La Narrativa Española del Siglo XX (Hasta 1939)
Introducción
Al comenzar el siglo, la novela seguía por lo general los esquemas del Realismo y del Naturalismo de la segunda mitad del siglo XIX. Recordemos que la novela realista se concebía como una copia de la realidad, como un espejo que reflejaba unos hechos verosímiles, protagonizados por unos personajes —por lo general, burgueses— extraídos de la realidad social. Así pues, a la vez que se describían ambientes, costumbres y formas de vida (lo social), se trazaba el perfil psicológico de los personajes. La acción transcurría en lugares reconocibles y minuciosamente descritos por un narrador omnisciente con pretensiones de objetividad. El Naturalismo, por su parte, aportó la concepción determinista de la existencia (el comportamiento del hombre está marcado, determinado por la herencia biológica y el medio social en que vive), el método experimental y la predilección por los aspectos y ambientes más desagradables de la realidad.
Aunque algunos novelistas, como Vicente Blasco Ibáñez (muy influido además por el naturalismo) continúan esta tradición realista, surgirán intentos de renovación, que comienzan con los autores del 98, y que continuarán ininterrumpidamente hasta la época de la guerra civil. El estudioso Juan Ignacio Ferreras ha resumido así las diferentes líneas de innovación que se dan a lo largo de toda esta época:
- Una renovación desde dentro del realismo y el naturalismo. No se renuncia a los elementos fundamentales del movimiento realista, pero aparecen novedades significativas. El mayor renovador en esta línea es Baroja: no renuncia a la estructura realista tradicional, pero la simplifica al máximo. Más adelante, otros renovadores serán Wenceslao Fernández Flórez y Ciges Aparicio. En el terreno naturalista, puede citarse a Felipe Trigo, novelista de gran éxito en su tiempo por su novela erótica.
- La novela formalista: surge muy ligada al movimiento poético del modernismo. Está muy cercana a la lírica, de manera que cobra mucha importancia el lenguaje y el ambiente. En este terreno hay que señalar como iniciador a Valle-Inclán en el 98, a Gabriel Miró como continuador en el Novecentismo, y a Gómez de la Serna y a los escritores de la novela vanguardista, como Benjamín Jarnés.
- La novela intelectual: en ella se rompe con el realismo al convertir las ideas en materia novelística. Esta corriente es iniciada por Unamuno en el 98, quien acerca la novela al género ensayístico. Azorín continúa esta tendencia, aunque su preocupación por el estilo también lo acerca mucho a la novela formalista. En el Novecentismo, será Ramón Pérez de Ayala el principal continuador de esta línea.
Hecho este planteamiento general, veamos las principales etapas en el desarrollo de la novela de esta época.
I. La Novela del 98
Pueden citarse aquí alguna de sus características generales, ya estudiadas.
Suele señalarse 1902 como una fecha clave, puesto que en ella se publican cuatro novelas muy significativas de los deseos renovadores de los jóvenes noventayochistas: La voluntad, de Azorín; Amor y pedagogía, de Unamuno; Camino de perfección, de Baroja, y Sonata de otoño, de Valle-Inclán.
La novela de la Generación del 98, en su intento de superar la corriente realista, presenta, como rasgos característicos, los siguientes:
- Es una novela configurada en torno a un personaje central, el protagonista, que suele representar las ideas y preocupaciones del autor (básicamente, determinadas cuestiones filosóficas, como el sentido de la existencia, con el problema de España como telón de fondo).
- El interés del argumento no reside tanto en la acción externa como en el diálogo entre los personajes.
- La realidad no se describe objetivamente, sino subjetivamente, a través de la sensibilidad del personaje central.
Como representantes de estas corrientes, nos centraremos en cuatro de los principales novelistas del 98:
La Novela de Pío Baroja
Podemos destacar las siguientes características en su producción:
a) Espontaneidad
El novelista vasco huye de todo cuanto parezca afectado y excesivamente meditado. Se ha dicho de su obra que es antirretórica.
b) Sus Novelas Nacen de la Observación de la Realidad
Baroja defendía la observación cuidadosa de la vida. De ahí, que muchas de sus obras tengan una dimensión autobiográfica. Sin embargo, conviene no equivocarse al pensar que las obras de Baroja son REALISTAS en el sentido estricto del término, ya que no deja de ser el autor quien observa. Baroja interpone entre él y el mundo que nos describe una lente de observador para crear distancia. Quizá donde mejor se perciba esto es en el uso que el autor hace de las descripciones paisajísticas, utilizadas no sólo para crear ambiente, sino también para romper el ritmo narrativo.
