Vida, Amor y Muerte en la Poesía de Miguel Hernández: Un Recorrido por su Obra
Los Tres Pilares de su Poesía
En la poesía de Miguel Hernández hay tres grandes asuntos que todo lo invaden y determinan, y que son los grandes temas de la poesía de siempre: la vida, el amor y la muerte. Es un poeta triste y desolado porque es un ciudadano derrotado al perder la guerra, que ha sido perseguido, y que ahora carece de libertad. Además, siente la injusticia de la condena y la proximidad de la muerte, pero no por ello renuncia a lo que más ama, la vida, y a lo que le mantiene en vida, el amor. La pena se ha convertido ahora en su herida por partida triple que llaga su corazón. «Llegó con tres heridas» es un poema de los años cuarenta, escrito posiblemente en la cárcel cuando el poeta se halla alejado de su amada, de su hijo y de sus seres queridos. En su devenir poético se pueden establecer etapas de predominio de cada uno de los tres elementos citados.
El Amor como Eje Central
La poesía de Miguel Hernández es radicalmente amorosa, en la que ningún poema puede quedar al margen del amor a la mujer, al hijo, al pueblo, a la amistad y a la vida.
Etapa Juvenil: Influencias y Primeros Amores
En la etapa juvenil, cuando compone sus primeros versos, reproduce las influencias de poetas anteriores como Bécquer, Rubén Darío o Juan Ramón Jiménez. Fruto de ello es su inclinación hacia los temas mitológicos y el erotismo, con la sensualidad propia del joven que empieza a descubrir nuevas sensaciones («Lujuria»). También es frecuente el tema del amor no correspondido, que propicia la soledad («Soledad»), la tristeza («Tristeza») y los sentimientos de amor ceñidos al ámbito familiar. A su hermana, que murió cuando era pequeño, le dedica el poema «Hermanita muerta», tema que también aparece en *Perito en lunas* («Funerario y cementerio»). En este libro no se encuentran demasiadas referencias al amor, pero sí hay muchas alusiones al deseo sexual y al erotismo que aflora, a través de símbolos alusivos a los órganos genitales y metáforas relativas al deseo de contacto sexual.
El Amor por Josefina y la Ruptura
En su segunda etapa, Miguel Hernández descubre el amor entre hombre y mujer, ya que conoce a Josefina, una joven costurera, cristiana, virtuosa y sencilla. Queda prendado y le dedica un soneto («Ser onda, oficio, niña, es de tu pelo»). Tras un largo cortejo, formalizan su noviazgo. Cuando realiza su primer viaje a Madrid, entablan una apasionada relación epistolar para dar noticias de su estancia y expresarle su amor («Tus cartas son un vino»). Al adaptarse a los ambientes madrileños, su relación de pareja se rompe. Es entonces cuando Miguel Hernández se acerca a la pintora Maruja Mallo, con la que vivió una relación breve pero intensa. A ambas dedica composiciones de *El rayo que no cesa*. Otra mujer por la que sintió un especial cariño fue María Cegarra, a quien dedicó el poema «¿No cesará este rayo que me habita?». Tras estas relaciones, Miguel Hernández escribe al padre de Josefina para pedirle perdón y expresarle su deseo de restablecer el noviazgo con su hija.
El Amor Doloroso y la Búsqueda de Correspondencia
Para Miguel Hernández el amor, que tiene su lado positivo y grato, es doloroso y destructor; el amor es desazón y angustia ante la amada ausente o inaccesible, es herida en el corazón («Un carnívoro cuchillo»). Busca la correspondencia de la mujer amada, pero no recibe de ella lo que desea, salvo algún beso en la mejilla («Te me mueres de casta y de sencilla»). El poeta confiesa el deseo físico que tiene hacia la amada, la atracción por su cuerpo representado en un limón («Me tiraste un limón y tan amargo»). De esta insatisfacción nace la pena por la no realización del amor y la contención del deseo erótico («Tengo estos huesos hechos a las penas»). Surgen así los símbolos, unos premonitorios de la muerte («Umbrío por la pena, casi bruno»), otros, como el toro, asociados al dolor del enamorado («Como el toro he nacido para el luto»). En el poema «Me llamo barro aunque Miguel me llame» se presenta como alguien que ha perdido su propia identidad para convertirse en barro.
