En el año 1927 se celebró en el Ateneo de Sevilla una reuníón para conmemorar el tricentenario de la muerte de
Luis de Góngora. A esta reuníón asistíó un grupo de literatos que admiraba la artificiosidad del lenguaje poético
gongorino. Es entonces cuando surgíó la Generación del 27, cuyos miembros contaron con una gran formación
intelectual y colaboraron en revistas literarias como la Revista de Occidente. Estos autores asimilaron y adaptaron
las tendencias estéticas vanguardistas, sin soslayar las raíces más tradicionales de la poesía española. Aunaron
muchos de los influjos de las corrientes literarias del momento, como el Surrealismo. Mostraron cierta propensión
hacia el hermetismo, esto es, no buscaron la popularidad entre las masas populares, dado el modo cabalístico e
intelectual de abordar los temas tradicionales. Estos autores, partiendo del rechazo hacia el Romanticismo y el
Realismo, propugnaron la autosuficiencia del arte. Se cultivó esencialmente la poesía (con formas métricas como la
décima, el romance, el soneto, el verso libre, etc.), al ser el género que menos necesita sustentarse en el consenso
social, en un afán por deshumanizar el arte, como postuló Ortega y Gasset. Los autores más conspicuos de este
grupo poético fueron:
Pedro Salinas, plasma su experiencia amorosa en una poesía reflexiva y sobria en el lenguaje, cargada de
sentimentalismo y emociones. De entre sus obras destacan Seguro azar.
Jorge Guillén, estimado como el poeta prototípico de una «poesía pura» e intelectual, en la que condensa sus
sentimientos a partir de su experiencia. Es autor de Clamor (integrado por Maremágnum, … Que van a dar en la
mar y A la altura de las cicunstancias ), de Cántico, poemario lleno de vitalismo, y de Homenaje.
Gerardo Diego, cultivó una poesía de vanguardia, sobre todo en la línea del Creacionismo, escribiendo
Imagen y Manual de espumas, que reflejan una poesía experimental, que busca la sugestión del lector.
Luis Cernuda, cuyos versos responden a un sentimiento amoroso de tristeza y a su inconformismo en una época
llena de prejuicios sociales. Escribíó obras como Égloga, elegía y oda, Los placeres prohibidos, Donde habite el
olvido y Desolación de la quimera.
Dámaso Alonso, autor de Poemas puros, poemillas de ciudad, obra sugerente, de gran sensillez expresiva y
emoción lírica; de Hijos de la ira (1944), libro de poesía «desarraigada» y eminentemente «humanizada»; de
Hombre y Dios, donde el autor proyecta su angustia existencial y su desasosiego; y de Gozos de la vista.
Rafael Alberti escribíó obras como Marinero en tierra, obra con versos gráciles y luminosos; Cal y canto, de corte
gongorino y estrofas clásicas plagadas de imágenes; Sobre los ángeles, obra arquetípica del Surrealismo en España;
El poeta en la calle, con versos comprometidos que buscan la poesía combativa; y Roma, peligro para caminantes.
Federico García Lorca:
cultivó el género lírico, donde aunó tradición y vanguardia. Destacan obras como Libro de
poemas.
Miguel Hernández:
considerado un poeta tardío de este grupo poético, escribíó obras como El rayo que no cesa.
