Conocemos por «Barroco» al estilo y modo de plantear el mundo y el arte que llega después del Renacimiento, de su consumación y agotamiento formal y moral. El espacio cronológico correspondiente a este «estilo» es esencialmente el Siglo XVI
I.
Como ocurre siempre en teoría literaria, dos son las vías esenciales para definir el fenómeno Barroco.
La primera de ellas es la que bajo preceptos formalistas buscan y definen lo Barroco como algo intrínseco al texto, como un estilo puramente formal caracterizado por extremar los límites de contención y mesura renacentistas en favor de lo espectacular, lo dinámico, lo sorprendente e impresionante. Así, mediante un proceso intermedio de deformación de las imágenes, recursos y elementos renacentistas conocido como «manierismo«, el Barroco no es sino la última estación, considerada durante mucho tiempo como degradación de lo clásico, de este proceso. Así, la forma se convertiría en el gran objeto del literato, sobre el que ha de desenvolver toda su creatividad.
Como resultado podemos alcanzar una oscuridad extrema, bien por la intrincada complejidad de conceptos y metáforas -conceptismo-, bien por una sintaxis compleja, abundante en hipérbatos en su afán latinizante, llena de referencias mitológicas indirectas y ya metáforas, y un vocabulario plagado de cultismos -culteranismo-.
Centrándonos en el caso de España, hablamos de una situación social de decadencia y desencanto que tendrá diferentes respuestas en la literatura -evasión bien mediante lo espectacular, bien mediante sereno epicureísmo, bien mediante la sátira descreída o socarrona-. Lo más llamativo de la literatura y pensamiento barrocos es que esta dispar amalgama de actitudes vitales pueden llegar a convivir en un mismo autor.
Limites cronológicos
Como hitos cronológicos al Barroco podemos recurrir a la muerte y fin de reinado de Felipe II en 1598 para su arranque, y la muerte de Calderón de la Barca en 1681 para el final del gran Barroco literario.
La lírica tradicional y popular
Poesía sacra, metafísica y moral
Poesía épica y narrativa
Lírica amorosa de carácter petrarquista
La lírica burlesca, metaliteraria, política y de circunstancias
Contexto histórico
El Siglo XVII español es a veces citado como el tiempo de los «Austrias menores«. Es muy elocuente esta denominación para estos tres reinados –
Felipe III, Felipe IV y Carlos II
Caracterizados por la en general poco afortunada administración del legado imperial de sus predecesores Carlos I y Felipe II.
Cabe decir que existen loables intentos de fortalecimiento del estado, como el del Conde Duque de Olivares, valido de Felipe IV. Pero el balance del siglo es siempre negativo, marcado por grandes errores como la expulsión de los moriscos, por la crisis de la economía producto de la excesiva presión fiscal, el éxodo rural, el derroche palaciego o el descrédito social del trabajo remunerado como modo de subsistencia, y por las grandes derrotas militares, tras fuertes inversiones económicas en las campañas, en el terreno internacional.
La economía, como se ha dicho en grave crisis, es dominada por el fenómeno del éxodo rural, que producirá una cultura barroca eminentemente urbana, atraídas las masas de población por los núcleos donde se acumulaban las riquezas -la Corte madrileña, el puerto a las Indias de Sevilla, etc-. Otro rasgo a tener en cuenta en el fenómeno de debilitación del sector primario es la expulsión de los moriscos e incluso el temor de los «cristianos viejos» a ser vinculados al mundo agrario.
Se produce, en suma, una descapitalización del medio agrario y una inversión de nobles, Corte y propietarios en objetos de lujo y artes plásticas que sobrepasaban el exceso y la ostentación.
Ociosidad y afán de apariencia recorren las clases privilegiadas, y las no tan privilegiadas, de la España del XVII.
Otro elemento primordial del Barroco español es la fuerte religiosidad, muy presente ya en Renacimiento español y especialmente regulada tras el Concilio de Trento y el fenómeno conocido como «Contrarreforma».
Ortodoxia religiosa y fuerte presencia del Santo Oficio en todos los ámbitos sociales afectan en buena medida al pensamiento de la época, siempre bajo la vigilancia y presencia de la doctrina oficial católica. Elocuente es el complejo proceso de publicación impresa -precisaban de la aprobación de censores religiosos y civiles–
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Barroco como arte de masas
El proceso de agrupación urbana de la población y acercamiento a los productos y centros de cultura hizo del Barroco una «cultura masiva«, como afirma Maravall. Al margen del mecenazgo se desarrollan géneros literarios que tienen muy en cuenta al público como destinatario y verdadero concomitante de la obra. Ejemplo claro es el teatro, espectáculo de masas de la época, pero también la novela o la poesía, que circulaba activamente entre el público. El hecho de que la mayor parte de la población fuera analfabeta no contradice esta cultura masiva, basada en el espectáculo público.
Se ha querido ver en el arte Barroco, por ejemplo autores como Maravall y Díez Borque, un arte de propaganda de la Corona y la Iglesia.
