UN PREMIO NOBEL: MARIO VARGAS LLOSA
El cuento, ocupa lugar en la producción literaria de Mario Vargas Llosa. Tanto en sus narraciones breves como en sus novelas, el tema de la violencia, uno de los ejes vertebradores de su obra; sus composiciones intentan reflejar la realidad de la sociedad peruana, por lo que podemos encuadrar a Vargas Llosa dentro del neorrealismo, si bien sus técnicas narrativas se inscriben en ese proceso de renovación y experimentación que parece connatural a la narrativa hispanoamericana.
Muchas de sus experiencias vitales parecen animar personajes, ambientes y temas de su obra literaria: la importancia que adquieren lugares frecuentados por el autor, tal y como resulta obvio en, por ejemplo, Los cachorros (1967); la presencia de personajes socialmente comprometidos, que luchan por sus ideales (el propio Vargas Llosa llegó incluso a ser candidato a presidente del gobierno de su país), tal y como resulta evidente en Conversación en La Catedral (1969) o El sueño del celta (2010)
Su obra
Mario Vargas Llosa irrumpió en el panorama literario con Los jefes (1959), colección de relatos que sigue patrones narrativos de carácter decimonónico. Así, aunque temáticamente el autor trata aspectos de la realidad social y política de su país, estilísticamente queda lejos de la originalidad de textos como Conversación en La Catedral (1969) o Pantaleón y las visitadoras (1973).
Esa concepción decimonónica de la novela tiene mucho que ver con el concepto de novela total, de creación de un cosmos literario que refleje la realidad, tal y como ambicionaban Stendhal, Balzac o Galdós. Así las cosas, toda su extensa obra narrativa puede considerarse de manera unitaria, como si fuera una larguísima novela que tratara diversos aspectos. Ese universo literario, multiforme y uniforme a la par, se consolida a partir de una serie de temas recurrentes:
la violencia como germen social
la tensión entre generaciones
la moral y la ética como principios rectores de una vida que invita a traicionarlos…
Son novelas muy elaboradas, que siguen ciertos patrones rupturistas para con los parámetros tradicionales; si bien este tipo de innovaciones, poco a poco, van amainando, hasta llegar a su práctica inexistencia en su última novela, más ligada a la técnica del “bestseller” al uso.
La crítica especializada ha dividido su obra en tres etapas:
La primera de ellas, de carácter realista, abarcaría desde Los jefes (1958) hasta Conversación en La Catedral (1969). Es en esta etapa cuando Vargas Llosa desarrolla sus rasgos de estilo más destacables, que parecen seguir las intenciones de generar un nuevo estilo de narración, propias del Julio Cortázar de Rayuela. Así las cosas, nos encontramos desórdenes temporales y espaciales constantes, ocasionándose mezclas de acontecimientos que pertenecen a lugares y momentos distintos, encontrándonos incluso con los mismos personajes en situaciones y conversaciones diferentes. Estas técnicas, ya presentes en La ciudad y los perros, aunque agudizadas en La casa verde y Conversación en La Catedral, necesita de un lector atento , que otorgue orden y sentido a la obra. La novela de Vargas Llosa se antoja retazo de vida, reproducción fragmentaria e interesada de realidades, si bien dicha singularidad irá atenuándose conforme el autor se acerca a sus últimas creaciones.
La segunda etapa, algo menos experimental, comenzaría en 1973 con una de sus creaciones más célebres, la novela satírica Pantaleón y las visitadoras. Al igual que En la ciudad y los perros, Vargas Llosa atenta contra la institución militar, a través de un relato paródico basado en hechos reales. Técnicamente, es una novela construida siguiendo la técnica del pastiche, donde encontramos un discurso multiforme, mutable (de lo coloquial a lo administrativo, del discurso militar a la retransmisión periodística radiofónica).
Pantaleón y las visitadoras es paradigma de esta nueva etapa, marcada por una mayor tendencia al humor y la burla, con un tratamiento del realismo menos dramático, atenuado por el sarcasmo y la ironía. Esta etapa se cerraría en 1977 con La tía Julia y el escribidor, obra autobiográfica (si bien debe recordarse que el autobiografismo como rasgo está presente en buena parte de su producción literaria, tal y como indicamos al tratar de la vida del autor) que trata de la relación amorosa de Varguitas con su tía, mayor que él, así como de su trabajo en una emisora radiofónica.
La tercera etapa, que comenzaría con La guerra del fin del mundo (1981) y llegaría hasta su última novela por el momento, El sueño del celta (2010), estaría marcada por el escepticismo. La realidad no puede ser captada a través del texto, por lo que la novela se antoja constante cuestionamiento de lo acaecido. Este cambio de rumbo, esta novedosa expectativa de carácter existencial, enriquece temáticamente su quehacer literario, pues Vargas Llosa parece dejar a un lado sus demonios personales, emprendiendo una serie de narraciones distintas y variadas, consideradas por los especialistas como obras menores, si bien técnicamente perfectas: Historia de Mayta (1984); Lituma en los Andes (1993); Elogio de la madrastra (1988); Los cuadernos de Don Rigoberto (1997).
