Miguel Hernández: Poesía de Compromiso, Vida y Símbolos

El Compromiso Social y Político en Miguel Hernández

Miguel Hernández creía en la voluntad transformadora del hombre. El agitado ambiente de la República lo arrastra a la creación literaria de testimonio y denuncia. Descubre que la poesía es también un arma de lucha y decide practicarla con este fin; escribe entonces una poesía de tono combativo y rebelde, comprometida.

Hernández, hombre de pueblo, compartió sus angustias y sus penas con el pueblo y se mostró siempre solidario con las gentes que sufren y que trabajan. El poeta vivió en primera persona el sufrimiento de los explotados, de los pobres; por tanto, llevaba en la sangre la semilla de la lucha social. Se sentía parte del pueblo explotado y responsable de su liberación, puesto que poseía una poderosa arma en sus manos: sus poemas.

La Guerra Civil lo sacudió poderosamente como hombre y poeta. En 1936 ingresa en el ejército popular de la República como voluntario y, a partir de ahí, el poeta se compromete con su ideología y escribe sobre ello. La experiencia bélica se convierte en inagotable cantera y su objetivo será ahora encontrar la expresión que responda a las urgencias del momento. De ahí nace Viento del pueblo (1937), donde Hernández canta los dolores y aspiraciones del pueblo en guerra, con el que se identifica plenamente. Arte y vida, poesía e ideales humanos, poeta y pueblo, quedan fundidos en sus poemas. “Los poetas —escribe en la dedicatoria de Viento del pueblo— somos viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas”.

La necesidad, el hambre, la pobreza, le arrancan el grito de protesta y lo convierten en poeta del pueblo. Algunos críticos —por ejemplo, Francisco Umbral— consideran este libro como el más auténtico y sincero de Hernández.

En los poemas de Viento del pueblo, el lenguaje agreste y rural evoca el arraigo y la autenticidad del poeta. Abundan las dicotomías, los temas antitéticos, de forma que parece que estamos ante una visión maniqueísta extrema. Parece escrito a toda prisa, a ráfagas; son poemas de raíz popular porque van dirigidos al pueblo y se utilizaron como instrumentos de propaganda política. Miguel Hernández se alió con su pluma a los intelectuales republicanos. La presencia de la poesía republicana durante la Guerra Civil fue crucial, y Hernández ejerció como poeta, locutor y periodista, obteniendo el nombramiento de Comisario Cultural.

Hernández participa en la guerra para lograr la anhelada justicia social, y su corazón se derrama “de sangre en sangre” en los artículos propagandísticos que escribió en periódicos y revistas. Los poemas tenían una función clara: servir a la, entonces posible, victoria republicana, alentar a los milicianos y difundir sus ideales políticos entre los campesinos de España, “exaltando el valor de la bravura, de la valentía y justificando un pueblo levantado en armas”.

Todo el libro está impregnado de un tono épico, refleja distintos estados de ánimo que se manifiestan en el tono de arenga de algunos poemas, la búsqueda de la conmiseración de otros, la mitificación de determinados personajes vivos… Poemas destacados incluyen:

  • El niño yuntero
  • Aceituneros
  • Rosario dinamitera
  • Pasionaria

El hombre acecha (1939) es continuación de Viento del pueblo y presenta un tono cada vez más desesperanzado; el fuego y el ardor juveniles se van apagando ante la realidad brutal de la guerra. El mundo inexorable y trágico de la guerra se materializa en imágenes duras y corpóreas. El lenguaje es más sobrio, íntimo; hay menos retórica y menos colorido. Después de tanta sangre derramada, el poeta medita sobre el hombre y su sed de sangre, sus instintos feroces, sus ansias de destrucción. La guerra despierta los instintos animales del hombre, lo deshumaniza; el poeta lucha por no dejarse llevar por los bajos instintos que intentan reducirlo a fiera.

De los poemas que le inspira su estancia en Rusia, en los que todo lo veía de color rosa, pasa a convertir en poema las situaciones de dolor (El soldado y la nieve). Cuando la derrota es una realidad cada vez más patente, Hernández canta con dolor a los que, como él, han sido vencidos. En El tren de los heridos parece contar una película, algo irreal, algo que no quiere que esté ocurriendo, pero de lo que no se puede desprender.

De poeta comprometido y combatiente se va convirtiendo en poeta amargamente desilusionado del hombre.

El Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941) sigue esta tónica, respira esta filosofía triste, desencantada y amarga después de ver el odio que el ser humano es capaz de albergar.

