Neologismos en el Español: Autorización y Uso

Tema: Autorización y Uso del Neologismo

1. Introducción

Como se ha visto en los temas precedentes, la definición misma de **neologismo** es problemática.

Combinar el criterio imprescindible de **novedad**, inherente al concepto, con la mínima frecuencia de uso exigible para que una palabra sea registrada en un diccionario (objetivos y naturaleza del repertorio al margen) no resulta sencillo.

Obviamente:

  • Un uso demasiado extendido concluye el periodo en el que una voz puede ser considerada «neológica».
  • Un uso apenas testimonial no parece argumento suficiente para que el vocablo sea incluido en el diccionario.

El **DRAE**, como principal diccionario de referencia del español, tiene una responsabilidad particular en esta ardua tarea de decidir a qué voces concede carta de naturaleza documentándolas en su repertorio de uso.

Dado el número (varios miles) de palabras candidatas a figurar en el DRAE, será inevitable que se lamenten ausencias y se demanden presencias desde los más variados púlpitos sociales.

Todo hablante, y está en su derecho, cree que el DRAE debe reflejar no ya sus usos léxicos, sino, y eso es más delicado, que debe coincidir con su visión del mundo.

2. Síntesis de las Actitudes Históricas ante los Neologismos

Las actitudes históricas respecto a la aceptación de neologismos en nuestra lengua han variado con el tiempo.

Fernando Lázaro Carreter elaboró un trabajo, que vamos a seguir, donde resumía estas cuestiones: «El neologismo: planteamiento general y actitudes históricas», en *El neologismo necesario*, Madrid, Agencia Efe, 1992, pp. 31-49.

El insigne lingüista, a la sazón Director de la RAE, advierte de que tanto el impulso renovador como la resistencia al cambio son actitudes necesarias.

Ya Saussure se refirió a estos aspectos como **fuerzas centrífugas**, que tienden a la disolución de una lengua, y **fuerzas centrípetas**, que pretenden la concentración.

Es sabido que durante siglos el español recibió acríticamente numerosísimos extranjerismos:

  • s. V-VIII Germanismos
  • s. VIII-XIII/XV Arabismos (más de 8.000)
  • s. XIII Galicismos
  • s. XV-XVI Italianismos

Por supuesto, los mecanismos de entrada difieren en cada época, pero concretarlos ahora nos apartaría de las cuestiones que aquí nos importan.

Juan de Valdés, en el *Diálogo de la lengua*, obra fundamental para conocer la lengua áurea, no se inquieta por la inclusión de arabismos que marginan voces romances de origen latino:

*alhombra* por *tapete*

*azeite* por *olio*

No hay que olvidar que este autor es adalid del «estilo llano», que pugna por acercar la lengua al uso cotidiano («escribo como hablo»):

*El estilo que tengo me es natural y sin afectación ninguna. Escribo como hablo; solamente tengo cuidado de usar de vocablos que signifiquen bien lo que quiero decir, y dígolo cuanto más llanamente me es posible, porque, a mi parecer, en ninguna lengua está bien la afectación*.

Propone, «por necesidad y ornamento», neologismos como estos:

*facilitar*, *fantasía*, *aspirar* (a algo), *entretener*, *manejar*

También invita ciertas sustituciones de voces arcaicas:

*abajo* por *ayuso*

*cocido* por *cocho*

Como se ha apuntado, muchas de las nuevas voces adoptadas por el español en esa época eran italianas, pues los cultismos eran sentidos, en realidad, como de casa, no extranjeros.

En el *Diálogo*, Coriolano, uno de los tertulianos, afirma, en precoz actitud purista:

*No me place que seáis tan liberal en acrecentar vocablos en vuestra lengua*, *mayormente si os podéis pasar sin ellos*, *como se han pasado vuestros antepasados hasta ahora*.

Otro tertuliano, Torres interviene al respecto, indicando que dará su voto favorable cuando los vocablos nuevos ilustren y enriquezcan la lengua, aunque algunos se le hagan “durillos”, pues, usándolos mucho, los “ablandará”.

Un cuarto personaje, Marcio, toma la palabra:

*El negocio está en saber si querríades introducir estos por ornamento de la lengua o por necesidad que tenga de ellos*.

A lo que Juan de Valdés contesta:

*Por lo uno y por lo otro*.

Tales puntos de vista dejan planteado ya el problema en 1535.

Durante el siglo XVII, el prurito innovador fue máximo en la literatura, aunque las novedades apenas si fueron asimiladas por el pueblo común, al que no llegaban, como es natural, las osadías léxicas de Herrera o Góngora.

