Sonatina
Rubén Darío (1896)
La princesa está triste… ¿Qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y vestido de rojo piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.
¿Piensa, acaso, en el príncipe de Golconda o de China,
o en el que ha detenido su carroza argentina
para ver de sus ojos la dulzura de luz?
¿O en el rey de las islas de las rosas fragantes,
o en el que es soberano de los claros diamantes,
o en el dueño orgulloso de las perlas de Ormuz?
¡Ay!, la pobre princesa de la boca de rosa
quiere ser golondrina, quiere ser mariposa,
tener alas ligeras, bajo el cielo volar;
ir al sol por la escala luminosa de un rayo,
saludar a los lirios con los versos de mayo
o perderse en el viento sobre el trueno del mar.
Ya no quiere el palacio, ni la rueca de plata,
ni el halcón encantado, ni el bufón escarlata,
ni los cisnes unánimes en el lago de azur.
Y están tristes las flores por la flor de la corte,
los jazmines de Oriente, los nelumbos del Norte,
de Occidente las dalias y las rosas del Sur.
¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules,
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.
¡Oh, quién fuera Hipsípila que dejó la crisálida!
(La princesa está triste. La princesa está pálida.)
¡Oh visión adorada de oro, rosa y marfil!
¡Quién volara a la tierra donde un príncipe existe,
(La princesa está pálida. La princesa está triste.)
más brillante que el alba, más hermoso que abril!
¡Calla, calla, princesa, dice el hada madrina,
en caballo con alas, hacia acá se encamina,
en el cinto la espada y en la mano el azor,
el feliz caballero que te adora sin verte,
y que llega de lejos, vencedor de la Muerte,
a encenderte los labios con un beso de amor!
Himno a la Luna
Leopoldo Lugones (1909) – Del libro Lunario sentimental
Luna, quiero cantarte
Oh ilustre anciana de las mitologías,
Con todas las fuerzas del arte.
Deidad que en los antiguos días
Imprimiste en nuestro polvo tu sandalia,
No alabaré el litúrgico furor de tus orgías
Ni tu erótica didascalia,
Para que alumbres sin mayores ironías,
Al polígloto elogio de las Guías,
Noches sentimentales de misses en Italia.
Aumenta el almizcle de los gatos de algalia;
Exaspera con letárgico veneno
A las rosas ebrias de etileno
Como cortesanas modernas;
Y que a tu influjo activo,
La sangre de las vírgenes tiernas
Corra en misterio significativo.
Yo te hablaré con maneras corteses
Aunque sé que sólo eres un esqueleto,
Y guardaré tu secreto
Propicio a las cabelleras y a las mieses.
Te amo porque eres generosa y buena,
¡Cuánto, cuánto albayalde
Llevas gastado en balde
para adornar a tu hermana morena!
El mismo Polo recibe tu consuelo;
Y la Osa estelar desde su cielo,
Cuando huye entre glaciales moles
La luz que tu veste orla,
Gime de verse encadenada por la
Gravitación de sus siete soles.
Sobre el inquebrantable banco
Que en pliegues rígidos se deprime y se esponja,
Pasas como púdica monja
Que cuida un hospital todo de blanco.
Eres bella y caritativa:
El lunático que por ti alimenta
Una pasión nada lasciva.
Entre sus quiméricas novias te cuenta.
¡Oh astronómica siempreviva!
Y al asomar tu frente
Tras de las chimeneas, poco a poco.
Haces reír a mi primo loco
Interminablemente.
En las piscinas.
Los sauces, con poéticos desmayos,
Echan sus anzuelos de seda negra a tus rayos
Convertidos en relumbrantes sardinas.
Sobre la diplomática blancura
De tu faz, interpreta
Sus sueños el poeta,
Sus cuitas la romántica criatura
Que suspira algún trágico evento;
El mago del Cabal o la Nigricia,
Su conjuro que brota en plegaria propicia:
«¡Oh tú, ombligo del firmamento!»
Mi ojo científico y atento
Su pesimismo lleno de pericia.