En su última etapa, sorprende que Hernández tuviera arrestos suficientes para escribir poesía en las condiciones en que estuvo. Tal vez la poesía era su tabla de salvación o un motivo de esperanza futura. El tema de España cobra ahora una gran fuerza; en la línea noventayochista del “me duele España”, escribirá Hernández algunos poemas conmovedores, por ejemplo, Llamo al toro de España. Pero ahora su ánimo se precipita hacia el desaliento, y el poeta se salva de la desesperación absoluta recordando a la esposa amada. Miguel Hernández deja de escribir cuando hacerlo le resultaba físicamente imposible.

Imágenes y Símbolos en la Poesía de Miguel Hernández

Los poemas de Miguel Hernández, en sus años de aprendizaje (1924-1931), presentan imágenes tomadas directamente de su entorno de Orihuela. Según José Luis Ferris, estas son “el limonero, el pozo, la higuera, las pitas o el patio”. La imagen del poeta pastor, que siempre acompañará a Hernández, queda bellamente reflejada en estos primeros poemas.

Perito en lunas (1933)

Este libro contiene poemas que son una especie de adivinanzas, de “acertijos líricos” —como los definió Gerardo Diego— cuya solución hay que buscarla en los títulos (que no se deben al poeta sino al crítico Juan Cano Ballesta). En este libro aparecen dos símbolos que se repetirán en obras posteriores: la luna y el toro.

  • La luna ejerce una fuerte fascinación en el alma del poeta; así, los objetos de su mundo rural aparecen dentro del campo magnético de la luna, y el poeta los canta bañados por su luz misteriosa.
  • El símbolo del toro, con el significado de sacrificio y muerte, es decisivo en su poesía. Así, en esta obra están presentes el motivo del toro y la corrida, aunque aquí es un mero juego impresionista.

Por otra parte, hay en este primer libro de Hernández imágenes y símbolos muy de su tiempo.

El rayo que no cesa (1936)

Esta obra ofrece como tema principal el amor, y sobre él van a girar todos los símbolos que aparecen en el libro. Símbolos destacados:

  • El rayo: que es fuego y quemazón, representa el amor, el deseo, enlazando a su vez con nuestra tradición literaria (Llama de amor viva, de San Juan de la Cruz).
  • El toro: en el que incorpora su propia personalidad. Siente su vida arrastrada por un trágico destino incluso en los poemas amorosos. El propio poeta lo explicó así: “el toro es símbolo de tragedia, de poder desmesurado que acomete tantas veces en el vacío, de fuerza natural creadora de vida”. Este símbolo tiene remotos antecedentes literarios, presentes en Virgilio, Lucano y Estacio. Además, el toro, como símbolo de la virilidad, del poder creador, pertenece a la más vieja mitología. Al recurrir al toro como símbolo, Hernández reconoce en él una concentración de caracteres, debilidades y valores que lo convierten en un ser representativo de todo cuanto él siente, desea y soporta. La transparencia hombre-toro la hallamos en uno de los mejores sonetos de la poesía castellana: Como el toro…: la fuerza, la pasión amorosa y viril, el dolor, el destino trágico… aparecen aquí simbolizados de forma perfecta.
  • La sangre: es el deseo sexual, la potencia viril y el destino fatídico que arrastra al poeta al sexo y a su final e inevitable Sino sangriento.
  • La camisa: es el sexo masculino.
  • El limón: el pecho femenino, según podemos observar en Me tiraste un limón…
  • La pena: La frustración que produce en el poeta la esquivez de la amada se traduce en pena, uno de los grandes asuntos de este libro: Umbrío por la pena…
  • El silencio: la amada es también silencio —callar de piedra—: Silencio de metal triste y sonoro…
  • Metáforas ambivalentes para la amada: de signo suave (nardo, tuera o miera) o áspero (cardo, zarza).
  • La lluvia: es bisémica. Puede ser signo de la avaricia del cielo, agua fertilizante negada a la tierra sedienta, como también signo de pudrimiento.

En las metáforas hallamos rasgos de surrealismo. Las imágenes y los símbolos en los sonetos de amor obedecen a la necesidad poética de expresar un dolor cada vez más intenso, cada vez más paradójico e insensato. La imagen surrealista es como un brotar arbitrario y violento del inconsciente.

