Literatura Española del Siglo XIX y XX: Modernismo, Generación del 98 y Vanguardias

El Realismo y Naturalismo. El Teatro y la Poesía de la Segunda Mitad del Siglo XIX

A mediados del siglo XIX, la burguesía, ya como clase dominante en Europa, viró hacia un conservadurismo que aumentaría el malestar social y las tensiones con el proletariado. La pérdida de libertades y las duras condiciones sociales dieron lugar a «La Gloriosa» en 1868, destronando a Isabel II y dando paso al sexenio democrático.

El nuevo gobierno liberal y la industrialización promovieron una visión optimista, reflejada especialmente en el positivismo de Auguste Comte. Surgieron el realismo y el naturalismo como movimientos opuestos al romanticismo.

El realismo surgió en Francia en 1830 y llegó a España en 1860. Se centra en representar la realidad de la manera más fiel y objetiva posible mediante el método científico. Los autores lo consiguen plasmar a través de la observación y documentación con una intención moral y crítica. El estilo que utilizan es sobrio y sencillo. Este movimiento se ve reflejado principalmente en la novela.

La Novela Realista

La novela se caracteriza por su descripción minuciosa de la realidad. La acción se sitúa en lugares reconocibles y se puede distinguir entre novelas con protagonistas individuales y colectivos. El narrador es omnisciente para conseguir un mayor acercamiento a la realidad, y es habitualmente utilizado el estilo indirecto libre. Destacan autores como José María Pereda (Peña arriba), Juan Valera (Pepita Jiménez) y Benito Pérez Galdós con La Fontana de Oro, que termina de fijar este movimiento.

La obra de Galdós se divide en tres etapas:

  • La primera, centrada en novelas de tesis (Doña Perfecta).
  • La segunda, la más realista (Fortunata y Jacinta, La Desheredada).
  • La tercera, una época espiritual (Misericordia, Tristana).

También destacan sus Episodios Nacionales, donde novela una historia contemporánea.

El Naturalismo

El naturalismo surge en Francia con Émile Zola, quien, basándose en la teoría del determinismo, intenta defender que el ser humano está condicionado por su herencia genética y social. En España llega de forma muy depurada; destacan Emilia Pardo Bazán (Los Pazos de Ulloa) y Leopoldo Alas «Clarín» con La Regenta.

La Poesía

En la poesía hay diferentes movimientos: la poesía antirretórica de Ramón de Campoamor (Doloras), la grandilocuente de Gaspar Núñez de Arce, y la más influyente, la poesía intimista de Gustavo Adolfo Bécquer y Rosalía de Castro.

Bécquer recogió en sus Rimas su producción poética utilizando la rima asonante y la mezcla de artificios retóricos de la poesía culta y popular. Trata temas de amor, soledad, muerte y de la creación artística. Tiene un carácter confesional para un destinatario concreto, mayoritariamente la amada.

Rosalía de Castro escribe obras tanto en gallego (Cantares Gallegos, Follas Novas) como en castellano (En las Orillas del Sar), donde su poesía está comprometida con su tiempo, entendida como la comunicación de una experiencia personal. Su lenguaje es emocionado e intimista, donde la naturaleza aporta un tono de autenticidad.

El Teatro

El teatro se adaptó a los gustos de la burguesía, destacando a José Echegaray con obras como El Loco Dios y El Gran Galeoto, caracterizado por un estilo gesticulante y personajes en un mundo tópico que nunca combaten. Joaquín Dicenta aportó al teatro obrerista con El Señor Feudal, mientras que Galdós contribuyó con su realismo en La Fiera y El Abuelo.

Aunque hubo una renovación en la narrativa y poesía, el teatro mantuvo su estética más romántica. Esta renovación continuó en las primeras décadas del siglo XX con autores como Antonio Machado, Rubén Darío o Federico García Lorca, formando la «Edad de Plata».

La Generación del 98 y el Modernismo. La Novela y el Teatro Anterior a 1936

Entre 1885 y 1914, Europa vivía una crisis de valores que generó una nueva mentalidad, marcada por la pérdida de confianza en el progreso y el surgimiento de corrientes como el existencialismo. En España, esta crisis se acentuó con el desastre de 1898, que resultó en la pérdida de las últimas colonias. Durante los primeros años del siglo XX, la situación política se tensó hasta desembocar en la Guerra Civil (1936). Surgieron movimientos como el modernismo en Hispanoamérica y la generación del 98 en España, ambos caracterizados por una actitud de protesta y rebeldía.

