La poesía de 1939 a los años setenta
Publicado en 16 Abril 2012
Esta poesía está dentro de lo que Dámaso Alonso denominó POESÍA ARRAIGADA Y POESÍA DESARRAIGADA. A la primera corresponden los que prosiguieron la poesía como si no hubiera pasado nada, y se fundaron las revistas Escorial yGarcilaso para propagar esta poesía. Con la creación de Garcilaso en 1943 aparece el movimiento denominado “Juventud creadora”, expresión que podemos leer en el subtítulo de la revista. El nombre de la revista llevaba implícito la norma clásica. El propósito no fue otro que romper con la libertad creadora de La Generación del 27 y las vanguardias para volver a las formas clásicas, por ejemplo el soneto y otras. La huida del entorno, del desastre de la guerra fue notorio. Vicente Gaos lo llamó como “anacrónica poesía de evasión”.
Los poetas de esta corriente pretendían no una poesía pura sino humana, aunque la mayoría después se establecieron en una poesía formalista, alejada de la realidad social del país; cayeron en una estética “neoclásica”. Algunos exaltaron el Imperio, la patria, la fe, la cruzada. Sobresalieron los temas patrióticos, amorosos y religiosos con expresiones formalistas, militantes, heroica, incluso metafísicas. De este período destaquemos a los poetas Dionisio Ridruejo (Sonetos de piedra, 1943), Luis Rosales (La casa encendida, 1949), García Nieto (Tú y yo sobre la tierra, 1944), Leopoldo Panero (Escrito a cada instante, 1949), Luis Felipe Vivanco (Tiempo de dolor, 1940), Rafael Morales (Poemas del toro, 1943).
La otra poesía desarraigada ( es un grito desgarrador ante las circunstancias), la encontramos en las revistas Espadaña, Proel, Corcel, Ínsula. La revista Espadañarenovó la poesía con su rehumanización. Se exigía una lírica más humana, más cercana ante la angustia, la desesperación. Es la poesía existencial, social, muy cercana al gran libro de Dámaso Alonso, Hijos de la ira (1944) y Sombra del paraíso (1944) de V. Aleixandre. Esta poesía iba dirigida a la gran mayoría. Destacan también los poetas Victoriano Crémer (Caminos de mi sangre, 1946), José Luis Hidalgo Los muertos,1947), Eugenio de Nora (Contemplación del tiempo, 1947), José María Valverde (Hombre de Dios, 1945) y José Hierro con sus libros Tierra sin nosotros (1947) y Alegría (1947). La poesía vuelve a ser “palabra en el tiempo” en expresión machadiana.
Aunque minoritaria, también, surgíó otra corriente denominada “postista”, postismo, o incluso postsurrealismo creado por Carlos. E. De Ory. Intenta una poesía surrealista, social, antiacadémica. Se creó la revista La Cerbatana. Este tipo de poesía fue enarbolada, también, por Miguel Labordeta, Ángel Crespo, etc.
A finales de los años cuarenta surge otra revista que va a contribuir a extender la poesía desde otra atalaya, me refiero a la revista Cántico. El entronque con la poesía del 27 es un sustrato nítido. El poeta más significativo es Pablo García Baena, que pretendía una poesía esteticista basada en un lenguaje muy elaborado, pero humano.
En la década de los cincuenta sobresalen dos poetas: Blas de Otero y Gabriel Celaya. Las obras capitales de Blas de Otero son: Ángel fieramente humano, 1950; y Redoble de conciencia, 1951. Estos dos libros darían el nombre de Ancia , 1958. Blas de Otero está dentro de la poesía social, existencial; en definitiva, desarraigada. Su poesía se ha distinguido por unos poemas que vayan a la inmensa mayoría.
Gabriel Celaya prosigue con los mismos temas; es decir, su poesía es de denuncia y la considera como un instrumento para cambiar la sociedad, “un arma cargada de futuro”. Recupera también el tema de España. Su libro más conocido es Cantos iberos (1955).Famosos son sus versos:“Poesía para el pobre, poesía necesaria / como el pan de cada día”. Es la poesía herramienta, la poesía acto. Convierte su poesía en una charla, en lo conversacional hecho carne. El estilo de ambos poetas es sencillo, ameno y los temas están dentro de los que se considera la injusticia y la solidaridad que debe primar entre todos.
Las carácterísticas de la generación de los cincuenta son: Concentración y tensión, valoración de la palabra poética, inclusión de anécdotas, expresión de la intimidad y de lo amoroso, pretensión ética. Existe una preocupación estética.