c) Las Novelas de Baroja Suelen Tener una Trama Única
Con un personaje central y una serie de personajes satélites que subrayan aspectos de la vida del héroe y clarifican la personalidad y el modo de pensar de aquél mediante conversaciones o por contraste.
d) Su Estilo Tiende al Párrafo Breve y la Frase Corta
Ya que persigue la nitidez, la claridad y la precisión. Las descripciones son rápidas. Bien puede hablarse de técnica impresionista. Está, pues, en este aspecto Baroja muy lejos de los autores realistas del XIX.
e) Por Último, es Preciso Decir Que no Faltan Quienes Han Visto Ciertos Defectos en Sus Obras
Entre ellos, suele aludirse a la concepción que Baroja tiene de la novela como un «saco en el que cabe todo», lo que hace que, a veces, sus obras resulten un punto caóticas. También se ha considerado un defecto el que haya una excesiva subordinación de los personajes al personaje central. En tercer lugar, se ha acusado a Baroja de seleccionar en exceso los incidentes que va a contar llevado por lo que él quiere reflejar, de modo que la realidad novelesca se aparta totalmente de la realidad real. Por último, en demasiadas ocasiones —según sus detractores— Baroja, valiéndose del narrador, introduce sus comentarios propios, impidiendo que la novela hable por sí misma.
Fue Baroja un escritor fecundísimo. Sólo sus novelas pasan de sesenta, escritas al ritmo de unas dos por año. Treinta y cuatro de ellas se agrupan en trilogías, cuyos títulos indican el rasgo común de las novelas que las componen. Citaremos algunas como ejemplo:
- Tierra vasca, formada por La casa de Aizgorri (1900), El mayorazgo de Labraz (1903) y Zalacaín el aventurero (1909). Su unidad está dada por el ambiente. Zalacaín es, según Baroja, «la más pulcra y bonita» de sus novelas; cuenta las andanzas de un típico «hombre de acción», personaje inolvidable, en medio de la última guerra carlista.
- La lucha por la vida: La busca (1904), Mala hierba (1904) y Aurora roja (1905). La primera es para muchos la obra más intensa del autor; su panorama de los barrios más míseros de Madrid es de un implacable y desolado realismo; su protagonista, Manuel, es una figura conmovedora, zarandeada por la sociedad.
- A La raza pertenece El árbol de la ciencia, acompañada por La dama errante (1908) y La ciudad de la niebla (1909).
Entre 1913 y 1935, Baroja se consagró preferentemente a desarrollar una serie narrativa más extensa, la titulada Memorias de un hombre de acción. Está integrada por 22 novelas, cuyo protagonista es Eugenio de Avinareta, aventurero personaje del siglo XIX y antepasado del autor.
Baroja escribió, además, numerosos cuentos y novelas cortas.
La Novela de Miguel de Unamuno
Unamuno se sirvió del marco de la novela para expresar sus dudas y preocupaciones existenciales y filosóficas: el sentido de la existencia, el ansia de inmortalidad, la identidad personal, el sentimiento trágico derivado de la certeza de la muerte, etc. En su deseo de renovar la novela, le dio un nombre distinto: nivola. Las novelas o nivolas de Unamuno pretenden ser un relato esencial de un conflicto de conciencia. Para ello, se eliminan o reducen las referencias al ambiente en que suceden los hechos y se simplifica al máximo la acción externa, centrándose todo el interés del relato en la interioridad del personaje y sus problemas íntimos.
Dentro de su producción podemos destacar:
- Amor y pedagogía (1902): ridiculiza una pedagogía y una concepción del hombre pretendidamente científicas y deshumanizadas: Avito Carrascal educa a su hijo para ser un genio, aplicándole las ideas científicas y pedagógicas del momento. Pero fracasa estrepitosamente, pues la vida, el instinto y la naturaleza se impondrán a la razón y la ciencia.
- Niebla (1914), subtitulada nivola, trata sobre los problemas existenciales y de identidad de Augusto Pérez, el protagonista. (Es famoso el episodio en que Augusto, personaje de ficción, acude a ver a Unamuno, personaje real y autor de la novela, con el que se enfrenta en una larga discusión.)
- San Manuel Bueno, mártir (1931) es la historia de un sacerdote atormentado por su falta de fe en la vida eterna, situación que él oculta para no alterar la conciencia de sus fieles, que viven en paz gracias a él. El sacerdote, al que todos tienen por santo —de ahí el título de la novela— sacrifica su verdad a la felicidad de los demás y prefiere predicar la mentira que sirve de consuelo a sus fieles, consciente de que la verdad es algo terrible, algo intolerable, algo mortal: la gente sencilla no podrá vivir con ella. En la novela aparecen los temas unamunianos de siempre: la identidad personal, el sentimiento trágico de la vida, el destino del hombre y la inmortalidad.
