LA NARRATIVA HISPANOAMERICANA DEL S. XX
Durante las primeras décadas del siglo XX, el continente americano vivió un clima de estabilidad política. Los países hispanoamericanos gozaban de prosperidad económica, aunque la creciente influencia de Estados Unidos impidió un verdadero progreso sociopolítico. En esta etapa, sobre todo en los países del cono sur (Uruguay, Chile y Argentina), se desarrolla una potente clase media, así como una creciente conciencia de masa obrera. La Segunda Guerra Mundial afianza esta situación ante la demanda de materias primas de los países en conflicto, pero el fin de la contienda puso de manifiesto las carencias sociales y políticas que aquejaban a estos países (Ejemplo mexicano: la falta de una reforma agraria originó la “revolución mexicana”). El control de Estados Unidos se acrecentó no solo desde el punto de vista económico sino también político.
Los sentimientos nacionalistas frente a la dominación norteamericana favorecieron el populismo: accedieron al poder líderes que se presentaron como salvadores de la patria y movilizaron a las clases populares apelando a sus emociones (como Perón, en Argentina).
A partir de los sesenta, los países americanos entraron en una nueva etapa de inestabilidad política y social con el triunfo de los movimientos revolucionarios de Cuba, con las reformas de Salvador Allende en Chile y la revolución sandinista en Nicaragua. Estados Unidos reaccionó rápidamente con intervenciones militares, apoyo a sistemas autoritarios, etc., de donde acabaron surgiendo las dictaduras en países como Chile, Argentina o Uruguay.
Todas las circunstancias
históricas y sociales mencionadas van a influir profundamente en la literatura
hispanoamericana–
Que desarrollará temáticas propias: la explotación del indio,
la revolución mejicana, las dictaduras, etc.-, y en los escritores, que tendrán
que tomar partido y comprometerse activamente con su tiempo.
La novela hispanoamericana del siglo XX, se inicia con los narradores americanos que, a finales de los años veinte, reaccionan frente al exotismo y cosmopolitismo modernista y toman conciencia de la originalidad de su entorno natural, dando origen a la novela realista o regionalista, que se centra en principio en la acción de la naturaleza sobre los hombres que la habitan –novela de la tierra, representada por Doña Bárbara (1929), de Rómulo Gallegos- y novela de problemática social, como Los de abajo, de Mariano Azuela, sobre la revolución mejicana; o El mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría, novela indigenista.
A partir de la
década de los cuarenta, los
narradores van a cultivar nuevos temas y técnicas narrativas, que desplazarán
el realismo tradicional y vivirá su punto culminante en el llamado boom de los años sesenta que se conocerá
con el nombre de realismo mágico:
Asimilan los logros de las vanguardias europea y americana (de autores como Kafka, Joyce, Faulker; de movimientos como el surrealismo, el psicoanálisis…) y se ven influidos por las culturas aborígenes. Se incorporan como temas fundamentales los paisajes urbanos y los problemas existenciales del hombre contemporáneo, sin abandonar los temas políticos, sociales e indigenistas. Introducen innovaciones técnicas como el subjetivismo, el monólogo interior y la ruptura de la linealidad temporal y utilizan un lenguaje brillante y barroco, cargado de sugerentes imágenes. De los años 40 y 50, destacamos a:
ðMiguel Ángel Asturias. El Señor Presidente (1932), novela sobre un dictador americano cuyo rasgo predominante es la crueldad. Incorpora el mundo subconsciente a través de sueños, monólogos interiores, etc. El lenguaje se acerca al esperpento de Tirano Banderas.
ðAlejo Capentier. El siglo de las luces (1962), basada en la figura histórica de Víctor Hugo a través de la cual se narran los excesos revolucionarios haitianos del siglo XVIII.
ðJuan Rulfo. Pedro Páramo (1955). El protagonista llega a Comala en busca de su padre y allí encuentra un pueblo deshabitado pero lleno de las voces de las ánimas en pena de los antiguos habitantes, a través de las cuales conoce el pasado de la aldea y de su padre, el cacique Pedro Páramo.
ðJorge Luis Borges. De él destacamos sus colecciones de relatos breves Ficciones (1944) y El Aleph (1949), a través de las cuales se produce una auténtica renovación del cuento, como comentaremos más adelante.
