La rebelión de Adela: Deseo de libertad contra la moral autoritaria en La casa de Bernarda Alba
En 1936, Federico García Lorca escribió el drama La Casa de Bernarda Alba como un gran comentario crítico sobre la vida y la sociedad española de ese tiempo dramático. A partir de la historia del trágico choque entre las mujeres de la familia Alba, Lorca habla de una sociedad represiva y cruel a través de varios niveles que llegan a conmovernos. La historia trata de una madre tiránica, Bernarda Alba, y la colisión con su hija Adela. Sin embargo, es una obra que habla además del choque entre la pasión humana y las fuerzas intolerantes y vengativas. La protagonista, Adela,
representa la sexualidad femenina y la libertad del espíritu del ser humano contra la figura despótica de la cultura dominante, que es Bernarda Alba. La tragedia de Lorca se nos presenta como una glosa de los motivos y las acciones de una cultura patriarcal y severa como precursora de la Guerra Civil del mismo año en que la escribió. La protagonista, Bernarda Alba, es una personificación de la represión de la cultura. En todos los niveles, Bernarda define los mecanismos que atacan lo progresista y lo femenino, como una superestructura que se alimenta de una cultura y una tradición machista. Aunque no hay un hombre en la casa, Bernarda toma el control y activamente se muestra dominadora de todas las vidas dentro de la casa, como si fuera el hombre: «En esta casa no hay ni un sí ni un no. Mi vigilancia lo puede todo».
La madre tiránica se concentra en la perpetuación de esta misma sociedad represora, con la autoridad y el luto de ocho años que impone a sus cinco hijas. Su fuerza se basa en el dinero, el poder y la dominación a través de acciones depredadoras que la gente asume como si fueran, simplemente, la tradición. El autoritarismo de Bernarda se pone de manifiesto desde su primera intervención: golpea el suelo con el bastón, impone un luto de ocho años, establece la forma de
comportarse de sus hijas respecto de los hombres, manda callar a las hijas y a las criadas, etc. Porque en su casa hay varios aspectos que no se pueden ver alterados bajo ningún concepto: la obediencia, el orden, la limpieza, el silencio -primera y última palabra que pronuncia en la obra- y
la honra. Su casa, levantada por su padre, es “la casa de Bernarda Alba” y de nadie más. En ella, Bernarda vigila constantemente (“En esta casa no hay un sí ni un no. Mi vigilancia lo puede todo”) y piensa hacerlo hasta que se muera (“No os hagáis ilusiones de que vais a poder conmigo. ¡Hasta
que salga de esta casa con los pies adelante mandaré en lo mío y en lo vuestro!”).
Frente a ella, sus hijas Angustias, Magdalena, Amelia y Martirio aceptan con resignación las normas impuestas por la madre. Tan sólo en alguna ocasión Martirio se enfrenta a Bernarda. Y otro tanto cabe decir de las criadas, quienes la temen y la obedecen, aunque murmuran a sus
espaldas y, en cuanto pueden, se saltan sus normas, como, por ejemplo, abriendo la orza de los chorizos cuando, al principio de la obra, ella se encuentra en el entierro de su marido.
Adela es quien muestra una clara actitud de rebeldía. Ella es la menor de todas y, por eso mismo, encarna un sistema de valores basado en la libertad y en la lucha contra la injusticia impuesta por su madre y por la sociedad en la que le ha tocado vivir. Su desobediencia ante la caprichosa autoridad materna se manifiesta en numerosas ocasiones: lleva un abanico de flores rojas y verdes, se pone un vestido verde y sale a hablar con las gallinas. Además, muestra su rebeldía ante la actitud sumisa y resignada de sus hermanas: “Yo no puedo estar encerrada. No quiero que se me pongan las carnes como a vosotras… ¡Yo quiero salir!”. La rebelión de Adela se sustenta, en gran medida, en la fuerza proveniente de su amor por Pepe. Este amor le da alas para enfrentarse a su madre, al tiempo que le provoca un irreprimible afán por gozar de la vida: “He visto la muerte debajo de estos techos y he
salido a buscar lo que era mío, lo que me pertenecía […] no aguanto el horror de estos techos después de haber probado el sabor de su boca…” El momento culminante de su enfrentamiento con la madre se produce cuando le arrebata el bastón y lo parte en dos: “¡Aquí se acabaron las
voces de presidio! Esto hago yo con la vara de la dominadora. En mí no manda más que Pepe”. Pero la reacción de la madre -que también es, en alguna medida, la reacción de la sociedad conservadora y reaccionaria a la que representa y contra la que se está rebelando Adela-, no puede