Especialmente expresiva es la exaltación monárquica de la Comedia española.
Actitudes vitales del Barroco
Como hemos descrito, el panorama sociopolítico del XVII era muy desalentador.
El hombre del XVII oscilará entre la rebeldía, duramente reprimida por los órganos de poder, y el desencanto. Este desencanto moral y apatía social son sintomáticos de la España barroca, un desengaño para algunos investigadores promovido desde el estado para pacificar ánimos y avalado por la religiosidad ascética de la contrarreforma. De hecho, un motivo muy Barroco será el desprecio de la realidad, equiparada a un sueño y siempre como una ficción transitoria que será desbaratada por la muerte. Así serán las tragedias de Calderón o la pintura de Pereda o Valdés Leal.
La complejidad formal
Dentro de este contexto social e histórico y en las coordenadas de esta cosmovisión, tenemos la literatura barroca, en sí misma caracterizada por lo que para muchos es la verdadera esencia y definición de lo Barroco:
La complicación formal.
Los modelos clásicos y petrarquistas se han confirmado ya como completos y la tendencia ya anunciada por Herrera en el XVI es la de complicar el producto literario como única posibilidad para la creatividad.
Así pues, cunde entre los escritores un afán por lo complejo, por alejar su exposición de la expresión común.
Muy atrás quedan, por tanto, la serenidad y equilibrios del Renacimiento.
Dos son las vías para la complejidad formal, tradicionalmente encontradas pero con algunas zonas de contacto:
el conceptismo y el culteranismo.
Baltasar Gracián, en su Agudeza y arte de ingenio define el «concepto» como un acto de entendimiento que detecta la correspondencia entre dos objetos.
Mediante el ingenio, el escritor debe establecer estas a veces inauditas correspondencias por los más variados recursos:
Semejanza fónica, morfológica, funcional, por contigüidad, etc en figuras como el equívoco, la paranomasia, el calambur, la alegoría, la metáfora, la metonimia, el símbolo, la antítesis, el retruécano…
Y las dos figuras más barrocas de todas
La paradoja y la hipérbole
Las raíces del conceptismo Barroco se remontan a la lírica tradicional, así como a las imágenes petrarquistas -especialmente la antítesis-. Lope de Vega observó la maestría del conceptismo de la poesía cancioneril del Siglo XV, pero señaló también de ésta lo que consideraba rudeza de expresión. El Barroco confabula este conceptismo cancioneril con el continente petrarquista del Renacimiento, dando lugar a un producto originalmente Barroco.
El conceptismo no siempre persigue un producto de élite, sino que muchas veces busca la complicidad de un amplio público que se satisface con desentrañar las «conceptos» de un poema.
Ahora bien, como sostiene Ramón Menéndez Pidal, la oscuridad y dificultad del texto se convirtieron en un valor artístico per se.
Y éstas son las premisas de la otra gran corriente, el culteranismo, criticada combativa y sarcásticamente por los autores conceptistas. Frente a la dificultad de éstos, la intrincada oscuridad de aquellos. En el culteranismo, o gongorismo, priman las metáforas de metáforas y la sintaxis desordenada por continuos hipérbatos, en un afán por latinizar el castellano.
Todo esto será además aderezado con permanentes referencias mitológicas y un vocabulario escogido.
El culteranismo fue muy atacado, especialmente los grandes poemas de Góngora, por poetas como Jáuregui, quien no sólo critica la dificultad del lenguaje de estas obras, sino lo que juzga como pobreza de conceptos.
No obstante, las fronteras entre conceptismo y culteranismo no están claras y en ocasiones se diluyen en un mismo autor, como puede ser el propio Góngora, agudo conceptista, o Lope de Vega, en ocasiones alambicado poeta culterano. Quizás un juicio aproximadamente correcto pase por decir que el culteranismo es un paso más hacia la complicación formal emprendida desde el manierismo. Lo que es cierto es que conceptismo y culteranismo son dos manifestaciones de un mismo afán por la complejidad formal como campo de expansión para la creatividad.
Herencias y corrientes poéticas
El testimonio más elocuente de la compleja simbiosis establecida entre tradición y originalidad en el Barroco es no sólo la variedad de temas y recursos formales, sino su convivencia e, incluso, la dificultad a la hora de separar de modo tajante los ingredientes de un poema Barroco. Una de las claves, apuntadas por varios críticos, de esta variedad es la doble influencia tradicional y renacentista y la doble corriente de tradición e innovación. Los poetas barrocos se imponen como premisa la novedad, la sorpresa mediante la creatividad y el ingenio.
Pero para ello acuden a los moldes y recursos de la lírica castellana tradicional y los modelos métricos italianos a un mismo tiempo. Como resultado, las formas estróficas y los géneros se confunden hasta el punto de que un romance sirve como canal métrico para una fábula mitológica ovidiana, para más INRI satírica y culterana, como la Fábula de Píramo y Tisbe de Luis de Góngora.