La literatura de posguerra (1940-1960)
Década de los cuarenta a los cincuenta
Géneros
- Novela
- Teatro
- Lírica
Lírica
- Leopoldo Panero: *La estancia vacía*
- Luis Rosales: *La casa encendida*
- Eugenio de Nora: *Contemplación del tiempo*
- José Luis Hidalgo: *Raíz; Los muertos*
- José Hierro: *Con las piedras, con el viento*
Novela
- Camilo Cela: *La familia de Pascual Duarte*
- Carmen Laforet: *Nada*
- Miguel Delibes: *La sombra del ciprés es alargada*
Teatro
- Antonio Buero Vallejo: *Historia de una escalera*
- Enrique Jardiel Poncela: *Eloísa está debajo de un almendro*
- Miguel Mihura: *Tres sombreros de copa*
- Alejandro Casona: *La dama del alba*
Década de los cincuenta a los sesenta
Géneros
- Novela
- Teatro
- Lírica
Lírica
- Blas de Otero: *Ancia; Pido la paz y la palabra*
- Gabriel Celaya: *Cantos íberos*
Novela
- Camilo Cela: *La colmena*
- Ana María Matute: *Pequeño teatro*
- Ignacio Aldecoa: *El fulgor y la sangre*
- Jesús Fernández Santos: *Los bravos*
- Juan Goytisolo: *Juegos de manos*
- Rafael Sánchez Ferlosio: *El Jarama*
- Carmen Martín Gaite: *Entre visillos*
- Juan García Hortelano: *Nuevas amistades*
Teatro
- Alfonso Sastre: *Escuadra hacia la muerte*
La Lírica
Antecedentes
La poesía de los años treinta: Como vimos al estudiar la poesía de los años veinte, en los años treinta, la lírica abandona el tono deshumanizado vanguardista y comienza la rehumanización, coincidiendo con el surrealismo y con el estímulo de P. Neruda. En algunos casos, llevará a la poesía comprometida de guerra, ej. Alberti y M. Hernández.
Durante la guerra, la poesía alcanza una gran actividad como arma de propaganda política y abundan las revistas poéticas, las colecciones de lírica y las antologías. Así, por ejemplo, en la zona republicana se publican las revistas *El mono azul* (1936-39), de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, de poesía política, y *Hora de España* (1937-38), que mantiene un tono más literario. También aparece un *Romancero general de la guerra de España* (1937), que recoge los sucesos de la guerra, una especie de crónica popular generalmente anónima. Poetas destacados en esta zona fueron Ant. Machado (*El crimen fue en Granada*), León Felipe (*La insignia*), Alberti (*Poesía*) y M. Hernández (*Viento del pueblo*). En la zona franquista surgen las revistas *Vértice* (1937-46), publicación de la Falange y *Jerarquía* (1936-38). Asimismo, se editaron colecciones y antologías, como *Corona de sonetos en honor de José Antonio Primo de Rivera* (1939).
Poetas que destacaron por la poesía de guerra en esta zona fueron José María Pemán (*Poema de la bestia y el ángel*) y Dionisio Ridruejo (*Oda al 18 de julio*).
Panorama de la poesía tras la guerra
La Guerra Civil supuso una fractura traumática en todos los ámbitos de la vida española y, por supuesto, también afectó a la literatura. Contrasta intensamente el desolado clima de los primeros años de posguerra con el rico ambiente cultural de la República. Al acabar la contienda, el panorama cultural quedó profundamente empobrecido, debido tanto a la muerte y el exilio de numerosos escritores, como al clima de censura, aislamiento y desconfianza hacia la cultura. En poesía, las ausencias son especialmente significativas: Unamuno y García Lorca han muerto en 1936; Antonio Machado, en 1939, y Miguel Hernández morirá poco después, en presidio, en 1942. Viven en el exilio Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Rafael Alberti, Luis Cernuda, León Felipe, etc. Muchos de ellos crean buena parte de su obra en el exilio y, a menudo, tratan sobre el tema de la nostalgia del desterrado, como R. Jiménez, generación del 27. Permanecen en España, tras la guerra, algunos componentes de la generación del 27, como Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre y Gerardo Diego, que hacen obras fundamentales en la posguerra. Junto a ellos, encontramos otro grupo de poetas que comenzaron a escribir en los años treinta, la llamada generación del 36. En 1939, la generación del 36 está en plena madurez creadora, y algunos de sus componentes se convierten en los máximos representantes de la poesía del momento.