En cualquier caso, la actitud de muchos intelectuales ante las adopciones léxicas distaba de la actual. Véanse al respecto las palabras de fray Jerónimo de San José en su *Genio de la lengua* (1651), en momentos donde la decadencia española era ya patente:

*Porque el brío español no solo quiere mostrar su imperio en conquistar y avasallar reinos extraños*, *sino también ostentar su dominio en servirse de los trajes y lenguajes de todo el mundo*, *tomando libremente lo que más le agrada y de que tiene más necesidad para enriquecer y engalanar su lenguaje*, *su traje y lengua*, *sin embarazarse en oír al italiano o francés*: *este vocablo es mío*; *y al flamenco o alemán*: *mío es este traje*. *De todos*, *con libertad y señorío toma*, *como de cosa suya* (…); *y*, *así*, *mejorando lo que roba*, *lo hace con excelencia propio*.

Seguramente por haberse tenido que exiliar el autor a Nápoles, bajo dominio español por aquellos años, huyendo de la Santa Inquisición, el *Diálogo de la lengua* no se publicó hasta 1737, cuando Mayans y Siscar lo incluyó como apéndice en su interesante *Orígenes de la lengua española*.

Explica Lázaro Carreter en “El neologismo en el diccionario”, discurso pronunciado en sede académica en febrero de 2002, que el debate sobre la aceptación o el rechazo de novedades en el español se abrió en el Renacimiento, cuando se sintió que el idioma estaba plenamente constituido, reconocido así explícitamente o de hecho por los hablantes.

En esta tesitura, puede sentirse extrañeza de presencias no familiares en la lengua propia.

En época medieval, el español había acogido miles de extranjerismos (germánicos, franceses y, sobre todo, árabes) que eran necesarios para el vivir cotidiano y que coexistieron con el mal latín hecho ya romance.

El siglo XVIII, como es natural, conoce una abundante entrada de galicismos en el español y en el resto de lenguas europeas de cultura.

En el caso español, coincide además con la instalación de la dinastía borbónica en Madrid.

Será por esos años cuando un acontecimiento singular extenderá el debate acerca del neologismo a círculos mucho más extensos que los tradicionales cenáculos de intelectuales.

El benedictino Padre Benito Jerónimo Feijoo, uno de los grandes intelectuales del XVIII, siempre al tanto de las grandes corrientes de pensamiento y científicas europeas, propuso que los jóvenes dejaran de estudiar latín y griego a favor de lenguas vivas, especialmente el francés, idioma en el cual, según él, “hablan y escriben todas las ciencias y artes sutiles.”.

Tal propuesta, lanzada en un ambiente de fuertes polémicas por el notable afrancesamiento de las costumbres y del habla diaria, promovió un vivo debate público.

En España se producen reacciones contrarias a la admisión de estas voces o, al menos, a su admisión masiva y acrítica: son el «**casticismo**» y el «**purismo**».

El casticismo, patrocinado por la Academia, pretende fijar lo propio y genuino del castellano, es decir, lo que es de «casta» o de ascendencia en nuestra lengua.

Obsérvese, pues, que la institución no nació propiamente para combatir los galicismos, que en 1713 no constituían problema alguno.

Sin embargo, hacia 1780, la Academia, hostigada por una opinión muy extendida que la juzgaba inoperante, se incorporó a otro movimiento gemelo del anterior, pero no coincidente: el purismo.

El purismo, por su parte, es una fuerza que pugna contra la novedad, es un movimiento combativo, pues. En él, los extranjerismos son tachados de «vicios» del lenguaje que deben ser erradicados.

Los autores e intelectuales solían manifestarse sobre el problema de los neologismos.

Feijoo, por ejemplo, decía:

«¿Pureza? Antes se deberá llamar pobreza, desnudez, miseria, sequedad» (la no aceptación de nuevas voces).

Del mismo parecer eran personajes tan relevantes como Jovellanos o Álvarez Cienfuegos.

Dice este último, por ejemplo, en sesión solemne de la Academia Española, a propósito de los neologismos, que lo humanitario, lo fraternal, anula todas las diferencias de castas, pueblos y lenguas, y se pregunta:

“¿Por qué no ha de ser lícito a los presentes introducir en la lengua nuevas riquezas traídas de otras naciones?”

Los tecnicismos quedan habitualmente al margen del debate teórico, si bien luego las cosas cambian en los aspectos concretos.

