Guerra Mundial). Varios autores de anteguerra publican ahora novelas que exponen una tesis, a veces de manera visceral, a favor de la «Cruzada» nacional y de un catolicismo integrista. Entre los escritores más jóvenes, la guerra fue un motivo literario frecuente, habitualmente interpretada desde apriorismos ideológicos que hicieron de muchas de estas novelas obras de propaganda, de exaltación política y gran retoricismo belicista. Otros intentos de novelar la guerra española con más desapasionamiento habrían de esperar bastantes años: hágase referencia a la voluminosa y desigual saga de José María Gironella, comenzada en 1953 con Los cipreses creen en Dios, o a la serie novelística de Ángel María de Lera, en que la guerra se contempla desde la perspectiva republicana, y que se inició en 1968 con Las últimas banderas. Un fresco poderoso sobre la Guerra Civil son las novelas de la serie «Campos» del versátil narrador Max Aub: Campo cerrado (1943), Campo abierto (1951), Campo de sangre (1945), Campo del Moro (1963), Campo de los almendros (1968)… Justamente famosa es la trilogía La forja de un rebelde (1953), de Arturo Barea, cuya tercer libro responde ya a una descripción palpitante de la guerra.
TREMENDISMO, EXISTENCIALISMO En 1942 aparecíó La familia de Pascual Duarte, de Cela, quien iría marcando, en pasos sucesivos, el curso de la narrativa de postguerra. Se trata de una novela descarnada, con un protagonista bestializado que parece movido por un hado ciego, en un mundo brutal. Un lenguaje hermoso e inocente —y a veces un tanto impropio, pues la novela se presenta como las memorias de un inculto campesino extremeño condenado a muerte— contrasta con la realidad novelada, patológica y hasta repulsiva. Aunque la obra parece vertebrar cierto existencialismo, la sordidez ambiental termina proponiendo una lectura social. Entre los méritos de la novela de Cela, descuella su prosa de ribetes expresionistas, que en ciertos rasgos remite a la de Valle. La novela de Cela abríó la puerta a una serie de obras que presentaban similares ingredientes: seres alucinados, tarados físicos o psíquicos, miseria moral… Guarda conexión con ella una serie de novelas coetáneas, centradas temáticamente en la condición humana interpretada en un sentido existencial. Este clima es el de Nada (1945), novela con que la jovencísima Carmen Laforet obtuvo el primer premio Nadal. La relación entre novela existencial, centrada en conflictos que desbordan lo histórico, y novela social, en que el problema deriva principalmente de las circunstancias del medio.
LA NOVELA EN EL TARDOFRANQUISMO
La novela de los años sesenta se prolonga sin demasiadas innovaciones hasta la muerte de Franco. Los narradores del medio siglo continúan su producción, en una segunda etapa en la que se van intensificando las preocupaciones formales, al tiempo que disminuye su interés por la función social de la literatura. Algunos autores de esa generación que, como Juan Benet, aparecen tardíamente, muestran ya un evidente rechazo de las concepciones socialrealistas. La primera novela de Benet, Volverás a Regíón (1967), es muy reveladora de la evolución que la sociedad cultural vivíó en unos años. Y aunque los caracteres de la narrativa de Benet —densa, elíptica, sinuosa, hermética— no son aplicables sin más a otros autores, sirven para ejemplificar una propensión hacia el experimentalismo que llegó a afectar incluso a quienes procedían de una narrativa tradicional.
A lo largo de la década del sesenta, el papel protagonista lo comparten los autores más jóvenes o renovadores de la generación del medio siglo, junto con otros que se van poco a poco incorporando. En torno a 1968 —año de valor simbólico para los integrantes de la novísima generación— parece haberse constituido una nueva leva de narradores: José María Guelbenzu, Ramón Hernández, Pedro A.
El prurito innovador parece ir cediendo hacia 1975, aunque todavía hubiera por entonces una muy importante novelística experimental, con nombres como Julián Ríos, José María Guelbenzu, Sánchez Espeso… En España, una novela como La verdad sobre el caso Savolta (1974), de Eduardo Mendoza, ostentaba unas calidades formales y una complejidad estructural puestas al servicio de una historia que siempre aparece en primer plano. Se trataba, sin duda, de un síntoma que los años siguientes convirtieron en evidencia.