Además de los dos poetas señalados hay que destacar a Francisco Brines, Las brasas, 1960; Gil de Biedma, Compañeros de viaje, 1959; J. A. Goytisolo, Salmos al viento, 1956;Palabras para Julia, 1979); José Á. Valente, Sobre el lugar del canto, 1963); Ángel González, Con esperanza, con convencimiento, 1961; Claudio Rodríguez, Don de la ebriedad, 1953, entre otros.
A la promoción de los cincuenta que prosiguen escribiendo en los años sesenta, hay que destacar en esta década el magnífico libro de Pere Gimferrer, Arde el mar,1966). En esta década aparece la expresión irónica; emplean un lenguaje natural y antiretórico, basado en la búsqueda de un lenguaje personal Escriben una poesía más minoritaria; se expresan mediante cierto simbolismo. En la métrica abandonan la rima y las estrofas clásicas; abundan los versos breves de cinco y siete sílabas. Los temas personales e intimistas son los que más sobresalen.
El libro de José María Castellet Nueve novísimos poetas españoles marca a un puñado de poetas que recibirán el nombre de novísimos, también generación del 68, que agrupa a Vázquez Montalbán (Una educación sentimental, 1968), Martínez Sarrión, José María Álvarez, Félix de Azúa, Pere Gimferrer (La muerte de Beverly Hills 1969), Guillermo Carnero, Ana María Moix y Leopoldo María Panero. Lo que diferencia esta poesía de los años setenta de la anterior es su especial actitud ante el lenguaje; hay un cierto compromiso en este sentido, se dirigen más a la creación literaria, con un basamento propio de la educación recibida, en la que la televisión, los tebeos, los discos y el cine ocupan un lugar destacado. Pero, también de poetas hispanoamericanos como César Vallejo y Octavio Paz, amén de de Cernuda y Aleixandre. “Poetizar-escribirá G. Carnero- es ante todo un problema de estilo”. A esto hay que unir la ruptura con lo que les rodea, por lo que se sumergen en el Surrealismo con la renovación del lenguaje poético.
La novela desde 1939 a los años setenta
Publicado en 13 Marzo 2012
La guerra trajo desolación, hambre, separación, tristeza. La cultura se vio cercenada. Este corte brusco repercutíó de manera capital en los géneros literarios.
Los inicios de la novela de los años posteriores a la guerra están marcados por el ambiente miserable y de opresión como consecuencia de los hechos acontecidos en 1936-39. Aunque se intenta renovarla, sin embargo, algunos continúan con lo que se ha denominado “estilo barojiano”; pero hay una serie de novelas que sobresalen por encima de todas que son: La familia de Pascual Duarte (1942)de C. J. Cela, La fiel infantería de García Serrano, Golpe de Estado de Guadalupe Limón (1946), Javier Mariño(1943) de Torrente Ballester, Nada (1945) de Carmen Laforet, Mariona Rebull de I. Agustí, La sombra del ciprés es alargada (1948) de Miguel Delibes, La quiebra (1947) de Juan Antonio Zunzunegui, este más con la necesidad de imprimir una regeneración de ideas con esa escritura a borbotones, pero precisa.
Salvo Mariona Rebull (1944), el resto de novelas están marcadas por un ambiente ideológico y económico opresor, de miseria, de hambre, de desesperación, de angustia, de amargura, de soledad, de frustración, muerte, inadaptación. Todo esto nos conduce a unos personajes angustiados, desesperados, desarraigados. Evidentemente, García Serrano con La fiel infantería está muy lejos de este cuadro, y canta la victoria militar. Es más, está convencido de lo que narra.
Sin embargo, en la década de los cincuenta aparece lo que se ha llamado “Realismo social”, es decir, se crea una novela comprometida, combativa en la que se denuncian las injusticias sociales, la dura vida del campo, la vida urbana, el mundo del trabajo, e incluso la vida ociosa, abúlica, pensemos en Tormenta de verano, Nuevas amistades de García Hortelano.
Interesa más el contenido que la forma, lo colectivo que lo individual; hay una solidaridad con los oprimidos, explotados del campo y de la ciudad. Por ejemplo en Central eléctricade López Pacheco, La mina de López Salinas, Dos días de Septiembre de Caballero Bonald, La zanja de A. Groso, o La piqueta de A. Ferres.