Viento del pueblo (1937) y El hombre acecha (1939)

Viento del pueblo es un claro ejemplo de poesía como arma de lucha, de poesía comprometida. En este libro hay un desplazamiento del “yo” del poeta hacia “los otros”. Símbolos relevantes:

  • El viento: es la voz del pueblo encarnada en el poeta.
  • El buey: identifica al pueblo cobarde y resignado, que no lucha.
  • El león: en cambio, es la imagen de la rebeldía y del inconformismo.
  • Las manos: En el poema Las manos, simbolizan las dos Españas en contraposición (ricos y pobres).
  • El vientre: La maternidad aparece simbolizada en el vientre en Canción del esposo soldado.
  • El toro: Posteriormente, en Viento del pueblo y El hombre acecha, encontramos también el toro, pero ahora será símbolo de aliento o gallardía, o el clásico símbolo de España.

La mirada del poeta se vuelve, solidaria, hacia los que sufren. De ahí poemas como El niño yuntero, que es “carne de yugo”.

El título El hombre acecha (1939) recuerda la máxima latina homo homini lupus, atribuida a Plauto. Aquí encontramos:

  • El hombre como fiera: y sus equivalentes (tigre, lobo, chacal, bestia) como símbolo de la animalización regresiva del hombre a causa de la guerra y el odio (Canción primera).
  • La sangre: aquí es dolor.
  • El tren: la muerte viene simbolizada por un tren que transporta heridos de guerra (El tren de los heridos).
  • La casa: Se cierra este poemario con la Canción última, en la que la casa es el símbolo de España, en claro homenaje a Quevedo.

Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941)

Esta obra póstuma se abre con elegías a la muerte de su primer hijo; este es evocado por medio de imágenes intangibles. La esperanza renace con la venida de un nuevo hijo, al que dedica Nanas de la cebolla. En este nuevo hijo queda simbolizada la pervivencia del poeta.

En la cárcel, la pasada guerra es como un mal sueño que ha sembrado España de muertos y represaliados: Tristes guerras. Sigue añorando a su amada: Ausencia en todo veo. La muerte, simbolizada aquí por el mar, como en Manrique, empieza a ser la única certeza para el poeta: “Esposa, sobre tu esposo / suenan los pasos del mar”.

Vida, Amor y Muerte en la Poesía de Miguel Hernández

La vida, el amor y la muerte son las “heridas” de Miguel Hernández, son los grandes temas de su poesía y el eje de su existencia. Aunque están presentes en la mayoría de sus libros, el tratamiento es diferente en cada una de sus etapas, pasando del vitalismo despreocupado de sus primeros poemas hasta el desengaño y la tristeza de Cancionero y romancero de ausencias.

Podríamos decir que toda la obra de Hernández es una constatación de la terrible definición de Heidegger: “el hombre es un ser para la muerte”. En efecto, en su poesía vemos un discurrir dramático de la vida más elemental y festiva que acaba deslizándose por la pendiente de la tragedia.

En Perito en lunas, hallamos un paisaje iluminado por la vida y un vitalismo desbordado. La importancia de la muerte no es relevante en este libro, pero en algún poema se relaciona la vida y la muerte como las dos caras de una moneda: Gota de agua.

Es a partir de El rayo que no cesa cuando Hernández desata sus pasiones y nos muestra más profundamente sus “heridas”, aunque el tema principal de este poemario es el sentimiento trágico del amor. El amor es un apasionado anhelo insatisfecho, un ansia de posesión que no culmina y que destroza al amante, conduciéndolo hacia la muerte. El amor es tragedia al mismo tiempo que idilio. Esa idea del amor como autodestrucción la han expresado casi todos nuestros poetas amorosos: Garcilaso, Camoens, Villamediana o Quevedo.

Son varios los símbolos que causan el dolor del amante, un dolor constante: objetos afilados como cuchillos, puñales, arado o hachas, y el más importante, el rayo. Este símbolo representa la fuerza destructora de la pasión amorosa, de la pasión desatada. También el toro, que representa al amante, su arrebato y su fuerza que lo llevan a no desistir, pero, sobre todo, es imagen del destino trágico e inamovible y de la muerte por amor.

La muerte también está relacionada con la amistad, como vemos en la Elegía a Ramón Sijé, donde adquiere una expresividad dramática, agónica y desesperanzada.

En esta obra, Hernández deja claro que para él vivir era amar, penar y morir. Su pensamiento radica en la crisis amorosa que vivió con su novia y, después esposa, Josefina Manresa. La castidad pueblerina de ella se oponía al ansia de mundo y consumación de la relación de Hernández; en él anidaba un amor pasional pero insatisfecho.

En Viento del pueblo, sus sentimientos se centran en el pueblo que sufre la Guerra Civil. Aparece constantemente la muerte, que ahora es parte de la vida. Es el destino de los españoles que mueren perdiéndolo todo y luchan para impedirlo. Hernández anima a que la muerte sea un sacrificio para ofrecer vida a los que vienen detrás. Se trata de una muerte combativa: Canción del esposo soldado; en este poema, el amor y la muerte se mezclan. Aquí el amor no es doloroso, sino que es capaz de superponerse a la guerra y a las dificultades; es un amor de proporciones épicas.