Como la lenteja de un péndulo inmenso,
Regla su transcurso la dulce hora
Del amante indefenso
Que por fugaz la llora,
Implorando con flébiles querellas
Su impavidez monárquica de astro;
O bien semeja ampolla de alabastro
Que cuenta el tiempo en arena de estrellas.
Flor de Cieno
Julián del Casal
Yo soy como una choza solitaria
Que el viento huracanado desmorona
Y en cuyas piedras húmedas entona
Hosco búho su endecha funeraria.
Por fuera sólo es urna cineraria
Sin inscripción, ni fecha, ni corona;
Mas dentro, donde el cieno se amontona,
Abre sus hojas fresca pasionaria.
Huyen los hombres al oír el canto
Del búho que en la atmósfera se pierde,
Y, sin que sepan reprimir su espanto,
No ven que, como planta siempre verde,
Entre el negro raudal de mi amargura
Guarda mi corazón su esencia pura.
Paisaje Espiritual
Julián del Casal
Perdió mi corazón el entusiasmo
Al penetrar en la mundana liza,
Cual la chispa al caer en la ceniza
Pierde el ardor en fugitivo espasmo.
Sumergido en estúpido marasmo
Mi pensamiento atónito agoniza
O, al revivir, mis fuerzas paraliza
Mostrándome en la acción un vil sarcasmo.
Y aunque no endulcen mi infernal tormento
Ni la Pasión, ni el Arte, ni la Ciencia,
Soporto los ultrajes de la suerte,
Porque en mi alma desolada siento,
El hastío glacial de la existencia
Y el horror infinito de la muerte.
Flores
Julián del Casal
Mi corazón fue un vaso de alabastro
Donde creció, fragante y solitaria,
Bajo el fulgor purísimo de un astro
Una azucena blanca: la plegaria.
Marchita ya esa flor de suave aroma,
Cual virgen consumida por la anemia,
Hoy en mi corazón su tallo asoma
Una adelfa purpúrea: la blasfemia.
La Hondura Interior
Amado Nervo (1916) – Del libro Elevación
Desde que sé las cosas bellas,
los mil incógnitos veneros
de, luz, las fuerzas misteriosas
que el hombre lleva en su interior,
¡ya no me importan las estrellas
ni los cometas agoreros
ni las arcanas nebulosas,
con su fosfóreo resplandor!
Ya no me importa del planeta
la claridad prestada y quieta;
ya no contemplo al taciturno
y melancólico Saturno,
con sus anillos y el cortejo
de diez satélites, errar
por la extensión como un dios triste
bajo la pompa que lo viste…
Ya no me encanta el oro viejo
de nuestra luna familiar.
¡Qué vale, en suma todo eso!
(materias cósmicas, exceso
de vano gas en combustión…)
¡Qué vale en suma, ante el abismo
vertiginoso de uno mismo
que nos espanta la razón!
¡A qué mirar constelaciones
en el profundo azul turquí!
¡A qué escrutar las extensiones!
¿Qué nos diréis, astros distantes,
inmensos orbes rutilantes?
¡El gran misterio no está allí! […]
En Paz
Amado Nervo (1916) – Del libro Elevación
Muy cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
porque nunca me diste ni esperanza fallida,
ni trabajos injustos, ni pena inmerecida;
porque veo al final de mi rudo camino
que yo fui el arquitecto de mi propio destino;
que si extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas:
cuando planté rosales, coseché siempre rosas.
…Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno:
¡mas tú no me dijiste que mayo fuese eterno!
Hallé sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me prometiste tan sólo noches buenas;
y en cambio tuve algunas santamente serenas…
Amé, fui amado, el sol acarició mi faz.
¡Vida, nada me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Emoción Vesperal
Ernesto Noboa y Caamaño
Hay tardes en las que uno desearía
embarcarse y partir sin rumbo cierto,
y, silenciosamente, de algún puerto,
irse alejando mientras muere el día.
Emprender una larga travesía
y perderse después en un desierto
y misterioso mar, no descubierto
por ningún navegante todavía.
Aunque uno sepa que hasta los remotos
confines de los piélagos ignotos
le seguirá el cortejo de sus penas,
y que, al desvanecerse el espejismo,
desde las glaucas ondas del abismo
le tentarán las últimas sirenas.
