Cuadro Primero
Un living de alta burguesía. Cualquiera: son todos iguales. Lo importante es que nada de lo que ahí se ve sea barato.
A la izquierda, un porche a mayor nivel, con la puerta de entrada de la calle. Al fondo, la escala de subida al segundo piso. A la derecha, una puerta que da a la cocina y una ventana que mira al parque. Cuando se alza el telón, el escenario está en penumbra. Es de noche. Después de un rato, ruido de voces en el exterior, llaves en la cerradura, y luego, una mano que prende las luces.
Entran Lucas Meyer y Pietá, su mujer. Visten de etiqueta, con sobria elegancia. En cuanto se prenden las luces, Pietá se lanza al medio de la habitación. Abre los brazos. Gira sobre sí misma.
Pietá: (Radiante): ¡Oh, Lucas, es maravilloso… es maravilloso! (Gira). ¡La vida es un sueño… un sueño! (Se lleva las manos a las sienes y mira hacia el cielo). ¡Ven! (Meyer se acerca a ella y la abraza por detrás; ella, sin mirarlo, siempre con los ojos en el cielo). ¿Alguna vez, ¿algún… «ruido» entre nosotros?
Uno de esos ruidos terribles, sordos…, ¿como entre los otros? (Meyer niega mudo). ¿Sólo pequeños ruidos? (Meyer afirma. Pietá gira y lo besa con fuerza). ¿Por qué? ¿Porque somos ricos?
Meyer: Puede ser…
Pietá: Ricos, ricos, ricos, ricos, ricos… ¿Qué significa? ¡Ricos! (Ambos ríen). ¿Qué significa?
Meyer: Felicidad.
Pietá: Sí… Libres como pájaros… Doce horas para llenarse la piel de sol, en la noche, perfumes… Pero, ¿es sólido todo eso?
Meyer: ¿Sólido? ¿Y por qué no?
Pietá: No sé… Me asusta… Cuando todo sale bien, me asusto.
Meyer: He gozado la noche, mirándote… Irradias. (la besa).
Pietá: Sí. Me siento hermosa. Eres tú, Lucas… Todo lo que pones a mi alrededor, me embellece.
Meyer: (Oprime su talle): El talle fino. (Toca sus caderas. Besa su cuello). Eres mujer, Pietá. Mujer, con mayúsculas. Mi Mujer. Me haces olvidar que envejezco. Eso no está bien; es contranatura.
Pietá: (Con sensual coquetería): ¿Me lo reprochas?
Meyer: Sabes que no, pero… son cincuenta años, mujer.
Pietá: (Toca la punta de su nariz con su dedo enguantado): Durante el día en tu fábrica, cuando le dictas a tu secretaria y te pones grave, tal vez, pero de noche, eres eterno. Soy yo quien te lo aseguro… (Lo chasconea levemente). Veintidós años casado contigo, Lucas, y no me has aburrido… ¡Gracias!
Meyer: Te compraría el mundo, si eso te entretuviera…
Pietá: Lo sé… y eso me asusta un poco.
Meyer: ¿Te asusta?
Pietá: (Alejándose un poco de él): Susto o temor, no sé. En todo este aire de cosas resueltas con que me rodeas, esa sombra de tu… invulnerabilidad…
Meyer: Invulnerable… ¿yo?
Pietá: Nunca una duda, nunca un fracaso… Pones tus ojos en algo y vas y te lo consigues. Simplemente te lo consigues. Nunca has dejado de hacerlo… Tal vez hasta me conseguiste a mí, de esa manera.
Meyer: (La abraza): ¡Oh, vamos!
Pietá: Es verdad… Te temo… Para qué lo voy a negar; o temo por ti, no sé… Cuando nos casamos, tuve que preocuparme del porvenir como cualquier mujer; partimos con tan poco… Pero muy pronto, poco a poco, cada inversión, la justa; cada disposición, la precisa; y, al fin, esta mansión: «la mansión de los Meyer», y tu posición de ahora, inviolable…
Meyer: No todo me ha resultado tan fácil, como suena dicho por ti.
Pietá: ¿Y por qué tengo, entonces, esa sensación de… vértigo?; ¿de peligroso desequilibrio? Creo en la justicia divina… Sí, sí, tal vez sea una supersticiosa, una primitiva, pero no todo les puede resultar bien siempre a los mismos.
Meyer: (Riendo) Les llegó el turno a los otros, ¿eh?
Pietá: No te rías.
Meyer: ¿No es ése el pánico del día? ¿También llegó a ti la cháchara idiota?
Pietá: No es eso…
Meyer: ¿Por qué mencionas todo esto, entonces? Nunca hablamos de estas cosas.
Pietá: No sé… Tal vez, la gente de esta noche. Al verlos a todos tan… desfachatados. ¡Insolentes, sí! (Como recolectando recuerdos). De repente, pensé que era el fin. Risas que celebraban el fin. Una perfección corrupta. (Se vuelve hacia él). Tengo miedo, Lucas.