El Modernismo

El modernismo fue un movimiento con un afán de renovación estética influenciado por el simbolismo y el parnasianismo francés. Sus características incluyen el arte por el arte, el cosmopolitismo y la evasión hacia épocas y lugares exóticos, como la Edad Media y Oriente. También reivindicó las culturas indígenas precolombinas. El modernismo destacó por su lenguaje sensorial, léxico preciosista y la renovación métrica (por ejemplo, los sonetos alejandrinos). Rubén Darío fue su principal exponente con Azul, Prosas Profanas y Cantos de Vida y Esperanza. En España, autores como Manuel Machado (Alma), Francisco Villaespesa y Eduardo Marquina también destacaron.

La Generación del 98

La generación del 98 surgió tras el desastre de 1898 y el manifiesto de autores como Azorín, Maeztu y Baroja, quienes denunciaron la situación de España y propugnaron su modernización. Su obra se centró en temas existenciales y la crisis de identidad de España. Se caracterizaron por un estilo sencillo y naturalista, con una apuesta por el ensayo, como en Castilla de Azorín y en Vida de Don Quijote y Sancho de Unamuno, y en la novela, con obras como Niebla o San Manuel Bueno, Mártir de Unamuno y El Árbol de la Ciencia de Pío Baroja. En poesía, Antonio Machado reflejó una visión profunda de la realidad, con tres etapas: modernista (Soledades, Galerías y Otros Poemas), castellana (Campos de Castilla) y filosófica (Nuevas Canciones).

El Teatro

A comienzos del siglo XX, el teatro español se dividió en dos tendencias: comercial e innovadora. El teatro comercial, influenciado por el modernismo, trataba temas históricos y legendarios, destacando autores como los hermanos Machado, con Lola se va a los Puertos, Eduardo Marquina, con Las Hijas del Cid, y Francisco Villaespesa, con El Alcázar de las Perlas. Además, se destacó la comedia burguesa de Jacinto Benavente, quien rompió con la grandilocuencia de autores anteriores como Echegaray, ofreciendo un teatro con menor carga crítica y con innovaciones técnicas. Entre sus obras más representativas están Los Intereses Creados y La Malquerida.

Por otro lado, el teatro cómico, cuyo objetivo principal era entretener al público, abarcó el género del sainete, que idealiza la sociedad andaluza y madrileña. Los principales autores de sainetes fueron los hermanos Álvarez Quintero y Carlos Arniches, quienes también cultivaron la tragedia grotesca, abordando temas sociales como el caciquismo y la injusticia social en obras como El Patio y Las de Caín. Además, Pedro Muñoz Seca destacó con el teatro del astracán, un tipo de comedia que buscaba el humor exagerado, siendo La Venganza de Don Mendo su obra más conocida.

El teatro innovador, por otro lado, se alejó de los intereses comerciales, buscando la renovación y la experimentación. Destacan Unamuno (Fedra), Azorín (Angelita) y sobre todo Ramón María del Valle-Inclán. La producción de Valle-Inclán puede dividirse en tres etapas: el ciclo mítico (Las Comedias Bárbaras y Divinas Palabras), el ciclo de la farsa (La Marquesa Rosalinda y La Farsa Infantil de la Cabeza del Dragón) hasta llegar a su mayor logro, el esperpento. Este se caracteriza por la deformación grotesca de la realidad para mostrar una imagen más exacta de una España opresiva e injusta. Su obra Luces de Bohemia se considera un hito del teatro moderno, representando la derrota del idealismo frente a la injusticia social.

La generación del 27 renovó el teatro español, destacando Rafael Alberti, Max Aub y sobre todo Federico García Lorca, quien, con sus tragedias rurales como Yerma, Bodas de Sangre y La Casa de Bernarda Alba, devolvió al teatro la dignidad perdida, renovando la tragedia clásica y explorando las tensiones sociales y emocionales de su tiempo.

El Novecentismo y la Generación del 14: El Ensayo, la Novela Novecentista. Juan Ramón Jiménez

Antes y después de la Primera Guerra Mundial, se produjo una época de gran creatividad artística intentando alejarse de la actitud estética de finales del siglo XIX. En España, ese afán de modernización y rebeldía se llevó a cabo a partir de dos movimientos fundamentales: el novecentismo y las vanguardias.