Tu Cabellera
Humberto Fierro
Tu cabellera tiene más años que mi pena,
Pero sus ondas negras aún no han hecho espuma.
Y tu mirada es buena para quitar la bruma
Y tu palabra es música que al corazón serena.
Tu mano fina y larga de Belkis, me enajena
Como un libro de versos de una elegancia suma.
La magia de tu nombre como una flor perfuma
Y tu brazo es un brazo de lira o de sirena.
Tienes una apacible blancura de camelia,
Ese color tan tuyo que me recuerda a Ofelia
—La princesa romántica en el poema inglés—,
Y a tu corazón de oro… de la melancolía,
La mano del bohemio, permite, amiga mía,
Que arroje algunas flores humildes a tus pies.
La Novia Imposible
Alfonso Moreno Mora
Después de haber soñado largo tiempo con ella,
una mañana clara desperté de ese sueño…
y la vi ya imposible, convertida en estrella
lejana, muy lejana para mi clavileño.
Dolido y en silencio dejé correr mi llanto;
mas, como de mis lágrimas hiciérase una fuente,
la fuente cada noche copiar supo el encanto
de la estrella, y mis lágrimas corrían dulcemente.
¡Ay, cómo te suspiro y van a ti mis quejas,
estrella que en mi fuente de llanto te reflejas…!
¡Oh, mi único cariño, mi estrella de cariño!
Cuando en la noche, a veces, se vuelve a abrir la herida
y siento que se empapa de lágrimas mi vida,
palpita, nuevamente, mi corazón de niño…
El Alma en los Labios
Medardo Ángel Silva
Cuando de nuestro amor la llama apasionada,
Dentro de tu pecho amante contemples extinguida,
ya que solo por ti la vida me es amada,
el día en que me faltes me arrancaré la vida.
Porque mi pensamiento lleno de este cariño
que en una hora feliz me hiciera esclavo tuyo,
lejos de tus pupilas es triste como un niño,
que se duerme soñando en tu acento de arrullo.
Para envolverte en besos quisiera ser el viento,
y quisiera ser todo lo que tu mano toca;
ser tu sonrisa, ser hasta tu mismo aliento,
para poder estar más cerca de tu boca.
Vivo de tu palabra y eternamente espero,
llamarte mía como quien espera un tesoro.
Lejos de ti comprendo lo mucho que te quiero,
Y besando tus cartas ingenuamente lloro.
Perdona que no tenga palabras con que pueda
decirte la inefable pasión que me devora;
para expresar mi amor solamente me queda
rasgarme el pecho, amada, y en tus manos de seda,
dejar mi palpitante corazón que te adora.
Visión Lejana
Arturo Borja
¿Qué habrá sido de aquella morenita,
trigo tostado al sol —que una mañana—
me sorprendió mirando a su ventana?
Tal vez murió, pero en mí resucita.
Tiene en mi alma un recuerdo de hermana muerta.
Su luz es de paz infinita.
Yo la llamo tenaz en mi maldita
cárcel de eterna desventura arcana.
Y es su reflejo indeciso en mi vida
una lustral ablución de jazmines
que abre una dulce y suavísima herida.
¡Cómo volverla a ver! ¿En qué jardines
emergerá su pálida figura?
¡Oh, amor eterno el que un instante dura!
Invernal
José María Egas
Ingenuamente pones en tu balcón florido
la nota más romántica de esta tarde de lluvia,
voy a hilar mi nostalgia de sol que se ha dormido
en la seda fragante de tu melena rubia.
Hay un libro de versos en tus manos de luna,
en el libro un poema que se deshoja en rosas,
tiendes la vista al cielo y en tus ojos hay una
devoción infinita para mirar las cosas.
Tiembla en tus labios rojos la emoción de un poema,
yo cual viejo neurótico seguiré con mi tema
en esta tarde enferma de cansancio y de lluvia.
Y siempre cuando muera, crepúsculo de olvido,
hilaré mi nostalgia de sol que se ha dormido
en la seda fragante de tu melena rubia.