Trayectoria Poética de Miguel Hernández
Evolución de su Poesía
En 1933 se publica en Murcia Perito en lunas, donde el barroquismo aprendido de Góngora se canaliza en 42 octavas reales. A través de complejas metáforas, describe objetos de la vida cotidiana. En 1936 aparece El rayo que no cesa, obra maestra de Hernández. Este conjunto de poemas, en su mayoría sonetos (un total de 27, de rigurosa factura clásica), tiene como tema central la frustración amorosa. El equilibrio entre la emoción y la densidad conceptual confiere a estos poemas una fuerza expresiva excepcional en la lírica castellana. La obra incluye la emotiva «Elegía» (en tercetos encadenados) a la muerte de Ramón Sijé, su amigo de infancia y juventud, quien influyó en su formación intelectual y literaria.
La poesía intimista de El rayo que no cesa da paso a una poesía social en Viento del pueblo (1937), El hombre acecha (1937-1939) y Cancionero y romancero de ausencias (1939-1941). En Viento del pueblo y El hombre acecha, los motivos bélicos y patrióticos se expresan con un lenguaje directo y vigoroso. Cancionero y romancero de ausencias refleja la amargura de la última etapa de su vida: su prisión, la angustia por su familia, y las consecuencias de la Guerra Civil. Estos poemas, inspirados en la lírica popular, carecen de artificio retórico. Algunos, como las «Nanas de la cebolla» (1939), conmueven por su tono humanísimo y su intimismo, distantes del barroquismo inicial.
Etapas de su Breve Trayectoria
Tras sus poemas adolescentes, Hernández busca una rigurosa disciplina poética, coincidiendo con la moda gongorina. Surge así Perito en lunas (1934), con 42 octavas reales donde objetos cotidianos se someten a una elaboración metafórica hermética. De la misma época son poemas con un lenguaje más suelto, como Silbo de afirmación en la aldea, preludio de su madurez.
La plenitud poética llega con El rayo que no cesa (1936), donde se consolida su tríptico temático: vida, amor y muerte. El amor, un anhelo vitalista, se estrella contra las barreras, un «rayo» que se clava en su corazón. El libro, compuesto principalmente por sonetos, logra una síntesis entre la emoción y la concentración expresiva. La forma clásica favorece la síntesis, ocultando el artificio y transmitiendo la fuerza de la palabra. Destaca la Elegía a Ramón Sijé, una de las más impresionantes elegías de la lírica española. En esta época, escribe poemas con sentido trágico y presagios de muerte: Mi sangre es un camino, Sino sangriento, Vecino de la muerte. En elegías a Vicente Aleixandre y Pablo Neruda, se aprecia la influencia del surrealismo.
Con la guerra, Hernández somete su creación a fines inmediatos. Aparece Viento del pueblo (1937), iniciando una etapa de poesía comprometida. Entre cantos épicos y arengas, destacan poemas sociales como Aceituneros, El sudor, Las manos y El niño yuntero. El hombre acecha (1939) sigue esta línea, pero con un acento de dolor por la tragedia de la guerra. En ambos libros, el lenguaje es más directo, con menor preocupación estética.
Finalmente, en la cárcel, compone Cancionero y romancero de ausencias (1938-1941). Hernández depura su expresión, inspirándose en la lírica popular. Habla del amor a su esposa e hijo, un amor frustrado por la separación, alcanzando una nueva cima poética.