“Hamlet” es una de las tragedias de Shakespeare.
Fue escrito a principios del siglo XVII (aunque entre 1601 y 1606 su autor escribió más versiones), y responde al llamado teatro isabelino inglés, cuya denominación se debe a que se gestó durante el reinado de Isabel II (1559-1603). El Renacimiento se desarrolló mucho más tarde en Inglaterra que en el resto de países europeos. Por ello, predominó el teatro religioso, hasta que poco a poco se fue desarrollando un teatro cortesano y un teatro popular. Este teatro popular es el llamado teatro isabelino, caracterizado por mezclar el verso y la prosa y los diferentes géneros (tragicomedia, etc.), representar personajes nobles y pobres juntos, romper la regla de las tres unidades aristotélicas del teatro (mismo espacio, tiempo y acción) y recurrir frecuentemente a temas históricos. Además, en un principio se representaba en escenarios improvisados, hasta que se construyeron espacios destinados a las representaciones teatrales.
William Shakespeare nació en Stratford-on-Avon en 1564. Poco antes de cumplir los treinta años, ya era conocido como actor y autor. En 1599 ya había fundado su propia compañía con la que se instaló en el teatro “The Globe”. Durante sus primeros años en Londres, se dedicó a la comedia y al drama histórico. Con el cambio de siglo, abandonó el tono cómico y se adentró en la etapa de sus grandes tragedias. Además de autor de teatro, Shakespeare fue uno de los más destacados poetas en la lengua inglesa, con logrados sonetos de tema amoroso o mitológico. Se le atribuyen treinta y siete obras trágicas que se pliegan al esquema del teatro isabelino. Su grandeza radica en las siguientes aportaciones: Su estilo es asombrosamente rico, pues domina tanto el habla más culta como el más popular, y es capaz de conmover al espectador a través de sus personajes, muchos de los cuales son conocidos universalmente, pues encarnan pasiones (amor, celos, envidia, ambición…) y resultan vivos, no prototipos. Shakespeare escribió obras como “El mercader de Venecia” y “El sueño de una noche de verano”, aunque donde brilló verdaderamente fue en sus tragedias, como “Romeo y Julieta” (la pasión amorosa), “El rey Lear” (la lucha entre el Bien y el Mal) y, sobre todo, “Hamlet” (la locura, la venganza, la ambición…). Dicha obra consta de cinco actos de amplitud similar. Durante el primer acto se muestra todo el planteamiento, que gira en torno a las repetidas apariciones del fantasma de padre de Hamlet que exige venganza tras ser asesinado por su propio hermano; usurpador del trono. En los actos siguientes se va acumulando tensión y episodios dolorosos que conducen hasta la escena final, sobrecogedor teatro de destrucción total.
Los dos fragmentos que se van a comentar a continuación se encuentran en el acto III y son claves para conocer las entrañas del protagonista.
El primer fragmento ante el que nos encontramos es el central y de especial interés. En él, asistimos al famoso soliloquio
Hamlet, “Ser o no ser”, que nos muestra como tema principal la duda paralizadora ante la muerte como el paso a un mundo de paz y el obstáculo que nos impide llegar a él: el miedo a lo desconocido. Este fragmento podemos subdividirlo a su vez en dos secciones: el soliloquio y una intervención dialogada de Hamlet a Ofelia. En el soliloquio, el autor ha empleado una estructura circular, es decir, que parte de una idea, en este caso la citada sentencia del “Ser o no ser, esta es la cuestión”, y va desarrollando otros pensamientos que envuelven a la idea principal con reflexiones y preguntas retóricas. En estas reflexiones y preguntas a si mismo, Hamlet asocia la muerte con dormir, y el más allá con soñar, y plasma los aspectos negativos de la vida (“la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados….la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios”), pues a pesar de todos estos lastres que soporta el ser humano, seguimos temiendo el paso a un mundo de paz y tranquilidad debido al miedo que deriva de la ignorancia. Además, el personaje realiza una acertada definición de la Muerte como “aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna”, es decir, todo aquel que muere nunca más regresa, lo que supone un tema frecuentemente empleado. En la intervención, Hamlet se dirige directamente a Ofelia, que se encontraba en la situación cuando se producía todo el soliloquio anterior.
Como podemos apreciar, en el segundo fragmento se realiza un diálogo que desemboca en el soliloquio de Ofelia. En él, Hamlet expresa sus ideas peyorativas sobre la mujer, realizando para ello una descripción ridícula sobre la misma (“Con esos brinquillos, ese pasito corto…convertís en gracia vuestros defectos mismos”), y además se muestra reacio ante la idea del matrimonio, lo que viene favorecido por el enlace entre su madre y el asesino y usurpador del trono de su padre. Seguido de esto, Ofelia realiza una descripción minuciosa sobre el antiguo Hamlet y se lamenta por el cambio de actitud de menosprecio hacia ella.
