La Guerra Civil Española (iniciada en 1936), el establecimiento de la Dictadura franquista (1939) y el largo exilio de muchos intelectuales cortaron la evolución natural de la cultura, el arte y la literatura, sumiéndolos en un aislamiento vigilado por una férrea censura política e ideológica. Tras los primeros años de posguerra, marcados por la poesía arraigada y desarraigada (década de 1940), solo una tendencia anterior a la guerra, la literatura social, se manifestó con fuerza hacia 1950. Sin embargo, no fue hasta 1968 cuando se recuperó plenamente la Vanguardia y el experimentalismo –salvo el mínimo ensayo del Postismo–. Una vez desaparecida la dictadura en 1975, los escritores optaron mayoritariamente por evitar la literatura social explícita y olvidaron el experimentalismo más radical, recuperando la tradición sin desaprovechar los recursos técnicos recientes.
La Década de los 40: Exilio, Arraigo y Desarraigo
Los Poetas del Exilio
La mayor parte de los poetas que antes de la Guerra figuraban como los maestros de nuestro siglo, o aquellos que desarrollaban una parte significativa de su producción poética, se vieron obligados a abandonar el país tras la contienda. La nómina de los poetas exiliados coincide, en gran medida, con la de los mejores poetas del siglo XX. Fuera de España se desarrollaron las obras de poetas pertenecientes a diversas generaciones: la Generación del 14 (con Juan Ramón Jiménez y León Felipe) y los miembros del grupo poético del 27.
En general, se produjo un tránsito desde planteamientos exaltados y una concepción lúdica del arte (procedente de las vanguardias) hacia un sentimiento de angustia, unido a la serenidad y la nostalgia. Tras el aire combativo de los primeros momentos del exilio, se impuso la amargura ante la imposibilidad del cambio. Por ello, algunos de los temas fundamentales fueron:
- La reiterada preocupación por España.
- El recuerdo de la guerra.
- La exaltación de aquellos valores que implican la esencia de lo español.
- La recuperación del pasado.
- La nostalgia y la angustia ante la situación histórica y vital.
- El lamento por los amigos muertos.
- El amor como medio de supervivencia.
- La religión como refugio.
Todo esto se expresó en un lenguaje poético que, alejado del formalismo esteticista de las vanguardias en las que muchos de ellos militaron, se fue acercando cada vez más a la sencillez de la lengua cotidiana.
La Poesía en el Interior: Diversidad bajo Censura
Dentro de la literatura posterior a la Guerra Civil, quizá sea la poesía el ámbito en el que hubo mayor diversidad y riqueza artística. Ello probablemente se explique porque los censores pensaron que la poesía no era un género de amplio consumo, pues su difusión no trascendía del círculo de minoritarias revistas literarias o de las reducidísimas tiradas de poemarios.
Dejando aparte a los poetas del exilio (entre ellos la mayoría del 27, José Moreno Villa, Juan José Domenchina, Concha Méndez, Ernestina de Champourcín, León Felipe, Pedro Garfias, Juan Gil-Albert…), en los años 40, entre los poetas que no marcharon al exilio, encontramos dos posturas calificadas por Dámaso Alonso como poesía arraigada y poesía desarraigada; si bien, no fueron las únicas del momento. Por otra parte, destacó en esta época la creación de tres revistas vinculadas a esas tendencias: Escorial, Garcilaso y Espadaña.
Poesía Arraigada
Atendiendo a la poesía arraigada, se caracteriza por ser una poesía técnicamente muy bien construida y temáticamente alejada de la problemática existencial y social del momento. Se agrupó en torno a las revistas: Escorial –revista de Falange que pronto se apartó de la simple propaganda para centrarse en el canto a lo cotidiano, familia y Dios incluidos– y Garcilaso, creada con la intención de dar una visión imperial, caballeresca y amorosa de la vida. Dámaso Alonso dirá que los poetas arraigados son los que están conformes con este mundo: Leopoldo Panero, Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, Luis Felipe Vivanco, José García Nieto… García Nieto será el más fiel representante de la estética garcilasista, con gran influjo petrarquista y una visión muy embellecedora del paisaje. Sin embargo, no todos los autores estuvieron tan marcados ideológicamente; así, José Mª Valverde o Carlos Bousoño no parecen estar tan influidos.