La poesía de los años cuarenta. La generación del 36
Componen este grupo los poetas nacidos entre 1909 y 1922, formados en una época de especial florecimiento poético, que se extiende desde principios de siglo (Rubén, Machado, Juan Ramón Jiménez) hasta el brillante grupo del 27. Por su edad, vivieron y padecieron la guerra en plena juventud y la mayoría luchó en uno u otro bando, de ahí que también se les califique como generación escindida.
Tras la guerra, se marcan las dos grandes tendencias poéticas representativas de los años cuarenta: poesía arraigada, que se manifiesta en forma de neoclasicismo garcilasista, y poesía desarraigada o existencial, de tono trágico y expresión más sencilla.
La poesía arraigada
La lírica de la generación del 36, recogida en las revistas *Escorial* y *Garcilaso*, aspiraba a la serenidad clásica renacentista pero, frecuentemente, adquiere un tono frío y academicista. Es la llamada poesía arraigada, es decir, aquella que crece y se nutre sin angustia en un mundo que consideran armónico y ordenado; sus componentes se llamaban a sí mismos *Juventud creadora*. El garcilasismo, o la revalorización de Garcilaso, había comenzado en 1936, con la celebración del cuarto centenario de la muerte del poeta renacentista. Pero, en los años de posguerra deriva hacia la valoración de las formas clásicas, sobre todo del soneto, y el predominio del tema amoroso, religioso y patriótico. Así, por ejemplo, abunda el tono épico-heroico en la exaltación del pasado imperial español y en la identificación del paisaje castellano con el espiritualismo. En menor grado, el garcilasismo también recoge el gusto por el neopopularismo, relacionado con los CANCIONEROS del siglo XVI, que les enlaza con Lorca y Alberti. En la línea garcilasista, de poesía arraigada, se inscriben Luis Rosales, Dionisio Ridruejo, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero y Rafael Morales. En general, estos poetas evolucionarán hacia una poesía intimista y familiar.
La poesía existencial o desarraigada
Esta corriente lírica aparece en 1944 con *Hijos de la ira* de Dámaso Alonso, revulsivo en el plácido ambiente garcilasista, y las revistas: *Espadaña*, publicada en León por Eugenio G. de Nora y Victoriano Crémer; *Corcel*, en Valencia, y *Proel*, en Santander. También aparece en 1944 *Sombra del Paraíso*, de Vicente Aleixandre, de tono menos desgarrado, pero de concepción existencial.
La poesía desarraigada, de tono trágico, existencial, se centra en el ser humano, en su dolor, desesperación y angustia ante un mundo caótico. Manifiesta un sentimiento de desarraigo, emparentado con el tremendismo narrativo del momento. Dámaso Alonso fue quien acuñó el término y lo explicó: los poetas desarraigados son como el árbol cuyas raíces han salido fuera de la tierra, que no encuentra sustento y sufre. El tema religioso, frecuente en esta poesía también, adquiere un tono existencial, patente en las abundantes invocaciones y preguntas a Dios sobre el sentido del sufrimiento humano. A veces, subyace en esta poesía cierto tono social, por ejemplo, cuando alude al entorno y expresa el sufrimiento colectivo, no sólo el individual. En ese sentido, la lírica existencial prepara el camino hacia la poesía social de los años cincuenta.
En cuanto al estilo, rechazan la estética serena y armónica del garcilasismo y se inclinan por un lenguaje directo, coloquial, duro, apasionado y con imágenes tremendistas. Del mismo modo, tienden a abandonar las formas clásicas y emplean el versículo de tono prosaico, aunque el soneto perdura en algunos poetas.
