VIII El Conde Jean y Blanca se fueron al Norte a vivir en una antigua mansión. Los cuartos más apartados de la casa fueron destinados para la manía de Jean por la fotografía. Allí instaló sus lámparas, sus trípodes, sus máquinas. Rogó a Blanca que no entrara jamás sin autorización a lo que bautizó “el laboratorio”. Blanca se llevaba bien con su esposo, las únicas veces en que discutían eran cuando ella intentaba averiguar sobre las finanzas familiares. Blanca dejó de pensar en Pedro Tercero con la magnitud de la urgencia con la que antes lo hacía, ahora eran recuerdos dulces y desteñidos que podía evocar en todo momento. Jean había organizado su negocio con mucho cuidado. El negocio de las gredas indígenas era secreto pues eran patrimonio histórico de la nación. Ese negocio, a Blanca le tenía sin cuidado.
Un día, Blanca entró sin permiso al laboratorio. Descubrió allí que era lo que su esposo ocultaba. En las paredes estaban cubiertas de acongojantes escenas eróticas que revelaban la oculta naturaleza de su marido. Reconoció los rostros de los sirvientes de la casa. Blanca decidió que debía sacar a su hija de ahí. Salió corriendo de la casa y se dio cuenta que no llegaría muy lejos a pie y con una barriga de nueve meses, volvió a la casa, tomó el dinero que encontró y se fue a la estación a esperar el tren que la llevaría de vuelta a la capital.
IX La niña Alba tuvo suerte de no nacer en el tren, afortunadamente pudo sujetarse dentro de su madre por unas horas más para nacer en la casa de sus abuelos. Alba nunca vio un retrato del Conde porque Blanca se encargó de eliminarlos todos. Le dijeron que su padre había sido un noble caballero, inteligente y distinguido, que tuvo la mala fortuna de morir en el Norte a causa de una fiebre.
La presencia de su nieta en la casa, dulcificó el carácter de Esteban. El cambio fue imperceptible, pero Clara lo notó. En esa época la casa de los Trueba tenía casi todos los cuartos ocupados y se ponía la mesa para la familia, los invitados y un puesto de sobra para quien pudiera llegar sin anunciarse. Alba pasó su infancia entre dietas vegetarianas, artes marciales niponas, danzas del Tibet y otras cosas por el estilo. En los pocos momentos de ocio que tenía Blanca, se lamentaba que Alba fuera una niña solitaria sin amigos de su edad para jugar.
Una noche de Navidad, Clara le regaló pinturas a Alba para que así “pudiera desahogarse” dijo Clara. Y así fue llenando las murallas de su dormitorio con un inmenso fresco. Alba era muy querida por sus tíos Jaime y Nicolás. Ellos jugaban con ella y le daban premios y regalos. Mientras, las relaciones del Senador Trueba con su familia no hicieron más que empeorar con el tiempo. Esteban ya no comía en la casa, sino que en el Club. Blanca estaba el apogeo de su belleza. Tenía muchos pretendientes que llenaban de regalos a Alba. Mientras, en Alba, crecía el temor por que su madre la abandonara, temor que perdió cuando conoció a Pedro Tercero. Alba tenía seis años cuando conoció a Esteban García. Fue en una oportunidad en la que él fue a ver a Esteban Trueba a la gran casa de la esquina, y mientras lo esperaba tuvo la oportunidad de compartir un momento con Alba. García había terminado el Liceo y quería una recomendación para entrar a la Escuela de Carabineros. Esteban quedó de hablar con una amigo suyo para que lo becaran, el Comandante Hurtado.
Clara murió el mismo día en que Alba cumplió siete años. Ante toda la familia reunida a su alrededor, dio el último suspiro y se marchó al otro mundo sin mirar para atrás.
XI El despertar
Alrededor de los dieciocho años, Alba abandonó completamente la infancia. Sacó la cuenta de que había sido feliz y se despidió de su niñez.
Alba terminó el colegio y entró a estudiar Filosofía y Música a la universidad. Allí conoció a Miguel, estudiante del último año de Derecho. Era dirigente izquierdista. Alba le ocultó que era nieta del Senador Trueba y usó su apellido de la cédula de identidad: Satigny. Alba, por amor a Miguel se atrincheró en la Universidad junto con otros estudiantes. Miguel se convirtió en el alma de la toma. La idea era no dejar el edificio hasta que se firmara el pliego de peticiones de los trabajadores. Alba fue reconocida por Esteban García y así se enteró Miguel de que ella no le había dicho toda la verdad. García llevó a Alba a su casa, donde ella pasó dos semanas en cama mientras la toma se disolvía pacíficamente. Miguel pensó que era injusto culpar a la nieta por las ideas de su abuelo y volvieron a pasear abrazados.
Un año después, Miguel alquiló un pequeño departamento cerca de su trabajo, donde se juntaban para amarse. Miguel dijo a Alba que se venían tiempos muy malos.