El periodo de posguerra coincide con la dictadura militar de Franco. En esta etapa de cincuenta años se distinguen cuatro etapas que abarcan desde un período de aislamiento político y económico (1939-1950), con censura que empobrecerá el panorama artístico; pasando por una apertura política y económica (1951-1959) en la que España se abre al exterior, con su reflejo en una mejoría económica y artística, centrada esta en reflejar la situación histórica y social; continuando con un periodo de estabilización (1960-1975) por la mejora económica y el rechazo a la falta de libertades que, en lo artístico, busca su respuesta en la experimentación; y, por último (a partir de 1975), con la instauración de la democracia, se fomenta una sociedad de consumo, del bienestar y globalizada, que tiene su reflejo en la oficialización de la cultura.
Poesía de la posguerra (1939-1950)
Literariamente, El rayo que no cesa (1935), de Miguel Hernández, sirvió de paradigma y punto de referencia para los nuevos poetas. Escrita durante la guerra, Hernández escribió mayormente desde la cárcel, aludiendo a la guerra cruel y la ausencia dolorosa de los suyos.
A partir de aquí, y bajo la influencia de Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre, da inicio la poesía de posguerra, que Dámaso Alonso reduce a dos tendencias:
La poesía arraigada
Formada por poetas agrupados en la revista Garcilaso que ven el mundo con optimismo en la búsqueda de claridad, perfección y orden con temas tradicionales (el amor, el paisaje o la religión). Ejemplos son la poesía de Luis Rosales (La casa encendida), Leopoldo Panero (La estancia vacía).
La poesía desarraigada
Como respuesta a la poesía arraigada, Dámaso Alonso propone el término de desarraigada, tendencia unida a la revista Espadaña, con la idea de que el mundo es un caos y una angustia, y la poesía, una frenética búsqueda de ordenación. Se presenta una visión rehumanizada cuyo eje es el Hombre, a través de un estilo más libre, preocupados más por el contenido que por la estética. Esta poesía de carácter existencial se refleja en Blas de Otero con Ancia y Ángel fieramente humano y Gabriel Celaya con Tranquilamente hablando.
Poesía social (1950-1960)
Gabriel Celaya afirmará unos años después que «la poesía es un arma cargada de futuro» y que un poeta no puede ser neutral, señalando el nuevo rumbo de la poesía hacia un tono más humano, social y comprometido. La poesía se convierte en un instrumento para transformar el mundo. Así lo reflejan dos obras claves de esta nueva orientación: Pido la paz y la palabra, de Blas de Otero y Cantos íberos, de Gabriel Celaya. La temática fundamental es el tema de España con un propósito crítico: la injusticia social, el anhelo de libertad… con un lenguaje claro. Otros poetas de esta década y tendencia son José Hierro, con Quinta del 42 o Claudio Rodríguez, con Conjuros.
Poesía de los años 60
La poesía social se prolonga hasta los años 60, pero en la década de los 50 comienzan a aparecer poetas nuevos que representarán su superación. No puede decirse que estos autores formen un grupo, pero tienen rasgos comunes: una preocupación fundamental por el Hombre, frecuentes muestras de inconformismo y escepticismo frente al mundo, prestan atención a lo cotidiano y muchos siguen fieles a un estilo conversacional.
La poética de los años 60 ofrece gran variedad de matices: desde la poesía intimista de Gil de Biedma (Poemas póstumos) o J. M. Caballero (Vivir para contarlo); poesía social, con Ángel González y Palabra sobre palabra; poesía irónica, de Jaime Gil de Biedma (Moralidades) u otras tendencias como la poética clasicista de F. Brines (Palabras en la oscuridad), y de tipo experimental, con J. Ángel Valente (Poemas a Lázaro).
Generación del 68 o novísimos (1970)
En la década de los 70, surgen una serie de poetas, nacidos después de la guerra, que son representantes de una nueva sensibilidad e intereses. Pertenecientes a la denominada generación del 68, también llamados novísimos, recuperan las actitudes vanguardistas alternando lo personal con lo público. La finalidad es el juego verbal, tal como se aprecia en Guillermo Carnero (El sueño de Escipión), Manuel Vázquez Montalbán (A la sombra de las muchachas en flor) o Pedro Gimferrer, figura presidencial de los novísimos (Arde el mar).
Poesía de los 80: postnovísimos
A partir de 1980, surge una nueva generación caracterizada por una intención continuista, tolerante y plural: son los postnovísimos, que se dieron a conocer gracias a Blanca Andreu y su obra De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall. Los poetas de los 80 renuncian a explicar el mundo y se limitan a comunicar experiencias íntimas, buscando un equilibrio entre tradición y novedad. La labor del poeta es trasladar la experiencia vivida; de ahí el nombre de generación de la experiencia. Esta recuperación del realismo se ve reflejada en autores como Andrés Trapiello, con Junto al agua; Luis García Montero, principal representante del realismo crítico, con Tristia.
Poesía de la actualidad (1990-2000)
De los años 80 a la actualidad, la literatura en general -y la poesía en particular- se caracteriza por una heterogeneidad de formas, contenidos y tendencias que podríamos simplificar en las siguientes:
- Poesía neoimpresionista, con estampas poéticas provocadas por el momento fugitivo en que se vive o por la huella del tiempo sobre las cosas, como sucede con Las tradiciones, de Andrés Trapiello.
- Neosurrealismo, con asociaciones imaginativas y el irracionalismo en Un lugar en el fuego, de Amalia Iglesias.
- Neopurismo, una tendencia general que acoge dos opciones: la poesía objetivista, de Andrés Sánchez Robayna (Sobre una piedra extrema) y la poesía del silencio, de carácter conceptual y hermética, como sucede con Álvaro Valverde (El reino oscuro).
- Transcendentalismo, relacionada con la tendencia anterior en cuanto que acentúa el valor simbólico de la realidad, como Antonio Colinas en La hora interior.