La lírica desde 1936
La Guerra Civil dejó una España aislada y desolada, disolviendo el Grupo del 27. Miguel Hernández continuó su legado con obras como El rayo que no cesa.
En la década de 1940, la poesía se dividió entre la arraigada, formalista y con temas patrióticos o religiosos (Luis Rosales, José García Nieto), y la desarraigada, que reflejaba la angustia existencialista (Dámaso Alonso, Hijos de la ira).
En los años 50, surge la poesía social, enfocada en la denuncia de injusticias y la transformación social, con Blas de Otero (Pido la paz y la palabra), Gabriel Celaya y José Hierro.
La década de 1960 trae la Generación del 50, que supera la poesía social con una mirada más íntima y cotidiana (Ángel González, Jaime Gil de Biedma, Claudio Rodríguez).
En los 70, los Novísimos (Pere Gimferrer, Ana María Moix, Leopoldo María Panero) buscan la originalidad, inspirándose en el cine, el cómic y la música pop.
Desde los 80, la poesía se diversifica: algunos recuperan la tradición clásica, otros adoptan el minimalismo (Clara Janés) o la poesía de la experiencia (Luis García Montero, Ana Rossetti). Actualmente, poetas jóvenes como Marwan y Elvira Sastre usan las redes sociales para difundir una poesía accesible con valores feministas y ecologistas.
El teatro desde la posguerra
El teatro de posguerra sufrió la censura. En los 40 y 50 triunfó el teatro convencional (José María Pemán) y el humor renovado (Jardiel Poncela, Mihura). En los 50 surge el teatro social, con Buero Vallejo (Historia de una escalera), de crítica moderada, y Alfonso Sastre, más combativo (Muerte en el barrio).
A partir de los 60, predomina el teatro experimental, con Francisco Nieva (Pelo de tormenta) y Fernando Arrabal (El cementerio de automóviles). Grupos como Tábano o Els Comediants apuestan por la vanguardia y el contacto con el público.
Con la democracia, José Luis Alonso de Santos (La estanquera de Vallecas) y José Sanchis Sinisterra (¡Ay, Carmela!) combinan compromiso y estética. En el siglo XXI, el teatro realista de Juan Mayorga (El cartógrafo) y el grupo Animalario (Urtain) han logrado gran impacto con sus enfoques críticos y emocionales.
La Generación del 27 y el Teatro Lorquiano
La Generación del 27
En los años 20 surge una generación excepcional de poetas que lleva la literatura española a su Edad de Plata. Su nombre proviene del homenaje a Góngora en 1927, a quien admiraban por su originalidad. Procedentes de familias burguesas, muchos coincidieron en la Residencia de Estudiantes de Madrid y colaboraron en revistas como Litoral o Carmen.
Se caracterizaron por unir tradición y vanguardia: conocían la literatura clásica y popular, pero también las corrientes europeas y autores como Juan Ramón Jiménez u Ortega y Gasset. Su evolución se divide en tres etapas:
- Hasta 1929, predominó la poesía pura, influida por Jiménez y el ultraísmo, junto con el neopopularismo.
- De 1929 a la Guerra Civil, se introduce el surrealismo, revalorizando lo humano y la denuncia social.
- Tras la guerra, la mayoría se exilia, el grupo se dispersa y Lorca es asesinado.
Principales autores y obras:
- Pedro Salinas: poesía amorosa reflexiva (La voz a ti debida).
- Jorge Guillén: poesía pura, optimista en Cántico y crítica en Clamor.
- Gerardo Diego: combina vanguardia (Imagen) y tradición (Versos humanos).
- Vicente Aleixandre: surrealismo y poesía social (La destrucción o el amor).
- Rafael Alberti: desde el neopopularismo (Marinero en Tierra) al surrealismo y la poesía social.
- Luis Cernuda: poesía introspectiva y erótica (Donde habite el olvido).
- Las Sinsombrero: autoras como Ernestina de Champourcín y Concha Méndez, cuya obra pasó del modernismo a lo intimista.
Federico García Lorca
Federico García Lorca fusiona tradición y vanguardia con símbolos y una visión trágica de la vida. En poesía, Romancero gitano destaca en el neopopularismo y Poeta en Nueva York introduce el surrealismo.
En teatro, Lorca abordó el amor frustrado y el destino trágico, con personajes femeninos marcados por la opresión. Evolucionó desde obras modernistas (Mariana Pineda, La zapatera prodigiosa) hasta el teatro vanguardista (Así que pasen cinco años). Sus obras cumbre son tragedias rurales como Bodas de sangre, Yerma y La casa de Bernarda Alba, donde explora la lucha entre libertad y represión.
La Generación del 27 y el teatro de Lorca supusieron una renovación del lenguaje poético y teatral, dejando una huella universal en la literatura.
Valoración de Nada de Carmen Laforet
Nada, de Carmen Laforet, es una de las novelas más importantes de la posguerra española. Publicada en 1944, refleja la crisis moral y social de un país marcado por la dictadura franquista. La obra se aleja de la narrativa oficialista y evasiva del momento para explorar, desde una perspectiva existencialista, la angustia vital de una generación perdida.
Uno de sus mayores logros es la creación de una atmósfera opresiva a través del personaje de Andrea, una joven que llega a Barcelona con ilusiones, pero se enfrenta a una realidad desoladora. La casa de la calle Aribau simboliza esa España sombría, con una familia rota y marcada por la violencia, la represión y la frustración. Frente a ello, la universidad y sus amistades representan su única vía de escape.
Laforet utiliza un estilo poético y un lenguaje cuidado, con abundantes metáforas y descripciones detalladas. La narración en primera persona aporta una gran carga introspectiva, y el uso de analepsis y prolepsis dinamiza el relato. Sin embargo, algunos críticos han señalado la falta de acción y la sensación de resignación en Andrea, lo que puede generar una lectura densa en ciertos momentos.
A pesar de ello, Nada sigue siendo una obra imprescindible. Su profundidad psicológica, su retrato del desencanto juvenil y su capacidad para plasmar la crudeza de la posguerra la convierten en una novela fundamental de la literatura española.