Panorama del Teatro, Novela y Poesía Española: Desde 1939 hasta la Actualidad

Teatro Español Posterior a 1939

Teatro posterior a 1939: El teatro en los años cuarenta tiene como rasgos compartidos la preferencia por la comedia y el carácter evasivo. Destacan:

  • La comedia burguesa, en la estela de las obras de Benavente, con autores como Joaquín Calvo Sotelo, José López Rubio, Víctor Ruiz Iriarte, que cultivan un teatro estéticamente convencional y conservador.
  • La comedia del disparate, cuyos representantes son Miguel Mihura (Tres sombreros de copa) y Enrique Jardiel Poncela (Eloísa está debajo de un almendro), se caracteriza por el humor absurdo de raíz vanguardista.
  • El teatro en el exilio. Siguen escribiendo teatro los grandes dramaturgos españoles en el exilio: Rafael Alberti (El adefesio), Max Aub (San Juan), Alejandro Casona, cuyas obras (La dama del alba, La barca sin pescador) combinan escapismo, poesía y misterio, caracterizadas por el conflicto entre fantasía y realidad.

En los años cincuenta surge en España un teatro comprometido con la realidad social y política del país, que oscila entre dos polos:

  • El posibilismo de Antonio Buero Vallejo, en el que se inscriben tragedias caracterizadas por personajes históricos para reflexionar sobre el presente (El sueño de la razón), la presencia de elementos simbólicos y efectos de inmersión (La fundación), para tomar conciencia de la trágica condición del ser humano, así como la realidad de la época.
  • El teatro de agitación política y social de Alfonso Sastre, cuyos dramas (La taberna fantástica) cometen una denuncia de las injusticias sociales y de la situación política en España.

Otros dramaturgos optan por una estética realista. Destacan Laura Olmo (La camisa), José Martín Recuerda (Las salvajes en puente San Gil), José María Rodríguez (Los inocentes de la Moncloa), Ricardo Rodríguez Buded (La madriguera).

El teatro experimental, influido por el surrealismo, el teatro del absurdo y de la crueldad.

El teatro de Fernando Arrabal (El cementerio de automóviles), fundador del movimiento pánico, de carácter simbólico, aspira a sobrecoger o escandalizar al espectador mediante la violencia, el sexo o la locura.

El teatro furioso de Francisco Nieva (Pelo de tormenta) es la crítica de la España tradicional. El teatro en democracia, condicionado por el apoyo institucional y la pérdida de importancia del texto dramático y el dramaturgo.

En el teatro de los ochenta destacan José Luis Alonso de Santos (Bajarse al moro) o José Sanchis (¡Ay, Carmela!).

En los últimos años estrenan sus obras los autores de la Generación Bradomín, con dos tendencias fundamentales: un teatro de la palabra, representado por Juan Mayorga, cuyas obras (Cartas de amor a Stalin, Hamelin) reflexionan sobre las distintas formas de opresión, y un teatro de experimentación radical, con autores como Angélica Lidell y Rodrigo García.


Teatro Español Anterior a 1936

El teatro anterior a 1936 está marcado por las obras y coexistencia de varias generaciones de dramaturgos: autores realistas como Galdós, dramaturgos de Fin de Siglo y de la generación del 27 escriben sus obras en este período. Se distinguen dos grupos.

El primer grupo es el teatro comercial en el que destacan las comedias de Jacinto Benavente, el teatro poético de Francisco Villaespesa o Eduardo Marquina, las obras de Manuel y Antonio Machado o el teatro cómico: el Astracán de Pedro Muñoz Seca, la tragicomedia grotesca y los sainetes de Carlos Arniches o las comedias costumbristas y sainetes de Serafín y Joaquín Álvarez Quintero.

Podemos hacer especial mención a Carlos Arniches, quien crea la tragicomedia grotesca (combina elementos trágicos y cómicos). Una de sus obras más importantes es La señorita de Trevélez. También cabe mencionar a Jacinto Benavente, entre sus obras destacan comedias de ambientación burguesa (Rosas de otoño) y melodramas rurales (La malquerida).