Representan esta tendencia Dámaso Alonso, V. Crémer, E. de Nora, Ángela Figuera, Carlos Bousoño, José Luis Hidalgo y, en cierta forma, José María Valverde y José Hierro. Posteriormente se incorporan Blas de Otero y Gabriel Celaya, quienes marcan la evolución hacia la poesía social en los años cincuenta. José María Valverde y José Hierro son dos poetas de difícil clasificación y al mismo tiempo, muy representativos de su época, porque combinan poemas de tono existencial con la aceptación de la realidad.
Tendencias poéticas minoritarias de los años cuarenta
Al mismo tiempo, surgen movimientos minoritarios que serán relevantes más tardíamente: el vanguardismo de los postístas y el esteticismo del grupo Cántico.
La lírica vanguardista de los años cuarenta queda recogida en la revista *Postísmo*, cuyo primer y único número se publicó en 1945, promovida por Carlos Edmundo de Ory. Se declaran herederos del surrealismo y del dadaísmo, de ahí el tono humorístico, desenfadado, irreverente y anticonvencional que utilizan. Por el contrario, se mostraban críticos frente a todo realismo y al tono trascendente. En principio fue una tendencia muy minoritaria, pero enlaza con la poesía de los años sesenta, tras la etapa de realismo dominante en los cincuenta. Representan esta tendencia E. de Ory, E. Cirlot y Ángel Crespo.
La poesía esteticista de la posguerra está representada por el grupo Cántico, que fundó la revista del mismo nombre. El título revela un homenaje a Jorge Guillén y a los modelos del grupo, los poetas del 27, en especial Cernuda. Como ellos, pretenden la perfección formal, un lenguaje refinado y una poesía basada en la imagen. Representan esta línea Ricardo Molina (1917-68) y Pablo García Baena (1923). Como los postistas, el grupo Cántico no tuvo eco en los años cuarenta, pero su obra se revalorizó en los años setenta. Junto a estos movimientos debe señalarse la importancia de las publicaciones de poesía, como la iniciada por José Luis Cano en 1944, la colección Adonaís, cuyo papel en la difusión de nuevas voces y tendencias ha sido incuestionable.
La poesía social de los años cincuenta
En torno a 1950 la poesía existencial evoluciona hacia la poesía social, se pasa de expresar la angustia individual a manifestar la solidaridad con los demás. De hecho, se convierten en elementos centrales del poema los factores sociales que aparecían como elementos secundarios en la poesía existencial de los años cuarenta. En 1955 se publicaron dos libros que marcan el nuevo concepto de poesía, *Pido la paz y la palabra*, de Blas de Otero, y *Cantos íberos*, de Gabriel Celaya. Ambas obras abandonan el tono existencial y proponen una lírica que sea testimonio de la realidad, que recoja los problemas del ser humano en su entorno. Los antecedentes de esta poesía se encuentran en la poesía humanizada de los años treinta, con Alberti, Miguel Hernández y Pablo Neruda. Es la lírica paralela al realismo social narrativo y, como la novela, pretende incidir en la vida política mediante la denuncia de la injusticia y la solidaridad con los oprimidos. Así, se considera la poesía un instrumento para transformar la realidad, por eso recibe también la denominación de poesía de urgencia. Recordemos que esta tendencia también la recoge, en esa misma época, Aleixandre en *Historias del corazón* (1954). Los temas de que trata la poesía social son la alienación, la injusticia y la solidaridad. Es decir, plantea temas que afectan a la colectividad más que al propio poeta. Así, se recupera el tema de España, en reflexiones políticas sobre la sociedad hispánica. Por el contrario, la poesía social abandona el intimismo amoroso, religioso o existencial. Todo lo referente a esteticismo adquiere connotaciones negativas, pues la belleza se considera una frivolidad en momentos históricos decisivos. El estilo es sencillo, cercano al lenguaje coloquial, a veces prosaico y muy expresivo, pues pretende llegar a la inmensa mayoría. Al mismo tiempo ese estilo genera su propia retórica en torno a ciertos conceptos que se repiten, como el deseo de llegar al pueblo; el hombre-hermano; la imposibilidad de la neutralidad política y el deber de tomar partido; la urgencia histórica