Tradición y vanguardia en la poesía de Miguel Hernández
Miguel Hernández no fue un hombre de estudios, su vida es una lucha contra dificultades y carencias; las influencias que recibió fueron varias y a veces contradictorias, hasta que en un asombroso esfuerzo vocacional logra su propia voz. Con trece años dejó la escuela y a pesar de las prohibiciones de su padre leía, incluso a escondidas. De este tiempo es su acento pastoril y la utilización del octosílabo romanceado, influencias de un Modernismo caduco representado entonces por Gabriel y Galán, y de una amalgama de voces entre las que resuenan poemas y textos de Gabriel Miró, Bécquer, Rubén Darío y Juan Ramón Jiménez, y de poetas locales como Juan Sansano, el regionalismo fonético del panocho y su propia experiencia vital como pastor de cabras. Igualmente Ramón Sijé fue un gran orientador para su amigo, al que proponía una serie de lecturas y ejercía sobre él una influencia decisiva en esta primera etapa.
En noviembre de 1931, esperanzado e ilusionado, viaja a Madrid con sus poemas adolescentes. Regresa en mayo de 1932 desilusionado por su fracaso pero con las ideas literarias completamente renovadas. La poesía que escribe ahora, la de Perito en lunas, es mucho más compleja y con acento culterano, con la que pretende elevar lo cotidiano y vulgar a una categoría superior para dignificar las cosas menos nobles de la vida, metaforizarlas, de tal modo que los orígenes del poeta adquirieran una consideración tan alta como cualquier motivo tradicionalmente poético. Esta poesía es fruto de sus lecturas del Barroco, Góngora, y de los gongoristas de la Generación del 27, como Jorge Guillén, a quien Miguel leyó con verdadero deleite.
En El silbo vulnerado (1933) se observa gran influencia de Ramón Sijé y un fuerte componente religioso; tanto el título como el contenido deben mucho a San Juan de la Cruz y su Cántico espiritual. Por esta época publica en dos revistas, Cruz y Raya y El Gallo Crisis, esta última dirigida por Sijé, composiciones religiosas que lo sitúan entre los poetas más relevantes de la poesía religiosa del siglo XX. Sin embargo, .
Sin embargo, este catolicismo que al parecer unía a Miguel y a Sijé, transcurridos los años, se convirtió en fuente de discrepancias. En este libro el poeta cambia la influencia de Góngora por la de Quevedo y ejerce de asceta comprometido, de conceptista cristiano.
En marzo de 1934 decide regresar a Madrid a probar de nuevo fortuna y es ahora cuando tiene acceso al mundo literario del momento gracias a las influencias de Sijé y a amistades nuevas como la de Cossío. Es un tiempo fecundo; abierto a todo y a todos, su capacidad de asimilación es absoluta. Su círculo de amistades se va ampliando y no hay autor del momento al que no conozca; un ejemplo sería Ramón Gómez de la Serna cuyas greguerías influyeron en muchas figuras de El rayo que no cesa, principalmente en las taurinas, con su particular manera de explorar y atrapar la realidad.
Entre marco y diciembre de 1934 Miguel realiza tres viajes a Madrid y su contacto con la realidad del momento le hará tomar conciencia y comprometerse. La literatura está sufriendo un cambio sustancial; hay un claro giro hacia la llamada poesía impura en detrimento de ese purismo juanramoniano que ya se considera caduco. Autores como Alberti, Emilio Prados, Aleixandre o Cernuda abogan por una estética nueva muy cercana al superrealismo, a la poesía comprometida. No es momento para que la literatura siga con sus juegos vanguardistas. Miguel Hernández experimenta en su vida y en su obra un proceso que lo alejará igualmente de la estética purista, de manera que a finales de 1933 abandona la lírica religiosa y se vuelca hacia el compromiso político.
Entre mediados del 1934 y el verano de 1935 toma contacto con la llamada Escuela de Vallecas y esto le servirá de gran estímulo. Ya se ha alejado del cerrado mundo de su Orihuela natal, del influjo de Sijé, pero no va a renunciar a sus orígenes campestres porque este grupo de artistas reivindica la recuperación de la naturaleza.Su amistad con Cossío le facilita el empleo como colaborador en la enciclopedia de Los Toros y esto lo mantiene cerca de la actividad intelectual y le facilita
y le facilita el conocimiento del mundo del toro que nutrirá ampliamente su obra. A través de esta amistad conocerá a los poetas de la Generación del 27, entre los que encuentra apoyo. Dámaso Alonso llegó a llamarle “genial epígono”, con Lorca cruza correspondencia en torno al primer libro. De igual modo es muy clara la presencia de Neruda en Hernández. Su versificación desbordada le servirá para abandonar el gongorismo inicial.
En pleno cambio en su estética y su vida, conoce a Vicente Aleixandre con motivo de su libro La destrucción o el amor, cuya lectura impacta a Miguel, y le hará entrar de lleno en un tema esencial en su obra, el del amor, eje de su libro El rayo que no cesa. Ante este tema revisa la expresión, el idioma adquirido, y es en ese esfuerzo donde logra la madurez poética.
Los acontecimientos políticos que sacuden el país entre 1936 -1939 provocan en Miguel una poesía vibrante, más directa, de carácter oral en versos octosílabos como metro popular, para la que emplea el romance, que hunde sus raíces en la lírica tradicional y en la canción. Pero junto a esta poesía de carácter tradicional, intercala otra de procedencia más culta de versos solemnes y largos que remiten a la poesía impura ya mencionada, como “Las manos”, “Canción del esposo soldado” o “Hijo de la luz y de la sombra”, de carácter épico.Entre 1938-39 Miguel escribe su libro póstumo Cancionero y romancero de ausencias en el que combina piezas breves con poemas más amplios donde deja oír su voz propia más directa y diáfana.
Influencias recibidas:Jorge ManriqueGeneración del 27