Literatura Española de Posguerra: Evolución y Tendencias
Contexto Histórico. Con el final de la Guerra Civil, comienza en España una dura posguerra en la que el desarrollo de la literatura se ve obstaculizado por diversos factores. El país sufre las consecuencias de la guerra en todos los ámbitos. La situación económica es de penuria; los productos básicos se encuentran racionados y florece el mercado negro. El nuevo régimen no es reconocido por las potencias occidentales, lo que conduce al aislamiento internacional. Se impone una rígida censura previa, gubernamental y eclesiástica; la primera cortaba toda manifestación ideológica contraria al régimen de Franco, y la segunda perseguía las supuestas inmoralidades opuestas a la doctrina católica. A ello habría que añadir la autocensura de los propios escritores. Desde el poder se produce la instrumentalización apologética de la literatura, fuertemente impregnada de la ideología nacional-católica, con una visión mítica del pasado imperial español y una retórica grandilocuente; o bien, una literatura evasiva que da la espalda a la realidad.
Podemos hablar del empobrecimiento cultural del país. Buena parte de los intelectuales y escritores van al exilio; y se prohíbe la obra de intelectuales extranjeros que habían mostrado alguna afinidad hacia la República. Se pierde el contacto con la tradición literaria anterior, los años 20 y 30 que fueron la “Edad de Plata” de la literatura española y una fuerte incomunicación con el exterior.
La Novela de los Años 40: Existencialismo y Tremendismo
Respecto a la novela de los 40, la pobreza literaria es enorme. La censura prohíbe parte de la narrativa española desde el realismo y se rompe con la tradición anterior (novela filosófica, esperpéntica…) Los autores deben partir de cero lo que lleva a una vuelta al realismo, para reflejar de forma amarga la vida cotidiana desde lo existencial (soledad, frustración, inadaptación, muerte…), un malestar del momento que, en último término es social, pero la censura impide cualquier intento de denuncia.
La novela existencial es un tipo de narración inconformista, alejada del triunfalismo y la evasión dominantes, y con personajes generalmente desorientados y frustrados, que expresan el malestar del momento. Podemos destacar La familia de Pascual Duarte, de Cela, un primer revulsivo en aquel panorama adormecido y que abre la corriente del Tremendismo por su ambientación sórdida y las acciones violentas y sucesos truculentos; Nada, de Carmen Laforet, que se sitúa en el ambiente conflictivo de una sociedad degradada por la miseria de la posguerra, con un punto de vista narrativo muy tradicional; La sombra del ciprés es alargada, de Delibes. Finalmente, habría que destacar dos novelas de Torrente Ballester, Javier Mariño y Guadalupe Limón, ambas difíciles de clasificar.
La Renovación Narrativa de los Años 50: Realismo Social y Neorrealismo
En los años 50, algunos factores externos favorecen un cambio de tendencia de nuestra narrativa, como el retorno de embajadores y la entrada de España en la UNESCO y la ONU; un importante movimiento migratorio del campo a la ciudad y la emigración al exterior; y la presencia del turismo internacional, que implica un soporte económico y trae usos diferentes a la sociedad española. Habría que hablar también de la llegada, aún muy precaria, de las nuevas corrientes de la literatura europea (el Nouveau Roman francés, el concepto de la literatura como compromiso de J. P. Sartre), la Generación perdida norteamericana (Hemingway, Faulkner) y del Neorrealismo italiano a través del cine.
Aparece una nueva generación de escritores (Generación de Medio Siglo) que no han participado en la guerra de forma activa. Presentan una concepción diferente de la literatura, que se caracteriza por su carácter utilitario: debe estar al servicio del hombre para mejorar sus condiciones materiales o espirituales.
Su estética es realista, pretenden reproducir fielmente la realidad y ofrecer un testimonio de una situación social desde una conciencia ética y cívica. Para ellos la literatura tiene un valor sustitutivo de los medios de comunicación.
La aparición de La colmena (1951), de Cela, marca la transición entre la narrativa existencial de los 40 y la nueva novela social. En ella se presenta la miseria física y moral del Madrid de la posguerra en un mosaico de personajes que se entrecruzan. Como fecha final se considera el año 1961, por la novedosa aparición de Tiempo de silencio, de Martín Santos.