El novecentismo estaba compuesto por un conjunto de intelectuales que propusieron una reflexión serena sobre la necesidad de una modernización en España apostando por el europeísmo, con el fin de alejarse del dramatismo noventayochista. Las características del nuevo grupo se concretan en el rechazo de los sentimientos y en la apuesta del intelectualismo literario; de ahí que se produzca la minoría intelectual. A partir de las características estéticas se considera la obra como “arte puro”. Entre todos los géneros destaca el ensayo con José Ortega y Gasset, a través de obras de carácter político y social (La Rebelión de las Masas) y humanístico (La Deshumanización del Arte). Esta última obra influye, a través de sus características estéticas, en las vanguardias y autores del 27. Además, se trataba de un arte puro, sin sentimentalismo, la herramienta más utilizada artísticamente era la metáfora y el humor, estaba escrito con un carácter formal y había que interpretarlo como un juego. En este grupo también cabe destacar a Eugenio D’Ors, quien es importante por publicar un ensayo periodístico llamado Glosa, que será agrupada en Glosari y Nuevo Glosario.

La novela se fusiona con lo ensayístico y narrativo, donde se da importancia a la estructura y el lenguaje, y se da el paso a lo imaginativo y narrativo. Dentro de la novela destaca la novela intelectual con Ramón Pérez de Ayala (Tigre Juan), la lírica de Gabriel Miró (El Obispo Leproso), la de humor de Wenceslao Fernández Flórez (El Bosque Animado) y la deshumanizada de Benjamín Jarnés.

La poesía rompe por completo con la etapa anterior y se basa en una poesía pura e intelectual, sentimental y de carácter formal. Destaca Juan Ramón Jiménez, ya que su poesía buscaba la belleza y eternidad, estaba basada en la búsqueda de la poesía desnuda, esencial, con un pensamiento estético y ético. Su obra se divide en tres: la poesía sensitiva desde el posromanticismo becqueriano (Arias Tristes) al modernismo sensorial (La Soledad Sonora); la poesía intelectual, con el fin de reducir la adjetivación y sentimientos, se abre con Diario de un Poeta Recién Casado y se cierra con Estación Total; la última es la poesía suficiente, que es durante sus años de exilio con Animal de Fondo y Dios Deseado y Deseante. Otro autor importante es Ramón Gómez de la Serna, quien introdujo algunas ideas de vanguardia en España como el futurismo, pero que destaca realmente por sus Greguerías, piezas breves que él mismo definió como una mezcla de humor más metáfora. El novecentismo no llegó a romper por completo su vínculo con la época anterior, mientras que las vanguardias sí que estuvieron más separadas, y tuvieron un poco de influencia del novecentismo.

Las Vanguardias en Europa, España e Hispanoamérica

Antes y después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), se produjo un periodo de creatividad artística en el que los intelectuales buscaron nuevas formas de expresión alejadas de las estéticas del siglo XIX. En España, este afán por la modernización se reflejó en el novecentismo y las vanguardias. El término vanguardia surgió durante la Primera Guerra Mundial para describir las inquietudes artísticas de la avanzadilla cultural europea. Estas corrientes no se consideraban un movimiento unitario, sino que englobaban distintos «ismos», cada uno con características propias, pero con elementos comunes como la ruptura con la tradición, la experimentación, la irracionalidad y la provocación.

Entre las principales vanguardias europeas destaca el futurismo, nacido en Italia de la mano de Filippo Tommaso Marinetti, que exaltaba la modernidad, el dinamismo y la velocidad, explorando temas como el maquinismo y el cine, además de jugar con la disposición de los textos y la eliminación de elementos tradicionales del lenguaje. Paralelamente, el cubismo, desarrollado en las artes plásticas por Pablo Picasso y Georges Braque, descomponía la realidad en formas geométricas. Su influencia se extendió a la poesía con Guillaume Apollinaire, quien experimentó con los caligramas y la libertad creativa. Otro movimiento importante fue el dadaísmo, impulsado por Tristan Tzara, que buscaba destruir el lenguaje convencional mediante la anulación de la lógica y el significado. Mientras tanto, el expresionismo se caracterizó por un compromiso social y político, reflejando el horror de la guerra y explorando técnicas narrativas innovadoras como la narración simultánea y el flujo de la conciencia. Finalmente, el surrealismo, liderado por André Breton, se basó en las teorías de Freud para liberar el subconsciente y explorar lo irracional a través del arte.

