Narrativa de posguerra (hasta 1960)
La Guerra Civil supuso un corte decisivo en todos los aspectos de la vida intelectual y artística de España. Las consecuencias del conflicto y de la posterior implantación del régimen franquista suponen no solo la muerte de algunos escritores (Lorca), sino también el exilio de otros muchos (Max Aub, Sender…) , así como la imposición de un sistema de censura artística y el surgimiento de novelas idealistas que exaltaban los valores del régimen.
La narrativa de los 40 se bifurca en tres tendencias:
La novela de los vencedores, que exalta la guerra, el régimen surgido de ella y sus valores ideológicos. Entre estas novelas destaca La fiel infantería, de Rafael García Serrano;
La novela realista, inspirada en los moldes del realismo decimonónico, representada por la saga La ceniza fue árbol, de Ignacio Agustí; y el realismo existencial, de la que nos ocupamos ahora.
La novela existencial se basa en el reflejo amargo de la vida cotidiana de la posguerra desde un enfoque existencial.
Sus temas habituales son la soledad, la frustración de las ilusiones, el desarraigo de los personajes en una sociedad vulgar y miserable y la presencia constante de la muerte.
Son, en definitiva, relatos en los que se muestra el malestar social transferido a la existencia individual.
Los personajes son seres violentos (como Pascual Duarte) o desorientados y angustiados (como Andrea), sometidos a situaciones de máxima tensión. La acción presenta situaciones de gran dureza, a veces de violencia extrema y sin sentido. Con frecuencia los espacios narrativos son limitados y cerrados (por ejemplo, la celda donde Pascual Duarte espera su ejecución o la casa de la calle aribau, en Nada).
En la narración predomina la 1º persona, la perspectiva del yo autobiográfico. El protagonista cuenta su vida evocando el pasado, en orden retrospectivo. Por último, se utiliza un lenguaje duro, descarnado, reflejo del medio degradado en que viven sus personajes.
A la novela existencial pertenecen La familia de Pascual Duarte, de Camilo José Cela;
Nada, de Carmen Laforet;
Y La sombra del ciprés es alargada, de Delibes.
A partir de la década de los 50, se desarrolla una nueva tendencia: el realismo social, que con la publicación de La colmena de Cela, señala el paso a un nuevo tipo de narrativa. Tiene como objetivo dar testimonio de los problemas de España y contribuir, mediante la denuncia de la injusticia, a la transformación social.
Un nuevo grupo de novelistas nacidos en torno a 1925, amigos entre sí y universitarios construyen este tipo de novela. Entre ellos detacan autores como Jesús Fernández Santos (Los bravos), López Pacheco (Central eléctrica), Rafael Sánchez Ferlosio (El Jarama) o Carmen Martín Gaite (Entre visillos)
Como temas, se centran en la sociedad española contemporánea, contemplada desde diferentes ángulos: la vida rural, la vida en la ciudad, las relaciones de trabajo y la juventud burguesa abúlica y desocupada. En cuanto a los personajes, se opta por el personaje colectivo, representativo de un sector o clase social, sin demasiada complejidad psicológica. La acción es bastante pasiva.
Son novelas que se desarrollan en un corto periodo de tiempo, contemporáneo al momento en que se escribió la novela, y se narra en orden lineal.
Por otra parte, la narración se realiza en 3º persona, con un enfoque realista, y la actitud de los escritores varía entre el realismo conductista y el crítico: en el primero, el narrador no interviene y se limita a dar testimonio escueto de las acciones y los diálogos de los personajes, con una perspectiva de cámara cinematográfica (El Jarama). En el crítico, los autores denuncian las injusticias desde una ideología de izquierdas, y se busca una toma de conciencia por parte del lector, como en Central eléctrica. En los diálogos, predominan sobre la descripción los diálogos de los personajes, que se utilizan para caracterizarlos.
El lenguaje es claro y sencillo, lleno de coloquialismos, fiel al registro propio del personaje colectivo.
Aparte de los autores jóvenes ya mencionados, también realizaron narrativa social novelistas como Delibes (El camino, Mi idolatrado hijo Sisí o Las ratas) o el propio Cela: concretamente, una de sus novelas es considerada como origen de la novela
social: se trata de La colmena , publicada en 1951 y considerada su obra maestra.
Cela refleja en su obra el ambiente de pobreza de Madrid de 1952, en el que desfilan casi 300 personajes que representan a todas las clases sociales, aunque predomina la clase empobrecida por la guerra. La novela presenta una serie de novedades técnicas, en las que se encuentran la estructura caleidoscópica, basada en la sucesión de secuencias aparentemente desconectadas a través de las cuales se narran múltiples historias: el final abierto, la narración con perspectiva de cámara cinematográfica (narrador de 3º persona) que se limita a reflejar lo que hacen y dicen los personajes; el desorden temporal (ruptura del orden lineal del relato), la importancia del diálogo para caracterizar a los personajes… Todo ello para transmitir la sensación de caos y fracaso propia de esta época a través de este microcosmos personal (protagonismo colectivo).