El Siglo XIX finaliza en España con el Desastre de 1898, en el que España perdíó sus últimas colonias (Cuba y
Filipinas). Este hecho hizo que los intelectuales tomaran conciencia de la crisis que atravesaba el país. España
entró en el Siglo XX, pues, como una nacíón en decadencia. A pesar del indudable avance de la industria,
España quedó atrasada con respecto al resto de países europeos, originándose un período de conflictos entre
obreros y patronos. La disconformidad con la literatura del último tercio del Siglo XIX se traducirá en una
profunda renovación literaria, que afectó a la forma y al contenido y trató de superar el prosaísmo poético, el
retoricismo y las tendencias literarias de finales del Siglo XIX. Todo ello dio lugar al Modernismo y a la
Generación del 98
Modernismo
El Modernismo se caracterizó por el anhelo de perfección formal, los temas exóticos, legendarios y míticos, el
erotismo sensual y los valores sensoriales. Incorpora influencias del Parnasianismo y del Simbolismo francés,
desarrollándose en especial el género poético. Se originó en Hispanoamérica, con autores como José Martí,
Manuel Gutiérrez Nájera y el nicaragüense Rubén Darío, quien inició su senda modernista con Azul, a la
que siguieron otras como Prosas profanas y Cantos de vida y esperanza. Además de Salvador Rueda,
Francisco Villaespesa y Eduardo Marquina, otros escritores modernistas eminentes fueron:
Manuel Machado es autor de Alma, Caprichos y Cante hondo. Sus textos, profundamente sugerentes,
presentan un tono alegre y delicado. Es un autor de inspiración modernista y andaluza.
Juan Ramón Jiménez escribíó Arias tristes, Jardines lejanos, Platero y yo, Eternidades, Diario de un poeta
recién casado, Dios deseado y deseante, y Animal de fondo, de mayor misticismo. Este autor influirá
decisivamente en los poetas de la Generación del 27.
Generación del 98
El conocido como Desastre del 98 dio nombre a este grupo. Los autores de la Generación del 98 estuvieron
caracterizados por la preocupación por el porvenir de España, así como por la inquietud ante el destino del
hombre y la actitud regeneracionista. Buscan la auténtica raíz de lo español, y prefieren la sencillez expresiva,
el lenguaje directo y sin alambicamientos. Sus autores más conspicuos fueron:
Antonio Machado plasma en sus obras sus sentimientos y recuerdos, acudiendo a temas como el tiempo, el
hombre, la muerte, etc., en obras como Soledades, Galerías y otros poemas ; en Campos de Castilla hace una
reflexión crítica sobre España; y Nuevas canciones evoca el paisaje andaluz y las tierras castellanas, de forma
filosófica.
Miguel de Unamuno cultivó el verso (El Cristo de Velázquez) y el teatro (El hermano de Juan), destacando
ante todo por la novela, con Amor y pedagogía y San Manuel Bueno, mártir, donde proyecta sus inquietudes,
dotando a sus obras de una profunda carga filosófica y buscando la renovación de las técnicas narrativas en lo
que denominó «nivola» (con Niebla, su obra más conspicua), y por el ensayo (Vida de Don Quijote y Sancho).
José Martínez Ruiz «Azorín» se caracterizó por un lenguaje preciso y sencillo. Es autor de La voluntad y
Antonio Azorín, ambas de carácter autobiográfico, frecuentes digresiones y descripción detallista; y de Doña
Inés, novela enmarcada en la época ROMántica.
Pío Baroja ordenó buena parte de su producción literaria en trilogías, en las que ofrece una visión de la
sociedad de finales del XIX y principios del XX (en La lucha por la vida, con La busca, Mala hierba y Aurora roja).
Son destacables también El árbol de la ciencia, Zalacaín el Aventurero y Las inquietudes de Shanti Andía.
Ramón María del Valle-Inclán, cuya forma de expresión, cada vez más crítica y original, desembocará en el
esperpento. En él busca una «superación del dolor y de la risa» por medio de la deformación de situaciones,
alternando lo trágico y lo paródico, y mediante personajes grotescos, como en Luces de bohemia. Cultivó el
teatro (Comedias bárbaras, Divinas palabras) y la novela (Sonata de primavera, Sonata de estío, Sonata de
otoño y Sonata de invierno, la trilogía de La guerra carlista y Tirano Banderas).