En Hispanoamérica, las vanguardias también dejaron una profunda huella, destacando el creacionismo, promovido por Vicente Huidobro, quien sostenía que el poeta no debía imitar la realidad, sino crear un mundo nuevo. Su obra más representativa es Altazor. Por otro lado, el ultraísmo, influenciado por el futurismo y otras corrientes europeas, fue impulsado por autores como Rafael Cansinos Assens, Guillermo de Torre y el argentino Jorge Luis Borges, quienes propusieron una poesía moderna basada en imágenes innovadoras y la supresión de elementos ornamentales. Otros movimientos relevantes fueron el estridentismo en México y el simplismo en Perú, que, aunque de menor repercusión, influyeron en tendencias posteriores como la poesía negra o afroantillana, representada por Nicolás Guillén.

En España, la primera fase de las vanguardias estuvo marcada por un espíritu optimista y una tendencia hacia la deshumanización del arte, con el triunfo del ultraísmo y el creacionismo. En este contexto, Ramón Gómez de la Serna se convirtió en una figura clave con sus greguerías, un género literario que combinaba humor y metáfora, actuando como puente entre el novecentismo y las vanguardias. Posteriormente, con la llegada del surrealismo, el arte adquirió una dimensión más humanizada. Aunque en España el surrealismo fue menos radical que en otros países, influyó en algunos miembros de la Generación del 27, como Federico García Lorca, cuya obra Poeta en Nueva York refleja esta influencia en los años 30.

En conclusión, mientras que el novecentismo logró una depuración de la literatura anterior, las vanguardias marcaron una ruptura radical con el pasado, abriendo paso a una profunda renovación en el arte y la literatura del siglo XX.

La Generación del 27. Características y Trayectoria Poética. El Teatro Lorquiano

Las primeras décadas del siglo XX estuvieron marcadas por la inestabilidad política, que acabó en la Guerra Civil. Surgió la Generación del 27, un grupo de poetas influenciados por la Generación del 14 y las vanguardias. Estos autores buscaron renovar la poesía. Entre los más destacados encontramos a Pedro Salinas, Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Rafael Alberti, Vicente Aleixandre, Federico García Lorca y Luis Cernuda. Las representantes de la voz femenina fueron las Sinsombrero, como Ernestina de Champourcín, Josefina de la Torre y Concha Méndez.

Los poetas de la Generación del 27, nacidos entre 1892 y 1902, mantuvieron una estrecha relación gracias a la Residencia de Estudiantes y recibieron influencias de Ortega y Gasset (La Deshumanización del Arte) y la poesía pura de Juan Ramón Jiménez. Con el propósito de renovar el lenguaje poético, adoptaron 1927 como símbolo generacional tras asistir al tercer centenario de la muerte de Góngora. Su producción poética se divide en tres etapas. La primera es vanguardista y de poesía pura, basada en la búsqueda de perfección formal, en la que algunos autores incorporan el neopopulismo, rescatando la lírica popular y tradicional. En esta fase se funde lo clásico y lo moderno con referencias a Góngora y Garcilaso. Entre 1927 y 1936, la poesía se humaniza bajo la influencia del surrealismo, con un marcado énfasis social y político, como se observa en Poeta en Nueva York de Lorca y Los Placeres Prohibidos de Cernuda.

Tras la Guerra Civil, los poetas se dividen en dos corrientes: aquellos que permanecen en España, como Dámaso Alonso y Vicente Aleixandre, cuya poesía refleja un humanismo angustiado, y los que se exilian, expresando en su obra la nostalgia de la patria perdida.

En cuanto a la renovación poética, la generación del 27 introdujo el uso de metáforas irracionales, el verso libre y la combinación de temáticas vanguardistas con elementos tradicionales como el amor, la muerte y la soledad. Durante la Guerra Civil, muchos poetas adoptaron un compromiso político y social, intensificando la denuncia de injusticias.