En El hombre acecha, su visión de la muerte cambia; produce dolor, sufrimiento y desgracia entre los hermanos. Incluso el amor está salpicado por la muerte: Canción primera. Aun así, el amor es la esperanza entre la crueldad de la guerra, y Hernández lo simboliza en las cartas que se envían los soldados y sus amantes. En el poema Carta, sugiere que el amor pervive a la muerte.

Cancionero y romancero de ausencias retoma con fuerza las tres “heridas”; desde la cárcel, recapacita de forma íntima sobre estos temas. La muerte aparece de forma reiterada y envuelve la vida del poeta. A las muertes causadas por la guerra ha de sumarle la de su propio hijo: Muerto mío, A mi hijo.

Ahora Hernández ve la muerte con amargura y tristeza, agravada por la ausencia de la esposa y la soledad de la cárcel. A pesar de ello, encuentra sitio para la vitalidad y la esperanza en el amor. El amor lo empuja a seguir adelante, es una estrecha unión de almas y cuerpos, capaz de resistir la adversidad.

En contraste con el amor en Antonio Machado, en el que la amada solo existe en el ilusorio mundo del ensueño, para Hernández la esposa es una verdadera criatura carnal, y el poeta canta directamente la unión de los cuerpos. El amor es ardiente, es ansia de vida y de fecundación: Hijo de la luz y de la sombra.

Fruto de ese amor nace su hijo, que representa la continuidad de la vida y las ganas de vivir. De esa forma, el poeta encuentra consuelo en la muerte, aunque la ausencia del hijo le produce dolor: Nanas de la cebolla.

Miguel Hernández vivió tiempos de muerte. Gentes de su patria, amigos, compañeros, su propio hijo… son muertes violentas, injustas porque no nacen del natural curso de la vida, sino de unas circunstancias externas. Por eso en sus versos hay dolor e indignación.

Finalmente, el poeta deja grabadas sus tres “heridas” en los labios de su esposa, cerrando así el círculo entre amor-vida-muerte.

Contexto: La Poesía Española desde Principios del Siglo XX hasta la Posguerra

Comienzos: Poesía de «Fin de Siglo» (Modernismo)

En el último cuarto del XIX, la poesía lírica española se encontraba estancada entre el Romanticismo más tópico y el Realismo de la poesía de Campoamor. Clarín y Juan Valera se quejaban de ese panorama. Solo la figura de Bécquer ofrecía modernidad y calidad. Mientras, en Francia triunfaba una poesía novedosa, el Simbolismo.

El Simbolismo llegará a España ya en 1888 de la mano de Rubén Darío. Las innovaciones que Rubén Darío trajo a nuestro panorama poético de comienzos del XX implican una revolución similar a la que supuso la introducción de la poesía italianista del Renacimiento que llevaron a cabo Boscán y Garcilaso en el siglo XVI. Esta vez, la innovación se llamará Modernismo, que será el movimiento aglutinador de la nueva literatura hispana que nace como expresión de la “crisis finisecular”, aclimata el Simbolismo a nuestras letras e inaugura la poesía moderna.

Sin embargo, el Modernismo en España no será un movimiento homogéneo y, además, por las circunstancias del momento (“crisis del 98”), tendrá una ramificación literaria nacional, la de la llamada “Generación del 98”. Comenzarán en el Modernismo poetas como los hermanos Machado (Manuel y Antonio), Francisco Villaespesa, Eduardo Marquina, Juan Ramón Jiménez y, en prosa poética, Valle-Inclán. No obstante, solo Villaespesa, Manuel Machado y Marquina persistirán en el Modernismo; el resto, con personalidades poéticas propias, tendrán evoluciones individuales diferentes.

Las Vanguardias y la Poesía Pura

Tras el fin de la Primera Guerra Mundial (1914-1918, *corrección de fecha*), comienzan a vislumbrarse nuevos caminos poéticos que, frente al neorromanticismo y el irracionalismo que subyacían en el Simbolismo y el Modernismo, pretenden despojar al arte de su raíz sentimental y confesional: se trata de un proceso que quedó definido como la “deshumanización del arte” y que llevaron a cabo los escritores e intelectuales de la llamada Generación del 14, que tiene su voz en el Novecentismo.