El Siglo XVIII se abre en España con la dinastía de los Borbones, al morir sin descendencia Carlos II el
Hechizado. Los monarcas sucesivos impulsarán reformas que pretenden lograr la modernización y el cambio
de la sociedad española. Los reformadores o «ilustrados» trataron de corregir comportamientos sociales y
tradiciones, así como cambiar la mentalidad colectiva del país; para ello se pondrá un gran optimismo en la
educación de la población (hasta entonces en manos de los jesuitas) para alejarla del analfabetismo. Se
cuestionarán los dogmas asentados y se producirá la búsqueda de la verdad científica, surgiendo el
Racionalismo. Así, la literatura seguirá el principio de docere delectare (o ENSEÑAR DELEITANDO), útil y didáctico.
Aunque se cultivó la poesía, con autores como Félix María Samaniego y Tomás de Iriarte, los géneros más
destacados fueron el teatro y el ensayo.
El teatro neoclásico
El teatro trata temas propios de la situación de la época y conserva el carácter moral y didáctico que
propugnan los ilustrados. Su mayor representante es Leandro Fernández de Moratín, que escribe tanto en
verso (El viejo y la niña y La mojigata) como en prosa (El sí de las niñas, La comedia nueva o El café y El
barón). Sus obras se atienen a las reglas del buen gusto, como la de las tres unidades (lugar, tiempo y acción);
tienen un fondo filosófico y didáctico, dado que el teatro es considerado como la escuela de buenas
costumbres; y trata temas como la igualdad de edad entre cónyuges y la libertad de las jóvenes para elegir
marido. Estos tópicos aparecen en El sí de las niñas, donde la protagonista sufre la elección de su marido por
su madre, sin respetar los sentimientos de la joven, que quedan ocultos debido a la educación que reciben las
jóvenes de la época.
Sobresalen de esta época los sainetes, piezas dramáticas breves de carácter cómico y normalmente de
carácter popular. Cultivó este género, entre otros, Ramón de la Cruz, con obras como Manolo, Las castañeras
picadas y La pradera de san Isidoro.
Pensamiento y ensayo
Los autores más cimeros son:
1. José Cadalso:
escribe Noches lúgubres, formado por monólogos y diálogos desarrollados durante tres
noches en un ambiente sepulcral. Predominan los motivos prerrománticos y las meditaciones
pesimistas sobre el hombre y la vida. Sin embargo, su obra más conspicua es Cartas marruecas, donde
se expone la situación crítica del país y se proponen medidas para salir de ella. El pensamiento del
autor sobre los males que han ocasionado la decadencia de la nacíón, así como los motivos para salir
de ella, quedan reflejados en la correspondencia que mantienen los tres personajes entre sí: los
marroquíes Gazel y Ben-Beley y el español Nuño.
2. Benito Jerónimo Feijoo:
es autor de Teatro crítico universal y de Cartas eruditas y curiosas. Aborda
temas relacionados con la crítica a la filosofía escolástica, la necesidad del estudio de las ciencias de la
naturaleza y la importancia de la experimentación. De ideario ilustrado y racionalista, Feijoo pretende
poner de manifiesto los diversos males y trabas que afectan al país.
3. Gaspar Melchor de Jovellanos:
fue un hombre de voluntad reformista e ilustrada que participó de
forma muy activa de la política del país. Sus obras se centran en los problemas de España, y en ellas
reflexiona sobre la situación, analiza los problemas, apuesta resueltamente por la reforma y la
modernidad y propone soluciones factibles. Destacan la Memoria sobre la eduación pública o Informe
sobre el expediente de la Ley Agraria.
En torno al año 1914, surgíó un movimiento literario conocido como Novecentismo, que incluye a un grupo de
intelectuales situados entre el Modernismo y el 98 y las vanguardias, arreciantes en Europa. Este grupo poético se
caracterizó por su extremada conciencia artística y por la importancia atribuida al arte como creación de la vida.