Poesía Desarraigada
“Para otros, -decía Dámaso Alonso- el mundo nos es un caos y una angustia, y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla. Sí, otros estamos muy lejos de toda armonía y de toda serenidad.” Serán los representantes de la poesía desarraigada. El año 1944 es fundamental para la poesía, pues se publican dos libros esenciales, Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, y Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre, y aparece el primer número de la revista Espadaña, que pretendió encarnar la reacción contra la poesía conformista de Escorial y Garcilaso. Espadaña, que contaba con autores como Victoriano Crémer, Eugenio de Nora, José Hierro, Gabriel Celaya y Blas de Otero, quiso rehumanizar la poesía española, iniciando un proceso que desembocaría años después en la poesía social. Dentro de esta tendencia desarraigada de la poesía, muchos autores se ocuparon del tema de Dios, pero su actitud fue diferente a la de los poetas arraigados. Blas de Otero ha sido, quizás, el más significativo de los poetas desarraigados, pero pronto abandonará su preocupación por el silencio de Dios y la angustia del individuo para adentrarse en una poesía de contenido más comprometido y social, pues defendía el poder de la palabra y, por tanto, de la poesía.
Otras Tendencias: Postismo y Grupo Cántico
Por otra parte, otros dos grupos aparecieron en esta época:
- El del entorno de la revista Postismo –abreviatura de posurrealismo, el último “ismo”–, movimiento de vanguardia (1945) fundado por Carlos Edmundo de Ory, que reivindicaba la imaginación y lo lúdico.
- El Grupo Cántico, creado en torno a la revista Cántico (1947), inclinado por una poesía de carácter culturalista y barroca, de tendencia intimista. Pablo García Baena es su mejor representante.
La Década de los 50: La Poesía Social
Durante los años 50 surgió la poesía social. “La poesía es un arma cargada de futuro”, dirá Celaya en el poema de Cantos íberos que sirve como manifiesto de esta corriente. La poesía española pasará de la preocupación existencial por los problemas del individuo a una preocupación por los problemas de la colectividad. Es lo que se denomina poesía social: denuncia, realismo, lenguaje para “la inmensa mayoría”.
Durante esta década continuaron su labor poética muchos de los poetas de Espadaña. Su poesía se caracterizó ahora por:
- El lenguaje sencillo y coloquial.
- Una mayor preocupación por los contenidos que por la estética.
- Cierto carácter narrativo e incluso una tendencia hacia el prosaísmo.
Se concibió la poesía como una herramienta que debía ayudar a la toma de conciencia social de los destinatarios y, en consecuencia, colaborar a la transformación de la realidad. Se reivindicó, en oposición a la poesía selecta dirigida a minorías, una literatura cuyo destinatario fuera “la inmensa mayoría”, expresión con la que Blas de Otero se enfrentó al conocido lema de Juan Ramón Jiménez “A la inmensa minoría”.
Los más destacados de los poetas sociales de los cincuenta son: Blas de Otero (Pido la paz y la palabra), Gabriel Celaya (Las cartas boca arriba, Cantos íberos) y José Hierro (Cuanto sé de mí, Quinta del 42).
El tema de España se convirtió en una constante: Que trata de España (Blas de Otero), Cantos Íberos (G. Celaya); España, pasión de vida (Eugenio de Nora), Canto a España (José Hierro), Dios sobre España (Carlos Bousoño). Los poetas sociales tuvieron numerosos puntos de contacto con la poesía publicada en la revista Caballo verde para la poesía, que Neruda fundó antes de la Guerra Civil.
La Poesía de la Década de los 60: La Generación del 50
En la década posterior, la de los 60, la llamada Generación del 50, Generación del medio siglo o Grupo poético del 50 estuvo constituida por poetas nacidos entre 1925 y la Guerra Civil: Ángel González, José Manuel Caballero Bonald, José Agustín Goytisolo, Jaime Gil de Biedma, José Ángel Valente, Claudio Rodríguez, Carlos Barral, Félix Grande y Francisco Brines, entre otros. Son los llamados “niños de la guerra”, poetas nacidos en el periodo de 1924 a 1936.