El P. Terreros publica en 1786 su magnífico *Diccionario* (en realidad, la obra no pudo ser ultimada por él a causa de la expulsión de los jesuitas, orden a la que pertenecía), que constituye una recopilación amplísima de léxico de viejos oficios, artesanías y disciplinas científicas.

Sin embargo, pese a su enorme valor, no era el diccionario modernizador del vocabulario técnico-científico que precisaba el español.

Antonio de Campmany, catalán, editó un repertorio francés-español al que quizá no se le ha hecho justicia en los estudios de lexicografía española.

Campmany compara los léxicos de ambas lenguas y propone una correspondencia justa cuando son voces patrimoniales.

Y trata de fijar una forma adecuada castellana cuando se trata de tecnicismos.

Así:

*simultaneidad*, *corporeidad*, *vitrificación*, *ideología*, *estadística*

*antropophague* → *antropófago*

*cosmopolite* → *cosmopolita*

*philantrophie* → *filantropía*

El siglo XIX muestra unas actitudes similares a las del siglo anterior. Se trata de un siglo muy liberal, como le corresponde, y hasta libertario, en los usos lingüísticos.

Lázaro Carreter, siguiendo con el trabajo arriba citado, apunta que Simón Bolívar, hispano culto y políglota, utiliza términos novedosos que tardarán, generalmente, en ser acogidos por la lexicografía académica y no académica.

Por ejemplo, usa *patriota* habitualmente en documentos de 1812, voz que no entrará en el DRAE hasta 1817. Debe advertirse, en este caso, que esta palabra significaba lo mismo que *compatriota* desde el siglo XVI. No obstante, en el sentido actual y en que la usa Bolívar, ya la había manejado Cadalso unos cuarenta años antes, por ejemplo.

En 1813 emplea *terrorismo*, que recoge por primera vez Núñez de Taboada en 1825; la Academia no lo hace hasta 1869, advirtiendo, con evidente desfase, que es vocablo “de uso reciente”. De hecho, Vicente Salvá, académico también, ya lo había incorporado a su diccionario, de 1846.

Bolívar usa *liberticida* en 1826 y no llegará tal voz al DRAE hasta 1931, más de un siglo después.

Se refiere a “Cortes *constituyentes*” en 1826, adjetivo que no será recogido hasta casi medio siglo después.

Recurre también a *diplomacia* en 1825, recogida, esta vez sí, por aquellos años.

*Secretario de Estado*, palabra usada por Bolívar en 1818, entra en el DRAE en 1936.

Y, como buen lector de inglés también, emplea *congreso*, *rifle* o *complot* bastante antes de que fueran consideradas por la corporación.

En el siglo XX se reafirma la idea, siempre expresada por la Academia, por otra parte, de que debe adoptarse el léxico del que se carece en español y sea necesario.

No obstante, ¿cómo se concreta el concepto de «necesario»?

A veces nos apropiamos de términos científicos y técnicos sin más:

*by-pass*, *leasing*, *hardware*

En Francia, por ejemplo, hay normas que los investigadores de proyectos de investigación que reciben ayudas estatales deben seguir en las nomenclaturas:

*by-pass* → *dérivation*

*hardware* → *logiciel*

La ventaja de estas disposiciones es la de usar palabras propias de la lengua receptora.

Los inconvenientes de estas actitudes son dos:

  • El disfraz disimula, pero no oculta del todo el origen real de la voz.
  • Se perjudica la uniformidad terminológica que precisa la comunidad científica.

Pero no todo lo francés mejora nuestros recursos, pues el equivalente a nuestro DRAE registra poco más de 30.000 voces (nuestro catálogo roza las 90.000), encorsetado por la rigidez normativa que rechaza excesivos cambios en su caudal léxico y provoca que el repertorio que presenta esté notablemente distanciado del habla de los franceses.

3. Admisión de Neologismos en el Diccionario Usual de la Academia

Seguiremos, en lo fundamental, dos trabajos:

Rafael Rodríguez Marín: «Los neologismos en el DRAE», en R. Almela y E. T. Montoro del Arco (eds.): *Neologismo y morfología*, Editum, Universidad de Murcia, 2008, pp. 107-119.

Santiago Alcoba Rueda: «Autorización y uso del neologismo», en R. Sarmiento y F. Vilches (coords.): *Neologismos y sociedad del conocimiento*, Barcelona/Madrid, Ariel/Fundación Telefónica, 2007, pp. 23-47.

El repertorio que inaugura la tradición lexicográfica académica, el conocido como *Autoridades*, pretendía reflejar el léxico del español, a excepción de los nombres propios y las voces que «significan desnudamente objeto indecente».