La Novela de José Martínez Ruiz “Azorín”
Se caracteriza fundamentalmente por los siguientes rasgos: el estilo, sencillo y claro, inconfundible por el uso de frases cortas; el vocabulario, exacto y preciso, con abundantes términos olvidados o en desuso; la capacidad para describir y evocar nostálgicamente impresiones, sensaciones, paisajes, etc.; su habilidad para percibir el detalle de las pequeñas cosas cotidianas (los primores de lo vulgar, en frase de Ortega y Gasset). En sus novelas, el argumento y la acción tienen, en general, escaso interés; son, más bien, fragmentos de vida, a menudo autobiográficos, y las descripciones detallistas de personajes y ambientes sustituyen a la intriga.
Su primer ciclo de novelas está formado por La voluntad (1902), Antonio Azorín (1903) y Las confesiones de un pequeño filósofo (1904), de carácter autobiográfico las tres y con un protagonista común, Antonio Azorín.
Posteriormente, y desde una actitud renovadora y vanguardista, publicó Don Juan (1922), Doña Inés (1925), Félix Vargas (1928), titulada después El caballero inactual, y Superrealismo (1929).
La Novela de Valle-Inclán
Valle-Inclán escribió poesía, teatro y novela, siempre con una actitud renovadora y antirrealista. Suelen distinguirse asimismo dos periodos en su producción: el modernista y el de los esperpentos (de este último nos ocuparemos con más detenimiento al hablar del teatro anterior al 39).
Después de algunos libros de cuentos y narraciones breves, como Femeninas, Jardín umbrío y Flor de santidad, la primera contribución importante de Valle-Inclán a la novela son las Sonatas: Sonata de otoño (1902), Sonata de estío (1903), Sonata de primavera (1904) y Sonata de invierno (1905), protagonizadas por el marqués de Bradomín. Las Sonatas se inscriben en la órbita de la literatura modernista por el mundo aristocrático y decadente que recrean, así como por el lenguaje cuidado y musical en que están escritas.
Escribió después La guerra carlista (1908-1909), trilogía compuesta por Los cruzados de la causa, El resplandor de la hoguera y Gerifaltes de antaño.
La estética del esperpento, que desarrollaría en su producción teatral, basada en la ridiculización de personajes y la deformación sistemática de la realidad, se inicia en el campo de la novela con Tirano Banderas (1926), retrato grotesco de un dictador hispanoamericano.
La plenitud de esta estética deformadora se manifiesta en El ruedo ibérico, trilogía formada por La corte de los milagros (1927), Viva mi dueño (1928) y Baza de espadas (1932). Las tres novelas constituyen un relato esperpéntico y satírico de los últimos años del reinado de Isabel II en el siglo XIX. Con la sociedad española de la época como protagonista (primer ejemplo de personaje colectivo), los acontecimientos históricos se presentan fragmentados, a la manera de instantáneas tomadas desde varias perspectivas: la corte isabelina, los salones de la aristocracia y los ambientes populares y callejeros.
II. La Novela del Novecentismo o Generación del 14
Como puente entre la Generación del 98 y la Generación del 27, encontramos a un grupo de escritores que se dan a conocer entre 1910 y 1914 y que reciben la denominación de novecentistas. Se trata de filósofos, historiadores y escritores: José Ortega y Gasset, Eugenio D’Ors, Salvador de Madariaga, Américo Castro, Gregorio Marañón, Gabriel Miró, Ramón Pérez de Ayala, Ramón Gómez de la Serna y Juan Ramón Jiménez.
Recordemos algunas de las características comunes que presenta este grupo tan heterogéneo:
- Se vuelven a plantear el problema de España, al igual que los autores del 98, aunque le dan un tratamiento más intelectual y preciso.
- Desean que España se mire en el espejo de Europa para modernizarse. Para ello, estos intelectuales viajan frecuentemente y tratan de incorporar o divulgar los avances científicos o filosóficos que se producen.
- Todos son universitarios con vocación política. Se acercan al poder para intentar impulsar un cambio real y efectivo en España.
- Comparten un estilo brillante y perfeccionista. Buscan la rigurosidad y la obra bien hecha.
- Desvinculan el arte de la vida, y lo convierten en arte deshumanizado (denominación de Ortega y Gasset). Desarrollan una prosa de gran perfección formal.