Esta conciencia artística los lleva a desarrollar, siguiendo a Juan Ramón Jiménez, una «poesía pura», donde no
haya sitio para la banalidad y el prosaísmo, poniendo por encima del arte al hombre mismo. Pretendieron, por
tanto, deshumanizar el arte, librándolo, en definitiva, de rasgos humanos. Así, buscaron un arte alejado de la
realidad, oponiéndose a las anteriores corrientes realistas y soslayando el escapismo ROMántico y modernista.
Los escritores novecentistas abordaron el «problema de España», pero con mayor serenidad que los
noventayochistas, alejándose del localismo; se preocupan por la estética; en algunos aparece el deseo de escribir
para las minorías culta (hermetismo); mostraron preferencia por el ensayo. Los escritores novecentistas más
conspicuos fueron:
Ramón Pérez de Ayala, quien escribíó obras como Tinieblas en las cumbres y La pata de la raposa, con rasgos
autobiográficos, y Luna de miel, luna de hiel o Benjamino y Apolonio, cargadas de reflexiones.
José Ortega y Gasset, fundador de la Revista de Occidente, foco de difusión de las tendencias filosóficas de la
época, y autor de obras como La rebelión de las masas, La deshumanización del arte o España invertebrada,
donde reflejó un pensamiento que sigue vigente en nuestros días., como el Perspectivismo.
Eugenio D’Ors, autor de breves artículos, cuya obra más reséñable es Tres horas en el Museo del Prado.
Ramón Gómez de la Serna, quien creó las Greguerías, composición literaria en la que buscaba la irracionalidad
y la crecíón de una metáfora humorística extravagante; de su narrativa destaca El caballero del hondo gris.
Además de estos escritores, destacaron Gabriel Miró (El obispo leproso);
Wenceslao Fernández Flórez, con El
bosque animado, obra satírica e irónica;
Concha Espina, novelista con tendencias realistas, con El metal de los
muertos;
Manuel Azaña, autor del ensayo Plumas y cabras;
Salvador de Madariaga, Gregorio Marañón, etc.
En el período de entreguerras, surgíó en Europa un movimiento de revolución estética y de transgresión artística:
el Vanguardismo
. La corriente literaria más importante de este movimiento fue el Surrealismo, iniciado en
Francia tras la publicación del Manifiesto Surrealista de André Bretón, que propugnaba prácticas como la
escritura automática (transcripción de lo que dicta la mente sin mediación de la razón), el collage o el cadáver
exquisito. Se trataron temas como lo onírico e irracional (ante las nuevas teorías psicoanalistas impulsadas por
Freud), etc., impulsando el conocido épáter le bourgeois. Destaca autores como Lorca (Poeta en Nueva york),
Alberti (Sobre los ángeles), Salinas (Seguro azar), Cernuda (Un río, un amor y Los placeres prohibidos),
Aleixandre (Sombra del paraíso y La destrucción o el amor). Del Vanguardismo derivaron los denominados
ismos, entre los que destacan:
Futurismo. Promovido por Marinetti en su Manifiesto futurista, guarda cierta relación con el fascismo
italiano al considerar la violencia como algo positivo. Los poetas futuristas cantan al progreso, a la
tecnología y al futuro, siendo frecuentes poemas dedicados a bujías, máquinas de vapor, etc.
Dadaísmo. Su precursor es Tristan Tzara.
Los dadaístas pretenden volver a la infancia, al origen, la
inocencia y la irracionalidad, donde todo carece de lógica y funciona por instinto.
Cubismo. Propugnado por Guillaume Apollinaire, este movimiento pretende representar la realidad a
través de figuras esquemáticas, aplicando la geometría a la literatura. Surgirán así los caligramas, como La
paloma apuñalada y el surtidor, de Apollinaire.
Creacionismo. Impulsado por Vicente Huidobro, proclaman que el poeta debe ser el creador de una
realidad en el marco del poema. Destacó Gerardo Diego, con Imagen y Manual de espumas.
Ultraísmo. Incorporó influencias futuristas y cubistas con su poesía visual, que dispone los versos de un
modo singular.