Entre las obras más destacadas de cada autor, encontramos: de Pedro Salinas, La Voz a ti Debida, donde el tema central es el amor; de Jorge Guillén, Cántico, que ensalza la vida, y Clamor, donde muestra las limitaciones humanas; de Gerardo Diego, Imagen, obra influenciada por las vanguardias; de Vicente Aleixandre, La Destrucción o el Amor, que explora el amor, la naturaleza y la muerte; de Dámaso Alonso, Hijos de la Ira, que inicia la poesía desarraigada; de Rafael Alberti, Marinero en Tierra (neopopularista), Sobre los Ángeles (surrealista) y Poeta en la Calle (poesía comprometida); de Luis Cernuda, La Realidad y el Deseo, que refleja la lucha entre el deseo personal y la realidad adversa; y de Federico García Lorca, Romancero Gitano, que combina lo popular con lo culto, y Poeta en Nueva York, donde incorpora el surrealismo y el verso libre.

El Teatro de Lorca

Además de su obra poética, Lorca destacó en el teatro. Su producción se divide en primeras piezas teatrales, El Maleficio de la Mariposa y Mariana Pineda, así como sus farsas trágicas (La Zapatera Prodigiosa), la etapa vanguardista representada por El Público (obra inacabada) y grandes tragedias (desde 1930), donde se exploran conflictos humanos profundos, con personajes femeninos que luchan contra fuerzas opresivas. Destacan Bodas de Sangre, Yerma, Doña Rosita la Soltera y La Casa de Bernarda Alba.

Su estilo teatral se caracteriza por un lenguaje simbólico, en el que elementos como el agua (libertad), el caballo (vida y erotismo) y la luna (muerte) adquieren significados profundos. Además, combina prosa y verso e incorpora canciones populares en momentos de gran carga dramática.

En conclusión, la Generación del 27 representa el punto culminante de la renovación literaria en la primera mitad del siglo XX. Conjugando tradición y vanguardia, este grupo cerró una etapa brillante de la literatura española, conocida como la Edad de Plata, y dejó un legado imprescindible en la historia de las letras hispánicas.

La Lírica y el Teatro Posterior a 1936

Tras la Guerra Civil, el panorama cultural estuvo afectado. Grandes autores como Machado, Valle-Inclán y Lorca murieron, y otros se exiliaron (Juan Ramón Jiménez, Alejandro Casona y Max Aub). Miembros de la generación del 27 se quedaron en España, junto con la generación del 36 y dramaturgos como Miguel Mihura y Enrique Jardiel Poncela, configurando el nuevo panorama literario.

El Teatro

Durante las décadas de los 40, 50 y 60, el teatro se divide en dos tendencias: el teatro visible, que siguió la línea del teatro burgués con autores como José María Pemán y Lucas de Tena. A partir de 1950, surge el teatro de evasión, cuyo mayor representante es Miguel Mihura con Tres Sombreros de Copa. Sus obras usan el humor para encubrir el pesimismo sobre la imposibilidad de alcanzar la felicidad. También destaca Enrique Jardiel Poncela, con obras como Eloísa está Debajo de un Almendro y Los Ladrones somos Gente Honrada.

El teatro soterrado, caracterizado por su tono inconformista y crítico, empieza en 1949 con Historia de una Escalera de Antonio Buero Vallejo. En sus inicios, este teatro adopta un enfoque existencialista, pero evoluciona hacia un teatro social, en el que se reflexiona sobre las limitaciones impuestas por la sociedad al ser humano y su deseo de libertad y felicidad. Otras obras de Buero Vallejo serían El Tragaluz y El Sueño de la Razón. También destaca Alfonso Sastre, quien desarrolla un teatro de denuncia como en Escuadra Hacia la Muerte y La Muerte en el Barrio.

A partir de los años 60 y 70, surge el teatro de vanguardia, que busca renovar la expresión dramática mediante la asimilación de corrientes experimentales extranjeras. Destacan obras como El Cementerio de Automóviles de Fernando Arrabal y Pelo de Tormenta de Francisco Nieva.

Con la democracia, el teatro aborda las realidades sociales del momento, como en La Estanquera de Vallecas de José Luis Alonso de Santos y ¡Ay, Carmela! de José Sanchis Sinisterra. En el siglo XXI, predomina un teatro realista con un componente de denuncia social y una intención moralizante. Autores como Juan Mayorga y Paloma Pedrero buscan recuperar al público y generar una reflexión sobre el mundo contemporáneo.

