Realismo objetivista:
Los autores pertenecientes a esta tendencia reflejan la realidad cotidiana tal y como la perciben. Escriben sobre la pobreza, la miseria, la injusticia social o la soledad, llevados por una solidaridad humanitaria exenta de partidismos políticos. La mayor parte de estos autores mantuvieron estrechos contactos personales: Ignacio Aldecoa, Carmen Martín Gaite (Entre visillos),Ana María Matute (Primera Memoria), Rafael Sánchez Ferlosio (El Jarama) , Jesús Fernández Santos (Los bravos ).
Realismo social:
El compromiso social de los autores que forman este grupo es bastante más profundo que los anteriores, ya que conciben la literatura como un instrumento de denuncia. Continuamente se ven limitados por la censura y por la falta de libertad de expresión. Escriben del lado de los obreros y de los habitantes de los suburbios, y critican a la clase burguesa, acomodada e ineficaz. Estos autores, surgidos a finales de los cincuenta y principios de los sesenta, están comprometidos políticamente y dejan a un lado la imaginación para centrarse en el objetivismo:
– Juan García Hortelano
: “Tormenta de verano”.
– Juan Marsé:
“Últimas tardes con Teresa” y “Si te dicen que caí”.
– Juan Goytisolo
escribe sus primeras novelas dentro del Realismo social:
“Juegos de manos”, y sus novelas posteriores acusan un mayor compromiso político (“Fin de fiesta”). Poco a poco se va cansando de la novela social, y a partir de 1966 evoluciona hacia el experimentalismo (“Señas de identidad”) haciendo análisis exhaustivo de la sociedad española, que acaba en el desarraigo total.
– Luis Goytisolo:
también cultiva la novela realista social en “Las afueras Posteriormente”, y sin abandonarla completamente, evoluciona hacia el experimentalismo.
– Caballero Bonald: Se fija en los jornaleros, terratenientes y bodegueros andaluces en “Dos días de Septiembre”. Su novela “Ágata, ojo de gato” (1974) puede clasificarse como experimental.
Durante los años sesenta comienza a agotarse esta fórmula, y a los contenidos sociales se añaden innovaciones estructurales y argumentales, que enriquecen las técnicas narrativas. Las tendencias novelescas se diversifican y es muy difícil dar unas carácterísticas comunes a todas ellas. Los escritores españoles se dejan influir por autores europeos (Proust, Kafka, Joyce), norteamericanos (Faulkner, Dos Passos) o latinoamericanos (Vargas Llosa, Cortázar, García Márquez), de manera que las novelas pasan a ser más complejas y experimentales, quizás dirigidas a un lector con mejor preparación intelectual que en los años cincuenta.
Las novedades no afectan sólo al argumento o la estructura, también a la ortografía, ya que algunos autores suprimen los signos de puntuación o los párrafos, y es frecuente que se mezclen los géneros. Ahora también se persigue la belleza formal, es decir, que la novela constituya un producto bello en sí mismo. La experimentación contribuye a esta finalidad con la introducción de otros elementos tales como el perspectivismo argumental o los continuos saltos en el tiempo del argumento. Los modelos de las nuevas tendencias son: “Tiempo de silencio” de Luis Martín Santos y “Señas de identidad” de Juan Goytisolo.
– Juan Benet:
es uno de los principales representantes de la renovación de la novela (“Volverás a Regíón”). Otros títulos (“Una meditación”, “Una tumba”, etc.) se caracterizan por la dificultad lingüística y sintáctica.
– Francisco Umbral:
Parte del Realismo social en novelas como “Travésía de Madrid”. Tiene un gran número de obras: autobiográficas (“Memorias de un niño de derechas”), evocadoras de su ciudad (“Trilogía de Madrid”) o tiernas y emotivas.
– Gonzalo Torrente Ballester
: triunfa con “La saga/fuga de J. B.”. Anteriormente había publicado la trilogía “Los gozos y las sombras”. Mientras que esta última es realista tradicional, “La saga/fuga de J. B.” pertenece a la experimentación más avanzada, situada en un pueblo gallego imaginario del cual el autor nos va dando datos a través de leyendas y anécdotas aparentemente desordenadas.
- Sin renunciar a la renovación formal, tiende a utilizar recursos más tradicionales.
- Su objetivo preferente ya no es la búsqueda o la experimentación, sino la vuelta al placer de contar.