La «Elegía a Ramón Sijé» y el Compromiso Social
Relacionado con el amor al amigo y la muerte, Miguel Hernández compuso la bellísima y estremecedora «Elegía a Ramón Sijé». Con la llegada de la Guerra Civil, se abre su etapa de compromiso social, se alista en el ejército republicano y conoce la crueldad de la guerra. Se casa con Josefina y tienen que separarse. Mientras prepara la publicación de *Viento del pueblo* espera el nacimiento de su hijo. Guerra, matrimonio y paternidad estarán presentes en el libro. El amor, en su versión ahora de amistad y homenaje, aparece en la elegía dedicada a García Lorca. Ese amor hacia los hombres se extiende a todos los que mueren injustamente en la batalla («Sentado sobre los muertos»). Sus poemas se hacen solidarios con los trabajadores y expresan el amor fraterno y el deseo de acercarse a las masas desfavorecidas («Llamo a los poetas»).
«Cancionero y romancero de ausencias»: La Amargura y la Esperanza
Su último libro de poemas, *Cancionero y romancero de ausencias*, es como un diario donde deja constancia de su amargura. Su segundo hijo le da luz y esperanza. Tras la guerra comenzará su periplo carcelario y Miguel Hernández ve cómo el tiempo y la enfermedad le conducen a la muerte. Su consuelo es el amor vivido y el amor inmortal que se convierten en el último rincón que le queda para cobijarse y dormir eternamente («El último rincón»).
Vida y Obra: Una Relación Inseparable
En su trayectoria poética se advierte un discurrir dramático que comienza con la vida más elemental y acaba en tragedia. Vida y obra son inseparables. Vive para la poesía, que refleja su pasión. Sus primeros poemas contienen optimismo y vitalismo (rinden homenaje a la vida). En esta época su vida va por el camino de dedicarse a la poesía y su obra por el de contemplar el mundo desde la perspectiva de sus poetas estudiados. Miguel Hernández busca en las huertas el refugio apetecible de los clásicos para cantar los desdenes de la amada y la flor del trigo. En sus versos encontramos pastores enamorados, ninfas y sátiros que expresan sus sentimientos en un entorno que evoca el *locus amoenus*. Hasta que no le desaparecen personas cercanas, la pena y la muerte son un sentimiento más literario que real. Miguel Hernández incorpora vivencias a su poesía cuando su vida se nutre de recursos poéticos y la alimenta de una voz que lleva prendida en la garganta el dolor y la rabia.
La Maduración del Amor y el Destino Trágico
En *El rayo que no cesa* consigue una maduración íntima del concepto del amor como destino trágico del hombre. No queda lejos de ese destino la sangre, que es vida porque sale del corazón y así, el amor es muerte e impulso irresistible que busca la procreación.
La Muerte como Compañera Inevitable
Miguel Hernández configuró la vida y la muerte como una asociación indisoluble de su biografía y producción literaria («Vientos del pueblo me llevan»). Todo lo que nace está condenado a vivir y todo lo que vive está condenado a morir. Su poesía está llena de vitalismo trágico y todo queda envuelto por el fatalismo (“Sino sangriento”). Le llega la muerte cuando se le niega el amor y el gozo de amar. Pero no dará la cara hasta que muera Ramón Sijé, momento en que sus versos se llenan de rabia y dolor. Sus poemas se tiñen de dolor porque la muerte acecha al poeta, pues mueren tres hermanas, su primogénito («A mi hijo») y amigos. Tras la guerra, su poesía se oscurece con el desengaño y la tristeza. En la cárcel compone *Cancionero y romancero de ausencias* a modo de diario de desolación, cercano a la desnudez de la verdad más dura. Pero le sigue quedando amor y libertad, aunque la fuerza y la rebeldía comienzan a resquebrajarse. En medio de tanta oscuridad y sangre, la voz nostálgica y nada retórica del poeta se dirige al hijo y a la esposa («Hijo de la luz»). Sus últimos poemas son los más tiernos y melancólicos, pues cierra el ciclo volviendo al amor, porque no hay salvación si no se ama. Muchos acontecimientos dramáticos de su vida penetran en su obra y lo definen como un ser que convive con la idea de muerte.