Fueron poetas con actitudes estilísticas muy diferentes que compartieron una visión semejante de la realidad y unas actitudes éticas comunes con la poesía social: la preocupación por el hombre, el inconformismo, la denuncia, la injusticia (frecuente en Ángel Valente), el compromiso…, sin perder de vista los temas eternos de la poesía como el dolor, el amor, el tiempo y la muerte.
En general, el cambio vino dado porque empezó a hablarse de poesía como experiencia o conocimiento, frente a la poesía como comunicación de la década anterior. Ello explica que fuera habitual la presencia de lo íntimo, el gusto por el recuerdo, la expresión de la subjetividad; en suma, la poetización de la experiencia personal:
- La infancia y la adolescencia.
- La conciencia de la transitoriedad humana.
- El amor, que reapareció dando cauce a la intimidad e incluso al erotismo.
- La amistad.
En cuanto al estilo, hubo una gran atención al lenguaje y los autores se alejaron tanto del prosaísmo de algunos poetas sociales como del tono áspero de la poesía desarraigada, así como del esteticismo formalista de los poetas garcilasistas. Descubrieron las posibilidades artísticas del lenguaje cotidiano y alejaron a la poesía del sentimentalismo exagerado y de la vaciedad retórica. El lenguaje conversacional y coloquial adquirió la categoría de lenguaje artístico.
En cuanto a la métrica, predominó el verso libre, aunque no faltó el uso esporádico de estrofas clásicas.
Por otro lado, fue relevante en la lírica de estos autores su apertura intelectual a muy variadas influencias. Se advirtió, en algunos casos, la huella, hasta entonces desconocida en la literatura española, de poetas como T. S. Eliot, Ezra Pound y Constantino Cavafis. Pero lo más significativo es que los modelos literarios de estos poetas fueron variados. Es reconocible la presencia de la lírica latina, de la poesía inglesa contemporánea, del barroco español, de los poetas del 27 (Aleixandre y Cernuda a la cabeza); sin ignorar a los hispanoamericanos (Vallejo y Neruda) y a Antonio Machado o Miguel Hernández.
Destacó la obra de Jaime Gil de Biedma recogida bajo el nombre de Las personas del verbo; Ángel González, con Tratado de urbanismo; Claudio Rodríguez con Don de la ebriedad; José Ángel Valente, con A modo de esperanza.
La Poesía a Partir de 1970: Los Novísimos
Para terminar este periodo, los Novísimos fueron un grupo poético que surgió hacia finales de los años 60. Se les llamó también Generación del 68, aunque el título de Novísimos se lo debemos a José Mª Castellet, que antologó poemas de estos autores y tituló el libro así: Nueve novísimos poetas españoles, en el año 1970. Aquí incluiríamos a Leopoldo María Panero, Ana Mª Moix, Manuel Vázquez Montalbán, Pere Gimferrer, Guillermo Carnero, Antonio Colinas y Luis Alberto de Cuenca, entre otros.
Estos poetas se dejaron influir por las vanguardias del siglo XX, en especial, el Surrealismo, tomando como puentes a Aleixandre y el Postismo. Fueron culturalistas y exhibicionistas desde el punto de vista cultural. Gustaron de experimentar lingüísticamente, mediante un lenguaje rico y barroco; a veces usaron la escritura automática, en plan surrealista… Pensaban que la poesía era un arte minoritario.
Las notas más destacadas de estos poetas fueron:
- El sesgo marcadamente culturalista de sus poemas, que rayaban a veces en el exhibicionismo cultural, con bellos vocablos y deliciosos clichés que creaban un ambiente artístico refinado y sutil (escenarios italianos, como Venecia).
- La aparición frecuente en sus versos de la nueva sociedad de consumo (referencias al cine, la TV, la radio, el deporte, la canción, los tebeos…).
- La reflexión metapoética.
Dicho de otra forma, compartieron referencias como: el mar, el mundo clásico, el cosmopolitismo, la sacralización de la literatura, el exotismo, el interés por la cultura…
Destacó el poemario Arde el mar (Premio Nacional de Poesía en 1966) de Pere Gimferrer.