Otra nota destacada de la novela de los años cincuenta es el Realismo objetivista, en el que el autor no interviene. Se plasma la pobreza, las injusticias de forma breve, escueta, a través de diálogos y de la actuación de los personajes, sin que aparezca el narrador, por lo menos aparentemente. Esta novela está influida por el neorrealismo italiano, el “nouveau francés” y el conductismo norteamericano, que consiste en recoger el lenguaje de los personajes y su comportamiento. Los temas se concentran en un período corto de tiempo Las carácterísticas las podemos observar en las novelas La Colmena de Cela, El Camino, La hoja roja de Miguel Delibes, El Jarama, Alfanhuí, de Sánchez Ferlosio, El fulgor y la sangre de I. Aldecoa, Entre visillos, de Martín Gaite,Primera memoria de Ana María Matute, etc.
Todo está contado de manera sencilla; se prefiere que se comprenda, de ahí que sea la narración lineal; lo mismo hay que decir de las descripciones, que aunque breves, sirven para la presentación de los hechos narrados. Sobresale el personaje colectivo, así como el representativo que como carácterística primordial rechaza la novela sicológica. Al carácter dialogal hay que añadir un lenguaje directo, desnudo.
En los años sesenta se produce una verdadera renovación novelística, que parte deTiempo de silencio (1962)de Martín Santos, y prosigue con Últimas tardes con Teresa de J. Marsé, Señas de indentidad de J. Goytisolo, Cinco horas con Mario de Miguel Delibes,Don Juan de Torrente Ballester, Volverás a regíón de Juan Benet. Como carácterísticas fundamentales: la novela se hace experimental; se sustituyen los capítulos por secuencias, se introduce el perspectivismo, la exposión deja se ser lineal para dar saltos atrás, se presentan varias realidades de forma simultánea, el lenguaje es culto, técnico, científico, vulgar, coloquial, y también se realiza una crítica social dura, alejada ya del tema bélico. Los temas se concentran en un corto tiempo. Abundan los monólogos interiores, en los que los personajes se expresan libremente sin más, como el fluir de sus pensamientos.
El inicio de los años setenta lo marca La saga / fuga de J.B. (1972). Es la experimentación paródica en la que con una imaginación fuera de lo común, Torrente Ballester se adentra como nadie en lo mítico, lo irracional, lo mágico en esos más de mil años de historia de Castroforte de Baralla. Es la pura creatividad llevada al altar narrativo. El escritor Ernesto Sábato incluso ha manifestado que es muy superior a Cien años de soledad de García Márquez.
Si la novela de Torrente Ballester marca lo narrativo de esta década, con el resto de las que configuran este período se va a producir un hecho estelar que después no ha venido. Esta década fue como un meteorito narrativo del que aún no se ha superado a pesar de la proliferación de novelas que vinieron en las décadas siguientes y en los albores del Siglo XXI.
Juan Goytisolo prosigue en su andadura para desmitificar la historia de España conReivindicación del conde don Julián (1970); un grito de desespernaza abre la novela: “Tierra ingrata, entre todas espuria y mezquina, jamás volveré a ti”. Juan sin tierra ( 1975) estaría dentro de lo que se denomina subjetivismo narrativo, una reflexión sobre el problema de identidad, que inició en 1966 con Señas de identidad en la que realiza un viaje por el ser de los españoles.Pero, ahora, desarraigado; no se encuentra.; es el final para decir no. Al lado está su hermano Luis Goytisolo con su Antagonía (Recuento,1973. Los verdes de Mayo hasta el mar,1976. La cólera de Aquiles,1976. Teoría del conocimiento, 1981). El lector se percata inmediatamente de la capacidad estilística del novelista hasta tal punto que en cada párrafo podemos repetir los vocablos perfección, metaliterario. Luis Goytisolo nos recuerda estos días cómo los 35 días incomunicado en la cárcel fueron decisivos para escribir Antagonía. Y se enorgullece de que haya gente que hoy le cuente “que es una obra que le ha cambiado su vida”. Sin duda es una obra enorme en la que cada expresión, cada coma son necesarias. Un monumneto a la perfección lingüística. Es una de las obras más hermosas que se puedan leer; hoy, ya, en un solo tomo.
En esta década, también, se consolida Juan Marsé con Si te dicen que caí (1973), siempre a la búsqueda de un pasado viviente en los años heroicos de posguerra. A decir decir de parte de la crítica, la cresta de su arte narrativo. Sin olvidarnos de Juan Benet con su memorable novela Saúl ante Samuel (1980), la culminación de todo un proceso; la veta intelectual llevada a la máxima perfección lingüística.
Pero, el triunfo novelesco de esta década, sobre todo de lectores, fue para La verdad sobre el caso savolta (1975). La crítica cayó de hinojos. Se escribieron los panegíricos más irradiadores jamás vistos en la novela hasta ese momento. Al año siguiente, ante el entusiasmo de todos, se le concede al autor Eduardo Mendoza el Premio de la Crítica. En esta línea, el autor publicó en 1979 El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas (1982).