Meyer: ¿Miedo…? Pero, ¿de qué?
Pietá: No sé… Miedo, simplemente. Un miedo animal. Esta noche donde los Andreani, rodeada como estaba de toda esa gente, sentí de pronto un escalofrío. Una sensación de vacío, como si me hundiera en un lago helado…, en un panorama de niebla y chillidos de pájaros.
Meyer: ¡Absurdo!
Pietá: Sí, absurdo, pero ¿qué es ese miedo? Existe. Es como un presagio.
Meyer: (Cortante, de pronto): No sé de qué estás hablando. Deben ser tus insomnios.
Pietá: (Alarmada): No sufro de insomnios, Lucas.
Meyer: ¡Niebla y chillidos de pájaros! ¿Cómo puedo interpretar tamaña tontería?
Pietá: Tú sabes. ¿Has sentido lo mismo? ¿Qué es?
Meyer: Te digo que no sé de qué estás hablando.
Pietá: Sí, sí sabes… Esta noche estabas insolente, lo mismo que ellos, la misma rudeza, la misma risa dolorosa. ¿Qué va a pasar, Lucas?
Meyer: (Lentamente, midiendo las palabras): Ayer en la tarde estuvieron unas monjas de la caridad en mi oficina y les hice un cheque por una suma desmesurada; por poco hipoteco la fábrica a su favor. He estado pensando mucho en eso, desde ayer… ¿Qué me impulsó a ello? Lo curioso es que ni siquiera abogaron mucho por mi ayuda… Simplemente se colaron en mi oficina como salidas del muro y se plantaron ante mí con las manos extendidas, y yo les hice el cheque… como si estuviera previsto que no me iba a negar. Después se retiraron haciendo pequeñas reverencias y sonriendo irónicamente, casi con mofa…, como si toda la escena hubiera estado prevista.
Pietá: ¿Fue miedo lo que sentiste?
Meyer: No… Lo hice simplemente, como si fuera lo natural. En el fondo, sentí que si no lo hacía, esas monjas se habrían puesto a llorar por mí.
Pietá: ¿Llorar por ti?
Meyer: Sí. Creo que quise evitarles ese trance… penoso. Extraño…
Pietá: Paralización… Como lo que le sucedió a Bobby el otro día; el día helado y húmedo de la semana pasada, ¿recuerdas? (Lucas asiente). Ese día le quemaron su casaca de cuero a Bobby en el patio de la universidad.
Meyer: ¿Quemaron?… ¿Su casaca de cuero?
Pietá: Sí, no te lo quise contar, entonces, para evitarte molestias. Sucedió cuando los muchachos salieron de clases por la tarde y pasaron por el guardarropía a recoger sus abrigos… No había abrigos en ese guardarropía…
Meyer: ¿Qué habían hecho con ellos?
Pietá: Gran Jefe Blanco, el viejo portero albino, del que hacen burla los muchachos, porque con el frío del invierno se le hinchan las articulaciones de los dedos y gime de dolor tras su puerta, había hecho una pira en el patio con los abrigos y se calentaba las manos sobre la lumbre…
Meyer: (Ultrajado) ¡Pero, eso no es posible! ¿Qué hacían las autoridades de esa universidad para impedir ese atropello?
Pietá: Nada. Estaban todos, el rector y el Consejo, mirando el espectáculo desde las galerías. Algunos hasta aplaudían…
Meyer: Imposible.
Pietá: Así fue…
Meyer: ¿Dónde vamos a parar, si no paramos esas insolencias? ¿Por qué no echaron a patadas a ese insolente?
Pietá: Por la misma razón que hiciste tu cheque.
Meyer: ¡Pero si es idiota! ¿Dónde vamos a parar, repito? Echarlos a patadas… ¡Eso es lo que voy a hacer con esas monjas, si se vuelven a colar en mi oficina!
Pietá: Fue absolutamente de mal gusto de parte de la Renée salir a bailar con el garzón, hoy, durante la fiesta, ¿no te parece? Se veía que lo hacía con repugnancia… Su condición de dueña de casa no la obligaba a ello, ¿no crees?
Meyer: La gente ha perdido sus nervios… Ha habido tanto palabreo, últimamente, de la plebe alborotada, que todos hemos perdido un poco el juicio. El mundo está perfectamente bien en sus casillas.
Pietá: Sí… Flota un espanto fácil, como el de los culpables. No somos culpables de nada, ¿no es cierto?
Meyer: Ya lo creo que no.
Pietá: Tu fábrica, esta casa, no las hemos robado, ¿no es verdad?
Meyer: Todo ganado honestamente, en libre competencia.
Pietá: ¿Qué, entonces?
Meyer: Te digo que es estúpido. Nadie puede perturbar el orden establecido, porque todos están interesados en mantenerlo… Es el premio de los más capaces.