La Poesía

Durante los años 40, la poesía española se vio influenciada por las revistas Garcilaso y Espadaña, que promovieron las dos grandes tendencias poéticas de la época: la poesía arraigada, caracterizada por su aspiración a la belleza formal y su desvinculación de los problemas humanos. Sus temas principales incluyen la exaltación del régimen, la naturaleza y el amor. Destacan Luis Felipe Vivanco y Luis Rosales. La poesía desarraigada, que, por el contrario, se enfoca en el sufrimiento del ser humano y su angustia existencial. Esta corriente, de tono cercano al tremendismo, fue inaugurada por Dámaso Alonso con su obra Hijos de la Ira. Otros autores destacados son Blas de Otero, Victoriano Crémer y José Hierro. Otras tendencias de la década serán la poesía pura de Pablo García Baena y el postismo de Carlos Edmundo de Ory.

En los años 50, la poesía desarraigada derivó en la poesía social, que denunciaba las injusticias y desigualdades colectivas. Este movimiento se inicia en 1955 con Cantos Íberos de Gabriel Celaya y Pido la Paz y la Palabra de Blas de Otero. La poesía social se caracteriza por un lenguaje coloquial y expresivo, de estilo casi prosaico. Sin embargo, a partir de 1960, los poetas de la Generación del 50 critican su falta de elaboración estilística y apuestan por una mayor calidad literaria sin renunciar al compromiso social. En este grupo destacan autores como Ángel González y Claudio Rodríguez, así como los representantes de la Escuela de Barcelona, entre los que sobresale Jaime Gil de Biedma, quien recupera tonos intimistas y existenciales a partir de experiencias cotidianas.

En los años 70, surge el movimiento de los novísimos, un grupo de poetas que apuesta por una lírica experimental y elitista, caracterizada por la libertad formal y la incorporación de referencias al cine, la cultura pop y la literatura extranjera. Sus principales exponentes son Félix de Azúa, Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero. Tras la dictadura, la poesía se embarca en numerosas tendencias como el culturalismo (Luis Alberto de Cuenca), la poesía épica (Julio Llamazares), el minimalismo (Jaime Siles) y la poesía de la experiencia con Benjamín Prado y Luis García Montero.

En definitiva, tanto la poesía como el teatro se vieron afectados por las condiciones históricas, aunque esto no impidió que las nuevas formas de expresión encontraran su cauce, adaptando sus estéticas a los diferentes embates sociales.

La Novela Posterior a 1936

Tras la Guerra Civil Española, la novela sufrió una transformación debido a la censura y el exilio de numerosos escritores. La literatura del exilio, con autores como Ramón J. Sender, Francisco Ayala y Rosa Chacel, reflejó la memoria trágica de la guerra y un realismo social intenso. En España, a pesar de las restricciones, surgieron obras de gran originalidad.

En los años 40, la narrativa estuvo dominada por la novela falangista, que glorificaba la victoria de los vencedores (Javier Mariño, de Gonzalo Torrente Ballester), y por la novela psicológica, que exploraba la burguesía (¡Ay, Estos Hijos!, de Antonio de Zunzunegui). Sin embargo, la corriente más relevante fue la novela existencial, que abordaba el desarraigo y la angustia de la posguerra, con títulos como La Familia de Pascual Duarte de Camilo José Cela y Nada de Carmen Laforet.

En los años 50, con una censura más flexible, la novela social cobró fuerza al reflejar la pobreza y la injusticia. Obras como La Colmena de Cela (1951) marcaron el inicio de esta corriente, influenciada por tendencias extranjeras como el conductismo (que introdujo el diálogo como técnica fundamental), el objetivismo (con la presencia de un narrador documental) y el neorrealismo. Autores como Ana María Matute, Carmen Martín Gaite y Rafael Sánchez Ferlosio (El Jarama) se centraron en los conflictos individuales, mientras que Jesús Fernández Santos (Los Bravos) y José Emilio Pacheco (Central Eléctrica) abordaron problemáticas colectivas. También destacó el auge del relato corto con Ignacio Aldecoa.

A partir de 1962, la novela se orientó hacia la experimentación, influida por el Boom hispanoamericano. Se introdujeron innovaciones narrativas como la fragmentación temporal y el monólogo interior, visibles en Tiempo de Silencio de Luis Martín-Santos y Cinco Horas con Mario de Miguel Delibes.