Analizando la forma, nos percatamos de que el autor se ha servido de numerosos recursos estilísticos que ornamentan el contenido y demuestran un gran dominio sobre la lengua literaria. Cabe destacar que el primer fragmento se trata de una metáfora alegórica continuada, que aporta un doble sentido. En él, abundan las metáforas, término literario con el que se relacionan dos ideas que tienen algún rasgo en común (“tiros penetrantes de la fortuna injusta”, “silencio del sepulcro”, “pudiera procurar su inquietud con sólo un puñal”, “natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la imprudencia”). También podemos encontrar algunos epítetos, que aportan una belleza singular al texto (“atrevida resistencia”, “digna acción”), la paradoja que nos presenta el tema (“Ser o no ser”) y la personificación de la “Muerte”. No podemos olvidar tampoco la presencia de algún eufemismo con connotaciones negativas (“despojo mortal”) y el empleo de verbos en el modo de gerundio, lo que ralentiza la acción (“sudando”, “gimiendo”). A su vez, en el segundo fragmento, para realizar dicha descripción peyorativa, se ha empleado diminutivos con valor despectivo (“brinquillos”, “pasito corto”, “hablar aniñado”) y paradojas (“convertís en gracia vuestros defectos mismos”). A continuación, durante el soliloquio de Ofelia, esta emplea el asíndeton sobre los valores relacionados al caballero para describir a su amado Hamlet, que consiste en la enumeración con la ausencia del nexo (“La penetración del cortesano, la lengua del sabio, la espada del guerrero…”). También, podemos encontrar algunas metáforas (“la miel de sus promesas suaves”, “semblante de florida juventud”), junto a un juego de sentidos realizado para intensificar esa sensación de lástima y penuria que siente ante el nuevo Hamlet: “gusté algún día la miel de sus promesas suaves”, con el gusto, “veo ahora aquel noble y sublime entendimiento desacordado”, con la vista, y “como la campana sonora que se hiende”, con el oído.
A modo de conclusión, cabría destacar la compleja comprensión sobre todo del primer fragmento seleccionado, puesto que encierra un gran fondo filosófico y, debido a su estructura, mezcla ideas que no permite conocer exactamente sobre qué pretende hablarnos el protagonista. A pesar de ello, podemos afirmar que probablemente se trata de una de las obras más representadas teatralmente, sin mencionar la de numerosas versiones que se ha publicado desde su escritor por diferentes autores. Sin duda, se trata de una de las mejores tragedias jamás existentes.
Fue escrito a principios del siglo XVII (aunque entre 1601 y 1606 su autor escribió más versiones), y responde al llamado teatro isabelino inglés, cuya denominación se debe a que se gestó durante el reinado de Isabel II (1559-1603). El Renacimiento se desarrolló mucho más tarde en Inglaterra que en el resto de países europeos. Por ello, predominó el teatro religioso, hasta que poco a poco se fue desarrollando un teatro cortesano y un teatro popular. Este teatro popular es el llamado teatro isabelino, caracterizado por mezclar el verso y la prosa y los diferentes géneros (tragicomedia, etc.), representar personajes nobles y pobres juntos, romper la regla de las tres unidades aristotélicas del teatro (mismo espacio, tiempo y acción) y recurrir frecuentemente a temas históricos. Además, en un principio se representaba en escenarios improvisados, hasta que se construyeron espacios destinados a las representaciones teatrales.
William Shakespeare nació en Stratford-on-Avon en 1564. Poco antes de cumplir los treinta años, ya era conocido como actor y autor. En 1599 ya había fundado su propia compañía con la que se instaló en el teatro “The Globe”. Durante sus primeros años en Londres, se dedicó a la comedia y al drama histórico. Con el cambio de siglo, abandonó el tono cómico y se adentró en la etapa de sus grandes tragedias. Además de autor de teatro, Shakespeare fue uno de los más destacados poetas en la lengua inglesa, con logrados sonetos de tema amoroso o mitológico. Se le atribuyen treinta y siete obras trágicas que se pliegan al esquema del teatro isabelino. Su grandeza radica en las siguientes aportaciones: Su estilo es asombrosamente rico, pues domina tanto el habla más culta como el más popular, y es capaz de conmover al espectador a través de sus personajes, muchos de los cuales son conocidos universalmente, pues encarnan pasiones (amor, celos, envidia, ambición…) y resultan vivos, no prototipos. Shakespeare escribió obras como “El mercader de Venecia” y “El sueño de una noche de verano”, aunque donde brilló verdaderamente fue en sus tragedias, como “Romeo y Julieta” (la pasión amorosa), “El rey Lear” (la lucha entre el Bien y el Mal) y, sobre todo, “Hamlet” (la locura, la venganza, la ambición…). Dicha obra consta de cinco actos de amplitud similar. Durante el primer acto se muestra todo el planteamiento, que gira en torno a las repetidas apariciones del fantasma de padre de Hamlet que exige venganza tras ser asesinado por su propio hermano; usurpador del trono. En los actos siguientes se va acumulando tensión y episodios dolorosos que conducen hasta la escena final, sobrecogedor teatro de destrucción total.
