Modernismo y Generación del 98
El Modernismo es un movimiento muy internacional que no se limita a la literatura, sino que abarca diferentes parcelas del arte como la pintura, la arquitectura o las artes decorativas. Se desarrolló, aproximadamente, entre 1885 y 1915, y aunque con diferentes nombres según los países, Art Nouveau en Francia, Jugend Still en Alemania o Modern Style en Inglaterra o América, supone una reacción contra la estética realista que se venía imponiendo en Europa desde mediados de siglo XIX. En esta época, denominada comúnmente como “Fin de siglo”, parecía haber triunfado la filosofía positivista vinculada al capitalismo, al progreso tecnológico y a los avances imparables de la revolución industrial.
Influido directamente por el Simbolismo y el Parnasianismo franceses, pero en realidad íntimamente conectado con la esencia del Romanticismo, se observan en él unos rasgos muy carácterísticos. Opuesto al prosaísmo realista, lo primero que llama la atención es el lenguaje lujoso que cultiva. Prosa y verso se pueblan de cisnes, orquídeas, góndolas y princesas orientales. Hay un gusto por las palabras extranjeras, por su sonido exótico y sus connotaciones de leyenda. Otro rasgo que a veces se ha anotado de forma peyorativa es el escapismo. Efectivamente, el afán por alejarse de escenarios mediocres, naturalistas, lleva sus relatos a las refinadas cortes decadentes de Venecia, Samarkanda o el París del Siglo XVIII. También muy especialmente, la Grecia clásica. Ello se ve hoy como una forma de crítica al materialismo capitalista en que se había sumergido la sociedad. Son autores cosmopolitas, que han viajado y conocen (sobre todo literariamente) otras culturas que le interesan tanto o más que la Europea. Les empuja un aire de libertad que se traduce en importantes renovaciones en la métrica (aparecen el eneasílabo, el decasílabo, el soneto alejandrino), en las figuras retóricas (cultivo de la sinestesia, la aliteración) y en el léxico (arcaísmos, extranjerismos, cultismos..). Para terminar, hay que señalar cómo espíritu transgresor se deja ver en el gusto por temas paganos y sensuales, que a menudo se adentran en la pornografía o el satanismo.
El Modenismo en lengua castellana nace en Hispanoamérica con autores como José Martí o José Asunción Silva y será su mejor exponente, el nicaragüense Rubén Daría quien lo introducirá en España, donde vivíó unos años. Obras suyas como “Azul” o “Prosas profanas” causaron enorme impacto y grandes escritores españoles se dejaron seducir por sus novedades. Hay que citar en primer lugar a Manuel Machado, poeta de diferentes voces, cuya obra más reconocida es “Alma”, de 1900. Otro gran autor que, solo en una primera etapa que luego desdeñó, produjo memorables libros modernistas es Juan Ramón Jiménez. Sn ejemplos “Arias tristes” o “La soledad sonora”. Ineludibles son también nombres como Antonio Machado o Valle-Inclán. Los trataremos al hablar de la Generación del 98.
Con este nombre, bastante discutido hoy en día, se conoce a un grupo de autores, nacidos en España entre los años 1860 y 1875, que cultivaron un tipo de literatura con algunos rasgos comunes, distinta si no opuesta al Realismo decimonónico. Se ha discutido largamente sobre su filiación u oposición al Modernismo. Hoy la crítica no los considera esencialmente distintos, sino que ve en el 98 la aportación española a ese movimiento amplio y cosmopolita que fue el modernista. Hay, al menos hasta los años 20, algunos elementos afines en sus obras. En primer lugar, un gusto por la prosa fluida, natural, antirretórica, alejada de la afectación. Preferían la palabra precisa, a menudo arcaizante, de gusto local, pero usada siempre con lirismo. Descubrieron en el austero paisaje castellano, a pesar de que casi todos nacieron en la periferia, un motivo de inspiración. También compartieron una visión pesimista de la sociedad española, a la que pretendieron, sin demasiada acción ni compromiso, regenerar.
Quizá fuera José Martínez Ruiz, “Azorín”, quien más contribuyera a la creación del concepto de Generación del 98 con novelas como “La voluntad”, de 1902. En ella, un muchacho (Antonio Azorín) habla y reflexiona con su maestro sobre distintos temas. No hay acción ni trama estructurada ni personajes nítidos ni final cerrado al estilo realista. Historia, filosofía, poesía… Son las herramientas con las que construye un original relato donde el protagonista es el propio lenguaje y el inconfundible estilo.
Otro autor importante fue Miguel de Unamuno. Rector de la universidad de Salamanca, intelectual de inmenso prestigio, fue más conocido como pensador que como autor de ficción, aunque él siempre se consideró sobre todo poeta. En libros como “El Cristo de Velázquez” plasma en versos algo áridos, pero muy valorados hoy, sus inquietudes vitales, siempre en torno a la lucha entre la fe y la razón. Más interesantes se consideraron sus ensayos (“En torno al casticismo”, “Vida de Don Quijote y Sancho”) donde introducen conceptos tan universales hoy como el de “intrahistoria”. Quizá sean sus novelas lo más leído de su obra. Fueron importantes “Niebla”, donde enfrenta al personaje protagonista con el autor, el propio Miguel de Unamuno, para hablar del papel de la literatura, o “San Manuel Bueno, mártir”, de nuevo alrededor del tema de la falta de fe.
El gran narrador, no obstante, de la generación fue Pío Baroja, autor de más de 60 novelas. Quizá las más importantes fueran las de su primera época, hasta los años 20. Títulos como “La busca” o el “El árbol de la ciencia” muestran una feliz síntesis entre el Realismo al estilo de Galdós (escenas cotidianas y costumbristas, de la clase media o baja) con las novedades del Siglo XX: descripciones impresionistas, diálogos ágiles, acción trepidante, estructura episódica, digresiones ensayísticas, final abierto…
Antonio Machado es, por otro lado, el mejor poeta de este grupo. Su primer libro, “Soledades”, de 1907, respira un tono modernista, con inquietud por el cromatismo, los versos audaces, pero en un clima más íntimo y moderado, alejado de los cisnes y princesas de Rubén Darío. Al contacto con la tierra Soriana, donde fue destinado como profesor de francés y donde se enamoró y casó, y en breve tiempo perdíó a su mujer, su poesía derivó hacia temáticas menos íntimas, en su fundamental obra “Campos de Castilla”. El paisaje como motivo para la reflexión sobre España y sus gentes o la nostalgia de Leonor, su joven amada perdida para siempre, son sus temas predilectos.
Por último, Ramón María del Valle-Inclán fue un genial novelista y dramaturgo. Partiendo de un refinado Modernismo con sus “Sonatas”, cultivó también una literatura llamada “mítica”, alrededor de una Galicia mágica y brutal. Pero su hallazgo más feliz fue el Esperpento, género bautizado así por él, que la crítica asocia al movimiento expresionista, en él que se sirve de la deformación caricaturesca de sus personajes y situaciones para hacer una labor de denuncia no solo histórica y circunstancial, sino existencial.
Otros autores importantes a los que al menos hay que mencionar son Ángel Ganivet, Ramiro de Maeztu o incluso un primer Jacinto Benavente.
Ambos, modernistas y noventayochistas, encontraron en el simplón y prosaico Realismo un enemigo común. Su ansia renovadora y regeneradora, además de dejar grandes obras en el camino, anticipó el vendaval experimental que se cernía sobre Europa: las Vanguardias.