El segundo grupo es el teatro anticomercial con obras más innovadoras con características como: el abandono del realismo, ejemplo de ello es El Señor Pigmalión de Jacinto Grau; la reflexión filosófica cargada de valor simbólico (La venda, de Unamuno); la recuperación de formas primitivas de teatralidad, recuperando géneros como la tragedia (Fedra, de Unamuno), el auto sacramental (Angelita, de Azorín) o la farsa (cultivada por Valle Inclán y García Lorca).

El Teatro de Valle-Inclán

El teatro de Valle-Inclán puede organizarse en tres ciclos:

  • El ciclo mítico. Incluye obras ambientadas en una Galicia arcaica, violenta y patriarcal. Las comedias bárbaras como La cara de plata, Águila de Blasón, Romance de lobos. Además, en Divinas palabras se presenta la codicia desatada al morir la madre de un niño exhibido en ferias.
  • El ciclo del esperpento. Además de Martes de carnaval, la avaricia, la muerte y la lujuria, la mejor obra es Luces de bohemia donde la deformación caricaturesca de la realidad evidencia lo absurdo y miserable de la existencia.
  • El ciclo de la farsa. Pertenecen a este grupo La marquesa Rosalinda y Tablado de marionetas para la educación de príncipes escritas en versos.

El Teatro de García Lorca

El tema principal del teatro lorquiano es la insatisfacción de los impulsos vitales. Otros rasgos son el uso del verso y de la prosa, la concepción del teatro como un espectáculo total y el uso de un lenguaje intenso y poético.

Sus primeras obras fueron El maleficio de la mariposa y Mariana Pineda. En cuanto a las farsas para guiñol y para personas tenemos La tragicomedia de Don Cristóbal y la señá Rosita, Retablito de Don Cristóbal, La zapatera prodigiosa. En el teatro de vanguardia destacan obras como El público y Así que pasen cinco años. Finalmente, en el teatro mayor se distinguen Doña Rosita la soltera y las tragedias como Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda Alba.


La Novela Española entre 1939 y 1974

Novela 1939-1974: La Guerra Civil supone un corte drástico en el desarrollo de la cultura española, esto explica la anómala evolución de la novela durante los cuarenta y cincuenta, donde permaneció al margen de las tendencias narrativas.

En los años cuarenta las principales corrientes son la novela existencial y la novela tremendista. La primera son relatos que reflejan la asfixiante realidad de la posguerra, protagonizados por seres angustiados y obsesionados con la idea de la muerte. La novela más destacada es Nada, de Carmen Laforet. Por otro lado, la novela tremendista acentúa la autoridad y la violencia, con elementos picarescos, naturalistas y esperpénticos. La obra más destacada es La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela.

En los cincuenta, los autores se sitúan en la tradición del realismo e incorporan temas sociales, superando el individualismo existencialista. La novela pionera es La colmena, de Cela, que retrata la vida cotidiana en Madrid de 1942. En este relato destacan el protagonismo colectivo, el fragmentarismo y el contrapunto. Los temas principales en estos años parten del compromiso y abordan las penosas condiciones de vida de la gente corriente en España, con voluntad de denuncia. Además, el objetivismo será utilizado como la principal técnica narrativa. Los principales autores de esta tendencia se agrupan en dos subconjuntos: el realismo social y los neorrealistas. Dentro del primero, con un compromiso político explícito, se encuentran: Antonio Ferres, Alfonso Grosso y Jesús López Pacheco. Dentro del segundo, los neorrealistas, con mayor interés por las cualidades estéticas de sus obras son: Ana María Matute (Fiesta al Noroeste), Ignacio Aldecoa (El fulgor y la sangre), Carmen Martín Gaite (El balneario) y Rafael Sánchez Ferlosio (El Jarama, obra que logra la máxima expresión del objetivismo).