La muerte de Franco en 1975 marcó el fin de la censura y el inicio de la llamada transición democrática (1975-
1982). A lo largo de este período crecen las exigencias de la demanda en cantidad, calidad, variedad y
entretenimiento. Dada la diversidad de géneros, no puede establecerse una pauta preponderante en el género
narrativo, aunque puede apreciarse un cierto abandono de la experimentación, la complejidad y el
hermetismo; una simplificación de la estructura y la técnica de la narrativa; y una menor implicación social de
los escritores, quienes pretenden «narrar» historias y, en definitiva, captar la atención del público. Las
corrientes literarias más conspicuas son las que siguen:
I. Novela histórica
Este género se vio revitalizado tras la restauración democrática, enriquecíéndose con una
temática más diversa. Los más cimeros autores de esta corriente son:
Jesús Fernández Santos, con Extramuros o El griego, sobre el célebre pintor cretense apodado El Greco.
José María Merino, quien escribíó una trilogía de novelas históricas destinadas a un público juvenil, formada
por El oro de los sueños, La tierra del tiempo perdido y Las lágrimas del sol.
Posteriormente, se consagraron otros autores como Juan Eslava Galán, con En busca del unicornio; Terenci
Moix;
Arturo Pérez-Reverté, con La tabla de Flandes; así como Antonio Gala, Francisco Umbral, Fernando
Savater, artífice de la novela epistolar El jardín de las dudas;
Miguel Delibes, con El hereje; Gonzalo
Torrente Ballester, con Crónica del rey pasmado;
Eduardo Mendoza, autor de La verdad sobre el caso
Savolta.
II. Novela negra, de intriga o policíaca
En este género se combina una historia interesante con rasgos de
denuncia social, entremezclados, en ocasiones, con un momento histórico determinado.
Eduardo Mendoza
III. Novela neorrealista
Tras el evidente agotamiento de la experimentación, se recupera la importancia por
el argumento y la intriga. Se tiende entonces al intimismo y al existencialismo; se emplearán técnicas como el
monólogo interior; y surgirá la elección entre narración lineal o desorden cronológico. Destaca Eduardo
Mendoza, con La verdad sobre el caso Savolta
IV. Novela intimista
La novela intimista se centra en el análisis psicológico de los personajes.
Javier Marías,
con Corazón tan blanco.
V. Metanovela o «novela del novelar»
En este género se plantea y analiza el problema de la creación
literaria.
Gonzalo Torrente Ballester, artífice de Fragmentos del Apocalipsis.
VI. Novela de crítica política
Este género refleja la desilusión política y económica de los años ochenta y
noventa Juan José Armas Marcelo, con Los dioses de sí mismos
VII. Novela culturalista
El culturalismo elige como motivo central la reflexión sobre el proceso creativo,
recreando motivos literarios, mitológicos o legendarios. Destacan Antonio Colinas, con Larga carta a
Francesca
VIII. Novela experimental
El experimentalismo se ha prolongado en la narrativa de autores más veteranos,
como Miguel Espinosa, artífice de La fea burguésía
39-75
En los años posteriores a la Guerra Civil (1936-1939), la literatura se desarrolló bajo la dictadura de Francisco
Franco, marcada por el establecimiento de una fuerte censura, una política represiva y una economía
perjudicada por el aislamiento internacional. Entre 1939 y 1975, se dieron las siguientes corrientes:
I. Década de los 40
En esta década, aparece una novela tradicional cercana a las pautas narrativas del Realismo, buscando reflejar
la dramática realidad social de aquellos años. Esta corriente principia con la publicación de La familia de
Pascual Duarte (1942), de Camilo José Cela. Los narradores más eminentes del momento fueron los siguientes:
Camilo José Cela:
artífice de obras como La familia de Pascual Duarte, que ha sido calificada de
«tremendista»
Miguel Delibes es un autor comprometido con la dignidad del ser humano y con la naturaleza
Gonzalo Torrente Ballester, artífice de obras como Javier Mariño
II. Década de los 50
En esta década, los autores no buscan crear una literatura de evasión, sino que estiman que la novela debe
tener una función social: surge así el Realismo social, caracterizado por la existencia de un protagonista
colectivo; disminución de la presencia del autor, limitándose a narrar los hechos, con intención testimonial;
especial atención al testimonio y a la denuncia social, en detrimento de las preocupaciones estéticas, etc.