Neorrealismo y Realismo Crítico
En el Realismo social podemos diferenciar dos corrientes:
- El Neorrealismo presenta un afán documental que no se encuentra al servicio de una denuncia concreta, sino que brota más bien de un compromiso moral.
- En el Realismo crítico hay una intencionalidad de crítica social explícita, con la defensa del obrero y la condena de la burguesía.
Características del Neorrealismo:
- Enfoque testimonial y crítico, un testimonio solidario con el sufrimiento desde posturas humanitarias más que políticas.
- Domina la técnica objetivista, que implica registrar los comportamientos de los personajes y reproducir sus conversaciones como una cámara de cine, y que responde al afán de reflejar imparcialmente la realidad, conseguir la activa participación del lector y eludir la sombra de la censura.
- En las novelas predomina el diálogo, que permite ofrecer de forma directa la conducta y pensamientos de los personajes, caracterizados por sus hechos, palabras y actitudes, no por su interior.
- Condensación espacial y temporal (las novelas se desarrollan en lugares únicos o que cambian poco y en breves períodos de tiempo).
- Los protagonistas son individuales, pero representan una clase social o un grupo humano concreto; se trata de encarnar en ellos los problemas del mundo.
- Linealidad narrativa; las tramas son lineales sin retrospecciones ni prospecciones; a veces, se producen circunstancias que se acumulan.
Entre las novelas del Neorrealismo destacamos El Jarama (Sánchez Ferlosio), Tormenta de verano (García Hortelano), Con el viento solano (I. Aldecoa), Los bravos (Fernández Santos), Entre visillos (Martín Gaite), etc.
Respecto al Realismo crítico, podemos decir que el asunto es el factor fundamental (la sociedad española contemporánea). Los autores pretenden crear un documento que sustituya las falseadas informaciones de la prensa. Aparecen dos núcleos temáticos: el mundo obrero (problemas del campesino y del obrero industrial, como la miseria, la marginación…) y el mundo burgués (frivolidad, falta de conciencia social…) Los personajes se caracterizan por la pérdida de atributos en su configuración exterior y caracterización psicológica, porque interesa el grupo. Es frecuente el personaje prototípico como representante de un grupo social, con cierta tendencia al maniqueísmo en la presentación del obrero y el empresario. Respecto a los aspectos formales comparte las mismas características del Neorrealismo: la técnica objetivista, la condensación espacio-temporal, la estructura lineal y el protagonista colectivo. Son obras características de esta tendencia La piqueta (A. Ferres), La mina (López Salinas), Central eléctrica (López Pacheco), Dos días de septiembre (Caballero Bonald), La zanja (A. Grosso), etc.
Por último, en esta década habría que citar a un novelista de los 40, Miguel Delibes, autor de El camino o Las ratas, situadas en el ambiente rural castellano.
La Novela Experimental de los Años 60: Renovación Estética y Narrativa
En los años 60 se produce un profundo cambio estético, que es un síntoma más de la profunda transformación que experimenta la sociedad española de la época: mejora de la situación económica, nueva Ley de prensa, salida del aislamiento internacional… Se produce la decadencia del Realismo social, con el alejamiento de la concepción de la literatura como arma directa de lucha política y el abandono de la esperanza de que la novela tenga repercusión social directa, aunque no falte intención crítica. Además, la mayor apertura de España hacia el exterior hace que los novelistas vuelvan los ojos a los grandes renovadores de la narrativa universal del primer tercio del siglo (Proust, Joyce, Kafka…) Hay que añadir la influencia del Boom de la novela hispanoamericana; es fundamental el conocimiento de las novelas de Vargas Llosa, Carpentier, Cortázar, García Márquez…
Hablamos de la novela experimental, que presenta nuevos modos expresivos que buscan la renovación de la estructura, la forma, el lenguaje y el estilo. Las obras tienden al autoconocimiento, a bucear en la memoria, a indagar en la experiencia personal y a reflejar estados de conciencia. Comienza con Tiempo de silencio (1962), de Martín Santos, que es una rotunda impugnación de la novela social; rompe con ella tanto en la estructura novelesca y el punto de vista narrativo, como en el tratamiento de personajes y ambientes, en la introducción de digresiones ajenas a la trama central, en el empleo de monólogos interiores y en el uso del lenguaje, utilizado con intención paródica, sarcástica, irónica o cómica. El rebuscamiento expresivo da como resultado un lenguaje barroco y complejo que pretende subrayar el contraste entre el elevado registro lingüístico elegido y la sórdida realidad a la que se aplica. Y es que en la novela hay una ácida crítica de la miserable sociedad española, desde los estratos sociales acomodados al subproletariado de las chabolas.