A principios de los años sesenta se produce un movimiento de renovación basado en tres principios: el arte no debe estar supeditado a la política, la pretensión de objetividad debe superarse para reflejar la conciencia del sujeto y es preciso conferir un rango artístico a la prosa narrativa. En la novela experimental, vamos a encontrar características comunes, como el subjetivismo, la indagación en la realidad española se realiza a través de personajes individualizados y sumidos en una crisis de identidad, que se va a reflejar en el uso del monólogo interior o el tú auto-reflexivo. Otras características son la sustitución del capítulo como unidad estructural por secuencias o párrafos, la creación de espacios simbólicos o míticos, la inclusión de materiales diversos y técnicas como el desorden cronológico o las licencias ortográficas y tipográficas, o la voluntad de renovación estilística. En estos años, las obras fundamentales son: Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos (que trata de cómo un joven médico sumido en la investigación, ve truncado su futuro por la penosa realidad del país), Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes (largo soliloquio de una mujer frente al cadáver de su marido), Volverás a Región, de Juan Benet, Señas de Identidad, de Juan Goytisolo, Antagonía, de Luis Goytisolo, La saga/fuga de J. B., de Torrente Ballester, o Si te dicen que caí, de Juan Marsé.

Por último, durante el exilio, las causas, el desarrollo y las secuelas de la Guerra Civil, y la reflexión autobiográfica serán los ejes temáticos de autores como Rosa Chacel (Barrio de Maravillas), Ramón J. Sender (Relatos fronterizos) y Max Aub (Juego de cartas).


La Poesía Española entre 1939 y la Actualidad

Poesía 1939-Actualidad: Durante el franquismo, la cultura estaba condicionada por la desaparición de las élites intelectuales, la represión de los perdedores y la restricción de las libertades básicas. Además, la censura y la autocensura condicionaban la creación literaria y hasta la instauración de la democracia no se normalizó la cultura del país.

En este periodo destaco Miguel Hernández, con su trayectoria poética donde se cuentan tres hitos fundamentales: El rayo no cesa, de temática amorosa; Viento del pueblo, cuyo tema central es el sufrimiento de los desheredados; y Cancionero y romancero de ausencias, en el que la paternidad y el amor aparecen como modo de trascender a la muerte.

En los años 40, se publican dos poemarios fundamentales, que suponen el arranque de la poesía de posguerra: Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, y Sombra del paraíso, de Aleixandre. En estos años se reconocen dos tendencias: la poesía desarraigada y la poesía arraigada. En la primera se trata de un conjunto de obras que presentan una visión pesimista y angustiada de la existencia, donde un Dios cruel y arbitrario rige el mundo, fue cultivada por Blas de Otero (Ángel fieramente humano), José Hierro (Alegría) y Gabriel Celaya (La soledad cerrada). Por otro lado, en la poesía arraigada los autores presentan una vivencia armónica y reconciliadora del mundo, en una poesía intimista que busca la perfección formal, formando la Generación del 36, con autores como Luis Rosales (La casa encendida), Dionisio Ridruejo (En la soledad del tiempo) y Leopoldo Panero (Antología).

Durante los años 50 predominó la poesía social, caracterizada por la concepción de la poesía como un instrumento de transformación social, la importancia del tema frente a los aspectos formales, y el estilo sencillo y directo. A esta tendencia se incorporan Gabriel Celaya (Cantos iberos); Blas de Otero (Pido la paz y la palabra), y José Hierro (Cuanto sé de mí). En este periodo también se documentan voces alejadas de lo social, como el Grupo Cántico, el postismo y el surrealismo.

A finales de los cincuenta, una nueva promoción propone una nueva concepción de la poesía como instrumento de indagación en la propia experiencia. Este grupo se caracteriza por: el autobiografismo, la amplitud temática, el lenguaje conversacional e intimista y el distanciamiento irónico respecto a sus propias emociones. Destacan Claudio Rodríguez (Conjuros), Francisco Brines (Las brasas), José Agustín Goytisolo (Claridad) o José Ángel Valente (A modo de esperanza) además de Jaime Gil de Biedma (Compañeros de viaje) y Ángel González (Áspero mundo).