que obliga a la denuncia; la inutilidad de la belleza en la injusticia; la función del poeta y de la poesía, etc. En definitiva, se tiende a un lenguaje claro y mayoritario, supeditado al contenido que es el eje del poema. El auge de la poesía social se dio entre 1955 y 1960, época de enorme difusión, ya que se incorporaron numerosos poetas e, incluso, cantantes. Sin embargo, en los primeros años sesenta, como ocurría con la novela, comienzan las primeras críticas al simplismo y a la baja calidad de la poesía social. Sin duda, contribuyeron al descrédito de esta poesía la repetición de temas y formas, la incorporación de poetas de menor categoría y el cambio en las formas de vida que comportaba el desarrollismo. Aunque esta tendencia pervive en algunos escritores durante bastante tiempo, hacia 1960, como ocurre en los otros géneros, se tiende a renovar el estilo y los temas. Los más destacados poetas sociales fueron Blas de Otero y Gabriel Celaya y se incorporaron a esta tendencia otros poetas existenciales en los años cuarenta, como Victoriano Crémer, Eugenio G. de Nora, Ángela Figuera, Ramón de García-sol, Leopoldo de Luis, etc. Asimismo, la influencia de la actitud crítica frente al mundo la encontramos en poetas más jóvenes, componentes de la generación de los años 50, también conocida como la promoción de 1955, como Ángel González y José Agustín Goytisolo.
Blas de Otero (1916-79)
Es uno de los poetas más representativos del período que se inicia tras la guerra, pues sus etapas reflejan la evolución de la poesía en esa época: el existencialismo desarraigado, la poesía social comprometida y la renovación poética.
Su primera etapa existencial queda recogida en *Ángel fieramente humano* (1950) y *Redoble de conciencia* (1951), que más tarde fusiona bajo el título de *Ancia* (1958). El poeta se interroga sobre el sentido del mundo, el destino del ser humano, la soledad y la angustia frente a la muerte. En cierto sentido, es una poesía religiosa muy personal, pues, como Dámaso Alonso en *Hijos de la ira*, Dios responde con su silencio a las desgarradoras preguntas del poeta. El tema amoroso aparece enlazado al religioso, pues el amor aparece como una posible salvación a la angustia y a la soledad. Emplea un estilo desgarrado y violento, muy expresivo y denso. Predomina el soneto, aunque también escribe poemas en verso libre.
La segunda etapa de poesía social se inicia en 1955 con *Pido la paz y la palabra*, y abarca *En castellano* (1959) y *Que trata de España* (1964). Es una poesía de testimonio y denuncia que plantea la solidaridad con los que sufren y el tema de España (madre que le provoca sentimientos de amor y de dolor). Se pronuncia, asimismo, sobre la función del poeta y de la propia poesía desde la perspectiva del escritor comprometido. El estilo pierde el tono dramático anterior y se inclina hacia una mayor sencillez en lenguaje y formas, con predominio del verso libre.
A partir de los años sesenta, inicia su tercera etapa, coincidiendo con el desgaste de la poesía social y con un cierto cansancio del poeta, que se replantea la efectividad de esta poesía. Queda recogida en *Mientras* (1970) e *Historias fingidas y verdaderas* (1970). Suponen una renovación del lenguaje y de las imágenes, de influencia surrealista, y en ella predominan los temas intimistas.
Gabriel Celaya (Rafael Múgica, 1911-91)
Su extensa obra lo convierte en otro de los poetas representativos de la evolución lírica en la posguerra.
- Su primera etapa se abre (tras unos inicios surrealistas en 1935, con *Marea del silencio*) en la posguerra, con *Tranquilamente hablando* (1947) y *Las cosas como son* (1949), poesía existencial, en la que emplea el seudónimo Juan de Leceta.
- La segunda etapa entra de lleno en la poesía social, y con el nombre de Gabriel Celaya se convertirá en uno de sus más fértiles representantes. Publicó *Las cartas boca arriba* (1951), *Paz y concierto* (1953), *Cantos íberos* (1955), *Episodios nacionales* (1962), etc.
- Su tercera etapa muestra una poesía que recoge la identificación entre la persona y el cosmos, y adquiere un tono filosófico. *Penúltimos poemas* (1982) uno de los títulos más significativos de esta etapa.