Además, hay que destacar a Juan Benet (Volverás a Región), Juan Goytisolo (Señas de identidad), Juan Marsé (Últimas tardes con Teresa). Los autores de los 40 o autores mayores escriben novelas de acuerdo con las nuevas tendencias: Delibes, (Cinco horas con Mario), Cela (Oficio de tinieblas 5; San Camilo 1936) y Torrente Ballester (La saga
La Literatura Desde los Años 70 Hasta la Actualidad: Diversidad y Tendencias
Contexto: En estas últimas décadas el mundo ha experimentado hondas transformaciones. Tras el apogeo de la industrialización, se desarrolla desde finales de los 80 la revolución informática, vinculada a la globalización. La caída del comunismo y el triunfo del capitalismo neoliberal derivan en una sociedad de consumo cada vez más mercantilizada. Además, es creciente el poder de los medios de comunicación de masas. En el ámbito del pensamiento, durante los setenta van decayendo los ideales de mayo del 68. Se impone la posmodernidad que, con una postura relativista y escéptica, sostiene el final de las grandes utopías y defiende un cierto individualismo hedonista. Asistimos a una cierta “democratización” del arte y de la literatura, de modo que la frontera entre producto comercial y obra artística tiende a difuminarse.
España también experimenta en estas décadas una profunda transformación, con la transición de la dictadura a la democracia. La muerte de Franco dio paso a la transición hacia una monarquía parlamentaria. España ingresa en la Comunidad europea y en la OTAN; se integra plenamente en el capitalismo mundial y experimenta un significativo desarrollo de las comunicaciones y una notable modernización industrial.
Respecto a la literatura, podemos decir que no hay todavía perspectiva para distinguir tendencias dominantes, sí parece decaer el formalismo experimental a favor de una literatura más realista y de contenidos. Por otra parte, la desaparición de la censura, necesaria para el desarrollo de lo literario, no hizo aflorar grandes obras ocultas, aunque sí que se empiece a conocer mejor la narrativa de los exiliados. Entre finales de los 60 y la primera mitad de los 70, una serie de escritores, educados y formados durante el franquismo, comienza a escribir: son la generación del 68. El más notable de los rasgos comunes a muchos de los relatos y novelas de estos autores es la recuperación de la trama argumental, el renovado interés por contar una historia. La novela se aleja del experimentalismo y los relatos hacen de la intriga su sostén argumental. La variedad de estos autores abarca desde los temas al estilo y los temas que frecuentan. Además, hay que tener en cuenta que coexisten autores de diferentes generaciones y de clara orientación individualista.
Otras características son el carácter realista, pero no al modo del Realismo del XIX o del Realismo social de los cincuenta. Lo habitual es que las novelas no pongan en cuestión la realidad social que presentan y que ni exista siquiera interés en desvelarla con intención crítica; más bien, la ambientación realista tiene el objeto de servir de marco verosímil de las preocupaciones individuales de los personajes. Se puede hablar de este modo de novela posmoderna: los novelistas renuncian a cualquier interpretación totalizante del mundo y los problemas que plantean no trascienden individualidad de sus protagonistas. Precisamente el intimismo y cierto vago neoexistencialismo son comunes a muchos de estos relatos posmodernos. Se respira un desleído neorromanticismo, que se manifiesta en la abundancia de seres solitarios y desolados, en la reiteración de temas como la muerte o el amor, en la propensión a la indefinición y al misterio, así como en la incapacidad de los personajes de comprender un mundo que se presenta ante ellos como inabarcable u hostil y ante el que se muestran dubitativos o irresolutos.