En la poesía española van a destacar nueve autores por su culturalismo, el escapismo, el esteticismo y el decadentismo, el barroquismo y la influencia de las vanguardias: los Novísimos. Manuel Vázquez Montalbán (Los mares del Sur), Antonio Martínez Sarrión (Sequías), José M.ª Álvarez (Museo de cera), Félix de Azúa (Lengua de cal), Pere Gimferrer (El vendaval), Leopoldo M.ª Panero (Teoría), Guillermo Carnero (Dibujo de la muerte), Ana M.ª Moix (A imagen y semejanza) y Vicente Molina Foix (Los espías del realista).

Durante la democracia en la poesía se reconocerán dos tendencias: la poesía de la experiencia y la poesía del silencio. Esta primera está representada por autores como Luis García Montero (En pie de paz) y Felipe Benítez Reyes (Los vanos mundos), quienes proponen una poesía de ambientación urbana y contemporánea, con elementos narrativos y tono conversacional, donde el poeta se identifica con las vivencias y emociones de personas normales. Por otro lado, la poesía del silencio, cuyo mentor es José Ángel Valente (Estancias) y contará con poetas como Antonio Gamoneda (León de la mirada), Clara Janés (Eros) y Jaime Siles (Música de agua). Estos renunciarán a lo sentimental para plantear temas como la reflexión metalingüística, la preocupación por la muerte o el afán de absoluto. Con el cambio de siglo, poetas de diverso signo evolucionan hacia una poesía meditativa: Vicente Gallego (Santa deriva), Carlos Marzal (Metales pesados), Eloy Sánchez Rosillo (La certeza).


La Novela Española desde 1975 hasta la Actualidad

Novela 1975-Actualidad: A mediados de los años 70, la novela experimental decae por abandono de la complejidad y del hermetismo de sus técnicas. La verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza marcaría un punto de inflexión, debido a su deseo de empezar a dar peso a la trama. Asimismo, el número de escritoras y títulos publicados crece.

En estos años, siguen publicando escritores de la Generación del 36 y del «Medio Siglo», pero el protagonismo del cambio recaerá en la Generación del 68 (Eduardo Mendoza, Javier Marías con El siglo, Luis Landero…). Continuarán su labor los escritores de la Generación del 80 (Arturo Pérez Reverte, Julio Llamazares) y otros más jóvenes como Juan Manuel de Prada, Lucía Etxebarria (Un milagro en equilibrio), José Ángel Mañas o Ray Loriga. Toda su producción novelística intenta agrupar distintas tendencias que pueden aparecer entrelazadas en una misma obra. Estas serían la novela de intriga, que incorpora recursos del relato policiaco (La piel del tambor de Pérez Reverte), llegando a la parodia en títulos como El misterio de la cripta embrujada de Eduardo Mendoza; la novela testimonial que presenta relatos ruralistas sobre problemas sociales (Héroes de Ray Loriga o Historias de Kromen de José Ángel Mañas); o la novela intimista, que se desarrolla en un espacio urbano con temas como la soledad, la incomunicación, la propia identidad; se busca la introspección psicológica y a veces confunde realidad y fantasía (Juegos de la edad tardía de Luis Landero, Historia de un idiota contada por el mismo de Félix Azúa). Otras tendencias serían la ficción metanovelesca, donde el tema central es la propia creación literaria (Gramática Parda de Juan García Hortelano); o la novela bíblica con obras como La lluvia amarilla de Julio Llamazares. Pero sin duda la tendencia más prolífica es la novela histórica, que sitúa la acción, con planteamientos realistas, en marcos temporales más o menos alejados; busca la reflexión sobre los problemas humanos universales, casi siempre con la revisión crítica de la historia. Destacan las que tratan de la Guerra Civil o la posguerra (Girasoles ciegos de Alberto Méndez o Soldados de Salamina de Javier Cercas). Puede llegarse a una visión irónica o desmitificadora como Las máscaras del héroe de Juan Manuel de Prada, El capitán Alatriste de Pérez Reverte o La vieja sirena de Luis Sampedro.