Los autores más conspicuos fueron, entre otros, Ana María Matute, autora cuyas obras rebosan fuerza
dramática, con novelas como Fiesta al Noroeste, Primera memoria, etc;
Rafael Sánchez Ferlosio,
sobresaliente por su obra El Jarama, donde el autor se limita a observar y reproducir únicamente lo observado;
Jesús Fernández Santos, con Los bravos;
Juan Goytisolo, destacado por Señas de identidad y Campos de
Níjar;
Ignacio Aldecoa, artífice de El fulgor y la sangre;
Carmen Martín Gaite, autora de Entre visillos y
Retahílas;
Juan García Hortelano, con Nuevas amistades;
Juan Marsé, con El embrujo de Shangai , etc.
III. Década de los 60
En esta década es evidente el agotamiento del Realismo social, que da lugar a la búsqueda de nuevas técnicas,
como el monólogo interior (libre fluir de los pensamientos de los personajes), el perspectivismo
(planteamiento de diferentes versiones de un mismo hecho), el contrapunto (concurrencia de historias
simultáneas), las digresiones del autor, que le permiten expresar su pensamiento, etc.
Entre los autores que participaron de esas técnicas destacan:
Juan Goytisolo, con Makbara; Luis Martín
Santos, artífice de Tiempo de silencio, muestrario de nuevas técnicas y recursos narrativos;
Juan Benet, autor
experimental de obras de difícil lectura, como Volverás a R
Nov y cuento hispano
Durante el Modernismo literario del Siglo XIX, resonaron nombres como Rubén Darío, Gutiérrez Nájera o José
Martí. A partir del primer tercio del Siglo XX, surgieron corrientes como la novela indigenista, la novela regionalista,
la novela gauchesca y la novela de la revolución. En la segunda mitad del Siglo XX, la literatura hispanoamericana
pautó la siguiente evolución:
I. Década de los 40
A partir de los años 40, la narrativa hispanoamericana asimila los procedimientos técnicos de
los grandes novelistas europeos. Se produce una renovación del lenguaje, de la estructura de la novela y de las
técnicas narrativas.
Jorge Luis Borges
Sus relatos superan la mera anécdota de los hechos y se impregnan de su vasta cultura y de su
pensamiento hasta convertirse en experiencias intelectuales que implican al lector. La fabulación de sus páginas
lleva a menudo a lo insólito y a lo extraordinario, así como al enigma del mundo y de la vida del hombre. Son
reséñables Ficciones, El Aleph, El libro de la arena y Seis problemas para don Isidro Parodi.
Miguel Ángel Asturias
Sus obras se caracterizan por su gran densidad narrativa y por su variedad temática. Son
cimeras sus obras Leyendas de Guatemala, centrada en la cultura de los indígenas de su tierra; Hombres de maíz,
donde cristaliza la denuncia social; y El señor Presidente, cuyas páginas muestran la represión que desencadena el
asesinato de un coronel.
Juan Rulfo
Aunque su creación literaria puede reducirse a El llano en llamas, una colección de cuentos
Alejo Carpentier
Su obra, englobada dentro del «Realismo mágico», se caracteriza por el análisis de las
circunstancias históricas y por la constante búsqueda de nuevas formas narrativas.