Pietá: Por otra parte, Lucas…, nuestros hijos. Al verlos, ¿a quién le cabrían dudas de que son hijos perfectos de una vida perfecta, no crees?
Meyer: Evidentemente, Marcela crece como una bella mujer; Bobby, un poco loco de ideas, pero… está bien… No más amenazas entonces, ¿eh?
Pietá: Pobre niño… Me ha prometido ayudarme en mi jardín… Odia podar las rosas, el pobre. ¿Has visto cómo cubren ya mi glorieta?
Meyer: (Besa sus manos): Sí… Tus manos milagrosas.
Pietá: Es un hermoso jardín… Estoy orgullosa.
Meyer: Y yo de ti. (La besa). Vamos, es tarde. Mañana es un día de mucho trabajo… (Se encaminan hacia la escalera, abrazados).
Pietá: (Deteniéndolo al pie de la escalera): Dime, ¿tú viste también a esa gente extraña que andaba por las calles, mientras veníamos a casa?
Meyer: ¿Gente extraña?
Pietá: Sí. Como sombras, moviéndose a saltos entre los arbustos.
Meyer: ¡Ah!, ¿quieres decir los harapientos de los basurales del otro lado del río?
Pietá: ¿Eran ellos?
Meyer: Esos cruzan periódicamente para venir a hurgar en nuestros tarros de basura. La policía ha sido incapaz de evitar que crucen a esta parte, de noche…
Pietá: Podría jurar que vi a dos de ellos trepando al balcón de los Andreani, como ladrones en la noche.
Meyer: (Algo impaciente, al fin) ¡Oh, vamos, Pietá! Esa gente es inofensiva; ninguno se atrevería a cruzar una verja y menos a trepar a un balcón. ¿Para qué crees que les dejamos nuestros tarros en las aceras? Mientras tengan donde hozar, estarán tranquilos ¿Vamos?
Pietá: Esta noche me dejarás dormir contigo, ¿quieres?
Meyer: ¡Oh, vamos! Creo que exageras un poco. Si alguno de esos infelices se atreviera a entrar en esta casa, Nerón daría buena cuenta de él, con sus dientes afilados.
Pietá: Sí, pero… me dejarás dormir contigo, ¿no es verdad?
(Se cobija en él, mientras desaparecen ascendiendo escalera arriba. De pasada, Meyer apaga las luces y la habitación queda a oscuras; sólo una débil luz ilumina la ventana que da al jardín. Después de un rato, se proyectan unas sombras a través de ella y luego una mano manipula torpemente la ventana, por fuera. Un golpe y cae un vidrio quebrado. La mano abre el picaporte y por la ventana cae China dentro de la habitación. Viste harapos. Forra sus pies con arpillera y de sombrero luce un colero sucio, con un clavel en la cinta desteñida. Contradice sus andrajos un cuello blanco y tieso, inmaculadamente limpio. Desde el suelo observa la habitación con detenimiento. Arriba se oyen pasos).
Voz de Meyer: ¿Qué hay? ¿Quién anda?.. ¿Quién anda ahí?
(Se prende la luz y asoma Meyer en lo alto de la escala. Desciende cautelosamente. Ve a China y corre hacia la consola, de la cual saca un revólver que apunta sobre el intruso).
Meyer: ¿Y usted? ¿Qué hace aquí? ¿Qué hace dentro de mi casa?
China: (Lastimero): Un pan… un pedazo de pan.
Meyer: ¿Qué?
China: Un pedazo de pan, ¡por amor de Dios!
Meyer: ¿Qué te pasa? ¿Estás loco? ¡Entrar en mi casa, rompiendo las ventanas! ¡Fuera de esta casa! ¡Fuera de esta casa, inmediatamente! (Ante la impasividad del otro). ¡Fuera te digo! ¿No me oyes? ¿O quieres que llame a la policía? (Pausa penosa). ¿Qué te pasa, hombre? ¿Eres sordo?
China: Un pedazo de pan…
Meyer: Te descerrajo un tiro, si no sales de inmediato.
(Apunta)
China: Era inevitable…
Meyer: ¿Qué dices?
China: Que era inevitable que dijera «te descerrajo un tiro», Y que tuviera uno de ésos (indica el revólver, escondido en alguna parte por ahí… Se lo dije al Mariscal.
Meyer: ¡Te doy diez segundos! Cuento. Uno… dos…tres…
China: ¿Todo por un pedazo de pan?
Meyer: Cuatro… cinco…
China: Una bala de eso cuesta más que el pan que le pido. El Mariscal discutió que era seguro que tendría «eso» (el revólver) en casa, pero que sería práctico…y lógico. Aunque fuera tan sólo pan duro; no me quejo.
Meyer: Está bien; te doy el pan, pero te vas de inmediato, (por donde entraste, ¿entiendes? (Sale hacia la cocina y vuelve con un pan que lanza al otro). Y ahora ¡fuera!