El realismo mágico se desarrolla en plenitud en la década de los sesenta, lo que conocemos como el boom de la novela hispanoamericana, auspiciado por el interés que despertó en las editoriales el recuperar este mercado y la aparición de una nueva promoción de autores de gran calidad literaria: Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Guillermo Cabrera Infantes, Ernesto Sábato, Mario Benedetti, etc.
Lo “real maravilloso” sigue siendo elaborado a través de los elementos mágicos y maravillosos presentes en la realidad. Definen la idea de que esta puede llegar a conocerse no solo a través de la razón, sino por medio del inconsciente, el sueño, la alucinación, etc. Descubren esta forma de percepción de la realidad en mitos, leyendas y relatos orales de las culturas indígenas. Todo lo cual se plasma en la continuar con las innovaciones técnicas de la promoción anterior: el punto de vista del narrador adquiere una gran variedad de perspectivas, muestran la acción a través de la óptica parcial de un yo o desde diversas conciencias de distintos personajes, mediante el monólogo interior o el uso de la segunda persona narrativa. El tiempo cronológico se rompe y se rige por el tiempo anímico (saltos en el tiempo, anticipaciones, tiempos que se entrecruzan…). La temática sigue tratando los temas existenciales a través de elementos míticos y alegóricos, y se convierten en recurrentes el tema de la soledad y la incomunicación, así como el tratamiento de la sexualidad, descrito de forma clara y directa por considerarse el acto supremo de comunicación, y la significación de la muerte, que sirve para resaltar el valor de la vida.
En cuanto a la preocupación por los aspectos formales, las estructuras se complican y muestran un gran interés por la experimentación lingüística: intentan reflejar el habla hispanoamericana de cada uno de sus países, incorporar los ritmos del habla popular y buscan un lenguaje anticonvencional, que huya de la frase hecha y que sugiera más que nada.
Entre los más destacados de los autores de esta promoción encontramos a:
ðJulio Cortázar, que se consagra como narrador con Rayuela (1963), novela que utiliza innovadoras técnicas narrativas: estructurada en secuencias, puede leerse de principio a fin o saltando de unas páginas a otras, con el objetivo de poner en entredicho el mundo contemporáneo.
ðCarlos Fuentes. La muerte de Artemio Cruz (1962) cuenta los recuerdos de un político mexicano, antiguo revolucionario enriquecido, que repasa su vida en el lecho de muerte y, con ella, la reciente historia de su país.
ðMario Vargas Llosa. La ciudad y los perros (1962) describe la vida de unos jóvenes en un colegio militar de Lima. Conversaciones en la Catedral (1970), obra de compleja estructura y trasfondo político, cuya acción transcurre en un bar llamado “La Catedral”.
ðGabriel García Márquez. Cien años de soledad (1967) es la obra cumbre del realismo mágico, y cuenta la historia de siete generaciones de la familia Buendía a lo largo de cien años, y la de Macondo, pueblo mítico, desde su fundación hasta que desaparece arrasado por un cataclismo. Su originalidad reside en las innovaciones narrativas: el punto de vista del narrador, omnisciente en principio que se transforma al final en narrador-personaje; la narración desde un futuro; la mezcla constante en la narración de lo real con lo maravilloso: la voz narradora presenta sucesos y objetos reales como si fueran prodigiosos, y se refiere a fenómenos mágicos como si constituyeran acontecimientos absolutamente normales.
No podemos concluir el tema sin hacer una mención especial al cuento, género narrativo ampliamente cultivado en Hispanoamérica desde los años cuarenta hasta la actualidad, recopilado en colecciones de gran originalidad. Destaca la aportación extraordinaria de Jorge Luis Borges, cuyos cuentos se caracterizan por una gran originalidad estructural, a veces se confunden con el ensayo, ya que es frecuente que adopten la forma de una argumentación al comenzar aludiendo a estudios eruditos, libros imaginarios, mitos clásicos, leyendas o episodios históricos. Los cuentos de Juan Carlos Onetti destacan por su capacidad para profundizar en la psicología de personajes desesperanzados y angustiados (Tiempo de abrazar). Julio Cortázar muestra en sus cuentos una realidad compleja que suele aparecer parodiada, como hace en Bestiario o en Historia de Cronopios y de Famas. Y de los años setenta a la actualidad destacamos al guatemalteco Augusto Monterroso por su maestría en la creación de relatos breves e hiperbreves.