Las novelas de hoy, aunque despegadas del experimentalismo anterior, son deudoras en recursos técnicos tanto de la renovación de los sesenta como de las variadas tradiciones novelísticas del siglo XX. Así nos encontramos ante novelas muy bien construidas en las que la intriga se halla cuidadosamente dosificada. Además de la narración en tercera persona propia del relato tradicional, podemos encontrar relatos en primera persona, el monólogo interior y narraciones en segunda, como fórmula para expresar los estados de conciencia de los personajes. Igualmente, se maneja con habilidad el tratamiento del tiempo; si bien ganan terreno los relatos lineales, no es raro que se eche mano en ocasiones de cierto desorden cronológico.
El giro en la novela española desde el anterior experimentalismo se produce en 1975 con la publicación de La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza. Esta obra, cuya acción se desarrolla en Barcelona entre 1917 y 1919 -años de pujante anarquismo y de pistolerismo patronal-, recupera el gusto por narrar una historia empleando recursos propios de los más variados subgéneros narrativos y con la introducción de elementos no puramente literarios (informes, declaraciones judiciales, artículos de prensa…) Mendoza escribe después El misterio de la cripta embrujada y El laberinto de las aceitunas, La ciudad de los prodigios, etc. El estilo de Mendoza se caracteriza por el hábil manejo de ingredientes novelísticos de subgéneros narrativos populares (novela de aventuras, policíaca, rosa…), siempre tratados con humor e ironía.
En cuanto a las tendencias novelísticas, la mezcla de varias generaciones y variedad de tradiciones a las que se han acogido los novelistas explica la pluralidad. En un intento de sistematizarlas, la crítica ha reconocido algunos de los siguientes modelos, con la salvedad de que algunos de los títulos podrían clasificarse en varias tendencias simultáneamente.
En primer lugar, podemos citar la novela de intriga o policíaca que debe a Manuel Vázquez Montalbán su prestigio actual, con su serie dedicada al detective Pepe Carvalho (Los mares del sur). Otros títulos más recientes son Plenilunio, de Muñoz Molina; El maestro de esgrima, de Pérez Reverte; la serie de Alicia Giménez Barlett sobre la inspectora Delicado (Ritos de muerte); o El alquimista impaciente de Lorenzo Silva.
La novela histórica difiere de la novela histórica decimonónica tanto es sus características estructurales y formales, con el uso de un discurso novelístico contemporáneo, como en la percepción de que la historia es una realidad compleja, problemática, ambigua. Podemos destacar Soldados de Salamina, de Javier Cercas, sobre la Guerra Civil; o El capitán Alatriste, de Pérez Reverte, situada en el Madrid del XVII.
En la novela lírica o poemática existe una gran preocupación por la forma y el lenguaje sugerente, junto a la instrospección y fragilidad de los personajes. Destacamos La lluvia amarilla, de Julio Llamazares.
La novela de memorias o autoficción se caracteriza por utilizar la vida real del escritor como materia novelable. En esos relatos autobiográficos se difumina la frontera entre realidad y ficción: Negra espalda del tiempo, de Javier Marías.
La novela de testimonio suele ser de corte costumbrista, en momentos recientes de la historia de España o cercanos a la vida del narrador. Podemos destacar Malena tiene nombre de tango (Almudena Grandes), Te trataré como a una reina (Rosa Montero), o la más recientemente publicada Patria (Fernando Aramburu).
La novela reflexiva se trata de una prosa en la que la narración compite con el pensamiento, y en la que podemos encontrar digresiones de carácter filosófico sobre la verdad, el paso del tiempo, la muerte o el fracaso de las relaciones amorosas. Javier Marías, el autor español con más prestigio internacional firma obras como la trilogía Tu rostro mañana, Corazón tan blanco, Mañana en la batalla piensa en mí. Y Juan José Millás amplía los límites de la realidad, haciendo que lo fantástico forme parte de ella El desorden de tu nombre, La soledad era esto).
La metanovela, en la que la narración misma es el centro de la atención en el relato, y donde destacan Juegos de la edad tardía (Luis Landero) o El cuarto de atrás (Carmen Martín Gaite).