- En este apartado desarrollaremos sólo a aquellos autores novecentistas que destacan por su producción novelesca. Los demás son fundamentalmente ensayistas, por lo que los estudiaremos en el capítulo El ensayo español en el siglo XX.
Gabriel Miró (Alicante, 1879 – Madrid, 1930)
Su prosa destaca principalmente por la utilización de la descripción. Esta técnica enlaza con la actitud contemplativa del autor, que muestra una gran maestría en la narración de los valores sensoriales del paisaje. Describe el color y la luz de un lugar concreto, y también el olor e incluso el sabor de los alimentos, con lo que el lector se siente transportado a un mundo pleno de sensaciones. Además de la descripción, el lirismo y una tristeza vaga son otros dos elementos que deben ser tenidos en cuenta en su obra. A través del paisaje, Miró expresa sus sentimientos y expone sus preocupaciones íntimas. El paisaje, especialmente el alicantino, se convierte así en un vehículo privilegiado de expresión.
Las novelas más conocidas de Gabriel Miró son Las cerezas del cementerio (1910), Nuestro Padre San Daniel (1921) y su continuación El obispo leproso (1926). El resto de su obra está formada por obras que prácticamente carecen de argumento y se convierten en cuadros descriptivos y evocaciones del paisaje y de las personas: El libro de Sigüenza (1917), Figuras de la Pasión del Señor (1917), El humo dormido (1919) y Años y leguas (1928).
Ramón Pérez de Ayala (1880, Oviedo – 1962, Madrid)
Este autor mezcla magistralmente en sus novelas los elementos locales de su Asturias natal con lo extranjero. Residió varios años en Inglaterra como Embajador de España, lo cual le proporcionó un conocimiento directo de la civilización europea, de ahí su intento por adaptar estas innovaciones a la cultura española. Se trata de un novelista intelectual, erudito, meticuloso en lo que a la forma se refiere, clásico y elegante, con ingredientes de ironía y humor. Los personajes encarnan los conceptos e ideas del autor, por lo que es frecuente que el desarrollo del argumento se detenga para dar paso a reflexiones sobre el arte y las cosas. Ramón Pérez de Ayala es un narrador tolerante, que justifica en sus novelas cualquier actitud siempre que esté de acuerdo con la naturaleza del que la adopta. Además, muestra un gran interés por el análisis psicológico de los personajes, a los que disecciona espiritualmente frente al lector.
Entre las novelas de la primera época destaca Troteras y danzaderas (1913), situada en el Madrid bohemio de principios de siglo. Son relatos costumbristas y satíricos, con un toque común de pesimismo muy cercano a las preocupaciones de los autores del 98. Otros títulos son Tinieblas en las cumbres (1907), A. M. D. G. (1910) y La pata de la raposa (1912).
Las novelas de la segunda época son más simbólicas y abstractas. La ideología pasa al primer plano, así como la reflexión por parte del autor: Belarmino y Apolonio (1921), Los trabajos de Urbano y Simona (1923), Tigre Juan (1926) y El curandero de su honra (1928).
III. La Novela de Vanguardia
En relación con el Novecentismo y con lo que Ortega llamaría novela deshumanizada, surge en torno a los movimientos de vanguardia un tipo de novela como la de Gómez de la Serna o Benjamín Jarnés, dentro de la línea que J.I. Ferreras etiquetó como novela formalista. En ella tiene especial importancia la metáfora, y se rompe la estructura novelística tradicional (algunos llegan a hablar de antinovela).
Ramón Gómez de la Serna (1891-1963)
Autor inclasificable, cultivó todos los géneros, además de inventar uno: la greguería (definida por él mismo como ‘metáfora + humor’), y sirve como puente entre el Novecentismo y los movimientos de vanguardia. Siempre intentó renovar y ser original estéticamente, así como contemplar las cosas desde los ángulos más insólitos. En su intento por desmoronar el relato clásico, introduce en sus novelas imágenes, metáforas y continuos juegos de palabras.
Su producción novelística es muy extensa y de temática variadísima: El torero Caracho (1926), Seis falsas novelas (1927) o El caballero del hongo gris (1928). Los llamados dramas fantásticos son una mezcla de novela y obra de teatro: El drama del palacio deshabitado (1909), La utopía (1909) o El lunático (1912). Escribe biografías como Goya (1928) o Azorín (1930), además de su autobiografía, titulada Automoribundia (1948).
Además de Benjamín Jarnés, otros autores continuarán por esta línea, formando un nuevo grupo de narradores que constituyen un complemento al de los poetas del 27. Podemos citar a autores como Rosa Chacel, Max Aub o Francisco Ayala.