Benito Pérez Galdós
Valoración de su obra
La obra de Galdós se caracteriza por su marcado y nítido Realismo. Él es un gran observador con toques geniales de intuición que le permiten reflejar tanto las atmósferas de los ambientes y las situaciones que describe como los retratos de lugares y de personajes. Se sirve del lenguaje para identificar a sus personajes y esto ha hecho que muchas veces se le acuse de lo que no es: usa un lenguaje ramplón cuando describe o habla un personaje ramplón. El encanto de Galdós está en la sensación de espontaneidad y viveza que nos transmite mediante un estilo expresivo, ágil y sugerente. Es revelador el número de obras suyas que han pasado al cine o a la televisión. Tras Cervantes, numerosos estudios lo sitúan en la mayor altura de la novela española. Galdós dividíó su obra en “Episodios nacionales”, “Novelas españolas de la primera época” y “Novelas españolas contemporáneas”. Además hay que considerar su teatro.
Episodios nacionales
Desde 1873 a 1912, Pérez Galdós se propuso el ambicioso proyecto de contar la historia novelada de la España del Siglo XIX, es decir, desde 1807 hasta la Restauración, con la intención de analizar el protagonismo de las fuerzas conservadoras y de progreso en España. Son 46 novelas distribuidas en cinco series de diez obras cada una, excepto la última que quedó interrumpida y sólo tiene seis. Obras corales, épicas, que cubren la anécdota del protagonista individual. Muy lejos de la novela histórica del Romanticismo, Galdós se documenta con rigor y hasta donde puede de los hechos históricos y los comentarios están narrados con gran objetividad.
Las dos primeras series (1873-1879) cubren la guerra de Independencia y el reinado de Fernando VII. En ellas el autor manifiesta un cierto optimismo en una evolución lenta pero segura hacia el progreso. Entre las obras más celebradas de estas series se encuentran Trafalgar, Bailén, Napoleón en Chamartín o La familia de Carlos IV.
En 1898, retomó de nuevo las series, en las que trabajó hasta 1912. Cubre desde las Guerras Carlistas hasta la Restauración. El optimismo galdosiano se ha apagado y ahora aparece la visión amarga de la España profunda dividida y enfrentada en guerras fratricidas; ante esta convicción el autor busca una salida en el ideal de “la distribución equitativa del bienestar humano” resultado de su izquierdismo político. Algunas de las obras de este periodo son Zumalacárregui, Mendizábal, De Oñate a La Granja, Amadeo I o el último episodio, Cánovas.
Novelas españolas de la primera época
Hasta 1880 escribe unas novelas de tesis, maniqueas, donde los buenos son personajes modernos, abiertos, liberales y progresistas, y los malos, conservadores, tradicionalistas, fanáticos religiosos e intransigentes. Obras simplistas llenas de ardor juvenil. Entre éstas destacan Doña Perfecta (1876), Gloria (1877) y La familia de León Roch (1878). En Doña Perfecta cargó las tintas en el anticlericalismo y en el enfrentamiento entre progreso y tradición; en Gloria repartíó por igual la intransigencia religiosa entre judíos y católicos, y en La familia de León Roch entre católicos y liberales.
Novelas españolas contemporáneas
Así llamó Galdós a veinticuatro novelas que publicó a partir de 1880. Es un impresionante cuadro del Madrid y de la España del momento, en que se dan cita toda clase de ambientes, tipos, sentimientos, desde los más nobles a los más bajos. En estas obras el autor ya no utiliza planteamientos maniqueos religiosos o políticos para valorar las conductas de sus personajes, y con plena libertad analiza sus sentimientos, deseos y frustraciones. Lo que surge es un conjunto impresionante de mezquinos, bondadosos, burgueses adinerados, nobles arruinados, desheredados, grandezas y miserias de gentes que viven para aparentar. Galdós consigue captar esta pluralidad social y vital con técnicas narrativas nuevas sirviéndose tanto del monólogo interior, como del estilo indirecto o del personaje narrador —que ya había utilizado en los primeros Episodios Nacionales—. Ahora el autor presenta y el lector juzga.