Para explicar esta etapa, así como la naturaleza de su último texto, hemos de atender no obstante a la creciente industrialización que la literatura ha padecido durante las últimas décadas. Autores ya consagrados, de méritos artísticos reconocidos, son seducidos por una imparable maquinaria comercial que entiende el libro como producto de consumo. No obstante, en El sueño del celta, Vargas Llosa, utilizando la figura histórica del irlandés Roger Casement, retoma sus viejos temas (que no técnicas narrativas), y ofrece un relato de descarnada violencia, de dominación del hombre sobre el hombre, con toques de indigenismo. El sueño del celta es una novela de rabiosa actualidad en tanto en cuanto critica de explícita manera una sociedad capitalista tan imparable como caníbal. El hombre como pura mercancía, al servicio exclusivo, sin derecho ni a su propia vida, de los mercantilistas intereses económicos e industriales. Así las cosas, nos encontramos de nuevo con un autor comprometido, aunque menos espontáneo e imaginativo que en La casa verde o Conversaciones en La Catedral, un Vargas Llosa mucho más metódico, tremendamente documentado, ligándose a la moda de la novela histórica, si bien trasgrediendo el buen gusto del hipotético lector por una cierta tendencia a la explícita descripción de los aspectos más sórdidos del género humano. Un meditado descenso a los infiernos a través de los recuerdos de su protagonista que comienza en una celda y termina en un patíbulo. Sin concesiones.
Es en esta etapa cuando Vargas Llosa desarrolla sus rasgos de estilo más destacables, que parecen seguir las intenciones de generar un nuevo estilo de narración, propias del Julio Cortázar de Rayuela. Así las cosas, nos encontramos desórdenes temporales y espaciales constantes, ocasionándose mezclas de acontecimientos que pertenecen a lugares y momentos distintos, encontrándonos incluso con los mismos personajes en situaciones y conversaciones diferentes. Estas técnicas, ya presentes en La ciudad y los perros, aunque agudizadas en La casa verde y Conversación en La Catedral, necesita de un lector atento , que otorgue orden y sentido a la obra. La novela de Vargas Llosa se antoja retazo de vida, reproducción fragmentaria e interesada de realidades, si bien dicha singularidad irá atenuándose conforme el autor se acerca a sus últimas creaciones.
La segunda etapa, algo menos experimental, comenzaría en 1973 con una de sus creaciones más célebres, la novela satírica Pantaleón y las visitadoras. Al igual que En la ciudad y los perros, Vargas Llosa atenta contra la institución militar, a través de un relato paródico basado en hechos reales. Técnicamente, es una novela construida siguiendo la técnica del pastiche, donde encontramos un discurso multiforme, mutable (de lo coloquial a lo administrativo, del discurso militar a la retransmisión periodística radiofónica).
Pantaleón y las visitadoras es paradigma de esta nueva etapa, marcada por una mayor tendencia al humor y la burla, con un tratamiento del realismo menos dramático, atenuado por el sarcasmo y la ironía. Esta etapa se cerraría en 1977 con La tía Julia y el escribidor, obra autobiográfica (si bien debe recordarse que el autobiografismo como rasgo está presente en buena parte de su producción literaria, tal y como indicamos al tratar de la vida del autor) que trata de la relación amorosa de Varguitas con su tía, mayor que él, así como de su trabajo en una emisora radiofónica.
La tercera etapa, que comenzaría con La guerra del fin del mundo (1981) y llegaría hasta su última novela por el momento, El sueño del celta (2010), estaría marcada por el escepticismo. La realidad no puede ser captada a través del texto, por lo que la novela se antoja constante cuestionamiento de lo acaecido. Este cambio de rumbo, esta novedosa expectativa de carácter existencial, enriquece temáticamente su quehacer literario, pues Vargas Llosa parece dejar a un lado sus demonios personales, emprendiendo una serie de narraciones distintas y variadas, consideradas por los especialistas como obras menores, si bien técnicamente perfectas:Lituma en los Andes (1993); Elogio de la madrastra (1988); Los cuadernos de Don Rigoberto (1997).
Creciente industrialización literatura El sueño del celta, Vargas Llosa, irlandés Roger Casement, viejos temas (que no técnicas narrativas), y ofrece un relato de descarnada violencia, de dominación del hombre sobre el hombre, con toques de indigenismo. El sueño del celta es una novela de rabiosa actualidad en tanto en cuanto critica de explícita manera una sociedad capitalista tan imparable como caníbal. El hombre como pura mercancía, al servicio exclusivo, sin derecho ni a su propia vida, de los mercantilistas intereses económicos e industriales. Así las cosas, nos encontramos de nuevo con un autor comprometido, aunque menos espontáneo e imaginativo que en La casa verde o Conversaciones en La Catedral, un Vargas Llosa mucho más metódico, tremendamente documentado, ligándose a la moda de la novela histórica, si bien trasgrediendo el buen gusto del hipotético lector por una cierta tendencia a la explícita descripción de los aspectos más sórdidos del género humano. Un meditado descenso a los infiernos a través de los recuerdos de su protagonista que comienza en una celda y termina en un patíbulo. Sin concesiones.