Desde el principio, no obstante, los redactores fueron conscientes de las limitaciones del diccionario en cuanto al registro de «todas» las palabras de la lengua.

Y, asimismo, desde la primera edición del DRAE (1780), ya reducida a un tomo, se advierte de la necesidad de actualizar el léxico del repertorio, preocupación que han mantenido los académicos hasta nuestros días.

Tal actualización se sustancia de tres modos fundamentales:

  1. Adiciones de nuevos vocablos.
  2. Enmiendas en el interior de las entradas.
  3. Supresiones de palabras.

Por dar un dato general, pero significativo, el *Autoridades* contiene algo más de 40.000 artículos, mientras que la 22ª edición del DRAE (2001) documenta más de 88.000 voces.

Estas cifras son bien indicativas del aumento de registros que ha conocido el DRAE, es decir, de que las adiciones han superado en mucho a las supresiones, lo cual no deja de ser natural por cuanto el DRAE pretende mantener, hasta cierto punto, los arcaísmos o voces desusadas/poco usadas por dos motivos:

  1. Es cuestión peliaguda determinar que una voz carece de uso.
  2. El diccionario usual aspira a ayudar a leer textos no solo modernos, sino también del español clásico, al menos hasta cierto punto.

Respecto de los criterios de inclusión de neologismos, importa subrayar que, ya desde la 5ª edición del DRAE (1817), la Academia alude, como elementos determinantes en la aceptación de nuevas voces:

==> a “la autoridad de nuestros mejores escritores”

pero también

==> al “uso común, constante y continuado de las personas cultas”

En la 7ª edición (1832) se habla del “uso claramente reconocido como general y constante”.

En la 11ª edición (1843) se menciona únicamente el criterio de autoridad;

pero en la 12ª (1884) se reconoce que el nuevo repertorio admite neologismos

*==>* “que se han creído necesarios para designar cosas faltas de documentación castiza, o que, por su frecuente y universal empleo, ejercían ya en nuestra lengua dominio incontestable”.

En la edición 15ª (1925) el criterio aperturista se expresa con gran claridad:

“Esta edición XV es más condescendiente con el uso; ha atendido más solícitamente que las anteriores a la lengua moderna comúnmente hablada y escrita en los países de lengua española por las personas cultas y por las que con estas más íntimamente se relacionan”.

Por fin, en la 22ª edición (2001) se habla ya de los bancos de datos elaborados por la Academia

==> como fuente de la ampliación neológica

==> y se justifica con ellos las diferencias de registro que atañen a algunas familias léxicas (el hecho de que no todas las voces de una misma familia léxica sean registradas por el DRAE, pues quizá manifiesten distinto grado de difusión).

Merece la pena transcribir el fragmento del prólogo de esta edición que reproduce Rafael Rodríguez en el trabajo citado arriba:

“La base documental sobre la que se han incorporado buena parte de las enmiendas y adiciones procede del repertorio actual de ese depósito electrónico, que recoge miles de textos representativos de España y de los países de habla española, correspondientes a los últimos 25 años.

Precisamente la ausencia de algunos términos en esta nueva versión no ha de interpretarse solo como expresión de la voluntad colegiada de los académicos, quienes deciden en cada momento, de acuerdo con sus criterios sobre buen uso lingüístico, acerca de la oportunidad de registrar o no un término dado; tal ausencia puede deberse también al hecho de que, en los distintos momentos en que se hizo la selección de documentos para elaborar las propuestas después discutidas en comisiones o en el Pleno de los académicos, no había una documentación suficiente, tanto cuantitativa como cualitativamente, sobre esos términos que justificara su presentación.

El mismo criterio explica que algunas familias léxicas no contengan todos sus posibles integrantes; por ejemplo, podrá observarse que se recoge *mediterráneo*, pero no *mediterraneidad* ni *mediterraneísmo*, ambos documentados en el corpus académico, pero no suficientemente para ser, al menos hasta ahora, objeto de propuesta. Lo cierto es que muchas de estas series quizá no lleguen a completarse nunca, porque el uso de los hablantes no se rige por normas de simetría ni de proporcionalidad, y este Diccionario prefiere más a aquel uso que a estas normas”

Cabe decir que la Academia se emplea con cautela en la admisión de nuevas palabras.

Normas internas de la corporación establecen que, para proponer la inclusión de un neologismo, el Instituto de Lexicografía debe contar con testimonios (especialmente los procedentes del CREA) de, al menos, seis años.