La primera de estas novelas es La desheredada (1881), obra naturalista en la que la protagonista, una muchacha loca que está en el manicomio de Leganés (Madrid), se cree descendiente de un aristócrata y acaba en la prostitución; El amigo Manso (1883) —obra que ya anuncia las “nivolas” de Miguel de Unamuno— plantea el contraste entre un profesor krausista y su superficial y taimado alumno; en Tormento (1884) la protagonista es engañada y seducida por un sacerdote disoluto y la recoge un indiano enriquecido aunque no se casa con ella; en Miau (1888) describe las penalidades de un cesante progresista durante un gobierno conservador, y el infierno de la burocracia; la usura aparece tratada en Torquemada en la hoguera (1889) en la que se narra la ascensión social de un usurero que acaba convertido en senador. Entre todas estas obras destaca Fortunata y Jacinta (1887) el mural más extraordinario sobre la historia y la sociedad madrileña de la época y una de las mejores novelas de la literatura española: Juan Santa Cruz es el amante de una muchacha pobre, apasionada y enamorada, pero se casa con su prima, la dulce Jacinta, que sufre las infidelidades del marido. Fortunata se queda embarazada y el “señorito satisfecho” —como Ortega y Gasset definíó al prototipo de este personaje— busca otra amiga. Fortunata tiene a su hijo pero llena de celos provoca una riña con la nueva amante que la llevará a la muerte no sin antes haber entregado el hijo a Jacinta. Sobre este argumento central en el que se tejen otros y con la realidad político social del momento de fondo, Galdós se situó como narrador cómplice de la Naturaleza que rectifica los errores de sus hijos.
En los años noventa surge una actitud espiritualista en la novelística de Galdós. El tema ético y religioso se aborda en Nazarín (1895) —que Luis Buñuel llevó a la pantalla, como también hizo con otra novela de Galdós, Tristana— en la que se ve a un sacerdote perder la fe porque su pureza evangélica no es comprendida ni aceptada por un mundo mezquino; Misericordia (1897) está considerada como una de sus obras maestras y en ella retrata a la dulce Benina que mendiga para llevar dinero a la casa en la que trabaja de criada sin cobrar y en la que aparece el retablo más descarnado de la miseria madrileña.
Fortunata y Jacinta (1886-1887)
Al igual que la Regenta, se trata de una novela extensa y muy cuidadosamente construida que desarrolla, sobre la base de diversos triángulos amorosos, la convulsa y cambiante vida social madrileña entre 1873 y 1876, entrelazando los elementos de ficción y los históricos.
En la obra Galdós despliega muchas de sus mejores artes narrativas: minuciosa captación de ambientes y tipos, uso magistral de diálogos, empleo de novedosos monólogos interiores, sabio manejo de múltiples anécdotas argumentales, etc.
Consta de cuatro partes. Lleva el subtítulo de Dos historias de casadas. Básicamente narra las aventuras amorosas de Juanito Santa Cruz, joven madrileño de clase media, casado con su prima Jacinta, tras sus relaciones con Fortunata, mujer de condición humilde, a la que abandona al quedar ésta embarazada. Fortunata se entrega a la prostitución, pero es redimida por Maximiliano Rubín, joven idealista al que ella admira y con el que acepta contraer matrimonio, sin que pueda olvidar su amor por Santa Cruz. Éste, exasperado por la esterilidad de Jacinta, busca de nuevo a Fortunata, quien al día siguiente de su boda vuelve a unirse con su antigua amante, de quien quedará otra vez encinta. Pero el carácter inestable de Santa Cruz lo lleva a infidelidades con Fortunata y, de nuevo, a la reconciliación con Jacinta. Fortunata muere después del parto, y es llorada por su esposo y por su amante. Se trata de una historia más o menos folletinesca enriquecida con insinuaciones simbólicas de tipo político.