China: ¿Ve?.. El Mariscal tenía razón. (Sonriendo candorosamente).
Total… un harapiento. Nadie cambia un harapiento por una conciencia culpable. (Masca el pan). La culpa de todo la tiene su empleada. No había más que papeles sucios y restos de sardina en el tarro… No como sardinas; me producen urticaria.
(Lanza un eructo fuerte).
Meyer: Seis… siete… ocho…
China: Es inútil; no se exponga al ridículo.
Meyer: ¿Qué es lo que es inútil?
China: Que pretenda contar hasta diez.
Meyer: ¿Por qué?
China: (Sonriendo ampliamente): Todos sabemos que sabe contar hasta diez y más de eso…
Meyer: (Rugiendo): ¡Nueve!
China: ¡No siga! ¡No va a disparar! Es mejor que no siga… Evitemos la vergüenza…
Meyer: ¡Diez! (El revólver tirita en su mano apuntando a China; no dispara).
China: ¿Ve? Es una lástima… Ahora nos será más difícil entendernos. Ahora usted ya me odia… (Con fingida desazón). Yo sabía que no dispararía. En cuanto dijo «te descerrajaré un tiro», lo supe. Los que saben matar no le ponen nombre al acto. Simplemente aprietan el gatillo, y alguien muere. Uno le pone nombre a las cosas para ganar tiempo. (Saborea el pan).
Meyer (Algo perplejo): ¿Quién es usted?
China: Sí, eso «es» lo que se hace acto seguido: averiguar el nombre. Parece que con saber el nombre de nuestros enemigos se nos hace más fácil dar en el blanco… Me llaman China, y usted es Lucas Meyer. El industrial… (Se acomoda en el suelo). Y ahora que hemos cumplido con esta primera formalidad, Puede irse a la cama, si quiere… Comprendo que es suficiente para usted para ser el primer encuentro. Que Dios acompañe a usted y a su bella esposa, en su sueño. Buenas noches.
Meyer: (Ultrajado) ¿Qué se ha imaginado? ¡Salga de esta casa de inmediato! ¿Me oye? (China duerme impasible). ¿Me oye?.. ¡Fuera de mi casa! (Con ira impotente). ¡Fuera, digo! (Pausa). Está bien; puede dormir aquí esta noche, pero mañana, al alba, antes que nadie mueva un dedo en esta casa, usted sale por el mismo lugar que se coló, ¿entiende? ¡Que no lo encuentre dentro de la casa!
(Se dirige hacia escala).
China: (Sin levantar la cabeza): Ya le decía yo al Mariscal que usted era un buen hombre. Un hombre que da trabajo a tanta gente en su fábrica no puede ser otra cosa que un buen hombre… ¿Cómo iba a permitir que un harapiento muriera de frío, durmiendo bajo rocío helado? ¡Gracias, buen hombre!
(Meyer va a apagar las luces. cuando se oyen pasos arriba).
Voz de pietá: Lucas, ¿por qué te demoras tanto? ¿Qué pasa?
Meyer: ¡Nada, mujer! ¡Un gato que entró por la ventana! ¡Ya lo eché a la calle!
China: (Ante los gestos de Meyer, que lo conminan a hablar más bajo): ¡Eso fue inteligente! ¡Muy inteligente! ¡Nadie habría sabido encontrar salida más honorable a la situación! ¡Estupendo!
Voz de pietá: ¿Qué pasa, Lucas?
Meyer: Voy, mujer, voy.
(Sube y apaga la luz. La escena sigue un rato a oscuras. Luego se ve otra mano que asoma por fuera, en medio del haz de luz. Palpa el cerrojo. Tamborilea contra los vidrios).
voz de Toletole: ¡China! ¡Abre, China! (China muge). ¡China, sé bueno! ¡Hace frío! (Sigue tamborileando los vidrios, débil e intermitentemente). ¡Ay, ay! iChinita!
China: (Levantándose, al fin, trabajosamente. Abre la ventana. Gruñe): Te dije que no entraras hasta mañana…
Toletole: (Sólo su cara asoma afuera; plañidera): Hace frío afuera, China.
China: Con dos, de repente, se va a asustar.
Toletole: (Tirita): ¡Ay! ¡Ay! ¡Por Diosito!
China: Está bien, entra… ¡Rápido!
Toletole: (Entrando torpemente): Dos no caben en la casucha del perro. (Casi llorando). Alí Babá se coló primero… Traté de meterme, pero me patió la cara. ¡China! ¡Mira!
China: ¡Ssht! ¡Cállate! ¿Quieres que nos oiga, estúpida? No quiero que se nos asuste… Con uno bastaba para la primera noche. Tiéndete ahí (indica) y calla la boca.