Dos son los caminos que confluyen:

  • Vanguardias: Surgen diferentes tertulias vanguardistas al calor de los ecos europeos (franceses e italianos sobre todo); así, comienza la tertulia del «Café Pombo», presidida por Ramón Gómez de la Serna, cuya revista publica la traducción del «Primer Manifiesto Futurista» de Marinetti; también destaca la tertulia en el Colonial de otro de los adalides de las Vanguardias literarias en España, Rafael Cansinos Assens.
  • Poesía pura: De Paul Valéry, que comenzó en el Simbolismo y acusó fuertemente la influencia de Mallarmé (culminación a la vez que superación del Simbolismo), es la máxima de la “poesía pura”, correlato del concepto del “arte por el arte”. La desnudez asentimental de la “poesía pura” tiene en España un maestro, Juan Ramón Jiménez, que marcará los primeros pasos de los poetas del 27.

La Fusión: Generación del 27

Los poetas del 27 se iniciarán en su juventud al calor de las Vanguardias y de la “poesía pura”, influenciados también por la poesía intimista, de un posromanticismo depurado, de Bécquer. A su vez, volverán sus ojos a nuestro Siglo de Oro, desde las «Odas» de Fray Luis o el misticismo de San Juan de la Cruz hasta el gongorismo más radical, pasando por los sonetos lopistas o el cultivo de la poesía tradicional tal y como lo hicieron Lope de Vega y Góngora.

Su maestro inicial será Juan Ramón Jiménez y su punto de encuentro la «Residencia de Estudiantes». Sin embargo, los poetas del 27 pronto se emanciparán de las tutelas y, con el homenaje a Góngora en 1927, se distanciarán de Juan Ramón Jiménez.

La poesía del «Grupo del 27» marcó realmente el inicio de la poesía contemporánea española e implicó la posibilidad de una verdadera fusión entre Tradición y Vanguardia. Durante sus comienzos, fusionaron las Vanguardias y la poesía pura con los ecos de Bécquer y el cultivo de la poesía popular tal y como lo hicieran nuestros poetas barrocos. Ya avanzada la década de los veinte, con el homenaje a Góngora (1927), el camino fue el de una poesía más elaborada y hermética fusionada con las audacias de la poesía vanguardista. Sin embargo, las convulsiones histórico-sociales que azotarán al mundo a partir de la crisis de 1929 llevarán a una «rehumanización del arte» que, en el terreno de la Vanguardia, tendrá su base en el Surrealismo. Con la entrada de la década de los treinta, que en España vivirá la llegada de la 2ª República y la Guerra Civil, comenzará lo que Neruda llamará en su revista «Caballo verde para la poesía» la “poesía impura”, manchada de sudor, lágrimas y humanidad.

Miguel Hernández: Síntesis de la Evolución Poética del 27

Miguel Hernández pertenece cronológicamente a la Generación del 36; sin embargo, por su evolución poética, sintetiza en su corta carrera literaria la modulación de los poetas del 27.

Miguel Hernández comenzó, en Orihuela, al calor del maestrazgo del sacerdote Almarcha, con los clásicos de nuestro Siglo de Oro. Cuando era adolescente, comenzó a conocer a los poetas del 27: Jorge Guillén y Lorca, cuya Conferencia «La imagen poética de Góngora» fue publicada en el diario «La Verdad» de Murcia y fue, tal vez, uno de los caminos que llevó a Hernández a Góngora. Almarcha ayudará a Hernández a publicar en la editorial «Sudeste» de «La Verdad» de Murcia su primer poemario, Perito en lunas, una colección de octavas reales que fusionan gongorismo, simbolismo y ultraísmo. Es por entonces que conoce a Federico García Lorca, que andaba por Murcia de gira teatral con «La Barraca»; Hernández siempre le rendirá admiración a Lorca, aunque este, por el contrario, lo ignorará.

Quienes sí lo apoyarán y serán sus padrinos en el camino de la madurez poética, ya en su segunda estancia madrileña, serán Pablo Neruda y Vicente Aleixandre. Miguel Hernández se adentra ya en el camino de la “poesía impura”, el surrealismo y la “rehumanización del arte”, siempre fusionado con la tradición de nuestro Siglo de Oro. Con El rayo que no cesa, publicado por Manuel Altolaguirre en enero de 1936, Miguel Hernández acelera su proceso de maduración y asimila el maestrazgo de Aleixandre y el surrealismo.

Con la llegada de la guerra y su compromiso político, Miguel Hernández se adentra en la poesía comprometida con Viento del pueblo y, más tarde (y más pesimista), El hombre acecha. Ya en la cárcel, encontramos al Miguel Hernández más original y maduro: poesía popular y poesía íntima, humanísima y depurada será la del Cancionero y Romancero de ausencias.

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