I. Década de los 60
En la década de los 60 tiene lugar el conocido como «boom» de la narrativa
hispanoamericana, que adquiere ahora éxito y reconocimiento internacional. Junto a los autores antes citados,
deslumbran los siguientes:
Julio Cortázar
Es un maestro del relato corto y un experimentador del lenguaje y de la técnica narrativa
Mario Vargas Llosa
En su obra, por lo general de tendencias realistas, busca renovar las estructuras y las formas
de expresión para acercarse a la realidad hispanoamericana, acudiendo a menudo a sus propias vivencias. Es autor
de La ciudad y los perros, La casa verde, La tía Julia y el escribidor, etc.
Son también reséñables Isabel Allende, considerada continuadora del «boom» hispanoamericano, con La casa de
los espíritus y Mi país inventado;
Laura Esquivel, autora polifacética de Como agua para chocolate; Ángeles
Mastretta, novelista de notable éxito, con Mal de amores;
Juan Carlos Onetti, con El astillero; José Lezama
Lima, autor de Paradiso;
Manuel Mujica Láinez, con Bomarzo, entre otros.
Poesía desde 39
En los años posteriores a la Guerra Civil (1936-1939), numerosos poetas, preocupados por la situación de la
sociedad, escribieron poemas de denuncia que testimoniaban su desasosiego. La primera y segunda mitades
del Siglo XX se dividen en cuatro décadas:
I. Década de los 40
En años de dura represión política se desarrollaron cinco tendencias principales:
A) Poesía arraigada:
formada por un grupo de poetas más interesados en la perfección formal y estética que
en retratar la realidad social del momento. Esta corriente estuvo integrada por Luis Rosales;
Leopoldo
Panero;
Dionisio Riudrejo y Luis Felipe Vivanco.
b) Poesía desarraigada, realista o tremendista:
los poetas «desarraigados» se levantaron contra el
clasicismo de los «arraigados». Son reséñables Dámaso Alonso, con Hijos de la ira, Victoriano Crémer, con
su Poesía total, Carlos Bousoño, y Alberti, con Sombra del paraíso, etc, todos ellos de corte existencialista.
D) Postismo:
movimiento de vanguardia que reivindica la creatividad y la imaginación en detrimento de la
razón. Destacan Carlos Edmundo de Ory y Eduardo Chicharro.
e) Grupo Cántico:
se inclínó por una poesía culturalista y barroca, enlazando con la poesía del 27. Destacan
Pablo García Baena y Ricardo Molina.
e) Otras tendencias:
inclasificables son José Hierro, León Felipe (Llamadme publicano) y Juan Gil-Albert.
II. Década de los 50.
Marcada por el fin del aislamiento con respecto a Europa, en ella se desarrolló la poesía
social, que contempla la injusta realidad en que vive el ser humano. Destacan Gabriel Celaya (Cantos íberos
y Tranquilamente hablando). Además, sobresale Blas de Otero, artífice de obras como Ángel fieramente
humano, Redoble de conciencia, Pido la voz y la palabra, y José Hierro, con Cuaderno de Nueva York, etc.
III. Década de los 60
Caracterizada por un cierto desarrollo económico, surgieron corrientes como la
Generación de los 50, basada en la poesía de la experimentación y caracterizada por la posición crítica ante la
sociedad; y por la concepción de la poesía no sólo como medio de comunicación, sino como forma de
exploración de la realidad. Destacaron autores como:
Ángel González, artífice de Áspero mundo, y Sin esperanza, con convencimiento, donde, junto a una poesía
de denuncia, desarrolla otra ligada a su «yo».
Jaime Gil de Biedma ofrece una visión crítica, escéptica y desencantada de la realidad, que recorre obras
como Compañeros de viaje y Las personas del verbo.
Francisco Brines escribíó Aún no y El otoño de las rosas, en las que el inevitable fluir del tiempo forma parte
de las preocupaciones poéticas del autor.
Antonio Gamoneda, artífice de obras como Libro del frío y Arden las pérdidas, con versos muy personales.
Claudio Rodríguez, quien ahonda en el amor y en la búsqueda de la verdad, en obras como Casi una leyenda.
En esta década se desarrollaron la Escuela de Madrid y de Barcelona