La novela gráfica, como Dublinés, de Alfonso Zapico, es heredera del cómic; se trata de un género minoritario, aunque en expansión, que recurre a las técnicas propias de la novela.
La novela es hoy, en definitiva, objeto privilegiado de consumo literario.
Contexto Histórico y el Teatro de Posguerra
La literatura de posguerra en su contexto histórico. Con el final de la Guerra Civil, comienza en España una dura posguerra en la que el desarrollo de la literatura se ve obstaculizado por diversos factores. El país sufre las consecuencias de la guerra en todos los ámbitos:
- La situación económica es de penuria: los productos básicos se encuentran racionados y florece el mercado negro.
- El nuevo régimen no es reconocido por las potencias occidentales, lo que conduce al aislamiento internacional.
- Se impone una rígida censura previa, gubernamental y eclesiástica; la 1º cortaba toda manifestación ideológica contraria al régimen de Franco, y la 2º perseguía las supuestas inmoralidades opuestas a la doctrina católica.
A ello habría que añadir la autocensura de los propios escritores. Desde el poder se produce la instrumentalización apologética de la literatura, fuertemente impregnada de la ideología nacional-católica, con una visión mítica del pasado imperial español y una retórica grandilocuente/una literatura evasiva=da la espalda a la realidad. Podemos hablar del empobrecimiento cultural del país. Buena parte de los intelectuales y escritores van al exilio; y se prohíbe la obra de intelectuales extranjeros que habían mostrado alguna afinidad hacia la República. Se pierde el contacto con la tradición literaria anterior, los años 20 y 30 que fueron la “Edad de Plata” de la literatura española y una fuerte incomunicación con el exterior.
El Teatro de Posguerra: Aislamiento y Censura
Respecto al teatro de posguerra hay que destacar que las circunstancias de miseria, aislamiento y censura pesan especialmente. Faltan referentes, ya sea por muerte (Valle-Inclán y Lorca) o por el exilio (Alberti, Max Aub, Alejandro Casona). Aunque surgen los teatros nacionales y los grupos de teatro español universitario, la vida teatral se focaliza en Madrid y Barcelona. Además, el cine resta espectadores. En los 40 y 50 se mantienen las mismas corrientes: teatro burgués y de humor hasta la tardía aparición de un teatro inconformista y existencial:
- El teatro burgués, heredero de la alta comedia de Benavente y destinado a un público acomodado, presenta conflictos de clase media o alta con cierta intriga e ingenio, una suave crítica y una cuidada técnica (cuidada construcción, dosificación de la intriga y alternancia de escenas humorísticas y sentimentales).
- Temas son casi siempre de tipo amoroso, conyugal o familiar, y defiende valores tradicionales: la institución familiar, la autoridad, las diferencias de clase y la moral católica.
- Autores destacamos a J. López Rubio, J. Calvo Sotelo, etc.
- El teatro de humor es un teatro de una comicidad intelectual cercana al absurdo, que debe mucho al atrevimiento formal y al espíritu lúdico de las vanguardias de preguerra. Su obra más representativa, Tres sombreros de copa, de Miguel Mihura, se escribió en 1932, pero, incomprendida al inicio, no se representó hasta 1952. Satiriza la rutina y mediocridad de la burguesía de provincias y la miserable vida del teatro de variedades, cuya jovialidad e ilusión se presentan como una alternativa pasajera. La obra conjuga la tradición de la comedia bien hecha y el teatro de humor con el espíritu iconoclasta de las vanguardias. La transgresión formal se aprecia en las situaciones y el lenguaje (humor vanguardista): situaciones insólitas, inadecuado uso de objetos, coros de extraños personajes, respuestas absurdas… Tras la guerra, Mihura suavizó la carga absurda y crítica de su teatro y alcanzó éxito con comedias que solían basarse en una ligera intriga policiaca, siempre algo extravagante. Otra figura del teatro de humor es Jardiel Poncela. Su obra se ha llamado “teatro de lo inverosímil”, pues la comicidad nace de situaciones ilógicas y disparatadas. Entre sus obras destacamos Cuatro corazones con freno y marcha atrás, Eloísa está debajo de un almendro, Los ladrones somos gente honrada, etc.