(Toletole se acurruca donde le indican. Es joven. Fue rubia y hermosa. Viste harapos. Luce una rosa encarnada de raso en el pelo desgreñado. Se cubre con un enorme vestón de hombre deshilachado. Los bolsillos abolsados están llenos de cosas. Se hace un atado animal junto a China).
Toletole: (Después de permanecer un rato yerta y como expectativa, respirando ruidosamente y tiritando) ¿Cómo lo tomó, China?
China: Duerme…
Toletole: (Después de un rato) ¿Sacó revólver y te amenazó con la autoridad, China?
China: Mmh… Es práctico; mostró misericordia.
Toletole: El primer día es fácil; vamos a ver mañana, ¿no es cierto?
China: ¡Cierra la jeta! ¡Duerme!
Toletole: (Tras pausa): ¿Cómo es la casa?.. ¿Bonita? Está tan oscuro; no se ve nada.
(Al no recibir respuesta).
Tengo salame…, ¿quieres?
(Saca de un bolsillo un trozo de salame, junto a dos girasoles de paño atados a tallos de alambre, unas herramientas nuevas de carpintería, escofina, etcétera, unas matracas multicolores y un calendario doblado en cuatro que representa un desnudo de mujer. Amontona todo cuidadosamente junto a sí. El desnudo lo cuelga sobre un cuadro del muro. Mientras, observa cada objeto con interés infantil).
Para cuando te instales…, te arranches… ¡Flores! para mi pieza. Una mona desnuda para Alí Babá. Se la quise dar en la casucha del perro, pero me patió la cara. (Toma las matracas). Y esto, para los críos, si alguna vez quieres que te los dé…
(Hace girar las matracas, que suenan con gran algazara).
China: (Incorporándose de un salto, se las arrebata) ¿Qué estás haciendo, estúpida? ¿No te dije que no hicieras ruido? ¡Ahora se va a asustar! (Mira las matracas).
¿Y esto? ¿De dónde las sacaste?
Toletole: (Aterrada): De los Almacenes Generales de Plaza Victoria.
China: Saqueo… ¿No te dije que no saquearas?
Toletole: estaba abierto, China… Habían arrancado las puertas. Todos se metían…
China: ¡Imbéciles!
Toletole: Yo no quise, pero me arrastraron dentro… Y entonces, era llegar y agarrar. Trenes eléctricos, China. Así, un montón… Y batas… batas de todos colores… Y muñecas, ¡así de grandes! Me amarré las manos, pero no pude, China, agarré.
China: Ahora tendrán ellos la última palabra.
Toletole: Pero todo el mundo estaba feliz; eso también es bueno. Había gente en todas partes…, sentados en los mesones, resbalando por las escaleras. Riendo y riendo, con la boca así de grande. ¿Sabes lo que hizo el Tísico? Salió a la calle, bailando abrazado de un maniquí desnudo. Todo el mundo le hizo rueda, mientras bailaba mordiéndole los pechos de palo.
(Ríe)
China: (Se ablanda, sonríe) Lo malo es que ahora serán ellos los ultrajados… Saqueo, dirán, e invocarán la legitimidad del orden. (Como para si, sabiendo que ella no entiende). Quisiera que al final todo se hubiera hecho como envuelto en sábanas blancas…, limpio como el corazón de uno de nuestros muertos, pero, tal vez no es justo. (Se oyen pasos en la es calera. Es Meyer, que se ha puesto bata. Se prende la luz).
Meyer: (Perplejo) Y esto … ¿qué significa? (En sordina). ¿Quién es esta mujer?
China: (Imitándole, también en sordina) Toletole… (A Toletole). Saluda al señor. (Toletole se alza y saluda, como una niñita educada; con una genuflexión hasta el suelo, asustada).
Meyer: ¿No pensará que además deberé soportar esto?
(Toletole comienza a vagar por la habitación, mirando arrobada los objetos. Los toca con la punta de los dedos y lanza pequeñas exclamaciones de estupor y encanto).
China: (En sordina) Claro que no. ¿Por qué iba usted a tener que soportado? Es demasiado.
Meyer: ¿Entonces?
China: Se lo advertí a ella, pero dijo que tenía frío afuera…así que, si usted lo desea, la echamos afuera, con o sin frío, ¿eh?
Meyer: Bueno, es decir…
China: (Confidencialmente) Así, confidencialmente, le aseguro que no tiene nada puesto debajo del vestido, la sinvergüenza. Nada. Sólo la mitad de un traje de baño que se «levantó» por ahí. (Más confidencial aún). Eso le pone la carne azul, sobre todo en noches heladas como ésta. No es muy estimulante, pero, ¿qué quiere usted? Uno tiene que conformarse con lo que le toca, ¿no le parece?
Meyer: (Sin saber qué decir) Así me parece.
China: (En tono de broma) A veces uno llega a creer que está acostado con un cadáver. (Se rie). ¿La echamos fuera?