La inmortalidad de Valle-Inclán: todo un testamento con el rótulo Luces de bohemia
Publicado en 17 Febrero 2011
Luces de bohemia es el libro más famoso de Ramón María del Valle-Inclán. La obra completa se publica en 1924. Antes, vio la luz en la revista España, por entrega semanal desde el 31 de Julio al 23 de Octubre de 1920. Cuenta la vida de Max Estrella, poeta miserable y ciego. Valle se inspiró en Alejandro Sawa.
Si hay una palabra en la que se sustenta es deformación porque era la única manera de acercarse a la realidad, a ese Madrid, absurdo, hambriento, brillante. Creemos que es extensible al resto de España, ésta es descrita por el personaje fundamental como una “deformación grotesca de la civilización europea”. En el recorrido-peregrinación nocturno de Max Estrella nos percatamos de hasta dónde podemos llegar en las relaciones humanas. Desciende a los abismos de la miseria, de la ignorancia. Es la obra maestra del esperpento en la que no cabe “honestidad”. Pero, va más allá al reflexionar sobre la literatura como vida, como compromiso, pero también como arte.
El contexto literario ha sido acuñado como “edad de plata”, algunos ya lo hemos sustituido por el adjetivo “áureo”. Ambos términos nos conducen a una generación de poetas, dramaturgos, novelistas, y ensayistas. La conjunción de todos es difícil que se repita. Nombres como Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Gabriel Miró, Miguel de Unamuno, Azorín, Pérez de Ayala, Pío Baroja, Ortega y Gasset, Jacinto Benavente, y toda la pléyade de los que conforman “La generación del 27”, y el final de la creación del más grande escritor después de Cervantes, como es Pérez Galdós, con su dramaturgia.
Históricamente son años convulsos en la Historia de España; el autor hace referencias a hechos que ocurren entre 1889 y 1924, aunque también alude a la leyenda negra, a la inquisición y a Felipe II. Es la lucha por el poder, pero también por una generación que quiere participar, que quiere ser dueña de su destino con su voto. Valle siente tristeza porque los poderes políticos no contribuyen a que la cultura sea espejo, luz de la vida de los españoles. Las dictaduras aplastan a los pensadores. Es el reinado de Alfonso XIII. En este período van aflorar los problemas sociales, económicos de las distintas regiones y nacionalidades de España; estos se van a intensificar todavía más después de la Primera Guerra Mundial y la revolución de Lenin en 1917. Sin olvidarnos de la guerra de Marruecos. La lucha de clases, sobre todo entre patronos y obreros, a principios de siglo, va a quedar cincelada por la novela inmortal La verdad sobre el caso Savolta (1975) de Eduardo Mendoza. O la importancia de la “Semana Trágica” en Julio de 1909 que trajo la dimisión de Maura tres meses después. El grito de “Muera Maura” se extendíó por toda España. Todo esto subyace en la obra más conocida y representada de Valle-Inclán.
Me ha llamado la atención la precisión con que Valle describe ese Madrid de principios de siglo, en el que el autoritarismo, el amiguismo pueden destruir a las personas. Cómo la autoridad puede cercenar todo atisbo de libertad de pensamiento, cómo las ideas creativas o la misma cultura son sinónimos de provocación, de cómo el periodismo está bajo la voz de mando, los tiranuelos que, de vez en vez, nos han visitado a lo largo de la historia.
Pero hay escenas que me han llegado al alma. Como son: el diálogo de Max Estrella con el preso catalán en el calabozo de la dirección general de seguridad (recordemos: Max: ¿Quién eres compañero? El Preso: Un paria. Max: ¿Catalán? El Preso: De todas partes), el ametrallamiento por la policía, y, sobre todo, la madre con el niño muerto en brazos (“¡Sicarios! ¡Asesinos de criaturas!”). También cuando al final Max tiene frío, delira, define el esperpento (“las imágenes más bellas de un espejo cóncavo son absurdas”), y muere en el quicio de la puerta. Y en menor medida, la maestría con que describe a los distintos grupos sociales de la época.
La fuerza estilística de Valle es única. No puede caber más perfección, de ahí su grandeza; pero esta, como un grito de protesta ante una sociedad sin cultura que irradie el comportamiento de las personas; faltaba esa savia que bien supo plasmar en su dramaturgia el autor gallego. La denuncia no solo de la corrupción política sino también cultural nos condujo a un callejón sin salida. Hoy, su obra tiene más vigencia que en su vida. Necesitamos que se siga representando para vernos reflejados.