POESÍA DURANTE EL FRANQUISMO
GARCILASISMO, NEORROMANTICISMO
Con la guerra del 36 concluye la llamada Edad de Plata de nuestra letras (1898-1936). El conflicto, que forzó a muchos poetas a poner su pluma al servicio de uno de los bandos en lucha, propició una poesía caracterizada por la consigna y el esquematismo ideológico. Entre 1936 y 1939 murieron Unamuno, Antonio Machado, Lorca, Valle-Inclán… Numerosos poetas hubieron de salir al exilio —y muchos murieron en él— , quedando desconectados de la cultura del interior: Juan Ramón Jiménez, Antonio Machado, Alberti, la mayoría de los poetas del 27… Mas no se rompe del todo la relación entre preguerra y postguerra: algunas corrientes de postguerra, como la social y la clasicista, fueron cultivadas antes de 1936. Mediados los cuarenta, Antonio Machado sustituyó en la devoción de los jóvenes a Juan Ramón, en quien muchos vieron el ejemplo de poeta aislado en su torre de marfil. Tras la guerra, hubo un afán oficialista de normalizar la vida cultural. Fruto de ello es la revista Escorial (1940), redactada por intelectuales falangistas como Laín Entralgo, Rosales, Panero o Ridruejo, miembros de la llamada «generación del 36». Centrada en temas religiosos e imperiales, Escorial intentó, pese a su dependencia gubernamental, un acercamiento a algunos poetas de «la otra España».
En 1943 nacíó «Adonais», importante colección poética que intentó, como la revista Ínsula, el contacto con los escritores del exilio.
POETAS DE LOS CINCUENTA
A la pobreza expresiva y temática que provocó la poesía social, se sumaron las dudas sobre su propia eficacia revolucionaria. Simultáneamente a obras sociales como Cantos iberos (1955), de Celaya, o Pido la paz y la palabra (1955), de Otero, afloraban otras de poetas pertenecientes ya a una «segunda generación de postguerra», conocidos también como «grupo poético de los años 50», o incluso «promoción del 60», por alcanzar en esa década su madurez creativa: Don de la ebriedad (Claudio Rodríguez, 1953), A modo de esperanza (José Ángel Valente, 1955), Áspero mundo (Ángel González, 1956), Metropolitano (Carlos Barral, 1957)… La presentación de estos poetas la hizo J. Ejemplo de lo primero es la llamada «escuela de Barcelona», conformada por poetas amigos como Barral, José Agustín Goytisolo, Gil de Biedma, Gabriel Ferrater (autor en catalán), conectados con autores no catalanes (Caballero Bonald, González y Valente). Entre los segundos podemos citar a Rodríguez, Manuel Mantero, Carlos Sahagún, Valente en parte, a veces impropiamente catalogados como «escuela de Madrid»,
«grupo del Adonais» (por el premio homónimo que muchos de ellos obtuvieron) o «de Ínsula»…: pese a sus ocasionales coincidencias —así el común magisterio aleixandrino—, no puede hablarse de grupo compacto. A casi todos influyó, por su poesía y por su actitud civil, Antonio Machado, y, en general, los poetas del 27.
RENOVACIÓNLÍRICAHACIA1965:POETASDELOSSETENTA
Hacia 1965 comienzan a despuntar los autores de la tercera generación de postguerra, nacidos a partir de 1939. Sus maestros literarios eran fundamentalmente extranjeros: Rimbaud, Saint-John Perse, Lautréamont, Ezra Pound o Eliot, junto a hispanoamericanos como Borges, Octavio Paz o Lezama Lima. Pero esta actitud iconoclasta no impide que algunas de sus aportaciones arranquen de poetas españoles de generaciones anteriores. Entre las antologías que se ocuparon de los nuevos poetas destaca Nueve novísimos poetas españoles (1970), de José María Castellet, quien desdecía con ella anteriores profecías suyas acerca de la vigencia del socialrealismo. Algunos rasgos novísimos tuvieron vida corta, como lo camp, y otros derivaron a derroteros distintos: así el esteticismo hacia la metapoesía.
Estos poetas tienden a la subjetividad, pero eluden el viejo confesionalismo mediante los correlatos objetivos y la transposición histórica, en la línea de Cernuda y algunos autores de los cincuenta: el poeta expresa indirectamente su yo por analogía con un personaje o situación del pasado, que ocupan el «argumento» del poema. Pasados los primeros años, algunos poetas expresan ya la emoción indisimulada (Antonio Colinas), siguiendo los pasos de diversos autores del Romanticismo europeo (Leopardi, Hölderlin). El arte es para ellos un oficio de palabras, como lo apunta uno de los rótulos, generación del lenguaje, con que se les conoce. De ahí que muchos opten por la acotación estrictamente literaria de su obra: la literatura trata sobre la literatura, convertida en un ejercicio metapoético y circular.