Meyer: Usted sabe muy bien que no puedo hacerlo.
China: ¿Por qué no? Después de todo, ésta es su casa, caballero.
Meyer: Y después ustedes pueden decir que somos unos desalmados, ¿eh? No le daré ese gusto. Usted se queda con ella esta noche, y de madrugada salen por ahí, ¿entiende?
China: Ya lo decía no, en cuanto vi lo limpios que tenía los vidrios de las ventanas: usted es un caballero. Sólo un caballero se preocupa de tenerlos tan limpios… Sin embargo, usted no debería pensar así.
Meyer: ¿Cómo? ¿Qué?
China: También existimos los agradecidos, los que sabemos lo que cuesta amasar todo esto. (Muestra la casa). Es una bendición que, de vez en cuando, derramen algo sobre nosotros…, los irresponsables.
Meyer: (Extrañado): Usted, en verdad, ¿piensa así?
China: (Se levanta, pone un puño cerrado sobre su pecho) Mi palabra de honor, si eso vale algo para usted.
Meyer: ¡Psh! ¡Mi mujer duerme arriba! (En ese momento Toletole deja caer una porcelana que ha estado admirando; se quiebra con estruendo).
China: ¡Mira, estúpida, lo que has hecho! ¿Cómo se vamos a pagar ahora?
Meyer: ¡Pssh!… No es nada… Es sólo una de tantas…
China: Babosa…
Toletole: Pero, China, ¿para qué te enojas? Tenemos tantas más… (Muestra la porcelana rota). De todos modos, ésa no me gustaba tanto… (Meyer mira estupefacto a China). ¿No me dijiste que todo esto sería mío? ¿Desde ahora?
Meyer: ¿De qué está hablando esa niña?
China: ¡Baila, Toletole, baila! ¡Paguemos la hospitalidad del caballero! (Resuena una música danzarina, ritmo rápido, tocada en un solo instrumento viento, a cuyo compás Toletole comienza a ejecutar una danza desabrida y triste; deja caer los brazos con la mirada fija en algún punto lejano. Sólo los pies se mueven). ¡Es nuestro número! Lo efectuábamos por ahí, en las plazas, por unas moneda ¡Bonito, eh! (Casual). ¿No tiene algún vinito e casa? (Meyer hace ademán de moverse). No, no se moleste. ¿Por dónde? (Meyer indica, China sale hacia la cocina). Con permiso… (Meyer, de pie paralizado, observa el ritual miserable de Toletole que sigue bailando).
Meyer: (Después de un rato, sin poder contenerse, enervado): ¡Basta! ¡Basta ya! (Toletole se detiene bruscamente y llora en silencio, en el momento en que China regresa, cargando una fuente con medio pollo y dos botellas de vino bajo los brazos).
China: Por favor… (Indica las botellas que Meyer toma, ya que China no puede hacerlo, y las pone sobre la mesa). Oí que no le gustó el número al caballero. (Va sobre Toletole). ¡Babosa! ¡Manera de agradecer la hospitalidad! (A Meyer). Debe perdonarla… perdió todo donaire después de la neumonía del año pasado. ¡Imagine locura igual! Estar dos horas en el canal helado, todo por agarrar una coliflor que pasaba flotando. La sacamos, azul, de las mismas barbas de la alcantarilla… No es un espectáculo muy atractivo, es cierto. Le ruego perdonarla. (A Toletole, que acude presurosa). ¡Ven a servirte! (A Meyer). Usted nos acompaña, supongo.
Meyer: No, gracias… Los acompañaré desde aquí. (Se sienta en uno de los sofás, prende un cigarrillo).
China: Naturalmente… (Acariciando el pelo a Toletole, que masca el pollo con voracidad). Antes era rubia, hermosa. ¡Maldita coliflor! (Mostrando la comida). Usted perdonará, ¿no es cierto? No pensaba hacer esto, pero dada su hospitalidad tan natural…
Meyer: Usted ya se sirvió.
China: Es verdad… Urbanidad; eso es algo que suele irse con los harapos (Con la boca llena). Lo mismo que la paciencia. (Pausa). No le molesta nuestra… pestilencia, ¿no es verdad? (Ante un gesto de protesta de Meyer). No, no… No disimule… Nosotros entenderemos. El tufo de esto (tironea sus mangas ) es horrible ¿Sabe lo que es bueno para contrarrestarlo?
Meyer: No.
China: (Sonriendo, con la cara llena) El humo del cigarrillo, (Indica el cigarrillo de Meyer ). Yo creí que usted lo sabía. El Mariscal dice que es la razón de los perfumes: espantar el olor de la miseria; sin duda, es exagerado.
Meyer: ese… Mariscal… ¿Es uno de ustedes?
China: ¿Uno el otro lado del río, quiere decir? (Meyer asiente). Sí; es un extravagante. Por él, les cortaría el pescuezo a todos los ricos.
