Panorama de la Literatura Española Contemporánea
La novela española contemporánea se caracteriza por la convivencia de diversas tendencias narrativas, algunas influenciadas por la vanguardia y otras que recuperan el placer de contar historias. Dentro de la novela intimista y lírica, donde predomina la introspección sobre la trama, destaca Nubosidad variable de Carmen Martín Gaite, que retrata la lucha interna de unas mujeres por alcanzar su independencia emocional. La novela experimental con narratividad, sin abandonar del todo las innovaciones formales, recupera la solidez argumental, como en La verdad sobre el caso Savolta de Eduardo Mendoza, que combina elementos del género negro con documentos ficticios para retratar el anarquismo en la Barcelona de principios del siglo XX. La novela intelectual e intertextual, representada por Javier Marías en Todas las almas, juega con referencias literarias y culturales mientras explora la intimidad de sus personajes. En la novela histórica, el equilibrio entre fidelidad documental y calidad literaria es clave; Almudena Grandes, en Inés y la alegría, aborda la posguerra desde una perspectiva femenina, mientras que Arturo Pérez-Reverte recrea el Siglo de Oro español en su serie de El capitán Alatriste, donde combina historia con aventuras. La novela de tintes cervantinos reflexiona sobre el fracaso y los sueños imposibles desde una mirada compasiva, como hace Luis Landero en Juegos de la edad tardía, donde explora la tragicomedia de los perdedores, o Luis Mateo Díez en Las estaciones provinciales, con un retrato humorístico y lírico de la vida en provincias. La novela negra no solo plantea la resolución de crímenes, sino que también realiza una crítica social, como en las obras de Lorenzo Silva, cuyos protagonistas, los guardias civiles Vila y Chamorro, enfrentan la corrupción con una fuerte carga ética, o en las de Antonio Muñoz Molina, quien en El invierno en Lisboa y Plenilunio dota al género de gran profundidad intelectual con múltiples perspectivas narrativas. En los años 90 surge el realismo sucio y la Generación X, con autores como José Ángel Mañas, quien en Historias del Kronen retrata una juventud sin valores, sumida en el vacío existencial, el hedonismo y la falta de propósito. La literatura fantástica, tradicionalmente poco desarrollada en España, experimenta un auge con Olvidado rey Gudú de Ana María Matute, los relatos de José María Merino y la trilogía Memorias de Idhún de Laura Gallego, que impulsan el género en la literatura juvenil. Finalmente, la novela poemática, con una prosa de gran riqueza lírica y rítmica, encuentra en La lluvia amarilla de Julio Llamazares un exponente que aborda la despoblación rural desde una perspectiva melancólica y evocadora.
Tras la Guerra Civil, la poesía de Miguel Hernández combina tradición y vanguardia, alcanzando gran intensidad emocional en El rayo que no cesa. En los años 40 surgen dos corrientes: la poesía arraigada, formalista y clásica, con autores como Luis Rosales (La casa encendida), y la poesía desarraigada, existencialista y angustiada, representada por Dámaso Alonso en Hijos de la ira. En los 50, la poesía se vuelve social, con Pido la paz y la palabra de Blas de Otero y Cantos iberos de Gabriel Celaya, denunciando injusticias con un tono vehemente. José Hierro introduce los subgéneros del reportaje y la alucinación en Cuanto sé de mí. En los 60, Ángel González (Tratado de urbanismo) mantiene el compromiso social con ironía y humor. En los 70, los Novísimos (Pere Gimferrer, Ana María Moix, Leopoldo María Panero) buscan innovación, influidos por la música, el cómic y el cine. Desde los 80, la poesía se diversifica: unos personalizan la tradición clásica, otros exploran la poesía del silencio (Clara Janés) o la poesía de la experiencia, con Luis García Montero y Ana Rossetti, que utilizan un lenguaje sencillo para abordar lo cotidiano. También surgen los poetas de la diferencia, con Gregorio Morales, y la poesía de la conciencia, representada por Jorge Riechmann, de fuerte compromiso social. En el siglo XXI, poetas como Marwan o Loreto Sesma difunden su obra en redes sociales con un estilo directo y valores feministas y ecologistas.
El teatro, al depender del espectáculo, fue especialmente censurado durante el franquismo. Enrique Jardiel Poncela (Eloísa está debajo de un almendro) cultivó un humor absurdo, mientras que Miguel Mihura (Maribel y la extraña familia) combinó sátira e inteligencia. Antonio Buero Vallejo (Historia de una escalera) lideró un teatro posibilista, denunciando desigualdades sin confrontar al régimen, mientras Alfonso Sastre (Muerte en el barrio) optó por un teatro combativo. A partir de los 60, el teatro se vuelve experimental, con Francisco Nieva (Pelo de tormenta), que introduce vanguardismo y surrealismo, y Fernando Arrabal (El cementerio de automóviles), con un teatro ilógico y provocador. Surgen grupos de teatro independiente, como Tábano y Els Comediants, que exploran nuevas formas escénicas. Ya en democracia, José Luis Alonso de Santos (La estanquera de Vallecas) escribe teatro costumbrista y comprometido, y José Sanchis Sinisterra (¡Ay, Carmela!) mezcla adaptaciones de clásicos, experimentación y drama histórico. En el siglo XXI, dramaturgos como Juan Mayorga y Angélica Liddell (Perro muerto en tintorería) desarrollan un teatro vanguardista y provocador, consolidando nuevas formas dramáticas.