Y, si se trata de coloquialismos, a la antigüedad mencionada debe unírsele el criterio de calidad en los textos aducidos.

Asimismo, son notables las reacciones que suscita cada nueva edición del diccionario académico:

  • En el caso de la última edición (2001), las críticas vinieron de quienes censuraban la lentitud de la Academia en la incorporación de neologismos.
  • Pero otros críticos hicieron exactamente lo contrario: censurar amargamente la misma labor de registro neológico recriminando a la Academia su “manga ancha”.

Está visto que nunca llueve a gusto de todos.

En cualquier caso, no debe prestarse demasiada atención a los periodistas metidos a censores de la Academia:

==> su escasa preparación filológica les lleva a cometer errores de bulto en su labor crítica.

Explica Rafael Rodríguez Marín que muchos de estos periodistas metidos a filólogos no son capaces ni de consultar las distintas ediciones del DRAE:

  • Alguno hubo que recriminó duramente a la RAE desde un suplemento dominical por no haber incluido palabras como *yonqui*, *bote* (de la lotería) o *sobar* (como sinónimo coloquial de “dormir”) sin reparar que las tres estaban ya en el DRAE.
  • Y alguno hubo que, sin rubor, protestó airadamente por la admisión de *juridificar*, *normación* o *indemnidad*, sin caer tampoco en la cuenta de que las dos primeras no están, ni han estado nunca, en el repertorio académico y que la tercera, en palabras de Rodríguez Marín, “no es precisamente una rabiosa novedad, puesto que la registra la lexicografía académica desde 1736”.

Santiago Alcoba Rueda, en el trabajo citado arriba, se ocupa, entre otras cosas, de los procesos de admisión de neologismos en el DRAE desde que los académicos disponen de los bancos de datos.

Hoy día la incorporación de una palabra al diccionario académico está tasada, porque se dispone del CORDE y del CREA.

Se ha dicho en ocasiones que, en cuanto se tiene un término citado un número determinado de veces, considerado representativo, en textos de distintos autores, distanciados en el tiempo, se empieza a estudiar su incorporación al diccionario.

Así:

Se considera la incorporación de una nueva entrada:

  1. Si se cita un número de veces representativo (parece ser que seis veces en seis años diferentes).
  2. Si se usa por distintos autores.
  3. Si se usa en momentos distanciados (criterio cronológico).
  4. Si se usa en lugares distanciados (criterio geográfico).

El DRAE, como es sencillo comprender, no puede acoger todo el léxico del español, sino que debe realizar inexorablemente una selección:

  • En el léxico general culto y común de nuestros días, se tratará de ser lo más exhaustivo posible.
  • En otros aspectos (dialectalismos españoles, americanos y filipinos; tecnicismos; vulgarismos y coloquialismos; arcaísmos; etc.) el DRAE se limitará a incluir una representación de los de uso más extendido.

Una novedad destacada de la edición de 2001:

==> la inclusión sistemática de elementos compositivos, prefijos y sufijos como entradas del diccionario, particularmente si se considera que tales unidades manifiestan capacidad productiva (de nuevas voces) en la lengua.

En otro orden de cosas, se dice también lo siguiente en el prólogo de la edición mencionada:

“Los extranjerismos cuya extensión de uso en nuestra lengua así lo recomienda se van incorporando a la nomenclatura de este Diccionario.”

Es una decisión sin precedentes en los diccionarios académicos, aparte de los diccionarios manuales, donde se incluían más neologismos, como se ha dicho antes.

Quizá sea conveniente examinar, en futuros trabajos, en qué se concreta la afirmación “cuya extensión en nuestra lengua así lo recomienda”.

De todos modos, el comportamiento de la Academia es a veces sorprendente: *best-seller*, cuyo uso se documenta desde 1976, con 176 registros, no se considera palabra española porque, en efecto, no lo es; *eslogan*, sin embargo, con una *e-* protética, se considera ya voz española por el simple expediente de añadirle la *e-*, lo que le confiere cierto parentesco con voces nuestras antiguas como *eslabón*, *eslavo* o *eslora*, por citar algunas.

Cabría estudiar el grado de uso de los neologismos (extranjerismos y voces formadas por mecanismos internos) en los bancos de datos académicos (fundamentalmente) e incluso en los no académicos, con dos fines fundamentales:

==> establecer si las voces incluidas en DRAE 2001 son homogéneas en cuanto a sus cifras de extensión de uso.

==> determinar si existen voces neológicas de uso general que no se hayan incorporado al repertorio y que, sin embargo, cumplan con los criterios de extensión de uso requeridos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *