Leyendas de Bécquer: Misterio, Amor y Muerte en la España Medieval

Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer

El Beso

A principios del siglo XIX, cuando los franceses ocuparon Toledo, las tropas utilizaban los mejores edificios para alojarse. Cuando llegó el capitán, protagonista de la historia, ya solo pudo pasar la noche en la iglesia. Al día siguiente, dijo que había visto una dama hermosa en el templo, pero que era de piedra. Los demás soldados también querían verla y fueron allá llevando botellas de vino y champán para la noche siguiente. Todos se quedaron impresionados con la belleza de la estatua de la mujer y del guerrero a su lado, que debe haber sido su esposo. Se emborracharon y el capitán quería darle un beso a la dama, pero de pronto comenzó a arrojar sangre por la boca y por la nariz, y murió en el acto. Los demás dicen que vieron que la estatua del marido, el guerrero, le había dado una bofetada con su guante de piedra.

La Mora

El autor cuenta que una vez visitó los baños de Fitero y vio un castillo moro que le llamó mucho la atención. Paseando por allí, descubrió también un pasadizo secreto, que era la entrada a una cueva. Un hombre le contó que nadie se atrevía a entrar allí porque decían que cada noche salía un ánima: la hija del alcaide moro. Su historia era la siguiente: una vez, un caballero cristiano se enamoró de la hija de un alcaide moro y fue con sus soldados a ocupar el palacio para hacerla su esposa. Poco más tarde, los moros contraatacaron, pero no pudieron recuperarlo. Por eso, decidieron cercar la zona para que los ocupantes se rindieran por hambre. Cuando lanzaron un nuevo asalto, hirieron gravemente al caballero. La mora le arrastró al patio de armas, levantó una enorme piedra que cubría la entrada al pasadizo y llevó a su esposo herido por el pasadizo. Él pidió agua y la mora cogió su casco para llegar hasta el río y traérsela. Pero en el camino, los soldados moros le dieron con una flecha y llegó, cubierta de sangre, al lado de su esposo moribundo, que la bautizó con el agua para convertirla al cristianismo y así poder estar juntos después de la muerte. La gente del lugar cuenta que, desde entonces, se ven por las noches a sus ánimas paseando por allí.

El Monte de las Ánimas

Esta leyenda soriana habla de que el Monte de las Ánimas pertenecía a la orden de los Templarios —soldados y religiosos a la vez— que el rey mandó a llamar de tierras lejanas para que protegieran Soria, conquistada de los árabes. Los Templarios no se llevaban bien con los nobles del lugar, que no les dejaban cazar en el monte. Una vez, en lugar de una cacería, se enfrentaron los dos bandos y hubo muchos muertos. Se cuenta que, desde entonces, cada año, cuando llega la noche de los difuntos, los esqueletos vienen a tocar las campanas de las iglesias de Soria, espantando a los animales del monte y a las personas que salen de sus casas tarde en la noche. Se cuenta que los hijos de los condes de Borges y Alcudiel, Beatriz y Alonso, estuvieron en este lugar una vez, el día de Todos los Santos (el que precede a la noche de los difuntos). Alonso estaba enamorado de Beatriz, que le despreciaba. Alonso le regaló una joya, como manda la tradición ese día, pero ella dijo que se le había perdido en el monte la banda azul que le regalaría a cambio. Alonso, para ocultar su miedo de ir al Monte de las Ánimas precisamente esa noche, se fue a buscarla. A la mañana siguiente, Beatriz encontró la banda ensangrentada y se murió de horror al saber que Alonso fue devorado por los lobos. Dicen que, años más tarde, un cazador que se atrevió a recorrer el monte, antes de morir contó que había visto cómo los esqueletos de los templarios y de los nobles del lugar perseguían a una muchacha joven que daba vueltas en torno a la tumba de Alonso.

Los Ojos Verdes

Un grupo de cazadores en el Moncayo hirió a un ciervo que dejaron escaparse cuando, al huir, entró por el camino que lleva a la fuente de los Álamos, en cuyas aguas, según la leyenda, habita el mal. Al que se atreviera a perturbar sus aguas, le pasaría alguna desgracia. Por eso, los animales que se refugiaban allí no podían ser cazados. Fernando, que hirió al ciervo, no escuchó el consejo y siguió su rastro. Cuando regresó, se volvió pensativo, siempre triste, y contó que había visto en ese lugar a una hermosa mujer de ojos verdes, de la que se enamoró perdidamente. La gente del lugar creía que el demonio tomaba la figura de la mujer para castigar a aquellos que se atrevieran a adentrarse en el lugar. Fernando volvió al lugar y la mujer le llamaba, que se acercara, le prometió que iban a vivir juntos en el fondo del lago, hasta que se cayó de la roca y se ahogó.

