La Poesía Española desde 1939 hasta Nuestros Días
Al finalizar la contienda en 1939, el panorama cultural es desolador. Guerra y régimen dictatorial rompen la continuación del espléndido período literario anterior. Algunos han muerto (Unamuno, Antonio Machado, Lorca) y muchos se exilian (Salinas, Alberti, Cernuda o Juan Ramón, etc.). La censura impuesta por el régimen será un gran obstáculo para la libertad de expresión y de creación (afectó especialmente al teatro). Tras la muerte de Franco y la instauración de la monarquía constitucional, la censura será eliminada y se recuperan todas las libertades democráticas.
Tendencias, Autores y Obras Más Relevantes
En la década de 1940 conviven en España, dentro de la llamada «Generación del 36», dos grandes tendencias de signo distinto: la «poesía arraigada» y la «poesía desarraigada». Los poetas arraigados se agrupan en torno a las revistas Escorial y Garcilaso, subvencionadas por el régimen franquista. Escriben una poesía serena y clara en la que prima el orden y la perfección formal, los esquemas métricos clásicos (sonetos, tercetos, décimas), el tono íntimo, la musicalidad y los temas tradicionales como el amor, el paisaje, el arte, la fe religiosa y lo heroico (sienten nostalgia por el esplendoroso pasado del imperio español). Sus principales representantes fueron José García Nieto, Leopoldo Panero, Luis Rosales y Dionisio Ridruejo (algunos de ellos, afines al principio al régimen franquista, evolucionarán hacia una postura poética distinta).
En 1944, tras la publicación de Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, y la fundación de la revista leonesa Espadaña, surge la poesía desarraigada, preocupada por el dolor humano y totalmente opuesta a la anterior. Los poetas desarraigados —casi todos publican en Espadaña— expresan con un tono violento y desgarrado su angustia existencial y su malestar ante las consecuencias de la guerra y la amarga realidad circundante. Destacan dentro de esta tendencia Victoriano Crémer, Rafael Morales y Eugenio de Nora, así como, las primeras obras de Blas de Otero, Carlos Bousoño, José Hierro y José María Valverde, aunque con matices.
Otras dos orientaciones poéticas se desarrollaron durante la década de los cuarenta: el postismo, que propone continuar la poética surrealista (Carlos Edmundo de Ory) y la poesía sensual y barroca del grupo cordobés Cántico (compuesto, entre otros, por Ricardo Molina y Pablo García Baena).
La Poesía Social de los Años Cincuenta
Casi todos los poetas desarraigados evolucionarán durante los años cincuenta hacia la poesía social. Abandonan el intimismo y la subjetividad, pues ahora interesa sobre todo acercarse al hombre de la calle, reflejar sus problemas y denunciar las desigualdades sociales, las injusticias y la falta de libertades. Vuelve a ser central el tema de España: su protesta ante los males que afectan al país, su inconformismo y su dolor ante la situación dramática nacional no son incompatibles con su amor a la patria y su esperanza en un futuro mejor. Conciben la poesía como un vehículo de comunicación que debe llegar a todos («a la inmensa mayoría», como dice Blas de Otero), lo que implica la primacía del contenido sobre la forma y la búsqueda de un lenguaje sencillo y directo. Pretenden despertar la conciencia de los individuos y cambiar la sociedad (como dice Gabriel Celaya, «la poesía es un instrumento, entre nosotros, para transformar el mundo»). Las dos obras más significativas son Pido la paz y la palabra, de Blas de Otero, y Cantos iberos, de Gabriel Celaya. Otros títulos interesantes corresponden a poetas antes mencionados: Nuevos cantos de vida y de esperanza, de Victoriano Crémer; España, pasión de vida, de Eugenio de Nora; Quinta del 42, de José Hierro; Canción sobre el asfalto, de Rafael Morales, y Noche del sentido, de José Hierro.
La Generación del 50
Por las mismas fechas que publican las obras mencionadas los poetas sociales, inicia su andadura una nueva promoción, la llamada «Generación del 50». Los que la integran se consolidan como poetas durante la década de los sesenta. Los más relevantes son, entre otros, Ángel González (Grado elemental), Jaime Gil de Biedma (Poemas póstumos), Claudio Rodríguez (El don de la ebriedad, Alianza y condena), José Ángel Valente (La memoria y los signos), Carlos Barral, José Agustín Goytisolo y Francisco Brines. Con ellos se acaba la poesía de la posguerra. Este nuevo grupo poético entiende la poesía como un medio de conocimiento y expresión de su realidad íntima. Los escritores plasman en el poema sus experiencias personales y sus emociones, lo que propicia que las comprendan más profundamente. Vuelve la preocupación por el ser humano concreto, por su interioridad, por lo existencial, pero sin ningún patetismo. Los temas más frecuentes son el paso del tiempo, el amor y el erotismo, la soledad, la nostalgia por la infancia y la adolescencia perdida, la amistad y la familia. Ponen su atención de modo especial en lo cotidiano, muchas veces desde un punto de vista irónico y escéptico no exento de tristeza. Emplean un lenguaje natural, sobrio, preciso, que adopta a menudo un tono conversacional (el poeta suele dirigirse a un interlocutor: la amada, Dios, el propio poeta, un personaje ficticio). Con el paso del tiempo, cada uno de los ellos sigue su camino personal.
Los Novísimos y la Renovación Poética
En los años setenta surge una nueva promoción de jóvenes poetas que huyen del realismo, los temas sociales y la estética precedente. Buscan la renovación del lenguaje poético en una constante experimentación. Los nuevos poetas son denominados «novísimos», porque algunos de ellos aparecen en la célebre antología publicada en 1970 por José María Castellet titulada Nueve novísimos poetas españoles. Dos de las figuras más relevantes del grupo publicaron su primer libro a finales de los sesenta: Pere Gimferrer (Arde el mar) y Guillermo Carnero (Dibujo de la muerte). Abrieron el camino a los demás, entre los que destacan José María Álvarez, Leopoldo María Panero, Antonio Carvajal, Martínez Sarrión y Antonio Colinas. Constituyen un nuevo vanguardismo en el que la libertad creativa y formal es absoluta. Usan el verso libre, adoptan elementos surrealistas (imágenes visionarias, escritura automática, asociaciones libres, ausencia de puntuación y mayúsculas) e introducen el collage (incluyen versos de otros poetas, canciones, recortes de periódicos, frases publicitarias). El esteticismo, lo decadente, el exotismo, lo urbano, el cosmopolitismo (muchos sienten especial devoción por Venecia), el barroquismo y la inclusión de elementos propios de la nueva sociedad de consumo (tebeos, películas, canciones) son otros rasgos frecuentes en sus poemas. El más común es el llamado culturalismo, entendiendo por tal la abundancia de referencias culturales de todo tipo; para ello emplean a menudo el monólogo dramático (consiste en contar anécdotas o historias desde la voz de un personaje histórico o ficticio).