Ya en el siglo XXI se aprecia una novela muy heterogénea si bien puede afirmarse que predomina una línea tradicional frente a lo experimental. Hay innovaciones en el lenguaje, con la influencia de lo audiovisual, característica de la Generación AfterPop (aparecida en 2004), también llamada Generación Nocilla o el título Nocilla Dream de uno de sus iniciadores: Agustín Fernández Mallo, se oponen a la literatura convencional y comercial; defienden la superación del concepto de las dos Españas; se apropian de textos ajenos, utilizando el collage; reflejan la influencia de la cultura del pop; tratan temas universales como el odio, la muerte o la soledad en un mundo comunista….

Otros autores son Lolita Bosch (Tres historias europeas) y Manuel Vilas (España), que dio por acabado este movimiento con la expresión: «Manuel Vilas ha muerto», al regresar a técnicas tradicionales que publicaron grandes editoriales como faunas distópicas (La mano invisible de Isaac Rosa), pero sobre todo el del realismo existencialista (Patria de Fernando Aramburu). En los últimos años ha crecido la importancia de la novela negra o policiaca que se presta a contar las incertidumbres del presente en un ambiente determinante urbano: Todo esto te daré de Dolores Redondo.


La Generación del 27

La Generación del 27 recibe este nombre como homenaje a Luis de Góngora organizado por José María Romero en el Ateneo de Sevilla por el tercer centenario de la muerte del poeta cordobés. Esta generación estaba formada por un conjunto de escritores españoles que publicaron sus primeras obras en la tercera década del siglo XX como Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Dámaso Alonso, Rafael Alberti, Luis Cernuda y Vicente Aleixandre (quien ganó un premio nobel una vez recuperada la democracia en España en 1977 como reconocimiento internacional a toda esta generación a la que perteneció). Todos estos escritores eran amigos y se reunían en la Residencia de estudiantes de Madrid. Los principales rasgos que definían este grupo eran la homogeneidad de su formación ya que la mayor parte de ellos procede de familias burguesas de tradición liberal y tenían una sólida formación literaria, la amistad debido a las dedicatorias de sus poemarios o elogios que escribían tras la muerte de alguno de ellos, los cauces de difusión compartidos ya que publicaban sus poemas en las mismas revistas literarias (Litoral, Verso y Prosa…) y la concepción común de la poesía presentando una actitud estética semejante, que aspira a una síntesis entre tradición y vanguardia. Cada uno de los autores de la Generación del 27 presentaba una voz singular pero puede reconocerse una evolución conjunta. En la primera etapa, en las primeras obras del grupo del 27 se combinan tres líneas poéticas: el creacionismo de Gerardo Diego, el neopopularismo en Marinero en tierra de Alberti y la poesía pura, que busca la realidad esencial que se esconde tras las apariencias. En la segunda etapa, a partir de 1929, algunos poetas del 27 reciben la influencia del surrealismo, que se traduce en una expresión más directa y angustiada de los conflictos íntimos y en la rebelión frente a las convenciones sociales (rehumanización), así como el empleo de imágenes o metáforas irracionales. Los principales títulos de este período fueron La realidad y el deseo, de Cernuda y Espadas como labios, de Aleixandre. Tras la Guerra Civil se produjo el asesinato de Lorca y el exilio de la mayor parte del grupo, lo que tuvo como consecuencia su dispersión. En España tan solo quedaron Gerardo Diego, Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre que cumplieron con el papel de mentores para los más jóvenes, el resto, se exiliaron a diversos países y en sus obras se percibe la irrupción del tema España desde diferentes ópticas. Los dos poemarios más importantes de posguerra son Clamor, de Guillén y Declaración de la quimera, de Cernuda.

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