Maese Pérez, el Organista

Esta leyenda sevillana cuenta —en forma de conversación entre dos feligresas— sobre el organista de la iglesia de Santa Inés, Maese Pérez, que tocaba muy bien y era muy solicitado. Hasta el obispo de Sevilla venía a oírlo cuando tocaba en la misa del Gallo en Nochebuena. Era ciego, un hombre ya mayor, muy humilde y muy querido por todos. A su última misa, vino a tocar ya muy enfermo y, cuando comenzó a tocar, le respondió un coro de ángeles, produciendo la música más maravillosa que se había oído jamás en la iglesia. Cuando terminó, el organista quedó muerto, con los dedos en las teclas. Después de su muerte, nadie quería tocar el órgano de la iglesia de Santa Inés para evitar que lo compararan con Maese Pérez, hasta que llegó un nuevo organista, muy orgulloso, que se creía un gran músico. Tocó muy bien, pero la gente decía que, en realidad, no era él, pues en otra iglesia había tocado mal, y algunos pensaban que era Maese Pérez que había vuelto. El año siguiente, se le pidió a la hija de Maese Pérez —que se había retirado a un convento después de la muerte de su padre— que tocara el órgano en la misa del Gallo. En la misa, el órgano sonó sin que nadie lo tocara: fue el alma de Maese Pérez que lo hacía sonar.

El Rayo de Luna

Esta leyenda soriana habla de un hombre llamado Manrique, que era poeta y amaba la soledad. Una noche, visitó las ruinas de las fortalezas de los Templarios en la zona. Vio a una mujer misteriosa, se enamoró de ella inmediatamente y la siguió. Llegó hasta una ermita en lo alto de una roca y desde allí vio cómo la mujer atravesó, en una barca, el río Duero para adentrarse en la ciudad. No la pudo encontrar nunca y, un día, cuando le pareció volver a ver por un instante su vestido blanco entre las columnas de un convento, se dio cuenta de que lo que había perseguido y de lo que se sentía enamorado no era más que un rayo de luna. Desde entonces, le pareció que todo lo que imaginamos y deseamos en la vida no es más que un rayo de luna. La gente pensaba que estaba loco, dice el autor al final, pero, en realidad, lo que le pasó era que había recuperado el juicio.

La Corza Blanca

Esta leyenda cuenta la historia de Don Dionís, que vivía en Aragón en el siglo XIV, dedicado a la caza después de haber luchado durante años junto al rey. Su hija se llamaba Constanza. Un día, un pastor del lugar, Esteban, al que decían que era tonto, contaba una historia de haber visto una corza blanca que hablaba como los hombres. Garcés, un sirviente de Don Dionís, enamorado en secreto de Constanza, fue a averiguar y prometió traer a la corza blanca. Se llevó su ballesta, pero cuando quería apuntar a la corza blanca que vio, junto con otras corzas de color normal, todas estaban convertidas en mujeres hermosas. Entre ellas, vio a la propia Constanza. Cuando salió de entre los árboles para ver si estaba soñando o era verdad lo que veía, las mujeres volvieron a convertirse en corzas y salieron huyendo. Solo la corza blanca se enredó entre los matorrales y, cuando trató de cogerla, le habló con la voz de Constanza. Garcés no la creyó e hirió a la corza que huía; a los pocos pasos, encontró a Constanza desangrándose por la herida.

La Cruz del Diablo

El autor cuenta en primera persona esta historia que transcurre en los Pirineos, en un pueblo llamado Bellver, en la orilla del río Segre, que tiene una cruz antigua. Cuando fue allí, intentó rezar delante de esa cruz, pero el guía, un buen conocedor del lugar, le dijo que no lo hiciera porque era la cruz del diablo. Luego, le contó la historia de la cruz: mucho tiempo antes, vivía allí un noble, un hombre muy malvado que nadie quería. Se aburría solo y decidió unirse a los que iban a Tierra Santa, donde estaba la tumba de Jesús, para liberarla de la dominación de los moros. Todos estaban felices, porque ya no podía hacerle daño a los habitantes del lugar, pero a los pocos años volvió y comenzó una lucha entre los habitantes del lugar y sus hombres. Finalmente, fue derrotado y los cuerpos de sus hombres se quedaron sin sepultar en el castillo. Años más tarde, comenzaron a suceder cosas extrañas en el pueblo: crímenes, robos, desapariciones de personas. Parecía que un grupo de malhechores se había instalado allí. Les dirigía un hombre que siempre andaba con su armadura puesta, sin que se le viera la cara. Finalmente, los lugareños lo capturaron y lo llevaron ante el Tribunal para juzgarlo y, al no querer mostrar su cara, le forzaron y resultó que la armadura estaba vacía… Decían que era el diablo que tomó el lugar de aquel hombre malvado, el Señor del Segre. El Tribunal decidió que había que colgarlo para que el diablo saliera de la armadura, pero al día siguiente desapareció. La recuperaron y decidieron fundirla para hacer una cruz. Dicen que Dios no escucha a los que rezan delante de ella.

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