Toletole: Es un mal hombre… un mal hombre…
China: Calla y come. (A Meyer). Lo dice porque le asusta su ferocidad. Cuando habla de los ricos, se pone morado… ¿Ha visto el color de las betarragas?
Meyer: ¿Betarragas?
China: Ese color. Es un nihilista. Cree que con los ricos no hay caso. Sufren una especie de fiebre incurable…contagiosa. Hay que gasificarlos, dice. ¡Extravagante! No sabe que la riqueza es una especie de…martirio.
Meyer: En cierto modo…
más duro.
China: No sea modesto. De todos modos; absolutamente de todos modos. Vamos, dígale aquí a Toletole con qué esfuerzo montó todo esto… (Ante un gesto evasivo de Meyer).Vamos, no sea delicado. Cuéntele y tú (a Toletole), aguza el oído. Es algo que vale pena oir.
Meyer: Bueno… Trabajé.
China: (A Toletole, acercando su cara a la de ella) ¿Oíste? Trabajó, dice, ¿ves?.. ¿Qué más?
Meyer: Evité despilfarros…
China: (Blande la pechuga de pollo) Sacrificios, privaciones. Eso es lo que el Mariscal no se quiere meter en su cabeza dura, ¿ves? (Bebe vino, se va entusiasmando ). ¿Y…?
Meyer: Ahorré…
China: (Grita): ¿Ves?… ¡Ahorró, dice! ¿Oíste? (Con excitada ferocidad). ¡Cada centavo! Cada maldito centavo lo ahorró con santa paciencia. ¡Cada maldito centavo que pasaba por sus manos o por las manos de sus empleados, lo ponía a salvo! No había centavo que pasara por su vecindad, que no le pusiera sus manos encima. En cambio nosotros: botar y botar… ¡Siga, por favor, siga!
Meyer: (Entusiasmándose, a su vez, ante la euforia admirativa del otro): Bueno…, no creía que esto pudiera verse por ese ángulo, pero… tiene razón, ¿sabe? Hay mérito en ello.
China: (Come cada vez con mayor rabia) ¿Mérito? ¡Virtud!
Meyer: virtud! ¿Hasta cuándo vamos a estar con eso de que la codicia es un pecado? Es lo que opinamos nosotros, los frustrados…, los que por exceso de humanidad o muchos escrúpulos,
terminamos filosofando ante una lata vacía de sardinas… ¡Son ustedes los que obran con justicia!
Toletole: (Bostezando): China, ¿no sería hora ya de subir Tengo sueño…
Meyer: ¿Subir?
China: (Golpea con la palma de la mano la frente Toletole ): Se le ha metido la idea de que su señora esposa tal vez consentiría en cederle un lugarcito en su cama. De tanto desearlo, se le ha vuelto obsesión. ¡Pobrecita! (La acaricia). ¡Vamos, estúpida, come! (A Meyer). Siga, por favor.
Meyer: Bueno no crea que es oro todo lo que brilla. También esto de la riqueza tiene su lado ingrato…
China: (Rompe un huevo duro y se lo come) ¿Cómo, así!
Meyer: Se está en continuo conflicto con ciertas nociones románticas que persisten…
China: ¿Tales cómo?
Meyer: Gente que lo acusa a uno de quitarle lo que es ellos… De darles menos de lo que esperaban. Pequeñas obreras feas con gestos de odio… Hombrecitos que no dan la cara… Manos pedigüeñas. Marañas de incriminaciones que roban el sabor de lo ganado…
China: Comprendo…
Meyer: Y después la eterna preocupación por conservar lo adquirido. Es como estar sentado… sobre un cedazo, ¿comprende?
China: ¿En que los demás caen por los hoyitos y sólo usted queda sobre la malla?
Meyer: Hablo del dinero…
China: ¡Ah! ¿Y el dinero?
Meyer: Es arena. Se escurre por los bolsillos como arena. Con el gobierno, los impuestos, las instituciones de caridad picoteando las manos… Hay que poseerlo para conocer esa angustia.
China: ¿Te das cuenta, Toletole, lo difícil que es? Y después hay gente que aspira a ser rica.
Meyer: A usted, que parece tener comprensión, le contaré un caso para que aprecie.
China: Cuente…, cuente…
China: (Con la mayor naturalidad): Se colgó de una viga de acero del galpón quemado, con una liga elástica azul estampada de flores de lis blancas.
Meyer: ¿Cómo lo sabe?
China: Porque es inevitable que un tipo que ve arder su fábrica el día de la inauguración, cuando ha puesto en ello su vida y su esperanza, tendrá que colgarse con una liga de flores de lis blancas, de una viga o algo semejante…
Meyer: Y dejando al socio cargando con las más absurdas incriminaciones…
China: Que usted ocasionó la muerte para quedarse con el molido.
Meyer: ¡Eso no es verdad! ¡Eso nunca fue verdad!