- Quedan lejos ya las intenciones político-sociales y cualquier finalidad didáctica o ideológica.
- Destaca la ausencia de maestros, pese a que no falten influencias concretas reséñables.
- Coexisten temas, motivos, estilos y maneras de contar muy diversos.
- Abundan los tonos humorísticos, lúdicos o irónicos, pero también están presentes los aires nostálgicos o líricos en novelas intimistas, los tratamientos culturalistas o refinados y el empleo libre de la fantasía. No es frecuente, sin embargo, el empeño por el Realismo a ultranza.
- Por lo general, han desaparecido los grandes personajes y han sido sustituidos por seres desvalidos e inseguros.
En cuanto al lenguaje, se advierte una notable preocupación formal, que revela la sensibilidad y la preparación cultural y literaria de los narradores jóvenes y su esfuerzo por lograr un estilo personal y de calidad. No es raro que muchas novelas de estos autores sean auténticos ejercicios de virtuosismo lingüístico. La estructura narrativa es ahora más ligera, variada y dinámica, como consecuencia del experimentalismo de los sesenta y setenta, pero también tiende al empleo de formas sencillas, casi tradicionales. Por lo general, se prescinde de disposiciones del texto que resulten trabajosas para el lector. Aunque no es posible proceder a una clasificación siquiera mínimamente rigurosa, se sugiere el siguiente esbozo que atiende a los motivos temáticos y formales dominantes y básicos:
Novela negra o policíaca:
sobre esta novela han ejercido notable influencia los narradores de la generación inmediatamente anterior, como Eduardo Mendoza (“La verdad sobre el caso Savolta”) y Montalbán (“La serie de novelas protagonizadas por el detective Carvalho”), y a la que puede adscribirse la producción de Juan Madrid, Andréu Martín o Arturo Pérez-Reverté.
Novela histórica:
esta tendencia venía desarrollándose desde años atrás y a ella no han sido ajenos algunos novelistas precedentes: Gonzalo Torrente Ballester (“La isla de los jacintos cortados”), Eduardo Mendoza (“La ciudad de los prodigios”), Jesús Fernández Santos (“Extramuros”), etc. Últimamente, han proliferado las cuestiones históricas: Juan Eslava Galán (“En busca del unicornio”), Arturo Pérez-Reverté (“El maestro de esgrima”), Antonio Muñoz Molina (“Beatus ille”), Julio Llamazares (“Luna de lobos”), Lourdes Ortiz (“Urraca”), etc.
Novela culturalista:
esta tendencia es patente en diversas manifestaciones de la creación artística a partir de los novísimos y el grupo de poetas que comenzaron a escribir en torno al año 70. Uno de ellos, Antonio Colinas, ha publicado durante la década de los ochenta sus dos novelas: “Un año en el Sur” y “Larga carta a Francesca”. El culturalismo, como tendencia, es heterogéneo: en ocasiones evoca ambientes de épocas pasadas y se confunde con la novela histórica. Describe con minuciosidad ambientes atemporales o presentes, pero vinculados a la creación estética; recrea motivos literarios, legendarios o mitológicos; pero, sobre todo, elige como motivo la reflexión acerca del proceso creativo. Podrían incluirse en el grupo algunas novelas de Álvaro Pombo, Jesús Ferrero (“Bélver Yin”), Álvaro del Amo (“Los melómanos”), Pedro Zarraluki (2Las fantásticas aventuras del barón Boldan”), Javier Marías (“Travésía del horizonte”, “Todas las almas”).
Novela intimista:
pueden considerarse en este apartado aquellas novelas que, de manera directa o metafórica, recojan un intento de ahondar en las raíces de la propia personalidad frstrada. En algunos autores se percibe un profundo lirismo, como ocurre con Julio Llamazares (“La lluvia amarilla”). En otros, la historia aparece tamizada por la ironía, el sarcasmo o la actitud de desesperanza o desidia, como en Juan José Millás (“El desorden de tu nombre”).
Novela experimental:
el evidente retroceso del experimentalismo del período anterior no impide ni la presencia minoritaria de una corriente experimental entre los narradores jóvenes ni, sobre todo, la asimilación de una renovación formal presente en muchos de los novelistas jóvenes. Por lo demás, el experimentalismo se ha prolongado en la narrativa de autores más veteranos como Miguel Espinosa (“La fea burguésía”) o Juan Benet (“Saúl ante Samuel”).