Los dos fragmentos que se van a comentar a continuación se encuentran en el acto III y son claves para conocer las entrañas del protagonista.
El primer fragmento ante el que nos encontramos es el central y de especial interés. En él, asistimos al famoso soliloquio
Hamlet, “Ser o no ser”, que nos muestra como tema principal la duda paralizadora ante la muerte como el paso a un mundo de paz y el obstáculo que nos impide llegar a él: el miedo a lo desconocido. Este fragmento podemos subdividirlo a su vez en dos secciones: el soliloquio y una intervención dialogada de Hamlet a Ofelia. En el soliloquio, el autor ha empleado una estructura circular, es decir, que parte de una idea, en este caso la citada sentencia del “Ser o no ser, esta es la cuestión”, y va desarrollando otros pensamientos que envuelven a la idea principal con reflexiones y preguntas retóricas. En estas reflexiones y preguntas a si mismo, Hamlet asocia la muerte con dormir, y el más allá con soñar, y plasma los aspectos negativos de la vida (“la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados….la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios”), pues a pesar de todos estos lastres que soporta el ser humano, seguimos temiendo el paso a un mundo de paz y tranquilidad debido al miedo que deriva de la ignorancia. Además, el personaje realiza una acertada definición de la Muerte como “aquel país desconocido de cuyos límites ningún caminante torna”, es decir, todo aquel que muere nunca más regresa, lo que supone un tema frecuentemente empleado. En la intervención, Hamlet se dirige directamente a Ofelia, que se encontraba en la situación cuando se producía todo el soliloquio anterior.
Como podemos apreciar, en el segundo fragmento se realiza un diálogo que desemboca en el soliloquio de Ofelia. En él, Hamlet expresa sus ideas peyorativas sobre la mujer, realizando para ello una descripción ridícula sobre la misma (“Con esos brinquillos, ese pasito corto…convertís en gracia vuestros defectos mismos”), y además se muestra reacio ante la idea del matrimonio, lo que viene favorecido por el enlace entre su madre y el asesino y usurpador del trono de su padre. Seguido de esto, Ofelia realiza una descripción minuciosa sobre el antiguo Hamlet y se lamenta por el cambio de actitud de menosprecio hacia ella.
Analizando la forma, nos percatamos de que el autor se ha servido de numerosos recursos estilísticos que ornamentan el contenido y demuestran un gran dominio sobre la lengua literaria. Cabe destacar que el primer fragmento se trata de una metáfora alegórica continuada, que aporta un doble sentido. En él, abundan las metáforas, término literario con el que se relacionan dos ideas que tienen algún rasgo en común (“tiros penetrantes de la fortuna injusta”, “silencio del sepulcro”, “pudiera procurar su inquietud con sólo un puñal”, “natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la imprudencia”). También podemos encontrar algunos epítetos, que aportan una belleza singular al texto (“atrevida resistencia”, “digna acción”), la paradoja que nos presenta el tema (“Ser o no ser”) y la personificación de la “Muerte”. No podemos olvidar tampoco la presencia de algún eufemismo con connotaciones negativas (“despojo mortal”) y el empleo de verbos en el modo de gerundio, lo que ralentiza la acción (“sudando”, “gimiendo”). A su vez, en el segundo fragmento, para realizar dicha descripción peyorativa, se ha empleado diminutivos con valor despectivo (“brinquillos”, “pasito corto”, “hablar aniñado”) y paradojas (“convertís en gracia vuestros defectos mismos”). A continuación, durante el soliloquio de Ofelia, esta emplea el asíndeton sobre los valores relacionados al caballero para describir a su amado Hamlet, que consiste en la enumeración con la ausencia del nexo (“La penetración del cortesano, la lengua del sabio, la espada del guerrero…”). También, podemos encontrar algunas metáforas (“la miel de sus promesas suaves”, “semblante de florida juventud”), junto a un juego de sentidos realizado para intensificar esa sensación de lástima y penuria que siente ante el nuevo Hamlet: “gusté algún día la miel de sus promesas suaves”, con el gusto, “veo ahora aquel noble y sublime entendimiento desacordado”, con la vista, y “como la campana sonora que se hiende”, con el oído.
A modo de conclusión, cabría destacar la compleja comprensión sobre todo del primer fragmento seleccionado, puesto que encierra un gran fondo filosófico y, debido a su estructura, mezcla ideas que no permite conocer exactamente sobre qué pretende hablarnos el protagonista. A pesar de ello, podemos afirmar que probablemente se trata de una de las obras más representadas teatralmente, sin mencionar la de numerosas versiones que se ha publicado desde su escritor por diferentes autores. Sin duda, se trata de una de las mejores tragedias jamás existentes.