La Novela Española desde la Posguerra hasta la Actualidad
La Novela de Posguerra (1939-1950)
Los primeros novelistas de posguerra vivieron la guerra como adultos y no se manifiestan de forma solidaria y homogénea, sino más bien con una cierta independencia. Por un lado, la novela se desarrolló desde la perspectiva ideológica del bando vencedor, centrándose en la descripción costumbrista y realista de los ambientes de la burguesía, especialmente catalana, como la saga de los Rius de Ignacio Agustí (título sobre el que TVE llevó a la pequeña pantalla todos los libros) o la tetralogía de José María Gironella sobre la guerra y posguerra que comenzó con Los cipreses creen en Dios. También se practicó una novela humorística, enraizada en las vanguardias anteriores a la guerra, como El bosque animado de Wenceslao Fernández Flórez.
Este discutido páramo cultural de la posguerra quedó sacudido en 1942 por La familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela, con un tremendismo que se anclaba en la picaresca y el naturalismo decimonónico, con las memorias desde la cárcel de un condenado a garrote vil. Con todo, abrió camino para una novela de planteamientos existencialistas. Sus temas podrían reducirse a dos: la incertidumbre de los destinos humanos y la ausencia o dificultad de comunicación personal. Destacan Nada, de Carmen Laforet, que nos narra en primera persona las impresiones de Andrea, estudiante del primer año de Letras en la Universidad de Barcelona, y La sombra del ciprés es alargada, de Miguel Delibes, donde se nos presenta la vida de Pedro, que cae en una profunda crisis que acaba superando gracias a la fe. Peor suerte corrió Javier Mariño, de Gonzalo Torrente Ballester, que fue retirada de las librerías por la censura al mes de su publicación. Generalmente son relatos de tono negativo, con una notable reducción de espacio y tiempo y el predominio de la primera persona y del monólogo.
La Novela Social (1951-1962)
La colmena, de Cela (publicada en 1951 en Buenos Aires a causa de su prohibición en España), abre el camino a la novela social de los años cincuenta, a la que se sumará también Miguel Delibes con Las ratas. A través de la primera, se muestran las miserias de la ciudad de Madrid (como luego hará Luis Romero con La noria para Barcelona), mientras que la segunda presenta el desolado panorama del ambiente rural castellano, en el que sobresale la figura desconcertante del Nini.
Para los nuevos cultivadores de esta novela social, se acuñó la denominación de «Novelistas del medio siglo«, «de los 50» o «Niños de la guerra». Fueron educados en una España monocroma y uniforme, pero mantienen lazos de amistad y son militantes o simpatizantes de partidos de izquierdas. Coinciden en un acercamiento a los temas que preocupaban a la sociedad española contemporánea: la oposición entre el mundo rural y urbano, la emigración, el enfrentamiento larvado entre la clase trabajadora y la burguesía, etc. Su postura estética tiende a la objetividad, alejándose, en cualquier caso, de todo preciosismo esteticista.
Se dividen en dos grandes tendencias:
- El realismo objetivista (próximo al nouveau roman francés), con un mayor equilibrio entre lo literario y lo social.
- El realismo crítico, cercano al neorrealismo italiano, con un compromiso político claro.
Del primero destacaremos El Jarama, de Rafael Sánchez Ferlosio, que refleja la forma de hablar de la juventud madrileña de los cincuenta, y Entre visillos, de Carmen Martín Gaite, que denuncia la situación de la mujer en las ciudades provincianas. Del segundo, Dos días de septiembre, de José Manuel Caballero Bonald, se fija en los jornaleros y terratenientes andaluces, al igual que La zanja, de Alfonso Grosso. Jesús López Pacheco, en Central eléctrica, muestra las contradicciones del progreso técnico con el mundo rural, los obreros y los técnicos, la desigualdad entre las clases sociales. Antonio Ferres continúa el género con La piqueta, en la que unos emigrantes jienenses malviven en una chabola de Madrid.
El agotamiento de la novela social vino fundamentalmente por el descuido de los valores literarios frente a los sociales (novela de la berza se llamó despectivamente).
La Novela Experimental (1962-1975)
Tiempo de silencio, de Luis Martín Santos, en 1962, da paso al experimentalismo y la renovación formal de la novela, que ya se había producido antes en Europa y Norteamérica (Proust, Kafka, Joyce, Faulkner, Dos Passos) e Hispanoamérica (Realismo mágico). Esta renovación afecta a toda la concepción de la novela y pretende reflejar la nueva realidad del mundo actual, si bien temáticamente no se deja el contenido social. A ella se sumarán los autores de las generaciones anteriores. Así, Cinco horas con Mario, de Delibes, es un largo monólogo interior a cargo de Carmen, que vela el cadáver de su marido. O San Camilo, 1936, de Cela, donde un hombre, ante un espejo, en un monólogo interior libre, a modo de collage, narra los sucesos de esos días. Gonzalo Torrente Ballester, en La saga/fuga de J.B., parodia incluso las técnicas experimentales de estos años.
La gran aportación de Juan Goytisolo será la trilogía de Mendiola, encabezada por Señas de identidad y cerrada con Juan sin tierra, con un final en caracteres árabes que para un lector árabe sería el principio. Juan Benet, en Volverás a Región y Una meditación (escrita originalmente en un rollo de papel continuo), relata la degradación de un espacio mítico-imaginario de España. Juan Marsé, en Últimas tardes con Teresa, de menor complejidad técnica que las anteriores, cuenta la relación amorosa entre dos personajes de distinta condición.
La Novela desde la Transición hasta la Actualidad (1975-presente)
Con el proceso democrático iniciado en 1975 se abre el panorama de la novela de tal manera que es prácticamente imposible destacar algunas tendencias generales. Agotada, por exceso, la experimentación, una gran parte de los autores vuelven a la narración tradicional. Es representativa La verdad sobre el caso Savolta, publicada meses antes de morir Franco, de Eduardo Mendoza: parte de múltiples líneas narrativas para llegar al final a un narrador omnisciente tradicional, mezclando la recreación histórica con la intriga policíaca.
Surgen nuevos subgéneros con la finalidad de ampliar el panorama literario. Las leyes del mercado imponen su peso a la literatura: la novela se convierte en un objeto de consumo más, con excesivas obras y escasa calidad. Los novelistas se hacen presentes en múltiples medios, con colaboraciones en prensa o escarceos en la literatura infantil y juvenil. En los últimos tiempos se está imponiendo la novela negra y la novela histórica.
Destacaremos a Manuel Vázquez Montalbán con la creación del detective barcelonés Pepe Carvalho, y a Juan Madrid, con el Comisario Flores. Mendoza crea un singular, y divertido, detective psicópata en El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las aceitunas. Antonio Muñoz Molina también recurre a la novela negra en Beltenebros y Plenilunio. En la novela histórica, Arturo Pérez Reverte se ha convertido en todo un fenómeno mediático con El Capitán Alatriste. Es destacable la labor de Javier Marías, con Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí, de amplia difusión internacional. Es asiduo colaborador en prensa, como Juan José Millás o Juan Manuel de Prada. Luis Landero tiene una producción tardía pero destacable. Finalmente, destacaríamos la cada vez mayor presencia femenina en la novela. Almudena Grandes levantó gran revuelo al ganar el premio Sonrisa Vertical (ya desaparecido) con Las edades de Lulú, pero además se muestra como una de las voces más personales en Los aires difíciles. Junto a ella, podríamos citar a Soledad Puértolas, Rosa Montero, e incluso autoras de las generaciones anteriores que han recobrado nuevos ímpetus narrativos, como Ana María Matute con Olvidado rey Gurú.