La poesía de Miguel Hernández es profundamente personal. Para alcanzar esa individualización de su estilo, transitó por diversas influencias, entre las que destaca la tradición poética castellana.
Tradición y vanguardia en la Generación del 27
Esta fusión de tradición y vanguardia no es exclusiva de Hernández. De hecho, caracteriza la obra de toda la Generación del 27.
Poetas como Federico García Lorca, Rafael Alberti y Gerardo Diego no rechazaron la tradición literaria española, desde la Edad Media hasta el Barroco. Sus lecturas vanguardistas se entrelazaban con el estudio de clásicos como Luis de Góngora y Francisco de Quevedo.
El nombre de este grupo vanguardista proviene del homenaje que rindieron en 1927 a Góngora, en el 300 aniversario de su muerte. Su interés en Góngora radicaba en su cercanía a la vanguardia, especialmente al concepto de «poesía pura», que buscaba eliminar lo anecdótico y sentimental. Al homenajear a Góngora, unieron tradición y vanguardia, encontrando en la transformación literaria de la realidad de «Las soledades» una semejanza con la transformación que ellos buscaban a través de la metáfora intelectual en su «poesía pura».
Primeras influencias: Góngora y la poesía pura
En este contexto, Miguel Hernández inicia su obra. Su primer viaje a Madrid en 1931 lo introduce en el ambiente vanguardista, donde Góngora es un referente de modernidad.
Su primer libro, «Perito en lunas», es un ejercicio de estilo gongorino, dedicado al propio Góngora y a otros dos autores. Tradición y vanguardia en un mismo plano.
Compuesto por 42 octavas reales, al igual que «El Polifemo» de Góngora, y con una concepción del poema como transformación metafórica de la realidad, el libro rinde homenaje al poeta barroco.
La influencia de Neruda y el surrealismo
En su segundo viaje a Madrid, Hernández recibe la influencia decisiva de Pablo Neruda, quien se encontraba en España. La influencia surrealista de Neruda buscaba romper con la «poesía pura». Vicente Aleixandre, con quien Hernández entabla amistad, también formaba parte de esta tendencia. A partir de entonces, la tensión entre tradición y vanguardia en la obra de Hernández se verá marcada por la influencia surrealista.
En «El rayo que no cesa» se observa esta dualidad. La tradición se manifiesta en la influencia de maestros del soneto amoroso como Lope de Vega y Quevedo, mientras que la vanguardia, en un sentido nerudiano, se percibe especialmente en el primer poema, «Un carnívoro cuchillo». Con esta obra, Hernández se aleja de la poesía pura para acercarse a la «impureza» de Neruda, dando cabida a las pasiones en su poesía, en un tenso equilibrio con la tradición petrarquista del soneto amoroso. Su poesía se convierte en una expresión vanguardista de dolor, marcada por la carne, la tierra y la pasión, influencias recibidas de Neruda y Aleixandre.
Hacia una poesía más directa: La Guerra Civil
Con «Viento del pueblo», impulsado por la necesidad de una poesía más directa en tiempos de guerra, Hernández confirma su evolución hacia lo impuro. La influencia de Neruda es evidente, como se muestra en la dedicatoria a Aleixandre. Dejando atrás las resonancias clásicas de Quevedo y Góngora, se adentra en una poesía directa que busca el corazón del hombre. Sin embargo, en la métrica combina la tradición castellana con la renacentista y barroca. Utiliza sucesiones de imágenes violentas para expresar la violencia de la guerra y la pasión de la lucha.
En «El hombre acecha» continúa con la imagen surrealista nacida del corazón y del dolor. En la métrica, alterna estrofas tradicionales populares como el romance, estrofas cultas como el soneto y el verso libre vanguardista.
La superación de la dualidad: El estilo personal
En «Cancionero y romancero de ausencias» es más difícil hablar de influencias tradicionales o vanguardistas. El surrealismo prácticamente desaparece, perviviendo solo en poemas amorosos como «Hijo de la luz y de la sombra» u «Orillas de tu vientre». Domina el poema corto, de verso breve y emoción contenida. El poema se convierte en confesión personal. La cercanía de la muerte y las reflexiones sobre la fugacidad de la vida, expresadas con sencillez y directas, acercan algunos poemas a Jorge Manrique o Quevedo. En definitiva, este libro supera la dualidad entre vanguardia y tradición a través de un estilo absolutamente personal basado en la sencillez absoluta.