En los años 70, con el declive del franquismo, algunos autores recuperaron el protagonismo del argumento y el arte de contar historias. La Verdad sobre el Caso Savolta de Eduardo Mendoza marcó el inicio de una nueva etapa en la narrativa española.

A lo largo de estas décadas, la novela evolucionó desde la propaganda y la censura hacia una renovación estilística y temática, sentando las bases para la narrativa de la democracia.

Nada, de Carmen Laforet

Carmen Laforet debutó en los años 40 con Nada (1944), ganadora del Premio Nadal, en un contexto marcado por la censura y la ausencia de referentes como Unamuno y los escritores exiliados. Mientras dominaba una narrativa triunfalista, surgieron obras renovadoras como La Familia de Pascual Duarte (1942) de Camilo José Cela y Nada, ambas con un tono sombrío que reflejaba el peso de la posguerra. El carácter existencial de Nada se aprecia en su protagonista, Andrea, quien experimenta un proceso de aprendizaje sobre la dureza de la vida. Llega a Barcelona con ilusión para iniciar la universidad, pero su optimismo se desvanece en la casa de sus parientes, un entorno asfixiante que la conduce al desencanto. La novela refleja el malestar social a través de personajes desarraigados como Román, Gloria y Juan, y aunque no es una obra de denuncia explícita, deja entrever la dureza de la época y anticipa la evolución de la narrativa social en la siguiente década. Dividida en tres partes, la historia muestra la evolución de Andrea en su lucha por la independencia: su enfrentamiento con Angustias, las pruebas que afronta (hambre, violencia, soledad) y su desencanto final. Laforet plasma magistralmente la contraposición entre la casa opresiva y la universidad, símbolo de libertad. Su estilo, con un lenguaje sencillo y matices líricos, refuerza la intensidad emocional de la obra. En conclusión, Nada es una historia de autoconocimiento donde la casa representa un microcosmos de tensiones y conflictos, reflejando el desencanto de una generación y consolidándose como una novela fundamental de la posguerra.

La Casa de Bernarda Alba, de Federico García Lorca

La Casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca, autor perteneciente a la generación del 27, pertenece al teatro renovador, anterior al 36. Se escribió en 1936, pero fue estrenada póstumamente en 1945 en Buenos Aires. La obra retrata la España rural de principios del siglo XX; su subtítulo, «Drama de mujeres en los pueblos de España», revela el enfoque en la condición femenina bajo una sociedad patriarcal y represiva. El argumento expone la tiranía de Bernarda Alba, quien tras la muerte de su marido impone ocho años de luto a sus hijas. La acción progresa en tres actos: la introducción del conflicto (el compromiso de Angustias con Pepe el Romano), su escalada (la rivalidad entre las hermanas) y el desenlace trágico (el suicidio de Adela). La palabra «¡Silencio!», que Bernarda pronuncia en cada acto, es un símbolo de control y represión de emociones, deseos y, finalmente, la verdad. La estructura clásica en tres actos (presentación, nudo y desenlace) está enriquecida por un uso significativo de silencios: eventos como los avances de Pepe con Adela son aludidos pero nunca mostrados, subrayando cómo lo no dicho gobierna la vida en esta casa.

El espacio cerrado de la casa simboliza el encarcelamiento, intensificado por el cambio en los colores: de las paredes blanquísimas del primer acto a la oscuridad azulada del último, reflejando la degradación de la esperanza y la pureza.

El tema principal es la lucha por la libertad contra la autoridad. Bernarda representa la represión social y religiosa, mientras que Adela simboliza la pasión y el deseo de emancipación. Los colores y elementos simbólicos son esenciales: Adela viste de verde, símbolo de rebeldía y vitalidad. El bastón de Bernarda, representación de su poder tiránico, es roto por Adela, un acto que anticipa su trágico final.

Lorca utiliza un estilo literario con un lenguaje poético estilizado. Sus diálogos son densos, directos y depurados, eliminando lo prescindible para resaltar el conflicto y el simbolismo. Aunque el verso está ausente, la riqueza poética se encuentra en las metáforas, comparaciones e hipérboles que refuerzan la intensidad del drama. La obra combina registros coloquiales y figuras literarias, logrando un equilibrio entre expresividad popular y profundidad simbólica.

La Casa de Bernarda Alba es una pieza de teatro profundamente simbólica y poética, que refleja con maestría la represión social y el anhelo de libertad.

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