China: Que usted torciera las cosas de tal manera que el seguro de la fábrica quedara a su nombre.
Meyer: ¡Eso no es verdad!
China: o que la mujer y los tres niños (dos hombres y una niña) vivieron, de ahí en adelante, en un infierno necesidades y miserias.
Meyer: ¿Cómo podía saberlo? (Ha estado retrocediendo),¿Quién es usted? ¿Cómo sabe esto?
China: (Con intensidad): Porque son el género de imputaciones que se hacen a los tipos que, de la noche la mañana, después de la muerte de un amigo, aparecen dueños de la empresa… ¡Papanatas de ayer, con tragaderas de pirata y un alma podrida!
Meyer: ¿Quién es usted?
China: Un hombre que merodea…
Meyer: (Aterrado): ¡El hermano que juró vengarse!
China: (Con frío en la voz por primera vez): Usted se equivoca. Usted ve lo que no hay. Me llaman China; uno de entre miles. Entre nosotros no hay sentimientos de venganza; sólo una gran calma en acecho
Meyer: Mirelis… ¿Qué es lo que deseas de mí?
China: (Cambiando súbitamente a la voz anterior, pedigüeña): Un techo para protegemos del frío, patroncito, y un poco de pan…
Meyer: ¡No bromees conmigo, Mirelis! ¡Fuera! ¡No ofrezco mi techo a un asesino!
China: Paciencia, patroncito, paciencia…
Meyer: ¡Fuera, he dicho! ¡Fuera, o te saco fuera!
(Va a dirigirse a la consola en que guarda el revólver. cuando, con gran estrépito, se abre la puerta de calle y entra Marcela, la hija de Meyer. Es una hermosa muchacha de un poco más de veinte años, resoluta y firme. Hay en ella un gesto insolente y algo que la hace distinta del resto de su familia. Viste un elegante traje de noche).
Marcela: (Entra arrastrando el abrigo de piel que alguien ha arrancado de sus hombros) Papá, ¿qué pasa? ¡La calle está llena de harapientos! ¡Hay dos hombres tendidos, aquí, en el mismo zaguán de la casa! ¡Uno trató de arrancarme el abrigo a la pasada!
Toletole: Alí Babá…
Marcela: Han colgado a Nerón de un pilar de la verja. ¿Qué pasa, papá?
Meyer: (Mirando a China): Una visita que hace tiempo había dejado de esperar…
Marcela: Pero, papá, han colgado a Nerón. ¿Qué es esto? (Pausa, percibiendo la amenaza). Papá, llama a la policía. Llama a la policía, papá, ¿qué te pasa? (Ante la actitud yerta de Meyer, va resuelta sobre el teléfono; marca). ¿Aló? ¿Cuartel de Policía? Hablo de la casa de Lucas Meyer… Insurgentes 241… Se han entrado unos vagabundos a la casa y no hay forma de sacarlos… ¿Aló? … ¿Por qué silba?… ¿Por qué silba, policía? … ¿Aló, qué pasa? ¿Quién habla?
Toletole: el Manigua… Le dejaron media lengua en una pelea; ahora sólo sabe silbar. (Marcela deja caer el fono y mira, atónita, al grupo. Por el fono, que cuelga, se oye un silbido insistente).
Meyer: (Tras breve pausa): Ven, niña… Vamos a dormir… Es tarde.
Marcela: Pero, papá…, ¿qué haces? ¡Echa fuera a esta gente! ¡Haz que salga de la casa!
Meyer: Vamos, niña, no grites…No despiertes a tu madre. Te explicaré…(La toma de los hombros y la lleva hacia arriba).
China: (Una vez solos) Se asustaron, ¿ves? Es lo que temía. Hay que tener toda clase de consideraciones con ellos; viven al borde mismo del susto… (Va buscar una alfombra, con la que cubre a Toletole y a sí mismo). De todos modos, hay que reconocerlo: nos ofreció su casa con bastante dignidad. Ven, vamos a dormir un poco. (Toletole apaga la luz y se tiende a su lado). Mañana va a ser un poco más duro.
Meyer: (Tras breve pausa): Ven, niña… Vamos a dormir… Es tarde.
Marcela: Pero, papá…, ¿qué haces? ¡Echa fuera a esta gente! ¡Haz que salga de la casa!
Meyer: Vamos, niña, no grites…No despiertes a tu madre. Te explicaré…(La toma de los hombros y la lleva hacia arriba).
China: (Una vez solos) Se asustaron, ¿ves? Es lo que temía. Hay que tener toda clase de consideraciones con ellos; viven al borde mismo del susto… (Va buscar una alfombra, con la que cubre a Toletole y a sí mismo). De todos modos, hay que reconocerlo: nos ofreció su casa con bastante dignidad. Ven, vamos a dormir un poco. (Toletole apaga la luz y se tiende a su lado). Mañana va a ser un poco más duro.