Evolución poética de Miguel Hernández: De la tradición a la vanguardia
Tradición y vanguardia en la poesía de Miguel Hernández: Miguel Hernández absorbió la influencia de nuestros clásicos y de los poetas de la Generación del 27, a quienes admiraba. Solo Vicente Aleixandre tuvo con él una relación más cercana. El poeta, originario de la provincia de Alicante, aprendió la poética del 27, moviéndose en torno a su estela, lo que explica la fusión entre tradición y vanguardia que se aprecia en su poesía. Esa fusión se materializa en:
- Una veta de la tradición literaria: que parte de los clásicos de nuestro Siglo de Oro, pasa por los poetas del Barroco y, sobre todo, se nutre de la metáfora culterana de la poética de Góngora.
- La veta de la generación inmediatamente anterior: la poesía simbolista-modernista de Rubén Darío, fundamental para la modernización de nuestras letras a comienzos del siglo XX.
- La estela de las vanguardias literarias: movimientos renovadores que buscaron un lenguaje propio que hiciera del poema un “artefacto artístico” basado en la audacia de la metáfora.
En su primera etapa, el poeta estaba bajo el influjo de Ramón Sijé, quien forjó en él el amor a los clásicos. A partir de 1931, entra en contacto con la obra de Góngora a través del grupo del 27. Desde ese momento, los modelos para Hernández serán Lorca y la “poesía pura” de Jorge Guillén. Perito en lunas se adscribe a la poesía pura y se concreta en tres ejes:
- El gongorismo, que proporciona el esquema métrico de la octava real, el hipérbaton, el gusto por un léxico cultista y las imágenes metafóricas.
- Un vanguardismo tardío, cubista y ultraísta.
- El hermetismo, que juega con el deleite de la agudeza, de la emoción.
Cuando Hernández concibe El rayo que no cesa, vive una crisis amorosa y personal. El poeta sigue la estela de Neruda, la estela de un nuevo romanticismo que implica la rehumanización del arte, la poesía impura. Al irrumpir la guerra, Miguel Hernández se convierte en poeta-soldado con Viento del pueblo: comienza el tiempo de la poesía de guerra. Hernández busca una poesía más directa que recree su carácter oral, de ahí el empleo abundante del romance y del octosílabo. El poeta también cultiva metros más solemnes, de tono épico. Finalmente, con Cancionero y romancero de ausencias, diario íntimo de un tiempo de desgracias, el poeta quiere componer un canto (cancionero) y un cuento (romancero).
La poesía española desde principios del siglo XX hasta la posguerra
En el último cuarto del siglo XIX, la poesía lírica española se encontraba estancada entre el romanticismo más tópico y el realismo de la poesía de Campoamor. Solo la figura de Bécquer ofrecía modernidad y calidad. Mientras, en Francia triunfaba una poesía novedosa: el modernismo y el parnasianismo; ambos serían la raíz de la poesía moderna. Simbolismo y parnasianismo llegaron a España en 1888 de la mano de Rubén Darío. Sin embargo, el modernismo en España no será un movimiento homogéneo y, dadas las circunstancias del momento, tendrá una ramificación literaria nacional, la de la llamada Generación del 98. Comenzarán en el modernismo poetas como Machado. Tras el fin de la Primera Guerra Mundial, comienzan a vislumbrarse nuevos caminos poéticos, que subyacían en el simbolismo y el modernismo, y que pretenden despojar al arte de su raíz sentimental. Dos fueron los caminos que iban a confluir a partir de la segunda década del siglo XX:
- Las vanguardias: movimientos renovadores que rompieron con la estética anterior, buscando nuevas formas de expresión libres de trabas morales, políticas y religiosas.
- La poesía pura.
La poesía del grupo poético del 27 marcó realmente el inicio de la poesía contemporánea española e implicó la posibilidad de una verdadera fusión entre tradición y vanguardia. Durante sus comienzos, fusionaron las vanguardias y la poesía pura con los ecos de Bécquer y el cultivo de la poesía popular. Las convulsiones histórico-sociales que azotarían al mundo a partir de la crisis de 1929, llevarían a una “rehumanización del arte” que tendrá su base en el surrealismo. Con la entrada de la década de los treinta, comenzará lo que Neruda llamó la poesía impura, manchada de sudor, lágrimas y humanidad. Con la llegada de la Guerra Civil, muchos de los poetas del 27 convierten su poesía impura en poesía comprometida. Miguel Hernández pertenece cronológicamente a la Generación del 36; sin embargo, por su evolución poética, sintetiza la modulación de los poetas del 27. Cuando era adolescente, comenzó a conocer a los poetas del 27. En 1933 publica en Murcia su primer poemario, Perito en lunas, una colección de octavas reales que fusionan gongorismo, simbolismo y ultraísmo. Con la llegada de la guerra y su compromiso político, Miguel Hernández se adentra en la poesía comprometida con Viento del pueblo y, más tarde, El hombre acecha. Ya en la cárcel, encontramos al Miguel Hernández más original y maduro: Cancionero y romancero de ausencias.